desplazamiento
¿cómo se deshabita el quiebre
de esta estructura de hormigón, piel o vacío?
tuerzo mis muñecas
a ver si de la chispa
sale alguna respuesta
estiro mis brazos
esperando a que algo se rompa
me acuesto a dormir ensangrentada
nunca encontré la puerta de salida
—pensé que conocía este espacio—
veré con qué pedazo de cuerpo
llenaré la maleta.
la prisa
siempre llego tarde.
siempre llego tarde al reloj,
al beso consentido, al semáforo
y a los cambios de estaciones.
llego tarde a la prisa
que se me enreda entre mis pasos
y se atrasa por mi culpa.
llego tarde a mi caminar nervioso por las aceras
que busca no ser interrumpido
por algún acercamiento indeseado
o por un punto final.
siempre llego tarde
pero, por el momento, siempre he llegado
a cerrar la puerta, a suspirar nerviosa,
aliviada
y con el deseo de siempre llegar a salvo,
a todos
y a mí.
cómo cambian las rutas y el cuerpo cuando no los transito
pensar que la costumbre se escapó sin avisar,
sin echarme de menos.
la nostalgia se esconde
junto al cabello que acomodo detrás de mi oreja.
espero que este cuerpo
nunca se sienta extranjero en las calles que transitó.
las manos
además de ser caricia también son brújula.
las manos casi siempre salvan.
hormigas salvándome
un gato
se adueña de mis manos
cuando hago el intento de abrir la puerta.
sigilosamente
se derrite entre las rejas
y termina sobre la mesa estático,
antipático
y hambriento.
yo lo observo
sentada y triste
mientras algunas hormigas mordisquean mi brazo.
no me muevo,
el gato tampoco.
las hormigas han llegado a mi boca
amargas, asustadas
y lluviosas.
Estos y otros poemas fueron compilados por Timo Berger y reunidos en la antología Voces periféricas (Equidistancias, London y Buenos Aires, 2023). El prólogo a esta selección puede leerse aquí.
Israel Encina
Autorretrato a los treinta años
Así están las cosas —me dije.
Un día amaneces sin plan.
El sol te da en la cara y no es por ello que despiertas
con la mirada clavada contra el techo,
sino por la tripa que estira tus vísceras tratando
de tragar tu lengua o tus dientes.
El horizonte ha abierto su ojo gigante sobre ti,
el silencio de su mirada es blanco.
Algunas de tus ilusiones hechas polvo se cuelan
como remolinos que barren las calles donde
transitan sudamericanos como accesorios exóticos.
Sobas el espinazo del animal y le dejas creer que crees
que le gusta,
ambos se convencen que no habrá ataque y juegan a la
pasividad con un ligero gusto a domesticación,
ambos han observado el horizonte cuando éste cierra su
ojo y los engulle en un sueño azul y tibio
o quizás el horizonte sólo haya cerrado la boca
y los haya engullido para exhibir sus dientes brillantes.
De cualquier forma, eres un sudamericano perdido en una
vegetación que se asemeja a alfileres ensartados en un
valle de cojines dispuestos en perfecto orden.
Eres joven y eres sudamericano en un paladar ajeno
cuya lengua es seca.
Cuelgas de la comisura babeante donde se origina
el punto que moldea la catástrofe.
No hay submarinos en el mar del horror.
Eres un buzo en la pesadilla de una generación que cree
que sólo existe belleza en la pelea,
o quizás seas un paracaidista rompiendo
las reglas de tu propio sueño.
Cada uno de nuestros pares apostó sus años en un juego
cuyas reglas desconocían.
Tu país es un jardín fértil,
primero se quemaron libros,
luego hombres.
Aunque ya no se distingue la persecución de la compañía,
sabes que tu lengua es aguja zurciendo las cosas rotas.
No dejes que las palabras se pudran en tu boca.
Si puedes, levanta y espanta las gallinas
que han cagado huevos bajo tu cama,
no sea que su prole se alimente de las gotas de tu fiebre.
Has desaparecido con los trotadores sudamericanos,
fiestas ajenas se ofrecieron como bocas húmedas
que penetramos turgentes de alcohol y risas,
que iluminamos como medusas flotando en el humo del cigarro.
Encontramos a veces la Cruz del Sur en los cielos del norte,
inalcanzable,
crucificando la noche o nuestro destino sudamericano,
de todas formas,
nos supimos clavados contra los cielos del sur.
Desilusiónate –dijo uno de los trotadores.
Sonia Solarte
La fiebre
En el desierto de mis lunas entierro los capullos
y el primer aliento de una pasión sin ojos
incinero los huesos de mis sueños
esparzo su polvo en el mar cotidiano
proscribo de sus altares
las voces incendiarias de mi tribu
el grito que nunca proferí
y resurjo de las cenizas
con otro resplandor en la mirada
Ahogada en las profundidades de mis ríos
inmersa en el trajinado devenir de sus prismáticas corrientes
me extravío en las esquinas de mi conversación interior
dialogo con la interlocutora de mis fugas
que me despierta a cualquier hora
solicitando audiencia para sus desvaríos
comprensión para sus desafueros
pañuelitos para las congojas
abrazos para aplacar su sed de amor
Paso la página de los vértigos
desenpalidezco las máscaras
y cancelo la licencia para olvidar
del barro de cuál derrumbe provienen
entre los celajes de mi historia
seduzco a tientas a los incautos del placer
reconozco sus desiertos
me entrego a ellos desnuda
en lechos de lumbres apagadas
les clavo en sus pechos mis preguntas
mientras inyecto en su sangre lentamente
como si no pasara nada
la fiebre de mi deseo de vivir
Luis Miguel Varela
Apartamento persona sola
I
Como un paisaje
te mueves en el nuevo apartamento
persona sola.
