Ángel Guinda. Cada vez que pronuncio este nombre, suena su voz en mi cerebro y una frase en particular: “te voy a contar una anécdota”. La última palabra, en su acento aragonés, sonaba a mi oído extranjero como anéddota y ahora, luego de doce años de ese primer encuentro y uno último en el hospital que no llegó a tener lugar, ese nombre, esa presencia, me queda como una anécdota con su significado originario: algo inédito, que me sigue estremeciendo por su totalidad vital, por ser Ángel un poeta en toda su existencia, en todo su ser, estar y tener.
Desde nuestro primerísimo encuentro en la Soria primaveral del año 2010, hasta su último mensaje telefónico desde el hospital, a Ángel nunca le faltó esa asombrosa vitalidad que también fuera la de su poesía. El 23 de abril de 2012, delante de la Basílica del Pilar en Zaragoza y entre amigos muy cercanos, entre sus hermanísimos —Ángel utilizaba siempre los superlativos para intensificar cualquier palabra que aplicaba a sus seres queridos, a quienes incluso mandaba abracísimos en los mensajes—, lo empezamos a llamar Angĕlus Fructus Minimus. Nos llegó el aire del latín por el asombro que provocaba la basílica, y porque no teníamos a nadie más respetado que él entre nosotros para honrar aquella lengua. Como no sabíamos el nombre latino para la guinda, le pusimos fructus minimus, añadiendo dos palabras más: Poeta Maximus. Desde entonces, Ángel se convirtió en nuestro Fructus.
Pasamos varios días juntos hasta que me hospedó en su casa, y así lo hizo a lo largo de diferentes viajes. Pasé horas en su coche viajando por mi triángulo de amor en España (y que, hasta cierto punto, fue el suyo también): Madrid-Soria-Zaragoza, compartiendo anéddotas y hablando de poesía, de los suyos, o escuchando música italiana. Ángel tenía la curiosidad de un niño, me preguntaba cosas sobre la India y nuestro mundo poético. Fue él quien me llevó a la trilogía amorosa de Pedro Salinas, a la poesía de Leopoldo María Panero y de Lêdo Ivo. Todos los que disfrutábamos de su majestuosa presencia conocíamos muy bien la intensidad de su cariño y de su amistad, gracias a los cuales visitó la India ¡solo para verme en mi hábitat natural! Porque yo soy de Bengala como el tigre. Me dijo varias veces que solía verme por las calles de su barrio en Madrid, Lavapiés, porque en ellas vivían muchas personas de Bangladesh y de mi país. Rodábamos (nunca mejor dicho, pues nuestro vino favorito era el blanco de Rueda) por las calles del centro de Madrid con otros hermanísimos. Ángel me contagió su amor por el Atlético de Madrid, su querido Aléti, y guardo cuidadosamente la bufanda de ese club en su temporada histórica del ’95 al ’96, que me regaló como muestra de mi bautizo atletiquitista. Desde esas noches de veladas poéticas en el piso de Trinidad, en la calle Juan Pablo Bonet, hasta la pérdida de rumbo al salir de la autopista y la llegada a un pueblo abandonado en la provincia de Teruel (pues no le apetecía usar el GPS), estar con Ángel implicaba una fiesta de poesía, donde lo mismo participaban su admirado Antonio Machado (a quien leyó el último día en el hospital) que un poeta joven que acababa de conocer.
Dado que no quiso pertenecer a la cultura oficial, casi todos los libros de Ángel fueron publicados por la pequeña editorial Olifante, fundada por Trinidad Ruiz Marcellán, amiga suya de toda la vida; aun así, se llenaban las salas donde leía poemas. Fue un joven indomable de los años setenta que entendió el valor de la resistencia y comprendió, al mismo tiempo, que los dogmas no sirven. Ahora, Olifante ya no es un sello tan pequeño pero conserva el espíritu de buscar nuevas voces que no pertenezcan a la cultura hegemónica, y la presencia de Ángel ha ido creciendo como un árbol corpulento que da sombra a tales voces en días de intenso calor. Fue un guía poético para muchos, el iniciador del género en la vida de varios de sus alumnos de aquellos institutos donde él impartía clases de lengua y literatura.
