A la distancia (no) todo es distinto: Poemas para fomentar el turismo, de Mara Pastor

Siempre y cuando el trayecto lo permita, viajar leyendo se reafirma como un binomio recurrente: el texto en las manos y el paisaje en movimiento; se relee lo escrito sobre el viaje en los mensajes enviados y en las fotos que se suben a las redes sociales. Algo de ello termina en algún texto publicado que, diez años después, se reedita. Hay una doble vida en de la experiencia del viaje: mientras nosotros nos encontramos en otro lugar y tiempo, lo escrito recupera lo ocurrido.

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El metalurgista

Conocer a un metalurgista/
en una página de citas/
no me salva de la crisis energética,/
aunque haya aparecido /
como rayo de minerales metálicos/
por aleaciones sin privatizar./
Control de calidad sus besos.

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Sin alguien que observara la partida

Un condenado más que ha sido condenado/
a estar, a no llegar jamás. Tal vez es un teórico/
de olas a quien nadie pregunta, y nadie necesita./
Podrás pensar que un barco, que jamás /
ha zarpado, que nunca sintió el agua, /
no es un barco. Si desapareciera,/
nadie le extrañaría como barco de verdad.

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Los vanos mausoleos

Estuve tanto tiempo/
detrás de las ventanas/
oyendo cada sábado/
cómo gritan los cerdos /
a medio degollar,/
adivinando viento sobre asesinos./
La noche arropaba/
aquellas nubes sin fruto y misterio.

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Esta carencia exacta

Sin una cortesía demasiado exagerada
siempre optamos
al final
por el plan de la gente
anticipamos la llegada de los trenes
nos montamos en un camino lúgubre
y a la vez sonreímos hacia aquella intuida compañía
que nunca nos revela si verdaderamente es una boca diciendo palabras
o la personalidad alimentando a la memoria

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Lo que era tener ciertas edades

antes me aterraba el
encontrarme solo en el
mundo—
sin la más remota fracción
de compañeros/as silentes.
yo quería que mi vida
fuera como una película
interminable,
donde nunca encontraría
un asiento vacío a mi lado.

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Sin la bendición del agua

Mi padre coloca su pie sobre mi espinilla. Ha aceptado el hecho que ya no se puede amarrar los zapatos. A meses de cumplir cincuenta, amenaza con cambiar a velcro, su panza una cúpula a la edificación de su cuerpo, encubriendo la vastedad de los años.

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Yo sé los nombres extraños

temblé una vez en la cama,/ el día en la ventana,/ cuando la bárbara vela/ quemó su piel amada./ gocé una vez, en la calle,/ al ver mis versos volar,/ pues supe que no hay quien calle/ la voz que puede migrar.

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Cosa extraña que piensa

Allá en el Sur
los árboles de la magnolia
explotaban en extraña fruta

morada era la pulpa
y sangrienta.

Ella las vio
y luego tuvo que escaparse
de la visión.

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