El hijo único regresa
a tu eterna mudanza
para cuidarte.
En la ducha, el agua cae en tu nuca
como la calma en los mataderos.
La herida no se puede mojar. Por eso
cubre tu barriga con papel film
y piensa en el útero que te extirparon
como otro hogar irrecuperable.
Cada mañana, el ritual de cambiar
el papel film, envolver el estómago
como una larva y esperar, durante la tarde,
el origen de un nuevo animal, mientras
en la basura brilla, como una placenta,
la materia sagrada
de la vida.
II
Hay algo
sentado en la mesa
junto a ella
— que hace de madre—.
Como los ríos
anuncian las piedras,
parece revelarse
ese algo:
en las flores artificiales
en las frutas de madera
color verde, morado y amarillo
— que hacen de aguacate, uva y banano—
Pero ella sigue
con sus manos en las rodillas
sin probar
ni una sola cucharada.
Karen Byk
puntas de pie
antes de irme te pregunté:
qué preferís
coger o escribir un buen poema?
nunca entendiste la sensación
de no tener cerca
una estación de servicio
donde comprar puchos.
estoy leyendo el libro que me prestaste,
y sólo me trae problemas.
por ejemplo,
qué hago
con las partes que me gustan?
no quiero dejar marcas en tus cosas
mucho menos olvidarme de algo
que me hizo bien.
ver espaldas
de gente que amamos
cruzando marcos de puertas
una y
otra
vez.
esa era la idea del poema,
me acuerdo porque pensé
que siempre me voy
de tu casa
en puntas de pie
y desearía que eso
te rompiera el corazón
como a la chica del poema
y que estuvieses
enamorado del desamor.
o preguntarte
vos también
mirás mi espalda
mientras me alejo?
Lina Nieves Avilés
Meta-archipiélago
Hay pueblos de mar.
Pueblos repetidos
de lunas mercantes
incesantemente
hartos de lo infinito.
Pueblos de polirritmia,
de naturaleza trans-histórica
y de sincretismo adjudicado
en máquinas tecno-poéticas.
Hay signos atravesados,
desarraigados de un origen
y apropiados en los lugares,
en las códices,
en la catarsis carnavalesca.
De ahí
nacerá el vituperado Calibán,
la orgía paradisiaca
y la hélade impronunciable
en manos de ese Otro.
Carlos F. Grigsby
puedes mirar el pasado
en el cine privado
de tu mente
puedes mirarte a ti mismo
en tercera persona
entrar en la felicidad
de la que tuviste
que salir
el mar
el vuelo perfecto
de los pelícanos pescando
ella entrando en las olas
puedes reproducir
ese momento
en bucle
puedes salir
de él
bruscamente
con el dolly
recreando
el vértigo
del tiempo
y tras un paneo
hacia la derecha
puedes mirar
en avance rápido
un atardecer
en el país
al que ya no volverás
Mara Pastor, Poemas para fomentar el turismo [edición del 10mo. aniversario], Ediciones del Flamboyán, San Juan, 2022, 110 pp.
Dondequiera que vayamos habrá algo que sentir y, por ende, algo que contar una vez de regreso a la normalidad: prueba irrefutable de nuestro rasgo genético en tanto seres narrativos. Un rasgo que debe apuntalarse con algunos pases de ficción. Los detalles no están de más; aportan ese no sé qué extra, esa pizca de sazón secreto. Lo mismo ocurre con algunos productos de la ciencia-ficción, en especial las series, películas y videojuegos desarrollados a partir de Ghost in the Shell (1990), el manga de Masamune Shirow: la memoria, los recuerdos y su veracidad.
Entre los personajes de Shirow aparecen los tachikomas, unidades robóticas y cibernéticas de apoyo, inteligencias artificiales en forma de tanques-araña con blindaje antibalas, capaces de llevar armamento y personal autorizado. Al final de cada misión, cuando recargan baterías o simplemente por mera curiosidad, los tachikomas se interconectan y comparten los datos que han obtenido, nutriendo así su conciencia única a fin de ser más eficientes en sus tareas. Ello no difiere mucho de lo que ocurre a diario entre nosotros, donde un simple ir y venir dentro de la ciudad, en el transporte público, da para horas y hojas de relatos. Más todavía cuando se sale de viaje a otro estado, país o continente. ¿Cuáles serán las historias de los viajes comerciales a la Luna, a Marte u otra galaxia? ¿Con qué suvenires volveremos?
Muchas anécdotas comienzan con un recordatorio (“¿Te acuerdas que te conté…?”) Más que un hechizo de necromancia, dicho recordatorio parece una suerte de apostilla. Hay libros a los que volvemos porque la realidad de donde fueron extraídos está lejos de agotarse, porque en cada visita tienen algo nuevo que mostrar. Después de diez años, Poemas para fomentar el turismo vuelve a editarse y no hay mejor pretexto para hablar sobre lo que Mara Pastor (San Juan, Puerto Rico, 1980) contó en su momento: el indicio de su pertinencia pasada y actual.
