Prefacio y versiones del alemán de Patricia Gola, y versiones del ruso, en conjunto con Mariya Nikíforova
A modo de prefacio
Hace un par de años comencé a traducir a Ósip Mandelshtam (1891-1938), uno de los grandes poetas rusos del siglo XX, nacido en Varsovia en épocas del Imperio Ruso y educado en San Petersburgo, París y Alemania. Lo hice a partir de una selección realizada y vertida al alemán por Paul Celan (1920-1970) en 1959. Hacía cerca de treinta años que había comprado ese librito en una edición de bolsillo, cuando viajé, por primera y única vez, a Alemania, a la ciudad de Bremen, precisamente aquella a la que Celan dirige su entrañable Discurso.
Mi impulso era el de conocer mejor los poemas de un poeta por el que me sentía atraída. Los traduje del alemán porque me di cuenta de que las versiones de Celan eran ciertamente peculiares, poemas con un impulso propio que conservaban la huella de uno y otro como en una especie de palimpsesto. Sentí que la voz de ambos poetas, Mandelstam y Celan, confluía y dialogaba, estableciendo un contrapunto, a través de ese hilo que es la poesía. Oía ciertamente al poeta condenado por escribir versos satíricos en contra de Stalin, pero también resonaba allí la voz tan personal de Celan. Sin duda él había encontrado en Mandelstam una sensibilidad afín y, quizás, aun la premonición de su propio destino.
Prefiero decirlo con las palabras penetrantes de mi padre, Hugo Gola, a propósito de un ejercicio de traducción que él mismo realizó:
No me atuve a la rima, siempre presente en el original ruso, a pesar de que Celan lo hizo en sus versiones alemanas, pero sí atendí al ritmo y a la cadencia de esa poesía. Opté por traducir a Mandelstam en verso libre. Me parecía que respetar la medida y la concordancia sonora al final de cada verso no nos devolvía el poema en español, en toda su complejidad, sino que lo endurecía y convertía en un artificio que, en definitiva, nos alejaba de su poesía.
El resultado fue una selección de dieciséis poemas (¡dieciséis, ay!, como aquellas fatídicas líneas del epigrama que le quitaron a Mandelstam la vida), doce de ellos pertenecientes a La piedra (1913), tres a Tristia (1922) y un último a Poemas (1928). He de decir aquí que el libro de Celan del que partió mi traducción (Ossip Mandestam. Gedichte. Aus dem Russischen übertragen von Paul Celan, Fischer, 1983) es más extenso. Celan incluyó allí cuarenta poemas. Mi trabajo fue menos numeroso pero en adición pensé que valía la pena arriesgar una traducción del original ruso de esos mismos poemas.
Tras haber realizado, entonces, ese ejercicio poético, tuve la suerte de que entrara en mi vida Mariya Nikíforova. Una amistad suele ser fructífera en muchos sentidos. La nuestra, que tiene muchas vertientes, desembocó en la traducción del ruso (con una breve apoyatura en el inglés) de esos mismos dieciséis poemas.
Sin tener quizá plena conciencia de lo que estábamos haciendo, como un experimento que nos colmaba y deslumbraba, quisimos acercarnos a esos versos desde la lengua en la que habían sido escritos. De más está decir que toda traducción es mediación y no hay pureza posible. Siempre que se traduce se lo hace desde la propia experiencia de la vida y de la poesía. Es imposible dejar afuera aquello de lo que se está hecho: el material de los propios sueños.
Tras haber trabajado durante algunas semanas, o quizá meses, nos encontramos con los mismos dieciséis poemas, traducidos ahora directamente del ruso, y al mismo tiempo con otros distintos. Tanto, que no nos pareció descabellado, sino hasta deseable, publicarlos en un mismo volumen. Lo que el lector tiene ante sus ojos es ese viaje. Ojalá la travesía emprendida haya tenido sentido.
Se me dio un cuerpo —¿quién
me dice para qué? Es sólo mío, sólo él.
La alegría apacible: poder respirar, vivir.
¿A quién darle las gracias?
Debo ser el jardinero, debo ser también la flor.
Aquí en el calabozo del mundo no estoy solo.
El cristal de la eternidad exhala
mi aliento, mi calor.
