Juan Sobalvarro, Agenda del desempleado, 400 Elefantes, Managua, 2007.

En la tradición literaria de Nicaragua, resulta paradigmática toda la poética que Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985) trazó en lo que toca al prosema, entendido este como un objeto textual que es una suerte de sub-género escritural o, si se quiere, una mediación estética que concilia los recursos de cualquier tipo de prosa con los de todo tipo de poema. Pero no está de más enfatizar que el prosema, tal como lo ejecutaba Mejía Sánchez, tampoco podría reducirse al formulismo de lo que ya desde hace mucho se ha llamado “prosa poética”.
¿Por qué no es lo mismo un poema en prosa que un prosema? Si esto no fuera una reseña sobre un prosemario, la discusión merecería ocuparnos de muchos aspectos. No obstante, Juan Sobalvarro (Nicaragua, 1966) da una explicación eficaz al referirse justamente a los prosemas de Mejía. Lo hace en un artículo que, habiendo sido publicado en el extinto diario La Tribuna en 1997, él reescribe y republica en 2001. Sobalvarro resalta que los prosemas de Mejía “son pequeños universos”, para luego señalar que “contienen en sí mismos diversos momentos”. Las seis características o “momentos” que Sobalvarro identifica son: “alucinaciones surreales”, “cuadros paisajistas esmerados en el detalle y el color”, “descripciones de escrúpulos fotográficos”, “descripciones de espectacularidad fotográfica”, “reflexiones interiores” y “reportajes de viajes”.1
Todos los textos escritos e incluidos por Juan Sobalvarro en su Agenda del desempleado son, a mi juicio, propiamente prosemas con las seis características que el mismo autor ha identificado en y para la poética de Mejía Sánchez. Sin embargo, el despliegue de recursos estéticos que se formaliza en este libro puntea ya no una ars poetica, como sí sucede en el caso de Mejía, sino que todo se estatuye como una prosemática de gradientes variados: la voluntad de estilo de Sobalvarro implica una enunciación que problematiza el entorno social.
Agenda del desempleado se aleja con actitud tajante del “culto a lo cultural” de Mejía Sánchez. Por otro lado, no acude tampoco a los rigores estéticos del lirismo minucioso que distingue a los más logrados prosemas de Francisco Valle (1942), discípulo de Mejía Sánchez en Nicaragua.
La prosemática de Sobalvarro tiene el interés de liberar la voz textual de cualquier imagen de autor. Esto lo consigue con abundante intensidad. No es un poeta ni tampoco un narrador quien escribe: es “un desempleado”. No se pretende alzar al prosema en el podio de un género literario académicamente reconocido. Al contrario: consciente o inconscientemente, el escritor de esta Agenda… encuentra en el prosema una maniobra dúctil y placentera para rescatar su propio albedrío y, de paso, aturdir toda unidad genérica.
Entonces, esta prosemática se despliega no tanto con intenciones grandilocuentes sino desde al menos tres necesidades formales, tan simples como honestas: a) la necesidad de tener al alcance una textura no represiva en la que la libertad de uso de cualquier elemento de estilo esté al servicio de la imaginación; b) la necesidad de un terreno verbal que acepte lo impredecible que la propia percepción sensorial vaya encontrando, y c) la necesidad de potenciar un juego masturbatorio con las palabras, antes que “trabajar” un arte poética.
Ya sabemos que la utopía industrial del “progreso” pasó a crear bombas atómicas y a erigirse en distopía. Por eso, la Agenda del desempleado está escrita con una dicción distópica, es decir, con una mirada decepcionada y libre.
El sociólogo polaco Zygmunt Bauman ha puntualizado que:
Espécimen urbano, “el desempleado” es quien habita estas páginas. Tal protagonista anónimo monologa y, a la vez, constituye una voz múltiple que no es la del autor, pero sí el desplazamiento de la imagen del autor. De ahí que varios títulos diseminen dicho anonimato en una multiplicidad alfanumérica, como sucede en “Del desempleado H#896440”, “Del desempleado R#354601”, “Del desempleado L#708554” o “Del desempleado T#354078”, entre otros.
Agenda… es una crítica constante al trabajo per se, a la rutina asalariada, a la sociedad productivista, academicista y de consumo; una denuncia de la ciudad de Managua como vertedero con cloaca lacustre incluida; una burla al patriotismo nacionalista; un cuestionamiento frontal a la burocracia y a la tecnocracia; una guasa contra el mercado laboral y un mal prosaico alérgico ante los rangos letrados.
El nudo suelta la garganta y la distopía deviene profecía. ¿Qué evidencia esta distopía finalmente profética? La respuesta está en el grito del desempleado. No solo es el único grito en medio de los que ya no gritan y ya no viven; más bien, por venir de una voz excluida de los horarios laborales y sus fingimientos represores, es la única voz emancipada. En este punto, la estilística prosemática se transforma en maroma libertaria y la decepción humana en sarcasmo.
