Eduardo Mosches, Palabras en el desierto, México, Fondo de Cultura Económica, Col. Popular, 2023, 92 pp.

¿Qué es el desierto? En un sentido real, el desierto invoca aridez. Desde un punto de vista filosófico, el desierto sería una extensión superficial en la que, si bien es estéril, existe siempre la posibilidad de encontrar algo debajo de él. Es decir, paradójicamente, el desierto es uno de los paisajes más fértiles y al que el ser humano puede acceder a partir de un proceso introspectivo que lo conecte con su ser espiritual que devenga completud. El destino del ser humano es, entonces, el de construir sobre la base de una ausencia de certeza, y así, el desierto se asume entonces mera posibilidad. ¿Y la palabra? La palabra es el principio vital y el logos, a saber, el sentido profundo del ser y su acercamiento con lo divino que, como acto de la razón, nos acerca al mundo más allá del sí mismo y del abismo.
Palabras en el desierto, de Eduardo Mosches (Buenos Aires, Argentina, 1944), teje justo en la palabra esa posibilidad que es la construcción de una realidad vivida desde un cierto punto de vista: la voz que dice, nombra, a partir de palabras mónadas. Palabras que configuran un todo como la propia agua desde donde se origina una gota.
El recorrido se marca en orden alfabético, de la A a la Z, y bastan sólo dos palabras con cada letra del alfabeto personal del poemario, que la sustancia prolífica suelte una savia que moja el desierto, para que florezca el poema. Así el poemario, compuesto por 47 poemas, enfilan la fertilidad de un desierto que ya no es tal.
En la palabra de este desierto poético, el “Agua” se descubre con asombro entre un vecindario ruidoso que ostenta el nombre que debió llevar el planeta Tierra. La sequía, esa herida tan sentida cada vez más, tiene en la ciudad el escenario perfecto para desbrozar el cosmos del “Árbol” que flota en los recuerdos de la infancia, en la llegada al otro lado de los océanos, en un recuerdo refractario de lo femenino como tierra que, nutricia, siempre espera. La casa, el limonero y el deseo sobrevuelan los poemas en un aleteo permanente sobre la historia escrita en presente, pero engarzada en una memoria que no olvida.
Así, frente al desierto, qué mayor fertilidad que la vida vista siempre hacia un futuro por llegar. Los humedales vivenciales nunca tienen eco en el solipsismo; más bien, en la comunidad que “arremolina los cuerpos” en el vagón del tiempo y que construye lo humano sobre el cauce de la palabra compartida con los otros. Por el acto del lenguaje, “una mano pinta índigo” en la ciudad que, en el poemario, es el ancla de la voz que habla.
El “Destino” es ese lugar de llegada que ningún azar perdona. El cuerpo es música, danza, pulsión y noche. La noche llega cuando la ciudad cubre los ojos, o cuando los “Gatos” maúllan en la nota de una “Flauta” donde el sonido nace y atraviesa el aire y, en el corazón, el fuego es el primer símbolo de la existencia.
Pero lo “Humano” es quizá lo que refulge en el oasis que se divisa, a lo lejos, en cierta planicie de un desierto que persistentemente mira en círculo: nadie aún es inmortal, ni siquiera las pirámides, la lluvia, la sangre o los recuerdos que nos construyen. La humanidad es sólo una marca de agua en medio del camino, una “Isla” en medio del jardín que siempre está ahí para recordarnos el desierto y su posibilidad. La “Luna”, en vínculo permanente con el agua, acompaña al humano a aquietar sus propias mareas, y la luz que desprende no descubre ninguna “Llave” en el firmamento porque, al final de todo, la llave simboliza cualquier clausura.
El inmenso “Mar” es comparable a la grandeza de los seres que conformamos el planeta, olas voluptuosas que mueven con su pasión esa aridez que la “Palabra” germina con intensidad en la gota que es el “Lenguaje”.
A Palabras en el desierto lo atraviesa un río de cuerpos que sueñan el deseo de un sueño compartido. Lo humano y lo común son el liquen de estas palabras que, a tiempo, y en un ir y venir sobre la historia propia de esa voz que no ha dejado de decir, una ruleta que juega con el tiempo implacable. La infancia, el viaje, la memoria, llegan al final en el zigzagueo que ningún oráculo puede definir. La palabra es la que habita el desierto.
Palabras en el desierto muestra dos obsesiones que, me parece, son una constante en la poética de Eduardo Mosches: por un lado, lo humano y su condición existencial dentro de lo social, y por el otro, la apuesta porque la palabra sea ese humedal donde la memoria nunca sea árida. A partir de ahí, las capas de la poética de estas Palabras en el desierto, resuenan en la higuera biográfica que se anuda con cuidado y trepa por la experiencia vivida del sujeto del discurso, que enuncia sus palabras para construir una memoria poética honesta, humana y obscena en tanto que la vivencia en clave personal discurre constantemente como el agua que moja Palabras en el desierto.

Autor
Cynthia Pech
/ Ciudad de México, 1968. Poeta, ensayista y académica. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Algunos de sus libros son La mujer rota (2008) y Raíz de un instante (2014).