El dibujo en el cristal, la letra:
no la lees, no la reconoces.
Aunque el vaho desaparezca pronto,
el delicado dibujo permanece.
Man gab mir einen Körper –wer
sagt mir, wozu? Er ist nur mein, nur er.
Die stille Freude: atmen dürfen, leben.
Wem sei der Dank dafür gegeben?
Ich soll der Gärtner, soll die Blume sein.
Im Kerker Welt, da bin ich nicht allein.
Das Glas der Ewigkeit – behaucht:
mein Atem, meine Wärme drauf.
Die Zeichnung auf dem Glas, die Schrift:
du liest sie nicht, erkennst sie nicht.
Die Trübung, mag sie bald vergehn,
es bleibt die zarte Zeichnung stehen.
No los busqué, Casandra, mientras los segundos florecían:
no busqué tu ojo, tu boca.
Y sin embargo ahora en diciembre —oh festiva vigilia—:
nos atormenta el recuerdo…
Ich sucht sie nicht, Kassandra, da die Sekunden blühten:
dein Aug, ich sucht es nicht, ich sucht nicht deinen Mund.
Doch im Dezember, jetzt – o festliche Vigilie –:
uns quält Erinnerung…
Concierto en la estación
Ni un respiro. El cielo repleto de gusanos.
Mudos los astros, ninguno brilla.
Pero encima de nosotros Dios lo ve, música allá arriba.
La estación tiembla con el canto de las Aónides1
Y de nuevo el aire de los violines, desgarrado
por señales, se confunde.
El parque enorme. La esfera cristalina de la estación.
El mundo férreo de nuevo encantado.
Y festivo rueda el tren en dirección al Edén
de niebla hacia un banquete de sonidos.
Un graznido de pavo real. El estruendo de un piano.
Llegué tarde. Estoy soñando, sí. Tengo miedo.
El bosque de cristal se contorsiona, ya estoy adentro.
El plañido de los violines agitados.
El olor de las rosas en canteros hediondos,
el coro de la noche salvaje se eleva.
La querida sombra que arrastró…
Su aposento nocturno: un pabellón de cristal…
Bahnhofskonzert
Kein Atmen mehr. Das Firmament – voll Maden.
Verstummt die Sterne, keiner glüht.
Doch über uns, Gott siehts, Musik, dort oben –
Der Bahnhof bebt vom Aonidenlied.
Und wieder ist die Luft, zerrisen von Signalen,
die Geigenluft, die ineinanderfließt.
Der Riesenpark. Die Bahnhofskugel, gläsern.
Die Eisenwelt – verzaubert, abermals.
Und feierlich, in Richtung Nebel-Eden,
zu einem Klang-Gelage rollt die Bahn.
Ein Pfauenschrei. Klaviergetöse.
Ich kam zu spät. Ich träum ja. Mir ist bang.
Der Glaswald rings, ich habe ihn betreten.
Der Geigen-Bau – in Tränen, aufgewühlt.
Der Duft der Rosen in den Moder-Beeten;
der Chor der Nacht, der anhebt, wild.
Der teure einst, der mitzog er, der Schatten…
Sein Nachtquartier: ein gläsernes Gezelt…
Se me dio un cuerpo —¿qué hacer
con él, tan entero y tan mío?
¿A quién agradecer, díganme,
por la apacible alegría de respirar y vivir?
Soy el jardinero y soy también la flor,
en el calabozo del mundo no estoy solo.
Sobre el cristal de la eternidad
se ha posado mi aliento, mi calor.
Impreso sobre él queda el trazo,
hoy ya irreconocible.
Que corra el lodo del momento,
el trazo amado no será suprimido.
Дано мне тело – что мне делать с ним,
Таким единым и таким моим?
За радость тихую дышать и жить
Кого, скажите, мне благодарить?
Я и садовник, я же и цветок,
В темнице мира я не одинок.
На стекла вечности уже легло
Мое дыхание, мое тепло.
Запечатлеется на нем узор,
Неузнаваемый с недавних пор.
Пускай мгновения стекает муть –
Узора милого не зачеркнуть.
A Casandra
No busqué tus labios, Casandra, cuando
el tiempo florecía, no busqué tus ojos,
pero en la vigilia festiva de diciembre
nos atormenta el recuerdo.