Nos contamos el día, el chisme de la semana o los problemas que nos acongojan: los gastos y los gustos. Se narra no sólo para saber lo mismo y pertenecer a la unidad, sino también para buscar soluciones en conjunto a los problemas. Encontramos en la narración una forma de sobrevivir, prevenir, sobrellevar la realidad a través de su ironización. Sobra decir que narrar no se refiere únicamente a la novela o al cuento, sino a todos los formatos y objetivos de la escritura. La poesía, la crónica e incluso esta pequeña reseña buscan entablar un diálogo entre el lector y la obra de Pastor —poeta, editora, profesora universitaria, Premio Luis Alberto Ambroggio 2020— en su debut: Poemas para fomentar el turismo (2011), publicado inicialmente por La Secta de los Perros gracias a una conexión editorial entre Puerto Rico y México, y diez años después, en 2022, gracias a Ediciones del Flamboyán.
En 53 poemas divididos en dos secciones (“¡Jíbaro platanero en la ciudad es un peligro para fomentar el turismo!”, y “Llámame Láctea Ecopoesis”), la autora retoma tres años de viajes por América, África y Europa, y los comprime, igual que el contenido de las maletas antes de viajar. Como avatares cruciales para el viaje, las maletas guardan suvenires de la memoria. Una memoria individual que, conforme es narrada, se vuelve colectiva.
Era verano.
El tope de un volcán
me recordó superficies lunares.
En la cima, un letrero que dice
prohibido predecir
nombres que nos descarnan.
(Pastor, 2022: 56)
Emprendido el trayecto, aflora una de las más constantes disputas: la pertenencia a un lugar. En especial ahora que, de pronto, el paisaje cambia sin previo aviso; lo conocido desaparece y es difícil quitarse la condición de extranjero: estar fuera de, incluso ahí donde pasamos la mayor parte de nuestra vida. Tal sensación pone en tela de juicio qué hemos hecho, dónde hemos estado; nos pone asimismo en alerta, como si cargáramos una diana de objetivo en la espalda o un gafete con nuestro nombre en el pecho, mientras intentamos presentarnos en una lengua recién aprendida.
Es tu cumpleaños
y en El Cairo te dicen
“we like Americans”
y tú me dices
“nunca vengas a Egipto”
porque hay varios
nombres para el asalto.
(Ibid.: p. 14)
Viajar nos hace ser y ver todo nuevo. En el caso de Mara, su sensibilidad se eleva casi premonitoriamente sobre aquello que, para bien o mal, terminó por concretarse años después.
Se vuela sobre y entre la pandemia.
Se aprenden tantos sinónimos para lechón
en estos días.
Los mercaderes pueden
bostezar sin taparse el sueño.
(Extraditar es el purgatorio de los vivos)
Yo he aterrizado tantas veces
Y nunca pensé en traficar conmigo
una crisis mundial.
(Ibid.: 23-24)
El viajero puede hacerse fácilmente de la vista gorda e ignorarlo todo sobre el sitio al que llega. Hay quienes viajan para nutrir su ser virtual (publico ergo existo), pero la mayoría rechaza la oferta de vivir en carne propia la realidad de los otros. Un asunto complejo pues, como bien dice Mara, “Palpo un pasado que me resiste” (Ibid.: 28). Esta vida de vis a vis no parece estar hecha para emitir juicios. ¿Cómo podríamos juzgar lo que pasa en casa ajena sin antes hablar de la nuestra? Viajar, sin embargo, nos vuelve mensajeros de otras experiencias:
Neda
Una joven músico
murió interceptada
por una bala cuando decidió
bajarse del coche en que viajaba
durante una protesta en Irán.
Se llamaba “voz” en persa.
(Ibid.: 23-24)
Desde que Heidegger definió al ser humano como un ser-para-la-muerte, la oportunidad de viajar se presenta como un placebo, un contrapeso al inevitable pensamiento de morir. Quien viaja se permite el consuelo momentáneo de dejar el mundo.
Tengo una abuela que muere
y tampoco me refiero a eso,
pero entro en la ducha
y me imagino el poema fúnebre
que le he escrito desde siempre.
Sé que la belleza muere
y que mientras muere se deshace
como el error de un pájaro que cae.
(Ibid., p. 39)
Por su mismo título, Poemas para fomentar el turismo puede ser visto como un tipo de guía; pero, si bien no gira instrucción alguna o no da recomendaciones puntuales, sí fomenta preguntas sobre los viajes que llevamos a cabo y acumula historias con pequeños detalles cambiados que, a su vez, también caerán en el olvido. Ahora, a diez años del primer viaje a la poesía hecho por Mara Pastor, aquellas posibilidades abren aún más su espectro.
Ya sea en las estaciones de autobús, en los aeropuertos o hasta en el celular, hay un humilde exhibidor de libros para aquellos viajeros bendecidos con la fortuna de no marearse mientras leen. Siempre y cuando el trayecto lo permita, viajar leyendo se reafirma como un binomio recurrente: el texto en las manos y el paisaje en movimiento; se relee lo escrito sobre el viaje en los mensajes enviados y en las fotos que se suben a las redes sociales. Algo de ello termina en algún texto publicado que, diez años después, se reedita. Hay una doble vida en de la experiencia del viaje: mientras nosotros nos encontramos en otro lugar y tiempo, lo escrito recupera lo ocurrido.
