8 marzo, 2021

La mujer contestataria. Un cierto rostro de la mujer pastún en la poesía popular de la lengua pastún

de Sayd B. Majrouh | Ensayos, Traducciones

Primera parte de dos. Presentación, selección y traducción de César Alvarado. Revisión de la traducción y asesoría editorial de Camilo Rodríguez.

 
“La femme contestataire” fue publicado por el Dr. Sayd B. Majrouh en la revista Pasto Quarterly, durante el otoño de 1977. En este artículo se presentan los cantos que, bajo el nombre de landays, improvisan las mujeres de la etnia pastún en Afganistán y Pakistán. Dichas formas poéticas de tradición oral son composiciones de intensidad y violencia insospechadas para su brevedad (dos versos). No obstante, en ellas encontramos un grito de libertad y rebeldía, a través del cual las mujeres subyugadas por los códigos patriarcales y tribales encuentran una alternativa a la dominación de la cual son objeto.

—César Alvarado

 
La lengua pastún1 posee dos tipos de literaturas sustancialmente distintas: la literatura escrita y la literatura oral. Los autores de literatura oral son generalmente personas desprovistas de educación formal, que no saben leer ni escribir. Este hecho los pone al abrigo de influencias exteriores directas y los limita únicamente a los recursos de su inspiración personal. Sin tener un modelo que imitar, ni una autoridad literaria y poética que respetar, están obligados a crear por sí solos. Tal necesidad de creación ha engendrado una obra poética de gran valor, que puede ser considerada como la expresión auténtica del alma de un pueblo en su espontaneidad y originalidad.

Pero lo que en esta poesía popular llama particularmente la atención es la presencia de la mujer —y no solo como objeto del canto compuesto por el hombre, sino también como autora y sujeto de ese mismo canto, como creadora original—. Hay una forma de esta poesía en la cual ella siempre está presente y que se ha nombrado landay. Este poema conocido como landay —que literalmente quiere decir “corto”— es, en efecto, el poema más breve posible: en verso libre, compuesto en dos partes, la primera de nueve sílabas y la segunda de trece. Formalmente no tiene rima, pero por dentro es sólidamente rítmico, y se canta de distinta forma según la región. Además es empleado en las conversaciones como cita, o como un dicho que apoya una idea o sentimiento. Estos poemas anónimos, sin autor, parecen ser el objeto de una creación permanente porque, se dice, todas las tardes, cuando las chicas del pueblo van a la fuente o al río para sacar agua, o cuando bailan y cantan durante fiestas o bodas, crean nuevos; y cada vez que los jóvenes del pueblo se reúnen en las tardes para cantar y tocar música, componen otros.

De acuerdo con su forma gramatical y su contenido, se puede adivinar como el autor anónimo de los landays a una mujer o a un hombre. Pero teniendo en cuenta la situación de la mujer, privada de manera sistemática y general de toda instrucción literaria y religiosa, los landays compuestos por ella están desprovistos de todo término erudito y de toda expresión religiosa árabe o darí. Por la simplicidad de su expresión, por la pureza del lenguaje sin artificio alguno, son precisamente esos landays los que nos parecen los más auténticos, los más directos, sinceros y naturales: simples, bellos y frágiles como las flores salvajes de las llanuras y las montañas de ese país.

Sin embargo, no se debe confiar en la forma gramatical femenina porque, en la poesía popular, a menudo los hombres se dan el placer de cantar en lugar de las mujeres. No obstante, hay landays donde los sentimientos y las ideas expresadas no pueden provenir más que de una mujer, ya que es lógica y psicológicamente imposible para un hombre en general, y para un hombre pastún en particular, expresarse de esta manera. Está, por ejemplo, el landay que sacude e incluso humilla al hombre en su masculinidad2 y dignidad.

