Nosis de Locri, ave tejedora
| Ensayos, Rescates, Traducciones
Nosis de Locri (siglo III a. e. c.) fue poeta. Sus poemas comparten el destino trágico de la mayoría de las obras escritas en la Antigüedad: se perdieron. Sin embargo, por intervención del azar y gracias a las citas de sus versos que se hicieron hace muchos siglos, doce de ellos han llegado hasta nosotras. Hemos tenido suerte. En general, de las poetas griegas sabemos poco y podemos leer poco. De algunas, como Erina, Mero, Ánite y Nosis, tenemos poemas completos. De otras, como Safo, solo nos han llegado poemas incompletos, puñados de versos sueltos gravemente mutilados, que forman islas de palabras rodeadas de una falta que calla cada vez que se la interroga.
En sus poemas, Nosis se refiere a sí misma en tercera persona, se nombra, se llama:
De mi boca escupo la miel.
Esto dice Nosis: quien no fue besada por Cipris
no sabe qué flores son rosas.
Nosis, “El beso de Cipris” = epigrama 1
A través de su nombre, Nosis nos aporta los hilos para tejer un relato biográfico que combina, en un diseño único, lo que podemos decir de ella y lo que ella aún tiene para decir.
Conocemos a Nosis porque escribió. Escribió y también leyó a los poetas consagrados por la tradición, como Homero, Hesíodo y Píndaro. Tenía, además, un especial interés por la escultura y la pintura, como se ve en la descripción de obras de arte que presenta en algunos de sus poemas:
recibe de Sámita este tocado para el cabello.
Está hecho con cuidado y huele dulce como el néctar
con el que también ella frota la piel del bello Adonis.
Nosis, “Nosis, “Sámita” = epigrama 5
Este cuadro tiene la belleza de Taumáreta,
logra expresar la alegría y la juventud de su mirada delicada.
Al verte en el retrato, la cachorra guardiana del hogar movería la cola,
creyendo que está frente a la señora de la casa.
Nosis, “Nosis, “Taumáreta” = epigrama 7
Debe tenerse en cuenta que, en la Antigüedad, no era frecuente que las mujeres recibieran una educación. El matrimonio y la maternidad eran el destino ineludible de todas ellas. Como no era necesario saber leer y escribir para poder casarse y parir, muchas mujeres, en especial las atenienses, eran analfabetas. En época helenística, esta situación se modificó y las mujeres comenzaron a tener un mayor acceso a la educación. El símbolo de este cambio es Hiparquia de Maronea, la filósofa cínica, quien dijo a Teodoro que, en lugar de tejer, prefería invertir su tiempo en aprender:
Nosis, “Diógenes Laercio, VI 98
Al igual que Hiparquia, Nosis cuestiona y se aparta de los mandatos que recibe como mujer. Sin embargo, a diferencia de Hiparquia, no huye del ámbito doméstico porque encuentra en la intimidad de la casa, en la compañía de su madre y de su abuela, y en las tareas hogareñas, espacio y tema para su poesía. El tiempo del telar es, para Nosis, tiempo de escritura.
El tejido era en el mundo antiguo una de las principales tareas de las mujeres, tanto libres como esclavas. Mientras los varones, ciudadanos libres, ocupaban el espacio público y se valían de la palabra oral como principal herramienta política, las mujeres eran obligadas a permanecer en el hogar para encargarse de las tareas domésticas y el cuidado de sus hijos e hijas. En ese contexto de encierro, el tejido se convirtió para ellas en una potente herramienta expresiva que les permitió infringir la barrera de silencio que representaban los muros de la casa.
En la Antigüedad, la figura de la gran tejedora fue Penélope. Su esposo Odiseo dejó la ciudad de Ítaca para combatir en Troya. Tardó veinte años en regresar. Durante esta ausencia, la casa fue invadida por unos hombres que dilapidaban sus bienes en suntuosos banquetes y pretendían casarse con Penélope. Como esta no quería casarse con ninguno de ellos, tramó un plan: prometió que elegiría a un nuevo esposo cuando terminara de tejer una mortaja para Laertes, el padre de Odiseo. En el día tejía, pero en la noche destejía todo lo que había avanzado para poder reanudar una y otra vez la tarea. Penélope no podía hablar y por eso se expresaba a través del tejido, símbolo de su espera, su angustia, su amor y su astucia.
