Mamá, el campo [fragmento]
| Inéditos
Estoy anclada
y esta casa mojada por la lluvia
esta casa azotada por el viento
hecha polvo
y materia que crece.
Esta casa soy yo
Minerva Margarita Villarreal
TODO VUELVE
el mosquitero se repliega
para entrar
y tú,
Ana, abres la puerta
la puerta que da al patio
hacia los árboles frutales
hacia esa canícula despejada
sostenida entre las ramas
hacia el rumor de los duraznos e higos
el viento
tus pies
el piso mármol de tierra
criatura
que te toca desde niña
mírate a ti regar las plantas
esos geranios
carmesí
tan similares a la lluvia
esa forma que tiene la tierra de caer
cuando está húmeda
y los bichos
que se desprenden como si pudiera uno transformarse
en algo mayor
crecer
como si todo fuera mejor con un poco de agua encima
hasta las nubes recuerda
parecían moverse como peces
los rayos del sol
entre las ramas
tus uñas debajo de ellas un lodo cobrizo
y tú tan limpia
entre los mezquitales
no hay escondite pequeño
ni distancia que no haga desaparecer
cualquier frontera
nadie entonces quizá lo preguntó
aún ahora nos cuesta mirarnos a la cara
por qué no grita la niña
por qué no viene
llora tan quedito
si cuando llegó era recién
una res cabria de leche con su balido en el breñal
un molusco insostenible
su corazón
ojos tristes
ahora sentada al ras de ese jardín
hunde los pies
bajo la sombra
y siente niña
su voz
algo a lo que no puede
contestar
Mamá,
el campo
yo corría como si un perro enorme pudiera ser una jauría un perro enorme que rasgara una mandíbula que perseguía mis tobillos una ágil ensoñación una gacela diminuta como las cabras y esas crías de pezuñas no
me ponía de pie cuando los perros me rodeaban y las paredes de madera parecían estar rasgadas desde arriba y el techo
mamá,
no había más que estrellas ciervos girando alrededor de mí
me veían ofrecida como un retazo en la dentadura carroñera por encima
y era yo
un pozo hondo
una noria inanimada
un profundo estanque
no había luz
me ahogaba como se hunde el cobre
hasta ser muy verde
más intenso que tus ojos
Mamá, el sueño no era mío
como un tripulante miraba todo
lo que se venía hacia ti
como una pesadilla recurrente
algo resonaba
también tu corazón
y no quería no
no de esa forma
y tú no podías despertar
y el sueño
siempre volverá a estar ahí
debajo del hambre tu cuerpo
el tío Manuel mirando
la miniatura apenas de tus pies
y esas manos
sus manos
los caracoles
el susurro
circulando las yemas de sus dedos
en tu espalda
el monte
las tardes de mirar las nubes
las primeras que alcanzaban a clarear
con el atardecer la hora
azul
volver entre las ramas
cuidando las espinas
tus piernas rasgadas de forma natural
los zopilotes en la altura
mirando cómo la tierra
secaba tus labios
lo colorado de tu cuerpo
y tus mejillas
qué infantil es la belleza
Mamá,
otra vez no sales de la cama
está tu cuerpo tirado al campo
curvas y no hay nada ya que te haga salir
nada que te haga bajar
y es profunda
la pendiente que te encierra
y nosotros no alcanzamos
no, tu cuarto está cerrado y ya es más de medio día
pensamos que las paredes se pintaron de dorado
en la estopa blanca que dejó rastro de nubes
como el atardecer del mar
dijiste que iríamos a verlo
tenías tú la edad que tengo ahora veinticuatro
y no podías salir
como a veces yo tampoco
nos escuchabas andar por la escalera
movernos también en la cocina
espulgar dentro de nosotros
también nuestras cabezas
a dónde ibas
cuando estábamos afuera
y queríamos o no que regresaras
qué hacer con dos criaturas creciendo al lado
qué hacer con sus colmillos
los dientes de leche
con esta punzada
que no me deja en paz
sé del asco la repugnancia por deletrear en sílabas
y responder por milésima vez la misma pregunta
mamá, por qué
y por qué
mamá,
por qué
como si no bastaran sus bocas abiertas
para interrogarme
para qué mi lengua cediéndoles lugar
esa distancia que yo tampoco reconozco
no lo sé
y hago fuegos artificiales con la luz
explicándome a mí misma
en qué momento los dejé entrar
así
por mi cuerpo suturado
abriendo capas de mi piel su sangre
mirarlos dormir
y comprobar que aún respiran
que siguen respirando
miro sus dedos por el resquicio de la puerta
sus murmullos y los ecos
de sus pies
una pequeña tos en sus gargantas
la fiebre
que los hará volver a mí
por más que me niegue a cubrirlos
con retazos húmedos
a dar de nuevo mi voz por lo que siempre me interrogan
y no quiero traducirles más el mundo
no el mío
el que veo florecer emponzoñado
que se eriza sobre mí
no quiero dejarlos entrar
no sus manos diminutas
no sus ojos
no mi cuerpo de res rendida
no
[…]
* Fragmento perteneciente a Mamá, el campo, libro ganador del VIII Premio Iberoamericano de Poesía Joven Alejandro Aura. El PdP agradece al autor y a la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México este adelanto.

Iza Rangel / Saltillo, Coahuila, 1997. Estudiante de la licenciatura en Letras Hispánicas (UNAM). Becario de la Fundación para las Letras Mexicanas durante el periodo 2020-2022. En 2019 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Dolores Castro por su libro Envilecidas como hienas miramos la espesura de ese cielo. Obtuvo el VIII Premio Iberoamericano de Poesía Joven Alejandro Aura por Mamá, el campo.