En efecto, entre la población pastún, con una estructura fuertemente tribal y de clan, la condición de la mujer es particularmente dura, pues se trata de una comunidad de guerreros compuesta por hombres, hecha para hombres, y en la cual solo los machos adultos pueden pertenecer a la tribu y sus subclanes por pleno derecho. Dicha sociedad está totalmente gobernada por los valores masculinos, cuyo código de honor es la base. Asimismo, es una comunidad musulmana, pero la sociedad tribal pastún no adopta del Islam más que aquello que se armoniza con sus propias costumbres, lo que viene al apoyo de su modo de vida.

Y en esta sociedad tribal, masculinizada al extremo, devota y fanática a su manera, la mujer sufre una doble opresión: física y moral.

Físicamente ella tiene la carga de los trabajos domésticos más agotadores. Además del apoyo que proporciona al hombre durante los trabajos estacionales, ella tiene su trabajo regular, permanente, sin reposo ni vacaciones. Al menos dos veces por día, en la mañana y en la tarde, va por el suplicio del agua a la fuente o al río, recorriendo a veces distancias considerables y transportando sobre su cabeza o bajo el brazo cántaros muy pesados. Ella se hace cargo de los niños que son siempre numerosos, de la cocina que toma mucho tiempo, del ganado (ordeñar, alimentar, apacentar); muele los granos o los lleva al molino, prepara la harina, cuece el pan; urde la lana, cose la ropa; pone a secar el fertilizante animal y lo lleva al campo, etc. Pero esta mujer admirable, modelo de coraje y perseverancia, no se queja de su trabajo de esclava. Pocos son los landays en los que hace alusión a sus “dedos de terciopelo”, con los cuales recoge las espigas de trigo, o bien al cántaro tan pesado que carga sobre la cabeza y le causa dolores en la espalda.

Lo que parece hacerla sufrir más es la parte moral de su sometimiento. Ella se siente reprimida en el fondo de su naturaleza humana como mujer. Se siente considerada un ser inferior, despreciada. El marido ni siquiera se digna a comer con ella. Desde su nacimiento es recibida por la tristeza y la vergüenza de la familia —vergüenza que recae también sobre la madre que engendra una niña—. El padre que se entera del nacimiento de una hija está como de luto, avergonzado, mientras que en el nacimiento de un niño ofrece una fiesta y tira balazos al aire. Ella se vuelve objeto de intercambio entre las familias de los clanes sin jamás ser consultada. Es ofrecida en matrimonio desde su nacimiento y a veces incluso antes, por lo cual vive toda su vida en un estado de inferioridad, de subordinación y humillación.

¿Cuál puede ser entonces su reacción ante tal estado de cosas? Aparentemente, la completa sumisión. Ella cumple su trabajo como un reloj. Acepta y soporta los valores masculinos que la vuelven un objeto más entre otros.

Pero si miramos un poco más de cerca resulta que esta situación no es más que apariencia. En el fondo de su ser es una mujer contestataria. Ella protesta. Y su protesta toma dos formas: el suicidio y el canto.

El código de honor tribal considera el suicidio como una cobardía, mientras que el Islam lo prohíbe. Cuando la mujer pastún llega a cometer suicidio lo hace de dos formas y jamás de otra manera: o bien toma veneno (óxido de zinc), o bien salta al río y se ahoga. Siempre hay pistolas en la casa, pero jamás se da un tiro en el corazón; siempre hay cuerdas sólidas a la mano, pero no se cuelga nunca. Con su suicidio, la mujer pastún protesta al mismo tiempo contra la doble prohibición, tribal y religiosa, y contra su condición social. Incluso en su rechazo a ciertas maneras de suicidio creo ver un desafío a la masculinidad. Ella no usa el fusil, que es del hombre; tampoco la cuerda, porque es un objeto manejado sobre todo por un varón fuerte para amarrar al ganado, atar los fardos que lleva en la espalda y jalar objetos pesados que sobrepasan la fuerza femenina.

Pasemos ahora al canto. Estudiemos primero el amor, luego el honor y finalmente la muerte.