Me resultan representativos de todo lo dicho los prosemas “Del desempleado H#896440” y “Del desempleado R#354601”. En el primero, “el desempleado” ironiza y desacraliza el nacionalismo:
En el segundo, el personaje busca empleo mediante entrevista laboral y describe la alienante atmósfera oficinesca:
Siguiendo los términos de Bauman sobre el fracaso del mito del “progreso”, podemos comprobar que la Agenda del desempleado está orquestada con voces fatalistas. Las muestras de este tono abundan en el libro, pero basta con citar parte del texto que da título y apertura al volumen:
Sobalvarro no hace un manifiesto apologético del crimen, tal y como podría entenderlo cualquier lector acostumbrado a la nota roja. Se trata de algo más enmarañado. Si la denuncia del truncado progreso garantiza una enunciación ontológica al “desempleado”, como individuo que construye su voz desde el margen, las pulsiones de vida y de muerte contienden fatídicamente en esa interioridad desplazada de la norma horaria y de la civilización dinerocentrista.
En 1888, Nietzsche ya concebía en El crepúsculo de los ídolos una advertencia ante la represión moral del instinto:
La exclusión urbana de este “desempleado” lo lleva a estar lejos de las rutinas robotizadas. Su agenda es realmente una bitácora emocional carente de compromisos y metas. Por ello, su situación le condena a moverse en un margen atemporal o, dicho mejor, anti-temporal. Como concluye en “Striptease del noble”: “El tiempo ha cedido las horas al desperdicio”.
Encuentro otras correspondencias con Bauman en tanto que el telón de fondo implícito es la ruina del “progreso”, esa distopía que en los centros civilizatorios, así como en sus orillas, forja “vidas desperdiciadas”, como las llama el filósofo polaco —citando a Naomi Klein—: “ejércitos de personas expulsadas, cuyos servicios ya no son requeridos, cuyos estilos de vida son despreciados por ‘atrasados’, cuyas necesidades básicas no son satisfechas”.4
Esta anti-temporalidad es alegorizada en el prosema “Del desempleado R#204854”. El protagonista cuenta cómo un borracho le llama: “¡Mi hermano!” y le tira con rudeza a la cara, en son de regalo, un reloj “Seiko 5, el mejor del mundo”. Dice el “desempleado” que tuvo que “tomarlo en el aire para que no me golpeara el rostro. ‘Tomá tu mierda’, le dije disgustado y se negó a aceptar el reloj”. El hecho de que se trate de la marca Seiko expande la semiótica del tiempo, al caricaturizar la fama que existe de estos relojes entre los astronautas de la NASA desde finales de los años sesenta.
El “desempleado” personifica una exclusión del tiempo de los otros y, en simultáneo, del tiempo universal. Enarbola una dignidad defensiva al no estar determinado por el tiempo enajenante.
Para Sobalvarro es claro que este libro encarna la conciencia de una ruina total como sociedad humana. En el cuerpo de esa personificación anónima y múltiple, las pulsiones devienen una ontología profunda de la desidia. De esta manera, el suicidio deja de ser “riesgo” solo cuando la sorpresiva felicidad del criminal aparece y se materializa.
En la Agenda del desempleado todo poder es recuperado a fuerza de detracción, por eso se apunta y se dispara un arma “hacia la tribuna”. Al resignificar el poder desde ese lugar marginal y esa corporalidad desplazada en el borde civilizatorio, se genera una amenaza a la estabilidad viva de las jerarquías de una sociedad oficialmente productivista, disciplinada y monetizada que se ha instalado como dispositivo de captura de cuerpos asalariados, esqueletos autómatas y mentes escolarizadas.
Con este libro, Juan Sobalvarro funda en la literatura centroamericana de hoy la caracterización existencial de un protagonista con muchas voces que, al final del día, aguarda, más allá de toda normatividad, para ser recibido como un ser trans-arquetípico: esto es, una presencia capaz de interpelar sin tapujos a quienes habitamos entre la devastación de la comunalidad humana.
1 Juan Sobalvarro, “Ernesto Mejía Sánchez, ‘el mejor’ olvidado”, en Revista 400 Elefantes, año 4, N° 12, Managua, marzo de 2001, pp. 9-10.
2Zygmunt Bauman, Vida líquida, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 94
3 Friedrich Nieztsche, El crepúsculo de los ídolos, Biblioteca Edaf, Madrid 2002, pp. 159-160.
4Zygmunt Bauman, Op. cit., p. 197.
Autor
Ezequiel D’León Masís
/ Masaya, Nicaragua, 1983. Poeta y artista multidisciplinar. Autor de los libros Trasgo (2000), La escritura vigilante (2005), El sinónimo antónimo (2002) y Ciudad sin álamos (2009), La esfera (2016) y Caligrafías del vacío (2017), entre otros.