marzo 2021 / Traducciones

Las milicias del viento en el arenal del exilio

Traducción y nota de Alexandra Domínguez y Juan Carlos Mestre.

 

Estamos en 1940. Precedido por el renombre del que goza en los círculos literarios a raíz de la ejemplar traducción inglesa de Anábasis, hecha por T. S. Eliot diez años antes, Saint-John Perse establece su residencia en Washington, desde donde mantendrá estrecho contacto con los representantes de Francia Libre, gobierno francés en el exilio y que, fundado por Charles de Gaulle tras la ocupación, tenía su sede en Londres. Alejado de la diplomacia, ya hombre en el extrañamiento, el poeta comienza a escribir su obra Exilio. Son años de aspereza y melancolía, duros años de incertidumbre en los que la clemencia ha desaparecido del panorama dialéctico de la civilización. Esquiva la derrota espiritual y el desastre político, se refugia en la escritura y viaja por el sur del país junto a su amigo Francis Biddle, fiscal general de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y a quien el presidente Harry S. Truman habría de nombrar más tarde principal representante de la nación americana en los juicios de Núremberg, donde ejercería como juez para sentenciar los crímenes contra la humanidad de los nazis. […]

Constituidos sobre los cimientos nucleares de lo etimológico, los textos de Perse no fundamentan sus hallazgos en la fosilización arqueológica, sino que ­—a modo de teselas verbales— reconstruyen el mosaico, orgánico y viviente, de la memoria de la imaginación. El conjunto de su obra bien pudiera considerarse un vasto y único poema que atravesara los estadíos del tiempo para reordenar los fragmentos del gran relato perdido, para sistematizar el fragmentario recuerdo de la veracidad y la fábula, lo eventual y, cuanto ya contingente, es el avatar y la conciencia del ser contemporáneo. Las extensas locuciones gramaticales que discurren en paralelo con los largos recorridos del poeta andariego, la amplitud versal que se acomoda a las prolongadas rutas del observador y el caminante, no por lo anchuroso de la prosa ni la dilatada extensión versicular, sino en la intransferible exactitud de una poesía que desborda los límites genéricos y se adelanta con su otredad de conocimiento al horizonte previsto de las significaciones, hacen de la obra de Perse un paradigma, exento de arquetipo, entre las más reveladoras y exigentes poéticas de su tiempo.

No exenta de dificultad, a semejanza de su deambular entre los escollos y el sábulo de la geografía física, cada uno de sus libros traza el mapa de una travesía, tan propia como colectiva, por la sustantividad de su época; tiempos de conjetura ideológica y plenarios augurios de conflicto, la larvada crisis de valores éticos que presagia en Europa la edad del paroxismo político de los autoritarismos. Esa será también la cronología paralela a su escritura, la época convulsa del periodo de entreguerras, el surgimiento del nazismo y la criminalidad doctrinaria que aboca al segundo conflicto mundial.

Vísperas de la tragedia, días anteriores a los años del desarraigo, Exilio, que dedicará a su amigo y huésped en los Estados Unidos, el poeta Archibald MacLeish —para quien un poema “no debería significar, sino ser”—, ahondará la brecha del que, ahora forzosamente alejado de su casa, ha de reconducir su electiva índole de caminante por la impositiva y aciaga condición del desterrado. Ha de ser ante esa inmensidad de lo añorante, en los vastos territorios espirituales del exilio, donde adquiera toda su dimensión moral la conciencia humanista del poeta enfrentado a las penalidades colectivas y al asolamiento de su estado de ánimo; una densificación de la palabra que opera como catarsis de la experiencia vital contra el estragamiento y la definitiva perdida de un mundo ya en ruinas. Solo la lavación de las lluvias, y su simbolismo purificador sobre la insolencia histórica del poder que quebranta el respeto por la condición libre y sagrada de la persona, podrá restituir los párrafos feraces de la dignidad tras el espanto, las hambrunas, la sequía…: cifras de la naturaleza en concordante y dramático presagio con el destino del hombre. […]

*

 
De Exilio

a Archichald McLeish

 
I

     Puertas abiertas a los médanos, puertas abiertas al exilio,
     Las llaves confiadas a las personas del faro, y la estrella supliciada en la rueda sobre la piedra del umbral:
     Anfitrión mío, cédeme tu casa de cristal en las arenas…
     El Estío de yeso aguza sus puntas de lanza en nuestras llagas,
     Elijo un lugar palmario e inexistente semejante al osario de las estaciones
     Y, sobre todos los arenales de este mundo, el espíritu que emana de dios abandona su lecho de amianto.
     Los espasmos del relámpago arroban a los Príncipes de Táurida.