Leer es un viaje que da cuerda a la vida, que nos rescata en momentos de quietud y, también, nos frena y salva de tantísimo ajetreo; de ahí que nos acerque tanto la vocación tan propiamente humana de contar y atender lo que sucede al otro. A pesar de las apariencias, no somos islas separadas por el océano sino las que componen un archipiélago que el viento entrelaza. En Poemas para fomentar el turismo, cualquier hecho puede ocurrir en cualquier parte del mundo. Las cosas familiares nunca son tan distintas; para comprobarlo, basta cruzar un par de cuadras y tocar la puerta de algún vecino que nos reciba así, medio en serio y medio en broma: “Qué bueno que volviste. Bienvenido. ¿Cómo estuvo tu viaje?”
El metalurgista
1.
Conocer a un metalurgista
en una página de citas
no me salva de la crisis energética,
aunque haya aparecido
como rayo de minerales metálicos
por aleaciones sin privatizar.
Control de calidad sus besos.
2.
En La Fragua de Vulcano,
Velázquez pinta a Apolo
trayéndole
una noticia inesperada
al dios del fuego.
Venus lo engaña
con ese al que le hace el escudo.
Leí que el sudor
en la ingle de los trabajadores
en esa pintura es tema de estudio.
El metalurgista no conoce a Velázquez
pero sabe de la materia seca
que arde con facilidad
cuando el fuego atraviesa los cuerpos.
3.
En la generatriz
el metalurgista cuida gatos,
cuenta los aguacates de un árbol
y, en la noche,
se los roban
cuando los obreros sueñan
con lanchas a toda velocidad
por los islotes de Salinas.
4.
El metalurgista se va al norte,
a la central de Palo Seco.
Aguacero inadvertido,
sargazo gigante,
chanchullo que no se ve.
Dice adiós, hasta nunca.
Te quiero comer, dice,
pero el paraíso,
como el mantenimiento de las calderas,
requiere de un tiempo
que no transita por el cableado
debajo del Atlántico.
5.
Le regalé un cactus al metalurgista,
algo que pintara de verde
lo que lograba no ser calor
a la hora que cantaba la salamandra.
Cómo puede ser un anfibio lo que croa.
Cómo puede ser un cactus
lo que quede de dos cuerpos.
6.
Hay una capa ferrosa
de hierros indóciles
que no entiendo del todo
como los apagones,
la perfección de la aorta
fijada en la caja torácica
de un metalurgista
o el amor.
7.
Esta vez fue el primer generador,
dice un coro de unionados.
8.
Cuando se va la luz,
pienso que lo hace a propósito
para que lo recuerde.
9.
La sala de control
está muy lejos
del alero de aceros
donde el metalurgista
se autorretrata.
No fueron las algas
ni la mano del celador.
10.
Los poemas tampoco
saben qué hacer con la luz.
A dónde va algo
que no se despide.
Me acostumbro
un rato a la oscuridad.
Tan solo el brillo lejano
de la menguante
penetra la habitación húmeda
en la que alguna vez el metalurgista
mordía tres veces mi espalda
haciendo una línea de dientes
a la altura del trapecio,
de donde saldrían alas
si no fuéramos
estos animales.
* Poema perteneciente al libro Para pintar una casa (La Impresora, 2022).

Cierta libertad
El día en que dejamos y abandonamos las plazas,
moríamos en silencio. Sismógrafos en todo el mundo
mostraban que habían disminuido nuestros pesados pasos.
Se habían hecho pequeñas las reverberaciones de todas
nuestras fiestas. En algunos lugares, corrían las ovejas
por praderas de asfalto, y todas nuestras voces hacían eco
detrás de las ventanas. Moríamos aislados, sin alguien
que observara la partida. Los últimos te quieros llegaban
en pantallas protegidas por escudos de plástico.
Entonces, creció el motín afuera. Se agruparon protestas,
regando por doquier la muerte que llevaban en las manos.
Rogaban por la libertad de morir como antes.
Teórico mi vecindario
En mi calle hay un barco, y cada cierto tiempo,
durante alguna tarde, alguien le enciende el motor.
Entonces balbucea, y luego desafina.
Tenemos que escucharle en esos cantos roncos.
Será, como a los grillos.
Jamás he visto que lo saquen a pasear.
Está siempre varado frente a la misma casa,
en un océano inimaginable, o en una mar chiquita.
Es un barco de tierra que nunca ha visto el mar.
Un condenado más que ha sido condenado
a estar, a no llegar jamás. Tal vez es un teórico
de olas a quien nadie pregunta, y nadie necesita.
Podrás pensar que un barco, que jamás
ha zarpado, que nunca sintió el agua,
no es un barco. Si desapareciera,
nadie le extrañaría como barco de verdad.
—Estás equivocado—
De todas formas, ¿quién se atreve a decirle
a un barco, que siempre ha sido barco,
que no es?
