Un desconocido intenta entrar a nuestro cuarto
un desconocido ha interrumpido el sueño de nuestra pieza
su cabeza flota en la ventana
su cuerpo invisible cuelga del balcón.
Al amanecer la luz susurra en los rincones
la luz a punto de trizarse abandona las cosas
la boca hueca del miedo en lugar de los maitines.
Un desconocido suspira en lengua extranjera
jadea al hablar y declara:
que la ciudad arde que el río se desborda la tierra tiembla
que los zapatos gastados que la lluvia cansa que los ojos mudan
Un desconocido sueña
es carnaval y las calles son su casa
nuestros hijos le pertenecen
es suya nuestra cama.
Un desconocido ha entrado a nuestro cuarto
no nos quiere levantados
ni desnudos
o vaciando las alforjas
no le interesan las llaves o las joyas.
Un desconocido al amanecer
nos sacude de un mal sueño
se yergue
mira fijo
ruega
llórenme.
De hábitos crepusculares y nocturnos
el cangrejo de río no hace del todo honor a su nombre.
Se oculta en intrincadas cavernas bajo tierra
complejas galerías en donde pierde la memoria
mientras teje raíces a tientas
cultiva a ciegas flores imaginarias
entre las cuales divisar alguna vez una estrella.
Allí riega un jardín improbable
cava convencido su centro
y deja colgando un hilillo porfiado de espuma
con el que hallar el camino de regreso.
De este modo, ignorante de su error
se sumerge en el fondo de las cosas
mientras cree estar trepando un árbol
a punto de tocar el cielo de las ideas.
De hábitos crepusculares y nocturnos
el cangrejo de río no reconoce un río cuando está frente a él
no puede recordar la arena quien nunca conoció el mar.
¿Qué es una noche, después de todo? parece preguntarse.
Alguien responde:
la noche es la eternidad a gotas
la carroña apilada a la vera del camino
el vendaval que sopla sobre la huerta
la tormenta que obstruye los cauces de agua.
De hábitos nocturnos
en ese paraíso inverso que es su hogar
el cangrejo de río no conoce el río
pero ha encontrado demasiado cerca de él su hábitat ideal:
donde el mundo se escala al revés
donde todo es un vacío por tallar.
Entramos a un silencio de nieve
un bosque donde algo o alguien respiraba
una ciudad antigua y deshabitada
una prueba de la existencia de Dios.
Los espejos dos lagunas
allí se miran
los desaparecidos
los congelados
los detenidos
en la altura
en el tiempo
en un gesto
las manos alzadas al cielo en plegaria
o pregunta
Entramos a oscuras y a ciegas
sin velas ni linternas
para qué
algo o alguien las apagaría al primer descuido
algo o alguien que piensa en medio del silencio
las soplaría
donde el pensamiento son apenas sombras
donde las ideas son una brisa venida del bosque vecino
recados del más allá
allí donde a veces hay tormenta
allí donde ninguna luz persiste
y entonces
rodeadas por el silencio de Dios
que calla cuando estamos más cerca suyo
casi lo entrevimos
a la luz de la luna y entre unos árboles inmensos.
Al amanecer
como venidas de un compás anterior
las olas del lago se levantan de la nada.
Tal vez anuncian toda la agitación del día
o quizás son
solo efectos
breves
cataclismos
submarinos.
Las olas o el viento:
la estampa de la edad
que hemos perdido
cada verano
en la vigilia
a orillas del lago
durmiendo como exploradores
en una cueva del tiempo
dibujando el momento
para contarlo más tarde
al fuego
a ciegas
mientras zurcimos un calcetín
entumidos y ensimismados.
Las olas
no cabe duda
son producto de esta imagen:
la juventud
lo mismo:
el viento insistente
impide dibujar
unas palabras torpes
levanta las hojas
mi cuaderno
el ruedo de mi vestido
el polvo del suelo
por la mañana
suenan los tachos de café
vibra una bolsa plástica colgada
la cuerda de un instrumento
agita elegante la cumbre de unos álamos
vuelca con violencia una copa
y la quiebra
a mediodía una barcaza nombrada como la tragedia
toca su sirena para vaciar el muelle
de niños
de intrusos
de viejas con provisiones
de jóvenes oscuramente hermosos
que se lanzan de cabeza a un fondo transparente
un calado que parte en dos la luz meridional
y obedientes a la señal
el lugar se vacía
allí:
donde se reparten el ocio y el tiempo
en zambullidas
en lances
en peces
en algas
en páginas
en cartas
finalmente
la tarde se dibuja de sombras
la silueta de unos perros
o niños
juegan a morderse el cuello
ensayos
o escarceos de la muerte
mordiéndonos los tobillos
tentativas
devaneos
como pequeñas olas
ampolladas
se levantan
en la vigilia
al amanecer
y de la nada.
Autor
Antonia Torres Agüero
/ Valdivia, Chile, 1975. Escritora, periodista, Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea (UACh) y Dra. en Filología Románica por la Heinrich-Heine-Universität de Düsseldorf. Es autora del estudio Las trampas de la nación. La nación como problema en la poesía chilena de postdictadura (2013) y de los libros de poesía Las estaciones aéreas (1999), Orillas de tránsito (2003), Inventario de equipaje (2006) y Umzug (2012), así como de la antología Las secretas costumbres (2020). En 2018 obtuvo la Beca de Escritura del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes del Gobierno de Chile.