 
II

     A ninguna otra orilla consagrado, a ninguna otra página se confía la incipiente pureza de este canto…
     Otros se aferran en los templos al shofar representado de los altares:
     ¡Mi gloria se halla en los médanos! ¡Mi gloria reside en los arenales!… Y no se trata de errar, oh Peregrino,
     Como de codiciar el área más yerma para unir a las sirtes del exilio un gran poema nacido de la nada, un gran poema de la nada hecho…
     ¡Silbad, oh hondas por el mundo, cantad, oh caracolas sobre las aguas!
     He creado sobre el abismo y la calígine y la bruma de las playas.
     Me acostaré en las cisternas y en las naves vacías,
     En todos los lugares vanos y baldíos donde yace el resabio de la grandeza.
     “… Menores denuedos alentaban a la familia de los Julios; menos alianzas asistían a las grandes castas sacerdotales.
     Hacia donde van las dunas en su canto se dirigen los Príncipes del exilio,
     Hacia donde partieron las altas velas desplegadas se van los restos del naufragio más ligeros que el sueño de un lutier,
     Donde sucedieron grandes hazañas de guerra ya blanquea la quijada del asno,
     Y la mar por doquier hace retumbar su crujido de cráneos sobre las playas,
     Y que todas las demás cosas del mundo le sean banales, es lo que una noche, en el extremo del mundo, nos relataron
     Las milicias del viento en el arenal del exilio…”.
     ¡Sabiduría de la espuma, oh pestilencias del espíritu en la crepitación de la sal y la leche de cal viva!
     Una ciencia me destina a las sevicias del alma… ¡El viento nos relata sus piraterías, el viento nos narra sus menosprecios!
     Como el Jinete, brida en mano, en el comienzo del desierto,
     Yo vislumbro ante la enorme cuenca la reciedumbre de señales más venturosas.
     Y la mañana nos trae su dedo de augur entre las sagradas escrituras.
     ¡No es de ayer el exilio!, ¡el destierro no pertenece al pasado! “Oh vestigios, oh premisas”,
     Dice el Extranjero entre las arenas, “¡todo en el mundo es novedoso para mí…!”. Y el origen de su canto no le resulta menos desconocido.

 
III

     “… Siempre hubo este clamor, siempre existió este esplendor,
      Y como una hazaña militar en acción por el mundo, como un censo de pueblos en éxodo, como una fundación de imperios mediante tumulto pretoriano, ¡ah! como una tumescencia de labios en el nacimiento de los grandes Libros,
     Esta sorda grandiosidad por el mundo que de pronto se acrecienta como una embriaguez.

     … Siempre hubo este clamor, siempre existió esta grandeza,
     Este algo errante por el mundo, este elevado trance por el orbe, y sobre todas las playas de la Tierra, por un mismo aliento proferida, la misma ola articulando
     Una sola y larga frase sin cesura por siempre ininteligible…

     … Siempre hubo este clamor, siempre existió esta furia,
     Y ese alto oleaje en el culmen del arrebato, siempre, en la cima del deseo, la misma gaviota en su ala, la misma gaviota en su espacio, sumando a su aleteo las estanzas del exilio, y sobre todas las playas de este mundo, del mismo aliento proferida, la misma queja inmensurable dando alcance, en los médanos, a mi espíritu de númida…”.

     Te conozco, ¡oh monstruo! Henos aquí de nuevo uno frente al otro. Reanudamos nuestro prolongado debate justo donde lo dejamos.
     Y puedes esgrimir tus argumentos como belfos en el agua: no te concederé tregua ni descanso.