Para ser lo que somos, debemos regresar
Y solo el astronauta
podrá reconocer,
acaso quien sostiene
el vínculo que une
su vida a las demás,
el cupo de la sangre
que aviva sus ideas
la clara geometría
que orienta
su cumbre y precipicios
la forma en que la araña
va hilando sus arrastres
y sus viscosidades
hasta que forma el nido.
Tan solo una astronauta
podrá reconocerlo,
más solo
hasta el instante
en que pierda
su peso y repose
por siempre
sobre el polvo.
La naturaleza es sabia. A veces
Un colibrí bien sabe por qué husmea la flor.
Igual el cangrejito de la arena. En un atardecer
rosado y plata, en que ha escapado el mar
y habrán dejado huellas las cosquillas
de sus dedos mojados en huecos de la tierra,
extiende el Emerita su antena tras la ola, y pica,
también, las flores de espuma, flageladas.
Anota al lente humano, la mano que sostiene,
y queda quietecito. El pequeño crustáceo,
por una eternidad, ya no se mueve.
Entonces nada al revés. Con las patas traseras
escarba con premura y se sumerge
en su cueva de granos. Siempre de frente al mar.
Por si acaso. Si acaso fuera esta la mano
que no tiembla, no habrá desperdiciado
ningún atardecer.
Igual, que soy humana y pienso
que todo se trata de mí.
I
Cuando apuntas al pecho
y dices cosas
como del te quiero,
solo puedo preocuparme.
Han sido largas las guerras,
las ventanas hechas añicos.
Han sido demasiados los cristales
echados a perdición.
Estoy ahora empleado
en la cristalería de un pueblo destruido,
pero más pueden mis manos torpes
que las vagas condecoraciones.
Así,
bajo amenaza
de costumbre y pesadilla,
cargo mis armas,
preparo la retirada
o me pongo de sortija
el seguro de una granada;
me doy a su abrazo.
Tendrás que perdonarme
la cara de peleador abatido,
de soldado incumplido e incumplidor.
Ya me sé todas las trampas.
Vuelvo al trabajo
y al recuerdo,
al tiempo de pólvora,
al grito infinito,
a mis manos temblorosas.
Rompo, por accidente,
un frasco de mercurio.
Ahora puede la herida del mundo
hacerse una con mi herida.
II
Uno despierta un día
y va cayendo.
Avanza por museos de armas,
desciende escaleras,
mira a la mujer de turno
o a la que adora
como para engañarse la vida.
Pero se sigue de galpón en galpón
y de golpe en golpe,
de cardenal en cardenal,
y de canto en canto.
Porque todo es inútil
y respetas la tradición.
Porque te has entregado al extravío
de anunciar tu cara en los mercados
y simplemente saberte obsoleto.
Porque a pesar de que el mundo continúe
en perfeccionamiento de operaciones matemáticas,
estás condenado al cuarto oscuro del revelado,
al residuo de la alegría
y a la maldita melancolía
que traen los recuerdos
de segunda mano.
III
Cuando es lunes por la noche.
Cuando nada queda claro.
Cuando estás en ala de tristeza.
Cuando ya, de pronto, los cansancios.
Cuando ya, de prisa, los afectos.
Cuando vuelves a noción de destrucción.
Cuando vuelves a certezas.
Cuando eres el quejido,
y lo odia.
Cuando eres el miedo,
y lo odia.
Cuando todo es odio.
Cuando sabes que no puedes escribir,
porque así no se escribe.
Cuando sabes que no puedes escribir,
porque así no se puede.
Cuando la pasarela de letras es imposible.
Cuando tu amor no cambia.
Cuando su amor se filtra en embudos.
Cuando malentendidos y problemas.
Cuando dice el viento del temblor de la torre
y la fragilidad de sus columnas.
Cuando entras y sales del cuarto tortuoso
y no encuentras cómo colgar el caparazón.
Cuando ignoras dónde poner la curita,
parar el sangrado.
Cuando el cuerpo llora en alarmas.
Cuando el tiempo es solo
una acumulación de arrugas y guerras…
No hay nada como velar a un muerto,
cumplir con la exigencia,
cansarse de mano arriba y apertura.
No hay nada como pensar mascota
a la lombriz,
cavar la tumba,
sembrarse a fuerza y palabra.
IV
Siempre me quejaré
de que el canon no alcanzó
para el poema del bleacher y las rodillas.
Tenemos, tristemente,
la versión oficial
que no da para mucho.
A estas alturas,
es de lo único que podemos hablar:
que el punto era esperar
y el punto eran nuestras madres
llevando la sangre hasta el marrón
en el lavado de ropas.
Solo recuerdo las bicicletas,
la boina, el rabo de nube,
coger el ascensor
con todas las malas palabras de los edificios.
El tiempo ha sido terrible con nosotros.
El mundo ha sido terrible en su expansión.
Y aunque caen las cosas
como la baba desde los balcones
o los mismos bleachers,
demolimos el pasado
y no llegamos con la flor
hasta los vanos mausoleos.
V
Estuve tanto tiempo
detrás de las ventanas
oyendo cada sábado
cómo gritan los cerdos
a medio degollar,
adivinando viento sobre asesinos.
La noche arropaba
aquellas nubes sin fruto y misterio.
Solo me era permitido
una avalancha de suciedad,
cierta carga sobre el ojo.