En los primeros Apuntes hacia una poética, escribió: “El arte ayuda a sobrevivir”. “El creador debe desubicarse, ser desinstalado.” Más tarde añadió: “Ser un poeta puro que sigue escribiendo poesía impura”, porque para él hay que “Escribir como se vive”. Ese es el valor que defendió siempre: la utilidad de la poesía. “No es misión de un poeta lírico transformar el mundo sino poetizarlo.” En aquel manifiesto de 1978 escribió: “En el ámbito de la libertad, la poesía es el aire y el viento es el poema.” Para Ángel vivir era estar en poesía. Hacia 2010 ya era una voz consagrada de la poesía española que, sin embargo, nunca se había presentado a concurso alguno; tampoco había recibido ningún premio y, a pesar de todo ello, sus poemarios asombrosamente se vendían. El libro de Ángel que circulaba en aquel entonces era Claro interior, publicado por primera vez en 2008 y que llegó a la tercera reimpresión en 2010, junto con otro poemario, Poemas para los demás. Pero él, que siempre había creído en la vida de las palabras, que odiaba estar paralizado en un lugar, abandonó esa tendencia que le dio popularidad y escribió el libro probablemente más vital de su trayectoria: Espectral, un poema extenso en prosa, sin narración alguna, que rompía con todo lo publicado anteriormente. El lenguaje, el imaginario, su relación con la muerte… Todo se mostró de una nueva manera, algo que habría recibido el nombre de visión. Sea, pero como aprendiz de la poesía, lo que Ángel nos dio fue el deseo y el vigor de deshacer el lenguaje creado a lo largo de su carrera. Tal vez ésa fue la razón que lo guiaba para no reeditar los libros agotados, pues solía decir que el próximo iba a ser mejor. Y en efecto: siempre nos traía algo nuevo. Para todos aquellos que creen que su poesía de juventud es la mejor, la obra de Ángel resulta un caso tan curioso como incitante. Cada poemario ofrecía más estímulos que el anterior, y así ocurrió durante toda su vida. Por ejemplo, rompió con toda su producción previa en Catedral de la noche, una de las pocas celebraciones de la vejez en la poesía contemporánea de nuestra lengua.
El amor y la muerte son los dos ejes fundamentales de la obra de Ángel, y el pilar que edifica su lenguaje es la imaginación. Un investigador de su obra descubrió ciertos detalles autobiográficos. Un botón de muestra: Ángel afirmaba que la escultura llamada Pareja paseando bajo un paraguas, en el Paseo de la Constitución de Zaragoza, le había dado la idea clara de ser poeta, y ello ocurrió cuando estudiaba Medicina por presión familiar. Aquel investigador descubrió que la estatua aún no existía en la época aludida. Ángel, según saben sus amiguísimos, preveía. Durante la última estancia en el hospital, según lo atestiguó Trinidad Ruiz, Ángel terminó un último poemario y, al hacerlo, le dijo a su amiga que había citado un verso de ella en un poema. Sin acudir al manuscrito lo citó: “amar es acercarse”. Trinidad protestó diciendo que no ese verso no era suyo, ni podía ser de Ángel, porque no era su registro. Al volver a casa, Ruiz empezó a buscar aquel verso y lo descubrió en un cuaderno de borradores donde aparecía tachado, y resultaba imposible que Ángel lo viera visto. Dos días después falleció Guinda. Un ateo y un ciudadano del mundo onírico había dejado, así, un último testimonio.
En un texto autobiográfico, escrito con motivo de la entrega del Premio de las Letras Aragonesas en 2010, y recopilado en Escribir como se vive, libro lanzado por aquella misma celebración, Ángel explica las tormentas de su vida. El hijo de la madre que falleció en pleno parto llevaba, según él, la muerte dentro de sí y esa circunstancia lo volvió tan vital. La vida de Ángel Guinda es la auténtica muestra de una montaña rusa que lo obligó a cambiar constantemente y a adaptarse a una nueva poética cada vez más intensa, un continuo acto de sobrevivencia, como afirmó en sus manifiestos. Fue un investigador y amante de los poetas malditos, y al principio también él, bebedor y fumador empedernido, lo fue. Pero cambió su vida, su poética: escribir como se vive.
La ciudad de Zaragoza lleva una glorieta con su nombre en el barrio Actur; está ubicada entre las calles Picasso y María Zambrano. Actur es el barrio donde cada calle lleva nombres de poetas. Hoy alberga a su hijo pródigo.