     Sobre innúmeras playas frecuentadas fueron mis pasos al amanecer borrados; sobre demasiados lechos abandonados fue mi alma entregada al cáncer del silencio.
     ¿Qué esperas aún de mí, oh aliento original? ¿Y tú, qué piensas todavía sonsacar de mi animado labio,
     Oh errante ímpetu en mi umbral, oh Mendicante por nuestros caminos y sobre las huellas del Pródigo?
     El viento nos relata su vejez, el viento nos narra su juventud… ¡Honra, oh Príncipe, a tu exilio!
     Y de pronto todo es para mí presencia y firmeza de ánimo, donde aún sahúma el tema de la nada.

     “… Más alto, cada noche, este mudo clamor en mi umbral, más alta, cada noche, esta insurrección de siglos bajo el carey,
     Y, sobre todas las playas de este mundo, ¡un yambo aún más indómito al que mantener con mi ser!…
     Tanta altivez no debilitará la abrupta ribera de tu umbral, ¡oh Empuñador de espadas en la aurora,
     Oh Artífice de águilas en su azimut, y Criador de las más amargas hijas bajo la pluma de hierro!
     Todo lo aún pendiente de nacer se horroriza al oriente de la Tierra, ¡todo cuerpo en ciernes se alboroza con las primeras ascuas del día!
     Y he aquí que se alza un enorme rumor por el mundo, como una insurrección del espíritu…
     No callarás, ¡clamor!, hasta que no haya despojado sobre los médanos todo vasallaje humano. (¿Quién sabe aún el lugar de mi nacimiento?)”.

 
IV

     Foránea fue la noche en la que tantos alientos se extraviaron en la encrucijada de los aposentos…
     ¿Y quién antes del amanecer vaga por los confines del mundo con ese clamoreo para mí? ¿Qué mujer repudiada se fue con el silbo del ala a visitar otros umbrales, qué mujer malquerida,
     A la hora en que las constelaciones lábiles que cambian de vocablo para los hombres del exilio declinan en las arenas en busca de un lugar puro?
     Por todas partes errabunda estuvo su nombre de cortesana entre los sacerdotes, en las grutas verdes de las Sibilas, y la mañana sobre nuestro umbral supo borrar las huellas de pies descalzos, entre sagradas escrituras…
     Sirvientas, servíais, y vanas, extendéis vuestros frescos tendales para dar cumplido a una palabra pura.
     Con los lamentos de los alcaravanes se alejó quejumbrosa el alba, se fue la ninfa de las lluvias en busca de la palabra pura,
     Y en las más ancestrales riberas fue invocado mi nombre… Emanaba el espíritu de dios entre las cenizas del incesto.

     Y cuando entre las arenas se fue secando la desvaída sustancia de ese día,
     Hermosos fragmentos de historias a la deriva, sobre paletas de hélices, en el cielo colmado de equivocaciones y de erráticas premisas, dieron la vuelta para deleite del escoliasta.
     ¿Y quién entonces el que allí se elevó alígero? ¿Y quién el que, esa noche, a mi pesar se adueñó de nuevo en mis labios de extranjero del disfrute de este canto?
     Vierte, oh Escriba, sobre la tablilla de las arenas, al revés de tu estilo la impronta de cera de la palabra inútil.

     Las aguas de la mar, las aguas de alta mar en nuestras tablas lavarán los mas bellos cifrados del año.
     Y es la hora, oh Mendicante, que en el lado oculto de los grandes espejos de piedra exhibidos en las cavernas
     El oficiante calzado de fieltro y en seda cruda enguantado borra, con gran ayuda de los mangotes, el afloramiento de los ilícitos presagios de la noche.

     Así se encamina toda carne al cilicio de la sal, el fruto ceniciento de nuestras vigilias, la rosa enana de vuestras arenas, y la esposa noctívaga despedida antes de la aurora…
     ¡Ah! todo lo ilusorio bajo la zaranda de la memoria, ¡ah! todo lo irrazonable en los pífanos del exilio: el natural nautilo de las aguas abiertas, el inocente motivo de nuestros sueños,
     Y los poemas de la noche repudiados al amanecer, el ala fósil atrapada en las magnas vísperas de ámbar amarillo…
     ¡Ah! que quemen, ¡ah! que arda, en el confín de los médanos, todo ese resto de pluma, de uña, de cabellos con tinte y de telas impuras,
     Y los poemas nacidos ayer, ¡ah! los poemas que surgen un anochecer en la bifurcación del relámpago son como la ceniza en la leche de las mujeres, ínfima traza…
     Y de cuanta alada tarea no hacéis uso, al conformarme un puro lenguaje sin cometido,
     He aquí que yo todavía mantengo el propósito de un gran poema deleble…