No doy fe de la tierra
como no canto los domingos
ni guardo luto por la carne.
VI
¿Cómo aplanar el pecho por parque?
¿Cómo aniñar la uña
sin acortar los velos?
¿Cómo decir desde esta cárcel
algo más que mito?
Habrá que morir
para contar del tesoro a los niños
y mentir sobre el trabajo.
Habrá que morir
por no pensar en pozos del cadáver.
Entonces,
en plena obsesión de la llaga,
la cena se enfriará.
Nosotros olvidaremos las preguntas.
Guardaremos silencio.
El amor a la política
Sin una cortesía demasiado exagerada
siempre optamos
al final
por el plan de la gente
anticipamos la llegada de los trenes
nos montamos en un camino lúgubre
y a la vez sonreímos hacia aquella intuida compañía
que nunca nos revela si verdaderamente es una boca diciendo palabras
o la personalidad alimentando a la memoria
igual caminamos
hasta agotarnos
y nadie reconoce el final del camino
o si hubo camino
o si ya no es costumbre lo que se amontona al borde del camino
o si es que está debajo de estas hojas que tapan el desagüe
pero seguimos chapaleando
nuestros pies jamás se acostumbran
igual la pausa de ese galope mojado
no desdeña el lugar del camino
pensando en que no hay más remedio
o que si hay remedio
está al final.
Curiosidad de los depiladores
En la penumbra conocida de la habitación
se desarrolla algo más que solo el día
En esa indiferencia de la hora en que se despierta el cuerpo,
aún rememorando
En esa imagen del sueño que pervive tiesa
como un movimiento pasivo y acostumbrado
En la entrepierna, como un lente de una cámara
que sigue enfocando sobre un punto indivisible
En alguna parte de la espalda
que se prende y se apaga;
la piel que oscila hasta recordando
En la medida en que el hábito logra separar
la ausencia giratoria y tomada del cuerpo
En un bostezo que sigue quemando y hunde
aquella luz con mucha inconsciencia
En un rostro ajeno que ya no puede ofenderte
de otra forma que no cause placer
No todo es carretera
Me fui con una raqueta de tenis
un pijama de cuadros
y un libro de Laura Wittner
sabiendo bien que lo más trágico de todo
sería el exorcismo de una calle contigo
donde solo hablamos de lo alcanzable
como algunos sueños que incitan a narrarlos
en el pretérito más esperanzador
Me quedo unos minutos mirando el guía de mi auto
comienza a llover en la mixtura de la vida y la película
Lloro y grito extrañamente sin desearlo;
a todas luces atravieso un poema de Fabián Casas
Lo peor será lidiar con cualquier expectativa
de que en algún lugar no habrá un amanecer
y que seguiré desplazándome por un mar que no conozco
Comience o no el accidente de la orilla
Encuentre o no el silencio de vivir
Síntomas
dolores de espalda observando el teléfono
pasando los dedos por las esquinas y las puntas
recorriendo exactamente
la misma conversación interna
quiero decir que sí
que sí a segundos pasos y sí
a que hay que absorber con certeza las mejores cosas
de la vida
es un vicio
lo frívolo y lo defectuoso
y tan bien que uno se siente acompañado
por esta carencia exacta
(lo paralelo sería también correcto
pero dispensable, fácil, aburrido)
¿qué calla a veces?
¿qué escucha a veces?
¿qué sigue llenando la casa de cuadros de tus amigos?
quizá nunca podremos hablar realmente
sobre nosotros
pero podemos estar callados durante una película
lo hemos hecho
Enero: cámaras de un solo paso
hay belleza
hasta en los amantes muertos
vivos en la ausencia de su estrecho corredor
de escenario
hay belleza
en los ricos
retratados siempre en luz humana
las dentaduras agrietadas
no son lo más interesante de su fealdad
es la belleza de su caminata decidida
sus relojes
siempre escasos de tiempo
hay belleza para los padres
que nunca lograron decir la verdad
hay belleza para las madres
siempre nobles siempre jóvenes
su derecho al llanto que te guarda en la voz
hay belleza
hasta en los políticos
farmacéuticos
abogados matemáticos de orden
sus abstracciones sus denuncias de hormigón
persiguen las lunas perfectas
(bajo una de ellas
te desvestiste)
hay belleza
y eso es discutible
el mensaje de Dios es también hermoso
se desplaza en el fuego
quema en el silencio como la calvicie
quema la memoria
añoro estar siempre maquillado
hay belleza
en eso que empolva la ciudad honestamente
bello es el sentido que da
un ojo que solo ve la periferia
Las edades de otros
mi ejemplar de Anagrama de 2666 contiene
una pequeña dedicatoria escrita a bolígrafo:
“To Luis – Rafa.
Remember what it was like to be 30? I don’t.
Lots of love, Rolando.”
yo aún no llego a los treinta, tampoco supongo
hacerlo pronto. digo esto con la esperanza
de que algún día llegaré a pasarlos y
a su vez, dedicar cosas con amor
así como Rolando,
olvidando cómo es que se sentía tener treinta años
y leer y releer 2666,
intercambiando el orden de sus partes,
haciéndome pasar por uno de los críticos o Amalfitano,
da igual.
la meta, en fin, es poder mirar hacia atrás,
pasar los treinta y así
hasta que no me quede de otra
que regalarle libros,
tiempo y confluencia
a quienes tampoco mantengan un recuerdo
preciso de lo que era tener ciertas edades,
por eso de haberlas vivido a plenitud.