—Subhro Bandopadhyay
Noida, Región de la Capital Nacional de la India
8 de marzo de 2022
Hacia una poética
No siempre la claridad viene del cielo.
Escucha solo tu música cuando cantes,
por oscura que sea y espinosa.
Que la luz te ensordezca,
que no te ciegue el ruido.
Y tu obra
sea más que tu vida,
porque te contramuera.
Vidas
Hay quien hace de su vida una frontera.
Otros la comparten como aire, luz,
o la levantan sobre un campo de minas.
Quien la deja al azar,
y el que a control severo la somete.
Algunos imitan la vida de sus héroes.
Y hay quienes la embalsaman en un búnker de oro.
Todas las vidas trabajan para la muerte.
En respuesta a una joven
Con el paso de los años la paleta de Goya se vuelve más oscura.
Con el paso de los años uno comienza a arrojar lastre: pierde altura,
oído, pelo, memoria, ímpetu y hasta las ganas de salir de viaje.
Con el paso de los años te haces menos suspicaz a todos y a casi todo,
nada te escandaliza, no esperas ningún milagro y sospechas que tú también morirás.
Con el paso de los años tienes cada vez menos sueño, más manías,
más decepciones y miedos.
Con el paso de los años todo se deteriora: el mundo se viene abajo.
Mas no te preocupes, esto solo sucede con el paso de los años.
Morir
Morir es no volver a estar
a la misma hora,
en los mismos lugares,
con las mismas personas.
No aparecer, cada mañana,
como esa gran luz nueva
disuelta entre las cosas;
dejar interrumpidos los trabajos,
los viajes en punto muerto.
Ajenos a los mares y a los astros.
Morir es estar quietos, sordos,
ciegos, mudos, desaparecidos,
desconectados de todos y de todo,
de nosotros también;
no regresar a casa nunca más.
No emitir ya señales, recibirlas tampoco.
Morir es no volver.
Desierto
Camino
sobre antorchas
de silencio.
Oigo sombras:
son los pasos del sol.
No
Soy un claro interior, el porvenir
de una puerta que siempre está atrancada,
la trampa de vivir y ver morir.
Contra la destrucción de la conciencia
bramo, reviento, clavo en Dios los codos.
Soy un zarpazo roto de paciencia.
Una luz que, arañando los escombros,
borra la niebla y sigue hacia adelante.
Un hombre con la sombra hasta los hombros.
Como hambre y bebo sed con todos
los condenados a escarbar la nada.
Esto no es un poema, es un desplante.
Profundamente grito un no rotundo.
Yo no quiero vivir en este mundo.
Cajas
Lo diría una indígena y tendría razón.
“Ustedes tienen la vida organizada en cajas.
Nacen y les depositan en una cajita,
su casa es una caja, y las habitaciones
son cajas más pequeñas.
Suben a la casa en una caja,
bajan a la calle en una caja.
Viajan en una caja.
Duermen y hacen el amor sobre una caja.
A través de una caja ven el mundo.
Cambian de casa: lo meten todo en cajas.
Los Bancos y las Cajas hacen caja.
Y cuando mueren les introducen también en una caja.”
Todo está hecho para que encajemos.
Nos encajan la vida.
Algunos no encajamos, y nos desencajamos.
Zozobra
Tengo miedo de mi voz
Xavier Villaurrutia
Los trazos de la vida me dan miedo.
Me da miedo la sombra de la sangre,
la Cruz de los destrozos, mi cerebro,
el cielo, el mar, la estrella, el infinito.
Me dan miedo las dosis de alquitrán
que estrangulan el aire que respiro,
las voces que oigo al fondo de mis ojos.
Me da miedo el tremendo sobresalto
que me despierta cada madrugada.
Me da miedo la altura, el precipicio,
La atrocidad del grito y del silencio.
Me da miedo el temblor de mi memoria,
lo que me atrae, lo que me repele,
el dolor, la alegría. Me da miedo
estar acompañado y estar solo.
Me da miedo que el tiempo se me trague.
El miedo tiene miedo de mi miedo,
porque yo soy el miedo y me hago miedo.
Me doy miedo de verme tan afuera
sin saber bien qué llevo yo aquí dentro.