Tejer no solo es una actividad manual, sino también semiótica. El tejido es un sustituto metafórico del discurso verbal, que también es un tejido pero de palabras. La capacidad expresiva del tejido se muestra en el mito de las hermanas Procne y Filomela. Este fue representado por Sófocles en Tereo, una tragedia que se ha perdido. A lo largo de los siglos, fue reversionado y difundido a través de los romanceros en España y de varios países de Latinoamérica, donde se ha conocido como la historia de las hermanas Blancaflor y Filomena. “Con la sangre de su lengua,/ ella una carta escribió” (1959), canta Violeta Parra sobre esta historia.
Cuenta el mito que Tereo, hijo del dios Ares y rey de Tracia, ayudó a Pandión, rey de Atenas, a vencer a los tebanos. A modo de recompensa, Pandión le entregó a Procne, una de sus dos hijas, como esposa. Procne extrañaba a su hermana y le pidió a Tereo que fuese a Atenas a buscarla. En el camino, este violó a Filomela y le cortó la lengua para que no pudiera contar lo sucedido. Como no podía hablar, Filomela tejió algunas imágenes y las cosió sobre un peplo que entregó a su hermana para alertarla sobre lo sucedido. En la versión del mito que transmite Apolodoro, estas imágenes son llamadas grámmata, término que en griego significa también “letras”. Las imágenes eran como letras que formaban palabras a través de las cuales Filomela hablaba desde su silencio. Cuando Procne comprendió lo sucedido, quiso vengarse de Tereo. Mató a Itis, el hijo que habían tenido en común, y lo cocinó para que se lo comiera. Cuando Tereo descubrió lo que su esposa había hecho, comenzó a perseguir incansablemente a las hermanas. Los dioses pusieron fin a esta persecución transformando a los tres en aves: a Filomela, en ruiseñor; a Procne, en golondrina, y a Tereo, en abubilla.
Al igual que Penélope y Filomela, Nosis también tejía:
para contemplar en Lacinio tu templo que huele a incienso,
recibe el vestido de lino que junto con su noble hija Nosis
tejió Teufilis, la hija de Cléoca.
Nosis, “Nosis, “Ofrenda” = epigrama 3
Este poema tiene la forma de un epigrama votivo, es decir, un epigrama que acompaña una ofrenda. Sus versos son la puerta de entrada a la infancia y a la casa de la infancia donde Nosis observa a las mujeres que se encuentran a su alrededor y trabaja como ellas, junto a ellas. En estas líneas, Nosis transmite la visión que tiene sobre su oficio: como tejedora, es una poeta; como poeta, es una tejedora. No solo teje hilos, sino también palabras, y reconoce la influencia que su madre y su abuela tuvieron sobre su labor. De ellas aprendió a tejer y el tejido fue un aprendizaje de poesía.
El mito de Procne y Filomela nos enseña que algunas tejedoras son pájaros. Como tejedora —es decir, como poeta—, Nosis también es un pájaro:
Soy Rintón de Siracusa, pequeña ruiseñora de las Musas.
Gracias a mis trágicas piezas cómicas,
alcanzaremos nuestra propia corona de hiedra.
Nosis, “Nosis, “Epitafio” = epigrama 10
Este poema imita el estilo de los epigramas funerarios que se grababan en las lápidas y está dirigido a quien pase cerca de la tumba del poeta siracusano Rintón. Este se dedicó a la escritura de un tipo particular de farsa, la farsa flíaca, que fue una de las manifestaciones de la comedia antigua que se desarrolló en las colonias dóricas de la Magna Grecia, principalmente en Sicilia. La farsa recibe este nombre porque era representada por “flíacos”, actores con máscaras y vestuario grotesco que ridiculizaban conocidas escenas de las tragedias.
