Una crónica de rupturas
| Reseñas
Eduardo Mosches, Los tiempos mezquinos, VersodestierrO-Campo Literario, Ciudad de México, 2022, 64 pp.

Me gustaría presentar el poemario de Eduardo Mosches (Buenos Aires, Argentina, 1944), Los tiempos mezquinos, a partir de las dedicatorias que aparecen al comienzo del libro. En la página 10, después del prólogo de Sandra Lorenzano, hay una lista de personas a las cuales el autor dedica su poemario. La lista, junto con los poemas, arrojan luz sobre la vida de Eduardo en mi país, Palestina —la que algunos llaman Israel—, cuando tuvo residencia en ella entre 1963 y 1969. Durante esta etapa hemos coincidido geográficamente y no en el tiempo, pues ocurrió dos décadas antes que yo naciera. La segunda vez que coincidimos ambos ha sido durante la vida de Eduardo en México, de larga data porque también inició antes de que yo viera la luz. Sin embargo, aquí en México hemos compartido el tiempo y el espacio desde que lo conocí hace nueve años.
Hablo de coincidencias porque fue gracias a ellas que el poeta Mosches —descendiente de judíos hablantes del yiddish de la Europa oriental— nació, después de pogromos y dos guerras mundiales, como hispanoparlante a la orilla del Río de la Plata. Y fue otra coincidencia el que naciese yo en aquella tierra, a la orilla del Mediterráneo, que ha sido condenada a ser santa y blanco del proyecto de colonización sionista, del cual el joven Eduardo formaba parte hasta que, comenta en su poemario:
empezó a perfumarse en podredumbre. (p. 14)
Veamos las dedicatorias al inicio del libro pero sin respetar el orden en el que aparecen. Comencemos con la familia biológica de Eduardo:
A mi padre, que sembró raíces contestatarias.
A mis hermanas, que viven en esas tierras.
En recuerdo a mi madre, que ha quedado definitivamente en Israel-Palestina. (p. 10)
Eduardo me contó que nació en el seno de esta familia en el barrio de la Floresta, “un barrio de pequeña burguesía baja, mezclado con sectores proletarios, en el norte de la ciudad de Buenos Aires”, en una casa pequeña en la calle Caxarville.1 “Lo lindo de esta casa”, me dijo una vez, “fue el patio, donde pasaba horas leyendo al calor del sol las aventuras del pirata anticolonial y antiimperialista Sandokhán, y a mi lado estaba Chiquita, una pastor alemán, que era muy cálida, amorosa y muy grandota, por cierto”. A los 13 años, la familia se mudó al barrio de San Telmo, a un departamento de segundo piso en la calle Chile que su padre —periodista, atleta, dirigente sindical y “un tipo muy vital”, como lo describe— compró y luego luego vendió. Pues su padre, también comentó, “tenía la calidad de meterse en negocios que siempre salían mal”. Ahí, a los 13 años, comenzó la migración permanente: de barrio en barrio, de escuela en escuela, hasta que, en 1963, a los 19 años, migró junto a su familia de un mar a otro:
las más anchas del mundo
de los almuerzos largos y domingueros
[…] para desembocar en otro puerto. (p. 14)
El puerto en el que atracó el buque dos semanas después de haber zarpado de Buenos Aires es el de mi ciudad, Haifa, en Palestina, a la orilla oriental del Mediterráneo. En esta ciudad, veinte años antes de la llegada de los Mosches desde la Argentina, las fuerzas armadas sionistas, en coordinación con su patrones británicos, expulsaron a la comunidad nativa de cristianos y musulmanes palestinos para abrir espacio a los colonos judíos que iban llegando de todo el mundo. El 17 de marzo de 1948, las fuerzas sionistas empujaron a los palestinos de Haifa hacia el puerto, donde los esperaban barcos para llevarlos a la ciudad de Akka —al otro lado del Golfo de Haifa— y, de ahí, al exilio en el Líbano. La familia de mi madre —mi abuelo, abuela y dos tíos— no halló lugar en los barcos y así sobrevivieron a esta operación de limpieza étnica. A la llegada de Eduardo y su familia en 1963, la familia de mi madre ya estaba viviendo en el gueto árabe de Haifa, llamado Wadi Nisnas, donde la población palestina sobreviviente del Nakba2 fue concentrada por el naciente Estado de Israel.
Al respecto del viaje marítimo de Buenos Aires a Haifa, Eduardo comenta: “no sufrí mareos excesivos por el bailoteo que el barco vivía, y nosotros con él”. Al cruzar la línea ecuatorial, se organizó un festejo carnavalesco en alta mar donde Eduardo se disfrazó de Jesús de Nazaret: “Era sencillo —dijo él—: la sábana cruzada, unas laceraciones en el rostro y nada más”.
