Alegre bilis amarilla: márgenes y escombros de la hipermodernidad en Centroamérica
| Reseñas
Camilo Amaru Abarca, Alegre bilis amarilla, La Garúa, Barcelona, 2021, 90 pp.
Justo cuando algunos comentadores daban ya por delimitado el alcance de la producción de poetas nacidos en la década de los años ochenta, Camilo Amaru Abarca (Managua, Nicaragua, 1984) saca a la luz pública una amarga medicina que desdice cualquier intento de redondeo generacional.
Alegre bilis amarilla (2021) no dialoga ni hace juego con las evasiones del entorno que caracterizan a la poesía de la llamada “Generación del 2000”, a la que su autor no pertenece. Más bien, este poemario es un vaso comunicante que da plena continuidad al ludismo irónico y al pensamiento crítico que sólo hemos podido notar en la poesía de autores como Roque Dalton (1935-1975), Pedro Pietri (1944-2004) y Leonel Rugama (1949-1970).
La voz de Abarca es una voz que, hasta hace poco, se desplazaba en cierto subregistro frente a la tradición literaria nicaragüense. Con esta Alegre bilis amarilla, se demarca claramente como una voz insubordinada respecto a toda su generación etaria.
Es muy curioso para mí el hecho de que la poesía de Abarca sea marginal, no por rechazar o abandonar el canon de la tradición local sino, precisamente, por desnudarlo a grito partido. Quiero decir que la insubordinación de Abarca no consiste en rebatir a la tradición por serlo, sino en darle a ésta otra lectura desde el escombro social y el margen cultural. En ese sentido, su propuesta extiende un eco al tipo de impugnaciones revisionistas que Beltrán Morales llegó a hacer contra “el museo de cera” de la literatura nacional.
En el poema “El truco sucio de todas las épocas”, Abarca funda su demarcación en, desde y por el margen mediante el desnudamiento radical de la mítica imagen de autor que circula en la tradición literaria de su país. Para eso, remite al lector a los hechos nada solemnes o salubres que rodearon las vidas y muertes de Rubén Darío, Alfonso Cortés, Joaquín Pasos, Julio Cabrales, el propio Beltrán Morales, Raúl Orozco, Carlos Rigby, Álvaro Urtecho, Salvador Cardenal Barquero y Francisco Ruiz Udiel.
Conviene ubicar el hecho de que el autor habla desde una identidad periférica con voz militantemente marginal. El margen al que nos referimos es cultural y social, pero también hablamos de estas dos dimensiones como resultado de la exclusión económica de un sistema productivista que ha descentrado la vida en brechas de desigualdad. En este sentido es elocuente el poema “Mi identidad”:
y vivir rodeado de un montón de gente blanca
porque en caso que logre llegar
voy a vivir con los marginados.
Los intersticios de esta marginalidad se enuncian en medio de una hipermodernidad que hace cabalgar a Centroamérica entre muchos tiempos irresolutos y simultáneos: la posguerra prolongada que convive en feliz maridaje con el narcotráfico; el alcoholismo como estrategia de control social a favor de la concentración de capital en manos de exclusivas familias criollas; la explotación de la fuerza laboral asalariada, disfrazada hoy de responsabilidad social empresarial y, en suma, los escombros de ese paradigma de libertad que —en la gloriosa y trágica mitad del siglo XX— alimentó las ansias de un inútil heroísmo juvenil.
Pese a todo, en la imaginería del autor subsiste la idea del cambio social como una posibilidad de la conciencia colectiva. Pero, a la vez, Abarca arremete contra la esperanza religiosa y el arquetipo cristiano del mártir.
En el poema “Y si vas a apuntar que sea con el culo” descubrimos esta impronta:
y esas canciones revolucionarias
y cristianas
de sacrificio de vidas
martirio en la tierra
y felicidad en el cielo
que nuestro momento es el presente.
El poemario se despliega en una atmósfera crítica cuya familiaridad ideológica es más cercana al ghetto y a la clica. La oficialidad cultural criolla es vapuleada por los postulados éticos de una visión poética del mundo que habita visceralmente el entorno social y que no está dispuesta a ser complaciente con nada ni nadie. Por eso, el autor tiene la obstinación de replantear las tensiones entre la Centroamérica indígena y afrodescendiente frente a otra Centroamérica mestiza y blanca. Son tensiones que no pueden resolverse con la poesía, pero cuyos filos hirientes sí pueden ser revelados.
La “vergüenza del palimpsesto colectivo” (“Navidad 2017”) queda a disponibilidad de esta poética de reinsistencia que resquebraja el mito racial y cultural del nacionalismo unidimensional. El Pacífico de Nicaragua es delatado como un territorio histórica y sistemáticamente violento. La racialización heredada desde la colonia y las dinámicas de “blanqueamiento del mestizaje” son denunciadas como síntomas de neocolonialismo.
Esta poesía recorre la ruta de una auténtica Antígona centroamericana que cuestiona la violencia por sí misma. Poetiza con desaliento rabioso la búsqueda de cuerpos, tanto de supuestas víctimas como de supuestos victimarios por igual. Se sobreentiende que fueron colocados en los escenarios de la violencia social o familiar en calidad de enemigos, manipulados por un sistema de dominio que echa a pelear finalmente a la base popular, tal y como se grafica en “Estamos los que somos y somos los que estamos”.
Para recordarnos que el amor es simple y el tiempo es breve, Camilo Amaru Abarca construye en este poemario una visión estética y ética contundente sobre la marginalidad sociocultural centroamericana, como si fuera un canto afilado de la —tal vez hoy— única libertad humana posible: la poesía y el grito.
Ezequiel D´León Masís / Masaya, Nicaragua, 1983. Poeta, artista multidisciplinar y activista de derechos humanos y derechos de la Tierra. Autor de los libros Trasgo (2000), La escritura vigilante (2005), El sinónimo antónimo (2002) y Ciudad sin álamos (2009), La esfera (2016) y Caligrafías del vacío (2017), entre otros.