En su poema, Nosis habla en primera persona como si fuera Rintón. En apariencia, se identifica con el poeta y reclama en su nombre la corona de hiedra que este merece por su trabajo. Sin embargo, hay un detalle que quiebra esta identificación y hace aparecer la voz de Nosis detrás de la máscara que la oculta: el nombre con que se llama a sí misma. Nosis afirma ser una “ruiseñora” (aedonís), el pájaro en que se convirtió Filomela. Era usual que los poetas se identificaran con el ruiseñor y su canto. En griego, el sustantivo aedón (“ruiseñor”) es morfológicamente femenino. Al agregar el sufijo –ís, Nosis crea una palabra morfológica y semánticamente femenina. A través de este recurso, feminiza un atributo que era propio de los poetas y reclama, ya sin máscaras, el mismo reconocimiento que corresponde a Rintón. Como ruiseñora, Nosis canta a través de los hilos que forman el cuerpo de sus poemas. Como si fueran tapices, estos reproducen otras miradas, cuerpos, tránsitos y deseos, nuevas formas de expresión de la palabra poética.
Ruiseñora es el nombre de esa mujer poeta a la que llamamos Nosis, así como Loplop es el nombre de ese pintor al que llamamos Max Ernst. Como este dice en La mujer 100 cabezas (1929), Loplop es el pájaro supremo que alimenta las luces por la noche, el que se ha hecho carne sin carne, el simpático exterminador que lanza balas a los escombros del universo. Un bajorrelieve de Loplop adornaba uno de los muros exteriores de la casa de Saint-Martin-d’Ardèche, Francia, donde vivieron Leonora Carrington y Max Ernst. Allí se amaron como gatos: compartieron una intimidad felina, según dice Elena Poniatowska en Leonora (2011), la biografía novelada que escribió sobre su amiga Carrington. Loplop también se deja ver en el Retrato de Max Ernst (1939) que pintó Leonora, donde aparece vestido con un manto de plumas rojas que termina en una cola de pescado. Debajo del abrigo, asoma uno de sus pies, cubierto con una media rayada. Loplop camina por una geografía helada donde se ve un caballo de hielo reflejado en la lámpara que lleva en la mano.
En la Ciudad de México, Leonora pintó otros pájaros. En el Retrato de la difunta Sra. Partridge (1947), sobre un cielo lleno de nubes que enmarca un espeso bosque, se ve a una mujer con un vestido de color anaranjado que lleva una especie de cesta en la mano. El cuerpo de la mujer es interrumpido por un pájaro azul. La mujer no está detrás del pájaro, como parece, sino que es el pájaro, ese pájaro es parte de sí. Me gusta pensar que este podría haber sido un retrato de Nosis.
* Fragmento del ensayo que pertenece a Besada por Cipris. Un libro de poemas de Nosis de Locri, publicado por la editorial Rara Avis en 2021.
1 Los títulos de los poemas de Nosis no son originales. Coloco el título que he elegido para identificarlos y la numeración canónica que estos reciben en la edición de Andrew S. F. Gow y Denys L. Page (1965) The Greek Anthology. Hellenistic Epigrams, Cambridge, Cambridge University Press. Los poemas de Nosis tienen la forma de epigramas. Como su nombre lo indica, un epigrama es una inscripción: un texto grabado en alguna superficie (epí, “sobre”; gráphein, “escribir”). Algunas inscripciones se redactaban en prosa, como las leyes y los decretos que se tallaban en las paredes de los edificios públicos. Sin embargo, la mayoría de los epigramas se escribía en verso, como las inscripciones de las lápidas o aquellas que acompañaban las ofrendas entregadas en los templos. En la época helenística, los epigramas se transformaron en un género literario popular. Esto explica que, como Nosis, muchos y muchas poetas se dedicaran a la composición de epigramas.

Mariana Gardella Hueso / Buenos Aires, Argentina, 1988. Doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la misma universidad e investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina). Fue becaria posdoctoral del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM (2019-2021). Se dedica a la investigación y divulgación de la filosofía antigua. En los últimos años, se ha concentrado en la traducción y estudio de los textos de filósofas y poetas griegas. Es autora de Besada por Cipris. Un libro de poemas de Nosis de Locri (2021) y Las griegas. Poetas, oradoras y filósofas (2022).