¿Por qué decidieron migrar de Argentina, ese país con la calle más ancha del mundo, a Palestina, a Israel? Las razones son varias: la mitificación, el adoctrinamiento y el antisemitismo. Como me dijo Eduardo: “en la escuela no dejé de escuchar ‘judío de mierda’ cuando había conflictos”. Pero el componente más importante para él fue el utópico: “Voy a ir a un lugar”, me dijo Eduardo que pensaba antes de subir al buque, “donde la gente no piense en el dinero sino en el trabajo colectivo; donde haya igualdad para todos. Ignoraba en absoluto el hecho colonial que significaron el Estado de Israel y la migración judía” para el pueblo palestino en la región.
Tras pasar por los trámites migratorios del falso retorno de un judío a su “tierra prometida” y por los habituales cursos de capacitación para el trabajo manual y de la lengua hebrea, Eduardo —o mejor dicho, David Mosches, el nombre que el autor tomó durante su travesía por Palestina— fue ubicado en un kibutz (o “comuna socialista”, según la jerga eufemística sionista) llamado Magal. Construido en 1953, el kibutz Magal ocupaba terrenos que antes pertenecían a una aldea palestina llamada Raml Zita, una de las 500 aldeas que fueron destruidas y arrasadas por las fuerzas sionistas en 1948. Sin embargo, y muy rápido,
Fue difícil romper el cascarón
de la apariencia.
Los discursos de retorno e igualdad
la socialista imagen del kibutz
se desmigajaron con tristeza
al rozarse
una simple mirada observadora
con la blanca aldea árabe. (p. 14)
[…]
Me han defraudado mis hermanos. (p. 23)
Esta blanca aldea árabe tiene el nombre de Baqa Al-Gharibiyya. Ubicada a menos de un kilómetro del kibutz Magal, es una de las pocas aldeas palestinas que sobrevivió, también por pura coincidencia, a la limpieza étnica del sionismo en 1948. Para sus escapadas urbanas del espacio pequeño del kibutz, donde el trabajo asignado a Eduardo consistió en ser responsable de un gallinero (o, como él lo describe: en “recoger los huevos, alimentar a las gallinas y enviarlas, pasado un tiempo, a la muerte”), Eduardo iba a la ciudad israelí de Jdeira —también construida sobre tierra palestina expropiada— para ver cine. De esas escapadas comenta:
Para encontrar respuestas, Eduardo se acercó, en 1964, al local del Partido Comunista Israelí en la ciudad cercana de Netanya (que, dicho sea de paso, también se construyó sobre una aldea palestina destruida en 1948, y cuyo nombre fue Umm Jalid). A diferencia del ámbito sionista del kibutz, exclusivamente judío y hebreo y anti-árabe, el Partido Comunista Israelí era, en aquel entonces, el único espacio donde ambos —israelíes y palestinos— militaban juntos en camaradería contra la discriminación de los palestinos y a favor de la utopía comunista. En el partido, Eduardo pudo conocer, además, a la intelectualidad palestina y conversar con ella de tú a tú. Uno de los integrantes de aquella intelectualidad es Samij el Kassem (1939-2014), uno de los poetas palestinos más importantes del siglo XX, a quien Eduardo dedica Los tiempos mezquinos:
El Kassem es el mismo poeta a quien Eduardo, 56 años después, publicó en el número “Palestina: Palabras en tiempos oscuros” de Blanco Móvil, la revista que nuestro autor edita en México desde 1985:
durante siglos
a no proferir herejías
hoy azoto a los dioses
que estaban en mi corazón
los dioses que vendieron a mi pueblo
en el siglo XX. (p. 33, traductor desconocido)
La mudanza ideológica al partido comunista implicó, para Eduardo, la mudanza a otro kibutz, el de Yad Hana, también construido sobre terrenos palestinos expropiados por el sionismo. Los integrantes de Yad Hana fueron militantes del Partido Comunista Israelí, y ahí Eduardo trabó amistad y camaradería con el hoy reconocido historiador Schlomo Sand, autor de tres polémicos libros en el ámbito intelectual y académico israelí: ¿Cuándo y cómo se inventó el pueblo judío? (2008), ¿Cuándo y cómo se inventó la Tierra de Israel? (2012) y ¿Cuándo y cómo dejé de ser judío? (2013).
Durante esta nueva etapa comunista, me dijo Eduardo que él, Schlomo y un camarada más, Israel Weingarten, formaron una especie de Tres Mosqueteros. “Los tres nos entendíamos mucho: salíamos, hacíamos nuestras tardeadas de fumar hachís. Juntos llevábamos una vida bucólica, y juntos buscábamos tener acercamientos con compañeros palestinos que iban más allá de la ‘hermandad árabe-judía’ que auspiciaba el Partido Comunista Israelí. Pues el partido sólo nos llevaba a visitar algunas aldeas palestinas —una especie de turismo político— para estar ahí un rato, en una especie de festejo, y luego a volver al kibutz como si nada”.