We have the facts and we’re voting
cuando era más chico
mi padre y yo
visitábamos el cine con
frecuencia.
manteníamos—
a ciertos grados de disposición,
ciertos rituales que nos “culturizaban”,
para serle honesto al dato,
no recuerdo la trama
de casi ninguna.
lo que sí es que la gran mayoría
de las películas
solían ser violentas
y en ciertos casos
muy largas.
admito que,
a propósito de mirar hacia atrás,
mi parte favorita era la
compañía—
lo cual no concuerda
con mi actualidad.
antes me aterraba el
encontrarme solo en el
mundo—
sin la más remota fracción
de compañeros/as silentes.
yo quería que mi vida
fuera como una película
interminable,
donde nunca encontraría
un asiento vacío a mi lado.
ahora mi vida
se siente como aquel
pequeño tramo de tiempo
en el cual la gente va
y viene, a como dé lugar—
poniendo en práctica
lo requerido para mantenernos
al borde de nuestros asientos,
creyéndonos espectadores
de todo lo que nos ocurre.
This Thing We Barely Speak of
quiero hoy encontrar mi
lugar sacudir los ciclos
envasar aquella música terrible
que me lleva una
vez a la semana
soñar en el mañana
en la forma misma del
orden de lo que
podemos o no predecir
el camino que tomaba
mi madre cuando joven
para cruzar a este
punto de su vida o
todo accidente evitado para
que mi padre pudiera
llegar seguro a su
casa de esto no
hablamos nunca la suavidad
de la puerta al
ejercer su trabajo el
árbol de mangó abandonado
donde abuela solía vivir
un sentarse a detallarlo
mencionar que fue increíble
el coincidir con todo
lo que le urge hacer
algún ruido para declarar
que está aquí muy
cerca de nosotros aunque
casi imperceptible dada la
naturaleza del durazno el
lugar del hambre la
falta de harina en
la lacena una felicidad
enmascarada de nostalgia hoy
revisitada en esta forma
viéndose perfecta ante ojos
que imaginan algo de
qué agarrarse aunque insista
en lo anterior un
salirse de este ciclo
para encontrarse dentro del
lugar que tanto creemos
adornar como un hogar
Shoelaces
My father settles his foot atop my right shin. He’s come to terms with the fact that he can no longer tie his shoes. Months away from fifty, he threatens to switch to velcro, his belly a dome to the edifice of his body, chambering the vastness of years. I pull on the laces, swerve them over and under, around the bend, the kind of maneuvering his back has stiffened to, tree-trunked to the length of a chair, a gypsum wall. Avoiding my eyes, the tender slope of his stomach mountaining away from him, I think about how far the back bends when it has to. When it branches the blows endured countries ago. Bending to pick up the bags and leave México. To pick up the bags and leave the United States. Pick up again and leave Puerto Rico, bowing further in the pleading to return. Folding over for an estranged mother, a dying father, a moth-holed lineage fluttering at his feet. For a bankrupt government, credit scores and citizenship. To pick me up when I needed holding. I see, in his strain to reach the laces, in the whirlpool of his mouth, what all this bending has braved. He sets down his foot, and places the other one in position for this reckoning. I tie his shoe gently, double-knot the strings, so he won’t have to reach down at their undoing.
Agujetas
Mi padre coloca su pie sobre mi espinilla. Ha aceptado el hecho que ya no se puede amarrar los zapatos. A meses de cumplir cincuenta, amenaza con cambiar a velcro, su panza una cúpula a la edificación de su cuerpo, encubriendo la vastedad de los años. Halo las agujetas, las llevo por encima y por debajo, a la vuelta de la esquina, el tipo de maniobra a la cual su espalda se ha endurecido, convertido en tronco de árbol a lo largo de una silla, una pared de yeso. Evadiendo mis ojos, la tierna pendiente de su barriga haciéndose montaña, pienso en cuánto dobla una espalda cuando se ve obligada. Cómo echa ramas por los golpes aguantados hace países atrás. Doblando para recoger las maletas e irse de México. Para recoger las maletas e irse de los Estados Unidos. Recoger nuevamente e irse de Puerto Rico, doblegándose más aún en la súplica para regresar. Plegándose por una madre alejada, un padre moribundo, un linaje con agujeros de polilla revoloteando a sus pies. Por un gobierno en quiebra, puntajes de crédito y la ciudadanía. Para tomarme al hombro cuando necesitaba consuelo. Allí veo, en su esfuerzo por alcanzar las agujetas, en el remolino de su boca, todo lo que su doblar ha desafiado. Él baja su pie, coloca el otro en posición para esta contienda. Ato su zapato dulcemente, hago un doble nudo a los cordones, para que no se deshagan y tenga que volver a agacharse.
Noche de San Juan
I left Puerto Rico
on a Noche de San Juan.
By left I mean howled
out the airplane window
the way sirens and strays
put us to sleep each night.
Tradition dictates, at midnight,
you must fall back into the sea
at least three times to ensure
good fortune all year.
I watched from my window
in Luquillo, bags packed,
as bodies axed through brine,
snapping like tree trunks downriver.