 
V

     “… Como aquel que se desnuda al ver la mar, como quien se levanta para honrar la primera brisa del terral (y ahora su frente se enaltece bajo el casco),
     Las manos más vacías que cuando nací y la boca más libre, el oído en esos corales donde reposa el lamento de otra edad,
     Heme aquí restituido a mi ribera natal… No hay más historia que la del alma, ni mayor riqueza que la del espíritu.
     Con el aquenio, el anofeles, por los rastrojos y los médanos, entre lo más frágil, junto a lo más fútil, lo simple, algo que se encuentra ahí, el mero hecho de estar allí, en el trascurrir del día…
     En los esqueletos de los pequeños pájaros se va la infancia de este día, con el atuendo isleño, y más ligera que la niñez en sus hueros huesos de gaviota, de golondrina de mar, la brisa hechiza la inocencia de las aguas con un manto de escamas para las ínsulas…
     ¡Oh arenas, oh resinas! ¡el élitro púrpura del destino bajo la atenta mirada del ojo! y sobre el arenal exento de violencia, el exilio y la pureza de sus llaves, la jornada atravesada por un hueso verde como un pez de las islas…
     ¡Canta mediodía, oh tristeza!… y la maravilla se anuncia con este grito: ¡oh maravilla!, y no basta con reír bajo las lágrimas…
     Pero ¿qué es eso, ¡oh!, qué es, en todas las cosas, lo que de repente echamos en falta?…”.

     Lo sé. Lo he visto. ¡Nadie lo admite! — Y ya la jornada se espesa como leche.
     El hastío busca su sombra en los reinos de Arsacia; y la errabunda tristeza arrastra por el mundo su sabor a euforbio, el espacio donde viven las rapaces cae en una extraña desheredación…

     ¡Agrada al sabio avizorar el origen de los cismas!… El cielo es un Sahel por donde avanza la gran caravana de camellos en busca de la sal gema.
     Más de un siglo se vela con los fracasos de la historia.
     Y el sol entierra sus bellos sestercios en las sirtes, cuando ascienden los nublos donde maduran los veredictos de la tormenta.
     ¡Oh presidios bajo el agua verde! que una ínclita hierba bajo los mares nos hable otra vez del exilio… y el Poeta se siente ofendido
     Por esas grandes hojas calcáreas, a flor de abismo, sobre los zócalos marinos: blonda de la máscara de la muerte…

 
 
* Tomado de Saint-John Perse, Obra poética [1904-1974], edición bilingüe, traducción del francés de Alexandra Dominguez y Juan Carlos Mestre, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2021, 896 págs.


Autores

Saint-John Perse

/ Pointe-à-Pitre, Guadalupe, 1887 – Hyères, Francia, 1975. Poeta francés galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1960. Desde 1914 se desempeña como diplomático en España, Alemania, Reino Unido y China. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno pronazi de Vichy le retira la nacionalidad francesa y Perse se exilia en Estados Unidos, para volver a Francia al terminar la guerra. Es autor de libros fundamentales del siglo XX como Elogios (1911), Anábasis (1924), Exilio (1944) y Pájaros (1963).

Françoise Roy

/ Quebec, Canadá, 1959. Poeta, narradora y traductora radicada en Guadalajara, México, desde 1992. Cursó la licenciatura en Geografía en la Universidad de Maryland, Estados Unidos. En 1997, el Instituto Nacional de Bellas Artes le otorgó el Premio Nacional de Traducción Literaria en Poesía por su traducción al español de El libro de la hospitalidad, del poeta francés de origen egipcio Edmond Jabès. Ha traducido decenas de libros, particularmente de poesía, tanto del francés como del inglés. Ha obtenido diversos premios, como el Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal en 2007 con el libro Todo lo que está aquí, está en otra parte.

marzo 2021