Hubo una ruptura más, una mudanza más: los Tres Mosqueteros (Eduardo, Schlomo e Israel) rompieron con el Partido Comunista y con el kibutz, y se fueron a vivir a la ciudad de Tel Aviv —la cual, aunque se jacta de ser la “primera ciudad hebrea”, fundada a inicios del siglo XX sobre terrenos costeños comprados a un terrateniente árabe, en 1966 ya era una ciudad grande que se había tragado terrenos palestinos a su alrededor, incluyendo a la ciudad árabe de Yafa: la ciudad palestina moderna más importante de la primera mitad del siglo XX, reducida por Tel Aviv a un barrio árabe pobre y gentrificado por departamentos y casas de lujo para judíos israelíes, europeos y estadounidenses—. En Tel Aviv, el primer techo y el primer trabajo de Eduardo estaban precisamente en Yafa. De esa experiencia, me contó que
Después de unas semanas, con un trabajo más estable, Eduardo se mudó a un departamento en una parte céntrica de Tel Aviv, cercana al mar, compartiendo piso con otros exiliados —como él— del partido comunista: activos militantes trotskistas, maoístas, guevaristas y nuevo-izquierdistas, agrupados en torno a la Organización Socialista en Israel. Esta organización fue mejor conocida como Matzpen (que significa brújula en hebreo) por el periódico que llevaba el mismo nombre. A pesar de las tantas facciones políticas que tuvo la organización, entre sus filas nunca hubo más de treinta militantes, entre ellos los tres que encabezan la lista de dedicatorias de Los tiempos mezquinos:
A Lea Zemel, abogada israelí, defensora de presos políticos palestinos.
A Michael Warchawsky (Mikado) que a lo largo de década ha analizado, informado, cuestionado y expresado vías alternativas a la política colonial israelí.
A Yabra Nicola, socialista palestino cuyas ideas siguen vivas. (p. 10)
Eduardo militó en Matzpen hasta su partida de Palestina en 1969 rumbo a Alemania, Argentina y, finalmente, a México. Cuando yo nací en Haifa, Eduardo ya estaba en México, y la Organización Socialista en Israel había dejado de existir varios años antes. Por preguntas similares a las que se hizo Eduardo en su juventud, terminé militando en las juventudes del Partido Comunista para luego salirme de ellas, sin encontrar un hogar político organizado pero donde me encontré con exmilitantes de Matzpen que seguían activos, cada uno desde su trinchera. Conocí a Lea, quien fue mi abogada y me ayudó la primera vez que fui llamado e interrogado por la inteligencia israelí; a Mikado, quien además era mi director cuando trabajaba en el Centro de Información Alternativa en Jerusalén; a Yabra, el admirado socialista palestino y tercero en la lista de las dedicatorias de Los tiempos mezquinos, a quien lamentablemente no conocí. (Yabra Nicola murió, exiliado en Londres, en 1974.)
Conocí, además, a tantos otros camaradas y amigos de Eduardo durante su travesía por Palestina como Akiva Orr, Udi Adiv y Haím Hanegbi, quienes fueron mis mentores y amigos, como después lo sería el camarada latinoamericano Eduardo Mosches. Fue el 31 de enero de 2013, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, que lo conocí. Ese día, Eduardo formaba parte de una mesa redonda bajo el título de “¿Semitismos-antisemismos? Gaza y Jerusalén” junto con Enrique Dusssel, Ramón Grosfoquel y Silvana Rabinovich, amiga en común y a quien conocí ese mismo día. A ella también dedica Eduardo su poemario:
En esa mesa redonda, la participación de Eduardo consistió en la lectura de un manifiesto político de Matzpen, de 1968, que explicaba la necesidad de descolonizar a Israel y de conceder la repatriación de los refugiados palestinos como única condición posible para que judíos y árabes en Palestina pudieran vivir en paz. Asimismo, el manifiesto llamaba a crear una confederación socialista entre todos los pueblos del Medio Oriente.
La amistad entre Eduardo y yo ha sido, desde aquel día, un agua que fluye por muchos molinos. Pero hoy me encuentro a mí mismo en este libro, no sólo en la dedicatoria actualizada3 de esta segunda edición de Los tiempos mezquinos, sino también en su poema VI, junto con los judíos de Toledo, Salónica y Berlín. Eduardo escribió hace treinta años:
el recuerdo de una puerta.
Juguetear con una o varias
es tener entre dedos
una taza de café o té
transformada
en conversaciones de descanso.
Miles de índices
señalan mojones
en la vida tranquila
de tanta gente en familia.
Dulce con almendra
pastel de manzana
preceptos mosaicos
enseñanzas coránicas
tristezas entre los dientes
las llaves
que guardan amantemente
con cajones alcanforadas
o latas de galletas
y sacan por las tardes
los judíos de Toledo
Salónica o Berlín
junto con los árabes
de Haifa, Tul Karem
o toda Palestina.
1 Las citas sobre la vida de Eduardo Mosches provienen de unas entrevistas hechas durante el encierro por la pandemia de covid-19 entre 2020 y 2021.
2 Voz árabe que significa catástrofe o desgracia, como los palestinos llaman a la pérdida de Palestina en 1948.
3 La primera edición de Los tiempos mezquinos fue publicada en 1992 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (México).
Shadi Rohana / Haifa, Palestina, 1985. Profesor de Lengua y Literatura Árabes y de Traducción Literaria en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México. Es traductor al árabe de Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco (Palestina, 2016) y de Volverse Palestina de Lina Meruane (El Cairo, 2020).