Los cuartos de maravillas
Cuando el silencio hace arremeter contra los sueños
nace el dolor inevitable de un niño caído
un espanto de intramuros cubiertos de arena.
Creí en esos sueños y dije un remolino que aún
espera a la mañana que no llega,
de este modo, mi serenidad fue vertida como sangre
dentro del cuerpo de dios
y me hice olvidar el amor colateral como quien aguarda
sin descanso a la noche que no llega.
Los cuartos de maravillas están hechos de las promesas
de quienes creen que la cordura es una idea de fuego
derramándose sobre un animal enjaulado
y que su certeza vagabunda que se tuerce
como un avioncito de papel
es la necesidad que deshilvana al mediodía,
sobre el agua de los túneles,
bajo la planta del pie,
en una corriente helada de zarpazos atestados de rabia
que fue hecha solamente para la memoria de los niños
Hadria
I
Recuerdo el incesante vuelo de mosca.
Para una niña, soñar con el vuelo de una mosca
es lo mismo que intentar reconocer a su madre
por las florecitas de los ataúdes.
En los sueños, el aleteo es inagotable
y en todos los lenguajes me dice
que es amenazante el devenir.
Date prisa.
II
A pesar de no haberlo buscado nunca,
encontré el cuerpo de mi padre.
Estaba desmembrado
con el fin de convertirse en las teclas de un piano
que utilicé como escalera.
En el último escalón estaba
la declaración material de todos mis recuerdos.
El vértigo es igual a la agonía, su raíz es la condena.
Debo irme.
Ars naledi
1
Una impresión del mundo,
todo el espacio contenido a través del tiempo
y una oración hace cerrar los ojos.
Nuestra plegaria es común, la conexión de todos los pecados,
el espectro de los golpeados
en su unánime voluntad fantasmal
y el resto de los huesos que todavía están dormidos.
2
La reflexión y el ardor diseminado de mi carga espiritual
enramaron cierta especie de enlace,
un arquetipo de agua movediza
que a su vez es barro,
la materia prima de la que están hechos mis hijos.
3
A estos niños se les negó brotar
su boca de carbono y dejar crecer
su pelo de nitrógeno
y de un bocado, la vacilación
arremetió contra su inmensidad
e hizo insípida su aurora,
amortiguó con retazos de otros hogares, su regreso.
4
Delante de mis posibilidades
un monumento de piedra y palabra,
debajo de mis promesas
el memorioso trabajo de mis años
y mi vacilante resguardo contra el silencio.

Autor
Eleonora Castillo
/ Tegucigalpa, Honduras, 1996. Poeta. Radica en Comayagua. En dos ocasiones ha sido finalista del certamen de poesía Los Confines, organizado por el Festival Internacional de Poesía Los Confines, en Honduras. Es autora de los libros Carroña (2019), Flor sonámbula (2021) y Yo, eterna (2022).