 
I) El amor

El amor de la mujer es tabú: está prohibido por el código de honor de la vida pastún —prohibición aumentada por el sentimiento religioso—. Los jóvenes no tienen el derecho de relacionarse, de amarse, de elegirse. El amor es una falta grave castigada con la muerte: los culpables son masacrados sin piedad. La matanza de los enamorados, o de uno de ellos —que es siempre y sin excepción la mujer—, provoca los procesos de vendetta entre los clanes, los cuales se perpetúan de generación en generación.

Las jóvenes son objeto de intercambio, pues es la política tribal de las relaciones entre clanes la que decide su matrimonio y no los sentimientos personales de los jóvenes involucrados. Es por eso que, en los landays, el canto perpetuo es el de la separación. O bien el amante ha dejado el pueblo para ganarse la vida en otra parte; o bien está en el pueblo, pero las prohibiciones sociales no les permiten unirse. El padre y los hermanos están ahí, guardianes severos e incorruptibles del orden. En casa del marido, ella sufre todavía más gravemente con dos tipos de matrimonios desafortunados: su marido es un niño o un viejo. Y es ese marido al que ella nombra constantemente como “el pequeño horrible”. No hay un solo landay que exprese amor por el marido o sentimientos de ternura y fidelidad hacia él. El amor y la fidelidad están reservados para el amante.

Ella habla de esos dos matrimonios desafortunados de la siguiente forma:

El destino me ha dado por compañero de vida
a un niño que crío,
pero Dios mío, cuando él sea alto y fuerte
yo seré vieja y débil.3

Ahora, el otro extremo:

Gentes crueles, ven que un viejo me arrastra
a su lecho y me preguntan por qué
vierto lágrimas y me arranco los cabellos.

Incluso la monotonía de la existencia no la ayuda a reconciliarse con la vida conyugal tan mal dividida:

¡Oh, Dios mío! Me envías de nuevo la noche oscura
y de nuevo tiemblo de pies a cabeza
porque debo subir, a pesar mío, en la cama que odio.

¡Oh, Señor! Nuevamente ella está aquí,
tu larga y triste noche,
y de nuevo está él aquí, mi pequeño horrible,
a mi lado. Y duerme…

Y ese pequeño horrible está para servir.4 Escuchemos:

¡Mi amor! Salta a mi cama y no temas nada.
Si se rompe, el pequeño horrible está ahí para repararla.

Cuando vienes a nuestra casa, oh amado,
el pequeño horrible se enoja.
No vengas más. A partir de ahora te extenderé mi boca
entre los marcos de la puerta.

En ese medio social donde las palabras de amor y sexualidad están consideradas una suma de tabús, ella se expresa con un realismo contestatario: habla del amor y de la sexualidad abiertamente, con sinceridad y sin rodeos. Es un ser de carne y hueso que está orgulloso de ello y que le canta a su cuerpo, al amor carnal, a la fruta prohibida.

¡Yo amo! ¡Yo amo! No lo escondo. No lo niego.
Incluso si me arrancan los lunares
con afilados cuchillos.

La nostalgia de una noche de amor:

Anoche estaba cerca de mi amante.
¡Qué noche de amor que no volverá jamás!
Yo con todas mis joyas, como un cascabel,
tañía en sus brazos hasta el fin de la noche.

Es provocativa:

Mañana serán satisfechos los hambrientos de mi amor,
porque quiero cruzar el pueblo
con el cabello al viento y la cara descubierta.

Toma la iniciativa de la acción:

Primero, tómame en tus brazos y estrújame,
luego voltea mi rostro y bésame
en cada uno de los lunares.

¡Ven a sentarte cerca de mí, amor!
Si el pudor te impide tocarme,
yo te atraeré a mis brazos

Con el diablo en el cuerpo:

¿No hay un solo loco en este pueblo?
Mi pantalón color de fuego me quema las piernas.

El gran enemigo, el gallo que anuncia la aurora:

Oigo de vez en cuando el canto del gallo maldito.
Mi amor, feliz en mis brazos, no quiere levantarse.