Coartada
Te ciego para que me veas.
Te miro para no estar ciego.
Te vivo para que no mueras.
Me muero para no matar.
Espectral
¿Qué bobina de fuego flota en el horizonte? Ser círculo es ser un universo ¡versos míos, girad!
¿Eres tú, oscuridad, la llama que me llama? ¡Apagada en la sombra hay otra sombra!
Ajedrez de las nociones recónditas. ¿Dónde estoy? La calle que me llama bulle densa, translúcida, ojival. ¡Piso este suelo estupefaciente y floto! Polen, cóndor, olor, respiración. ¡Todo se mueve cuando yo estoy quieto! ¡Todo está quieto cuando yo me muevo! ¡Tanto desequilibrio me equilibra! La fragua de la nieve que es tu piel, las frenadas del viento de la ausencia. ¡Los astros no preguntan qué son ni lo que soy! Soy el radar que detecta lo que no dice el trueno, la desaparición de Lisboa cuando tú apareciste. Eres la sed de afán de lo que alumbra, transmigración de lo posible, lo oculto de las palpitaciones, ¡luz quebrada del escalofrío!
De niño yo veía en Zaragoza rinocerontes con cabeza de hombre, hombres con cabeza de pistola, hombres con cabeza de falo, hombres con cabeza de copón, hombres con cabeza de mardano, con cabeza de buey, de jíbaro; hombres cabezones, cabezudos, hombres con la cabeza en los pies. Ovejas con cabeza de mujer, mujeres con cabeza de cuna, mujeres con cabeza de cierva, mujeres con cabeza de fogón, mujeres con cabeza de basílica, con cabeza de virgen, de holocausto; mujeres con cabeza de piedad, mujeres con la cabeza entre las manos. Manadas de mujeres y de hombres con cabeza sin ojos, boca, orejas, nariz. Hombres y mujeres sin cabeza. Y cabezas rodando por las calles.
El idioma de la piedra es la dureza. La lejanía nos atrae. Esperar es un río que desemboca en ti. ¿Soy el centro de todos los extremos, el éxtasis frutal de las esferas? soy el disparo del o exacerbado en la de flagelación de arco iris. ¡Los mundos saben que mi mundo es otro!
¡De voces está llena mi cabeza! Voces de aparecidos, voces nuevas, del destino, desconocidas o proféticas, voces del centro de la tierra, voces inquietantes, amordazadas, metálicas, de vidrio, voces de gas, de cloroformo; huecas voces de catacumbas, de robots, de hilo, de desmembramientos. ¡Mi cabeza es un gong, un campanario, un redoble de voces! Oigo voces que se aglomeran, atropellan, quebrantan mi quietud, se tambalean. Voces de sed, de piedra, de madera, voces del infinito, sepultadas, voces de tiempo, del abismo; voces de oscuridad, de terremotos, volcánicas, de alarma. Mi cabeza es un observatorio de voces embrujadas, solas, voces de apartamentos y palacios, de zulos, de chabolas, de tabernas, de desaparecidos, de extenuación, de guerra, de socorro, de náufragos que claman a las nubes. Veo las voces de las pesadillas. Toco voces de oxígeno, secretas, emigrantes, voces que sangran, voces esqueléticas, voces de flores, rocas, animales, voces sin tumba, voces exiliadas. Pero siempre oigo voces, voces, voces. ¡De todas esas voces está hecha mi voz!
¿Qué jauría de nubes cachea los sótanos del cielo? ¿Qué restallar de rayos dispersa el motín de los truenos? Pasean por el aire las sombras de mis padres en busca de una sombra con mi nombre
He visto caer los medianiles entre el aquí y el allá, entre el ahora y el antes, entre el antes y el después. Todo se quedará en su sitio cuando me vaya. ¿Todo en nada de mí? ¡Mi nada en todo!
Ya la noche se ha tapado la cara con las nubes para no iluminar, no ver, no oler, no decir nada. Para que yo, en sus brazos, me abandone al silencio y al reposo infinito.
El coartado
Yo soy el coartado entre el mundo y la muerte.
Me tambaleo sobre el puente de los ecos.
Oscura es la sombra, pero es muy clara la palabra sombra.
(En una de estas líneas aparece y desaparece el rayo.)
