En el centro lo frágil
| Inéditos
arde esta ira irreal
y sin embargo
hay que soportarla
cruje el escenario al incendiarse
tu belleza cuando cae
y sin embargo
hay que soportarla
arde el silencio
su fractura
y las ramas
y los huesos
de los pájaros
solo la fe calmará este fuego
esta ira
sin rama
sin hueso
sin pájaro
no
no son pájaros
son alas de ceniza
con la lengua de acero de las locomotoras
no
no son pájaros
son cenizas de un ave mitológica
barco ebrio o loba parturienta abriéndose
por encima de las cúpulas
no son pájaros los estambres
de las flores funerarias
la cabeza enterrada
avestruz de los agostos
transeúnte que tala los sueños
son alas de ceniza
frágiles cuerpos dormidos
en el santuario de la voz
no
no es un pájaro este miedo
anidando en la boca
las bendiciones curan
bien dicha la palabra Amor
desgarra el cielo que te cubre
tus bronquios danzan
al compás
de una música amantísima
y abres tu boca de Mirla
sobre los glaciares
–mudas en polvo las
esquelas talladas para ti–
pero no es la hora
–aunque limpiaron los nichos–
no es la hora
bien dicha la palabra Amor
funde los metales
y los convierte en luz
porque no bastará con la poesía
un ave nos ha traído
tu corazón
las manos pueden sentir el peso del aire
aferrándose a los muros
el deshielo de la voluntad inmóvil
todavía
sobre la herrumbre
sobre el frío de este páramo
porque hemos sembrado Amor y compartimos
las palabras benditas
las bendiciones curan
una diminuta llama
alumbra ahora
un planeta donde nunca
amó nadie
Esta ira
Que aprendáis a llorar el día breve
que enfermen vuestras hijas
y no sepáis
el nombre exacto para el miedo
en la garganta se ahogue ese pitido
y arda la madera seca de la muerte
sólo un día
de atravesadas horas
y luces que se enciendan
rojísimas las luces
y sean bestias
escupiendo
sobre los mausoleos
sólo un día
tiriten de frío azuladas las mandíbulas
y nadie pronuncie
el verbo que calme
sus articulaciones
y todo sea balbuceo
de sabio que atesora
sus cuerpos con asepsia
cuando caigan las crías
en lo ignoto
y en esas horas aprendáis
el idioma absurdo de la muerte
sólo un día
Escena del primer verano
(Un guion antiguo aleja y somete. El padre, la madre, las hermanas. En el centro lo frágil.)
(Alguien se dedica a maldecir. Ayer sabía el escaso valor de su desdicha. Hoy le lloran los otros.)
(Sale a escena silenciosa y recorre un nolugar. Un ser solitario la atraviesa. No puede detenerse. Anhela ser feliz en el verano. Se adentra para huir del miedo. Una fuerza la empuja hacia los bordes. Se arrastra cantando.)
–Las flores se han secado. Apenas sobrevive el ramo
que nos tiró aquella novia. Y alguna rosa, diminuta.
(Sale a escena muda y recorre este nolugar. Se desvive por parecer viviendo. Se acicala como una anciana para el baile. Incluso podría apagar las velas en la fiesta.)
–La voz quebrada, el cuello rígido, los ojos tristes.
Arrastro los pies y mato la hierba.
Arrastro las palabras. Leo en mi mano la muerte.
Escondo la copa.
(Sale a escena ciega y recorre el nolugar. Llega la noche y recoge pedazos que se desprenden. Ordena la casa y los pedazos con la ayuda del Amor. Llega la noche y organiza cada tristeza. Las guarda en su caja. Es fácil. La acompañan, la atraviesan, la sobreviven.)
–La palabra inane, la palabra arenosa, la palabra
llena de agujeros de bala. Balbuceo. Definitivamente
he perdido la capacidad para hablarle a la muerte.
El lenguaje también es una farsa.
(Sale a escena y herida recorre este nolugar. Empuja la silla por el largo pasillo. ¿Debe luchar? Tiene que luchar. Construye su esperanza al mirar las aves. Se sumergen y parecen morir. Emergen victoriosas, las envidia. Quiere ser un animal con una ruta. Migrar hacia la curación.)
–El presente es diminuto. No sé cantar. ¿Debo cantar?
Invento a la otra que asiste, a la otra que ríe,
a la otra que ama por encima del miedo.
La que sueña. Y me digo:
“Da las gracias, no olvides dar las gracias”.
(Sale a escena y recorre el nolugar. Empuja la alegría y la culpa de no pertenecer. La otra atraviesa el espacio con su sonrisa, agradece el verano suave y la piel tostada de la hija, el mar silente para alcanzar la orilla, y cantar.)
Cuanto sé de la belleza me ha sido entregado en el latido aún caliente de los metales. Sé de la víscera, la llaman hígado, y de los jugos que sonámbula segrega para el miedo.
con su onírica materialidad de nido
o el goteo despertando a la vigía
en su amanecida estrepitosa.
Cuanto sé de la belleza se aloja en la palabra árbol, latitud crecida en la columna, vertical símbolo de la supervivencia.
de los tullidos.
Y rezas extramuros:
que la muerte no muerda
el borde de sus alas.
Cuanto puedo decir de la belleza me lo enseñó su canto. De él regresa la Mirla. De él aprendimos que el arcano se equivoca.
un hilo de compasión
para tejer sudarios.
Y la boca mastica mentiras
y derrite la nieve piadosa.
De la belleza he aprendido a renacer en la blancura.
vengan caballos
atraviesen su pecho y silencien
la máquina servil que confunde
el no latido
con la ausencia de la métrica.

María García Zambrano / Elda, España, 1973. Poeta. Profesora y doctora en Literatura por la Universidad de Sevilla. Cursó el posgrado de Letras Modernas en la Universidad Paris-Saint Denis, además de haber realizado estudios en Semiótica y Literatura en la Universidad de Lima y la de Buenos Aires. Autora de los libros de poemas El sentido de este viaje (2007), Menos miedo (2012, Premio Carmen Conde y semifinalista del Premio Ausiàs March al mejor poemario), La hija (2015), Diarios de la alegría (2019) y Esta ira (2023).