Marveled at the trust
in water. In night and falling
into it. The belief in magic
and some strange providence—
how it might conjure up
an insurrection, expel
existing government, undo
the curse of colonialism.
Plunging one, two, three,
four times into oncoming
waves, a fifth just in case,
hoping that harpooning
yourself into ocean
will change things.
This was how I’d last see the island:
slicing through the deep, looking
to fish out a bottle cap
of endurance, hope.
This was how I’d leave:
knowing things wouldn’t change—
or worse, they would change
without me. Everyone fell
backwards into the lap
of the Atlantic or Caribbean.
I boarded an overnight flight. My back
shuddering, dry, unblessed by water.
Noche de San Juan
Me fui de Puerto Rico
una Noche de San Juan.
Quiero decir, aullé
por la ventana del avión
como las sirenas y los satos
que nos acuestan a dormir
por la noche. La tradición estipula
que a la media noche debes caer
de espaldas en la mar
al menos tres veces
para asegurar la buena fortuna
todo el año. Las maletas empacadas,
observé desde mi ventana
en Luquillo cuerpos caer
como hachas sobre la salmuera,
quebrantando como troncos río abajo.
Maravillada por la fe
en el agua. En la noche
y el caer en ella.
La creencia en la magia
y una extraña providencia—
cómo podría conjurar
una insurrección, expulsar
al gobierno actual,
desaparecer la maldición
del colonialismo.
Cayendo una, dos, tres,
cuatro veces sobre olas venideras,
una quinta por si las dudas,
esperanzadx que lanzarte
como arpón al océano
cambiará las cosas.
Así vería a la isla por última vez:
tajando la profundidad,
buscando pescar una chapita
de aguante, esperanza.
Así le dejaría:
sabiendo que las cosas
no cambiarían —o peor aún,
cambiarían sin mí.
Todxs cayeron de espaldas
en la falda del Atlántico o el Caribe.
Yo abordé un vuelo
de madrugada. Mi espalda
estremecida, seca, sin
la bendición del agua.
versos complejos
para josé martí
yo soy poeta arrancado
de donde crece el mangó.
y antes de morirme quiero
ver a aquel que me cegó.
yo vengo de todas partes,
pero a mi pueblo yo voy.
hambre soy entre las hambres,
el hambre de donde soy.
yo sé los nombres extraños
de hombres que no nos quieren
y que, por mortales años,
espero y no vienen.
llover sobre mi cabeza
siento en la noche clara;
luces en ciudad oscura,
estrellas liberadas.
vi alas nacer en los hombros
de amigos tan hermosos
que ya andan entre nosotros
sin más susto a los odios.
he visto surgir un hombre
de entre balas reunidas,
y he visto morir un hombre
que amó toda la vida.
tan rápido como el miedo,
dos veces vi el alma, dos,
cuando gritamos los fieros,
cuando perdimos la voz.
temblé una vez en la cama,
el día en la ventana,
cuando la bárbara vela
quemó su piel amada.
gocé una vez, en la calle,
al ver mis versos volar,
pues supe que no hay quien calle
la voz que puede migrar.
hoy oigo un ladrar, a través
de rejas y oscuridad,
y no, no son ladridos, es
testigo de la maldad.
si dicen que de mi patio
tome la fruta mejor,
agarro el limón más agrio,
no la que me dio el amor.
he visto el techo herido
volar a azul sereno,
y hombre morirse en el frío,
buscando techo nuevo.
yo sé bien cuando el mundo
se cansa de sí mismo,
porque ya es muy tarde cuando
va a enfrentarse al fascismo.
he puesto mi pecho armado
de furor y tristeza
sobre aquel beso pesado
que baja la cabeza.
en una cáscara dura,
hoy envaino mis penas
porque un pueblo que no llora
recorre por mis venas.
todo es hermoso y violento,
todo se angustia por pan,
y todo, como la tierra,
antes que isla es volcán.
yo sé que el listo se canta
filántropo y artista,
pero deja tras su obra
la pobreza y conquista.
callo, no lo entiendo y me voy
sin hacerme ya el fuerte.
cuelgo mi futuro por hoy
lejos de tanta muerte.
esa que besa mi corazón
we used to say,
that’s my heart right there.
willie perdomo
esa que ves ahí,
esa que besa y
esa que besa ¡ay! y
esa que ves ahí, besa ¡ay!
esa, ¿que si besa? ¡ay!
esa que besa ahí.
toy construyendo
una casa de legos,
un libro de juegos,
una tumba de tetris,
una lata jelou,
un carroe cartón,
una avioneta tintero,
construyendo toy,
un titiriteo,
una malangalanga,
un guidalejojeo,
una punta partía,
un pitipujú,
un ningunasalto,
un plisporfavor.
perlongher y sarduy
se besan en la boya
y yo que quiero tó ¡uy!
me como to los boyas,
con aciete y cebolla,
con medalla y panadol,
salga lluvia o llueva sol.
pero yesta saica
diluvio
mitú
aluvial
tabien
ailuvyall
losé
ailuviu
midos
aludio
¿túwa?
atipuej
¿seiké?
asíma
¿pamí?
paquípa
panín
tampoco
esmás
puejclaro
demás
estamos
mejor
nosvamos
aver
¿enserio?
fulblás
atoas
contó