Кассандре
Я не искал в цветущие мгновенья
Твоих, Кассандра, губ, твоих, Кассандра, глаз,
Но в декабре торжественного бденья
Воспоминанья мучат нас.
Concierto en la estación de trenes
No se puede respirar, y el cielo hierve de gusanos,
y ninguna estrella habla.
Pero Dios sabe que hay música sobre nosotros,
la estación vibra con el canto de las Aónides,
y de nuevo con los silbidos del tren
se forja el aire desgarrado del violín.
Un parque enorme. La esfera de cristal de la estación.
El mundo de hierro está de nuevo hechizado.
Un vagón se desliza festivo
hacia una ruidosa fiesta en el brumoso Elíseo:
el grito de un pavo real y el estruendo de un piano.
Perdí el tren. Tengo miedo. Es un sueño.
Y entro al bosque de cristal de la estación,
los violines confusos y en llanto.
El comienzo salvaje de un coro nocturno
y el aroma de las rosas en invernaderos putrefactos –
donde bajo el cielo de vidrio la querida sombra familiar
pasó muchas noches entre multitudes nómadas…
Концерт на вокзале
Нельзя дышать, и твердь кишит червями,
И ни одна звезда не говорит,
Но, видит Бог, есть музыка над нами,
Дрожит вокзал от пенья Аонид,
И снова,паровозными свистками
Разорванный, скрипичный воздух слит.
Огромный парк. Вокзала шар стеклянный.
Железный мир опять заворожен.
На звучный пир в элизиум туманный
Торжественно уносится вагон:
Павлиний крик и рокот фортепьянный.
Я опоздал. Мне страшно. Это – сон.
И я вхожу в стеклянный лес вокзала,
Скрипичный строй в смятеньи и слезах.
Ночного хора дикое начало
И запах роз в гниющих парниках –
Где под стеклянным небом ночевала
Родная тень в кочующих толпах…
1 En la mitología griega, las Aónides eran las diosas inspiradoras de la música y el arte (nota de las traductoras).
Autor
Ósip Mandelshtam
/ Varsovia, Imperio Ruso, 1891 – Vladivostok, Unión Soviética, 1938. Fue uno de los más grandes poetas rusos del siglo XX y miembro prominente de la así llamada “Edad de Plata” de la literatura de su país. Autor de los libros La piedra (1913), Tristia (1922), Cuadernos de Moscú (1935) y Cuadernos de Vorónezh (1937), además de varios volúmenes de prosa. Fue detenido y deportado por escribir un epigrama contra Stalin (“El montañés del Kremlin”), y murió cerca de Vladivostok, después de haber pasado sus últimos años bajo arresto en Vorónezh y camino a Kolymá.
Traductores
Paul Celan
Chernivtsi, Rumania, 1920 – París, Francia, 1970. Poeta y traductor rumano de origen judío en lengua alemana. Es uno de los poetas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX. Recibió en 1960 el Premio Georg Büchner, el más importante galardón literario en lengua germana. Sus Obras completas aparecieron en español, publicadas por el sello Trotta, en 1999.
Mariya Nikíforova
San Petersburgo, Rusia, 1986. Estudió cine en el Emerson College de Boston y obtuvo su maestría en la Universidad Sorbonne-Nouvelle. Es curadora de cine experimental en Light Cone, y cineasta en L´Abominable, en París. Actualmente trabaja en una tesis doctoral sobre la creación artística en la época tardía de la Unión Soviética.
Patricia Gola
Santa Fe, Argentina, 1959. Poeta y traductora. Vive en México desde 1976, tras salir exiliada con su familia. Estudió literatura en la UNAM y escribió una tesis sobre Oliverio Girondo y otra sobre Emilio Adolfo Westphalen. Ha traducido libros de Paul Celan, Denise Levertov, Robert Creeley, Wallace Stevens. Es autora del libro de poemas Las lenguas del sol en México (1992) y en Argentina, en versión ampliada (2010), así como del libro Secreta matriz. Fue editora y directora de la revista Luna Córnea, y editó libros de fotografía en el Centro de la Imagen. Actualmente prepara la publicación de dos libros de traducciones: Plegarias de Christine Lavant y Sonidos de Vasili Kandinsky.