¡Llega el maldito gallo y su triste canto de separación!
Y mi amante se va, como un pájaro herido,
arrastrando sus alas detrás de él.

Ella invita al hombre al amor, pero no lo atrae por su ternura y su dulzura, sino que lo provoca por su sentimiento de honor y dignidad. Pero en su audacia es ella la que más se arriesga, porque el hombre puede defenderse, salvarse, refugiarse en un país lejano, mientras que la mujer no tiene esta posibilidad: ella no puede más que dejarse masacrar. Sin embargo, esta orgullosa contestataria ni siquiera se digna a hacer una pequeña alusión al obvio peligro de muerte que corre.

Ella se contenta solamente con alentar al hombre, el valiente guerrero, a tomar algunos riesgos:

Aquí estoy, cerca de ti, bella,
la boca dispuesta, los brazos abiertos.
Y tú, hombre cobarde,
te dejas mecer por el sueño.

Ven a besarme, no tengas miedo al peligro.
Si te matan, ¡qué importa!
Los hombres mueren siempre
por el amor de una amada.

¿Buscas el calor de mis brazos?
Entonces debes arriesgar tu vida.
¿Le tienes cariño a tu cabeza?
Entonces el polvo será tu destino y no el amor.

Dame tu mano, amor mío. Vayamos
a través de las flores de los campos,
nos amaremos o caeremos bajo los cortes
de afilados cuchillos.


1 Idioma perteneciente a la familia de las lenguas iranias orientales, el cual es hablado por la etnia pastún que habita en el sur y centro de Asia, principalmente en Afganistán y Pakistán. Según algunos estudios desciende del idioma avéstico, que es la lengua irania más antigua de la que se tenga noticia. [N. del T.]

2 A partir de aquí, traduzco deliberadamente “virilité”, “viril” y sus derivados por “masculinidad”, “masculino” y similares, no por falta de fidelidad al texto original, sino para actualizar y politizar algunos términos que se encuentran en medio de un debate social apremiante sobre la condición de la mujer y las masculinidades hegemónicas. Si hiciera una traducción literal estaría optando por términos que ahora resultan un tanto biologicistas, en lugar de aquellos que denotan una fuerte carga social y política (carga que, por lo demás, no está peleada con el cariz de este artículo). Por tales razones, prefiero modular estos conceptos para actualizarlos al contexto actual de debate. [N. del T.]

3 En el original hay una nota al pie de página que indica lo siguiente: “En nuestra presente traducción de landays nos contentamos solamente con devolverles su sentido. Es particularmente difícil traducirlos con su forma poética en dos líneas y en todo su significado. La traducción de arriba, en su forma de landay, pero con un sentido incompleto podría escribirse:

Yo educo a un niño, mi marido, (9s)
Él crece, pero Dios, yo me hago vieja y débil. (13s)”

4 Una traducción literal sería “Y ese pequeño horrible está bien servido”. No obstante, tal expresión sería inconsecuente con los landays subsiguientes, por lo cual deduzco que se trata de un error de transcripción. Me decanto por la versión que presento, ya que sería la más próxima a colmar el sentido, sobre todo del primer landay. [N. del T.]


Sayd B. Majrouh / Kabul, Afganistán, 1928 – Peshawar, Pakistán, 1988. Fue un escritor, poeta, folclorista y político afgano. Doctor en filosofía por la Universidad de Montpellier y decano del Departamento de Literatura en Kabul, Afganistán. Tras la invasión soviética, se exilió en Peshawar (Pakistán), donde fundó el Centro de Información Afgana. Además de su trabajo como folclorista y recopilador de poesía popular de mujeres pastún, publicó Ego-monstruo, una obra monumental en la que, a través de la filosofía, el cuento y la poesía, deplora la tiranía en todas sus formas. Fue asesinado el 11 de febrero de 1988 en Peshawar.


César Alvarado / Ciudad de México, 1990. Estudió la licenciatura de Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es poeta y editor.