6 marzo, 2023

David Huerta, infinitamente cerca

de Coral Bracho | Ensayos

En la dedicatoria de La calle blanca (2006), David Huerta (1949-2022) —nuestro entrañable Davo— se refiere a Verónica Murguía, “el amor de [su] vida” y extraordinaria escritora también, con estas palabras de Garcilaso de la Vega:

por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir, y por vos muero.

Este hermoso libro se abre con un poema centrado en ella: “Descender”. En él, como en buena parte de Incurable y en muchísimos otros volúmenes anteriores y posteriores a él, David despliega y da vida a objetos que forman parte de aquello que concebimos como la realidad cotidiana y circundante, y los pone a interactuar con imágenes mentales y sensaciones —vivas o, al menos, interactuantes también— que no sólo enriquecen los momentos descritos, sino que los vuelven únicos:

Descender

Desciendo a la blancura de esta mano, esta mesa.
Desciendo, esto es: bajo a escucharme a mí mismo
sin hablar, desde los aleros de conciencia
donde negrura y fulgores encarnan como heridas
o carne insomne en los sables arenosos de la fantasía. Overhearing myself, me digo:
es lo que he estado haciendo. Y ahora bajo, desciendo
a la blancura de esta mano delgada y a la madera
de esta mesa in albis. Bajo, desciendo por escaleras
hechas de vicio y pantagruelismo, desecaciones y escalones mullidos.
Me esperan esta mesa, esta mano. Mesa delgada y blanca,
mano de venas evidentes —tu mano de amor y desasimiento,
tu mano que me toma y es un vaso de pureza esbelta.
¿Y la mesa? Está en la casa y me ha esperado con una actitud
de sabiduría meditativa, rayo quieto, cascada de inmóvil contingencia.
Y es blanco el espacio que ocupan la mano, la mesa.
Y la escalera está en la fijeza gris del descendimiento
y apenas se mueve cuando bajo, desciendo
a la mesa, la mano, después de desdoblarme
para poder escuchar lo que pienso, límite de mí mismo
y desbordante peso de migajas, ideas, encadenamientos
de tersa lógica y preocupaciones continuas, todo ha sucedido
a lo largo de una mañana y tú estás a mi lado,
colmada por una cristalina manera de estar presente,
con un aliento de fragilidad y de frugal poderío. Tú, la mesa,
esto que baja y llamo yo, vestigio y llamarada de los minutos.

Decir que David Huerta incidió de una manera única y deslumbrante en la poesía de nuestra lengua es decir poco. La poesía de Huerta no es sólo una forma nueva de expresión que abreva en las mejores fuentes de la tradición literaria española y universal, a las que da un giro personalísimo; también resulta un proyecto cognitivo que se alimenta con las inquietudes de la filosofía y de la ciencia, y que invariablemente se acerca, de muy diversas maneras, a otras artes. Lo que la ciencia logra al ubicarnos en proporciones a la vez astronómicas e infinitesimales de tiempo y espacio, aun cuando nuestra percepción cotidiana las excluye e ignora, David, en ese mismo terreno de conciencia, busca enfrentar e interconectar los espacios emotivos, sensoriales, analíticos y oníricos que nos habitan y las imágenes de los espacios físicos que nos circundan y en los que estamos inmersos. Ahí, en ese lugar de la conciencia relacionado con el acontecer cotidiano se inserta —con toda su fuerza histriónica y vital, con todo su colorido y movimiento— el genio de una imaginería cambiante y reveladora que hace de las sensaciones y los sitios, de las ideas, las situaciones y los objetos, personajes que se enfrentan y dialogan, que se confrontan e iluminan.

Como otros grandes descubrimientos que agilizan o alentan nuestras percepciones, la poesía de Huerta nos permite captar y sentir —en asombrosos y festivos despliegues plásticos, de fulgores deslumbrantes y sombras, y a través de una siempre impecable y fluida corriente sonora— el movimiento de las infinitas dimensiones en las que nos hallamos, y de todas aquellas —contradictorias e insospechadas— que nos conforman.

En una gozosa, sostenida, conmovedora algarabía que se cuestiona por el ser, por el sentido de la vida y de la escritura, por la presencia constante de la muerte, por el olvido y la memoria, por las palabras, el deseo y el amor, Huerta extrae los personajes y situaciones que de innumerables e insólitos modos interactúan para matizar, contradecir, revelar y redescubrir lo que creíamos saber y conocer, a lo largo de su copiosa y fascinante obra poética.

A través de ese estallido continuo de creatividad deslumbrante que a lo largo de los años Huerta sostuvo y enriqueció de muchas maneras, no sólo incidió de manera definitiva en nuestra forma de concebir el lenguaje y la poesía, sino en nuestro modo de percibir el mundo y de reconocernos en él.

Su inteligencia, su erudición, su generosidad inusitada y desmedida, su irradiante sentido del humor, su compromiso siempre entregado y firme con las mejores causas sociales y culturales, su incansable labor de difusión de la poesía a través de incontables medios y de sus queridos y numerosos alumnos, su valiosa participación a lo largo de estos últimos años en instituciones como La Casa del Poeta, a la que ha dejado huérfana, son apenas algunas de las facetas innumerables que integran el caleidoscopio fulgurante y gozoso de su personalidad y de su capacidad creativa.

David, mi queridísimo Davo, además de un poeta extraordinario y una persona maravillosa, fue para mí un hermano y un amigo único y entrañable a lo largo de casi toda mi vida.

Con él compartí muy de cerca la escritura de nuestros primeros libros y las primeras lecturas de poesía en público, acompañados todavía por su padre, Efraín Huerta. Su poesía era —y ha seguido siendo para mí— una corriente generativa que de algún modo sobrecogedor y extraño me conducía, como en un diálogo sostenido, a esa región mental que iluminaba y que naturalmente desembocaba en la escritura.

Es imposible para mí dar cuenta de la presencia de David en mi vida. Su cariño y su gozo, su desmedida generosidad y su dulzura, la abarcan toda. En cada uno de los instantes cruciales de mi vida, David estuvo presente. No puedo extrañarlo más. Pero no puedo tampoco dejar de sentirlo, como lo he sentido siempre, hasta ahora, infinitamente cerca.

 

* Texto leído durante un homenaje a David Huerta celebrado el 14 de febrero de 2023 en el Palacio de Bellas Artes.

 


Coral Bracho / Ciudad de México, 1951. Poeta. Es una de las más destacadas figuras de la poesía mexicana y latinoamericana contemporánea. Ha sido becaria de la Fundación Guggenheim y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Es autora de, entre otros libros, El ser que va a morir (Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes 1981) y Ese espacio, ese jardín (Premio Xavier Villaurrutia 2003), los cuales fueron compilados en su Poesía reunida (1977-2018) (2019).