La tempestad se refugia en mi interior.
Hoy me acuesto en el techo, vigilo la cama. Si mi muerto se mueve le dispararé al hígado con la botella.
Tiemblan cadalsos en mi cabeza.
¡Destruiré el mundo y asesinaré a la muerte!
¿Cómo salir de aquí?
Buscaré una «Entrada de emergencia» que desgarre el atolondramiento y alcance la lejanía.
Hasta embocarme ira de sangre que chorrea sangre, ¡o romperme la sangre chorreando bocas!
Los muertos
Llegan lejos las manos de la ausencia
hasta alcanzar el mundo de los muertos:
los muertos que nos viven,
los muertos que nos matan,
los muertos que vendrán a visitarnos,
los muertos que están vivos,
los muertos que nos llaman,
los muertos que se vuelven a morir,
los muertos que en la muerte nos esperan.
Un hombre feliz
Fue feliz compartiendo
los cantos y las risas,
la pobreza, el dolor.
Retozando en la escarcha,
comiendo y bien bebiendo.
Alegre a pleno sol,
solo en el descampado
o entre la muchedumbre.
Fue feliz de estar vivo
y afrontar las desgracias
ajenas como propias,
sereno o agitado;
liviano haciendo el muerto
sobre la piel del mar.
Fue feliz desterrado
de la realidad.
Feliz bajo la noche
coronada de lámparas,
en batallas de amor
que hacen temblar las sábanas.
Fue feliz derribando
murallones de lágrimas,
hablando con los astros,
escuchando a la muerte.
No descarta
ser feliz bajo tierra
mientras sigue la vida.
Tiempo contado
Como cuenta el insomne una a una
caer las gotas de un grifo mal cerrado.
Igual que, con los dedos de una mano,
cuenta el niño los años que ha cumplido.
Así, porque me queda poco tiempo,
quiero contar el tiempo que me queda.
Orfebrería
No puedo tallar el aire.
No puedo tallar el agua.
No puedo tallar la luz.
Haré una perla con el silencio.
El muerto que llevo vivo pronto saldrá de mí.
Cómo saldría el bosque encerrado en un árbol.
Nunca lo más grande debe estar dentro de lo más pequeño.
Lo que llega llega para pasar.
Siempre la luz camina a la ceguera.
* La anterior muestra fue seleccionada por Subhro Bandopadhyay con el permiso de Trinidad Ruiz Marcellán, directora de la editorial Olifante, en exclusiva para el PdeP.
Autores
Ángel Guinda
Zaragoza, España, 1948 - Madrid, España, 2022. Poeta. Fue galardonado con el Premio de las Letras Aragonesas en 2010. Entre sus numerosas colecciones de poesía destacan Vida Ávida (1981), Biografía de la muerte (2001), Toda la luz del mundo (2002), Espectral (2011), Caja de lava (2012), (Rigor vitae) (2013) y Catedral de la noche (2015). Como traductor, trasladó al castellano la poesía de Cecco Angiolieri, Antonio Sagredo, Teixeira de Pascoaes, Àlex Susanna, Florbela Espanca, José Manuel Capêlo, Ana Cristina Cesar y Augusto dos Anjos. Asimismo redactó cuatro manifiestos de poesía, Poesía y subversión (1978), Poesía útil (1994), El mundo del poeta. El poeta en el mundo (2007) y Poesía violenta (2012).
Subhro Bandopadhyay
/ Calcuta, India, 1978. Estudió biología y, después, español. Fue diplomado por el Instituto Cervantes. Recibió la I Beca Internacional Antonio Machado (2008) en Soria y el Premio Nacional de Escritores Jóvenes de la India (Sahitya Akademi Yuva Puraskar, 2013). Ha publicado hasta la fecha cinco libros de poemas en bengalí, y cuatro de ellos han sido traducidos a nuestra lengua y publicados en España. Ha asistido a diferentes festivales literarios como el Festival Internacional de Poesía (Medellín, Colombia), Expoesía (Soria, España), Jaipur Literature Festival (India) y a la FIL (Guadalajara, México). Participó en el proyecto Poetry Connection India-Wales, organizado por Literature Across Frontiers y el British Council en 2017. Actualmente reside en Nueva Delhi, donde es profesor del Instituto Cervantes.