Claudia Sandoval, Bitácora de mis entrañas, Secretaría de Cultura del Gobierno de Hidalgo, Pachuca, 2022, 52 pp.

El pueblo etrusco practicaba la aruspicina con que se adivinaban e interpretaban los hechos examinando las entrañas de un animal. En el libro Bitácora de mis entrañas (Premio Estatal de Poesía Efrén Rebolledo 2021), la poeta Claudia Sandoval (Estado de México, 1993) se vuelve una arúspice de sus propias entrañas y las lee y escribe como mapas de, y preguntas sobre, los asuntos de su propio cuerpo y de su propia vida.
Entre las dudas de adentro y los miedos de afuera, el registro de esta trayectoria facilita a Sandoval la navegación en territorios desconocidos que va descifrando en su escritura. La autora construye un nido sin ayuda de aves y ramas, y sin nadie que lo habite; entra y sale de sí misma como se entra y sale del vientre o de la muerte. Las palabras toman la forma de un rincón oscuro, de una casa abandonada, de una cueva o de un refugio a ciegas.
Se distingue un lenguaje cuidado, ceñido en líneas tensas como tendederos donde cuelgan vestidos, ropa ensangrentada, cuerpos vivos y muertos con grietas por donde entra una luz velada que sugiere restañarlas con polvo de oro. Su poesía es catabática por subterránea; está hecha con las vísceras de una emoción contenida, apretada, que observa y reflexiona hasta lo profundo.
Una poesía, sin embargo, no confesional. Ahí radica el trabajo y el oficio de su escritura, que no se regodea en su dolor o en su canto. Sabe callar y decir a tiempo. Hay contundencia en versos como:
Hay otro cuerpo dentro de mí
y le tengo temor reverencial a su existencia.
Versos que se quedan resonando en la memoria:
Mi vientre es una casa japonesa al atardecer.
¿Qué hay detrás de la luz velada? ¿Para qué se escribe, para qué revelarse? Se usan el lenguaje, el cuerpo, las vísceras, la emoción que se piensa en cada verso. “Siempre nos asusta lo que más se nos parece”: finales contundentes en poemas ceñidos por elocuentes espacios.
Bitácora de mis entrañas conduce a esas relaciones entre un contenido y un continente que se invierten, y de las que habla Gaston Bachelard en su Poética del espacio. Cuerpo habitado, casa, caja, continentes, uñas que sirven para escribir mensajes en la piel adentro del vientre: “salir de mi vientre a zarpazos”. Acaso en este verso se revele la poesía de Sandoval.
Hay muchas resonancias en su poética, la cual nos hace pensar en Deméter y Perséfone, en su persecución y su dolor, en ese intercambio de roles que a veces hay en sentirse madre y, en otras, hija. Sobre dicho intercambio la poeta estadounidense Sharon Olds, también con una escritura y un lenguaje crudos, escribe sobre las relaciones con su madre y su padre. Sin ir más lejos las dos poetas, Sharon y Claudia, tienen como referencia a Saturno en sus poemas. (Saturno, el dios griego que devoró a sus hijos y que quita la vida en vez de darla.) Olds dice en sus versos:
y él se lo arrancó de cuajo, mordió y chupó en la herida
igual que se chupan las articulaciones de una langosta. Tomó
la cabeza de mi hermano en los labios
y la arrancó como una cereza de su tallo.
Y Sandoval escribe:
Vi a Saturno devorar a su hijo,
la sangre que rezumaba de la carne rota y los huesos
caía a mis pies.
Cuando miré al suelo,
vi mi reflejo bermellón.
Era mi boca la que arrancaba la cabeza de mi hijo.
Parecería la continuación del poema de Olds pero, además, es un desdoblamiento donde Sandoval también es Saturno.
Este libro se escribe desde la intemperie como si ésta fuera un adentro. “Los hilos que cargaba el rocío hacia el cuerpo de la araña se quedaban solos estirándose al infinito.”
Ahí está la poesía, en los hilos de una araña que no está. Ahí está la poética de la autora: rodeada de mujeres, de borregos cimarrones y peces fuera del agua que se retuercen en las páginas, pero el cuerpo concibe en soledad un lenguaje en el que se gestan las dudas, el miedo y una lengua que desacraliza al cuerpo.
Aquí es inevitable que no vengan las imágenes duras y hondas de María Auxiliadora Álvarez, quien, en su libro Cuerpo, habla de la integridad y la fidelidad al cuerpo mismo en sus humores terrenales, en su violencia de sangre, en su carne, en sus nacimientos y pérdidas y, también, en su política. Dice la poeta venezolana: “Pasean por allí sus conocimientos el doctor, el cardenal o el teniente coronel, con consejos y advertencias. Es entonces cuando el cuerpo femenino es también un cuerpo político”.
de lo que se rompió,
de lo que está muerto
de mi propio cadáver.
Así cierra el libro, y pienso que esos testigos somos sus lectores.
Hay mucha fuerza y valentía en su escritura; no hay otra manera de enfrentarse a esa forma tan insumisa que constituye la poesía. Bitácora de mis entrañas es un volumen sin adornos. No hay piedad sino crudeza en sus imágenes. La autora misma está adentro de su vientre, observando el mundo; tal vez ella sea su propia hija no nacida.
Qué sería del cuerpo, de la hierba buena y mala, sin la posibilidad del lenguaje. La lectura de este libro puede volvernos, como dice su autora: “piedra lustrosa por el azote del mar”. Lo que Bitácora de mis entrañas alumbra es el lenguaje, esa vela que quema las manos con gotas de cera caliente.
Autor
Guadalupe Galván
/ Ciudad de México, 1973. Poeta. Autora de Niebla del día (2003), La casa azul (2005, Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2004), Sólo la música (2012), Lumbre (2018) y Pan de ceniza (2019). Con el compositor Brian Allen escribió el poemario bilingüe Vals (2012) y, junto con él, colaboró con poemas, haikús y dibujos para Tal vez soy yo la sílaba (2021), un proyecto que incluye cine y música.