9 noviembre, 2020

Las crónicas oscuras de la muerte

de Thomas Gray | Rescates, Traducciones

Presentación y edición de Antonio Saborit. Versiones de J. A. M. y de Eliseo Diego.

 

Retrato de Thomas Gray por John Giles Eccardt, 1747-1748

Thomas Gray: una elegía en dos versiones

La siguiente traducción de Thomas Gray (1716-1771) apareció en El Mosaico Mexicano en 1840, firmada discretamente por J. A. M. De tratarse del escritor argentino José Antonio Miralla (1789-1825), como lo postulara el hispanista E. Allison Pears (1891-1952), la del Mosaico Mexicano sería la segunda reimpresión de esta traducción, posterior a la de Guardia Nacional (Barcelona, 1837) y anterior a la de La Tertulia. Periódico semanal de literatura y artes (Cádiz, 1849).

—Antonio Saborit

 

Elegía escrita en el cementerio de una iglesia de aldea

La esquila toca el moribundo día,
La grey mugiendo hacia el redil se aleja,
A casa el labrador sus pasos guía,
Y el mundo a mí y a las tinieblas deja.

La débil luz va del país faltando,
Y alto silencio en todo el aire veo,
Menos do gira el moscardón zumbando,
Y allá do al parque duerme el cencerreo;

O en esa torre, envuelta en yedra, en donde
El triste búho quéjase a la luna
Del que vagando por donde él se esconde,
En su antiguo dominio le importuna.

So aquellos tilos y olmos sombreados,
Do el suelo en varios cúmulos ondea,
Para siempre en sus nichos colocados,
Duermen los rudos padres de la aldea.

Del alba fresca la incensada pompa,
La golondrina inquieta desde el techo,
Bronco clarín de gallo, eco de trompa,
No más los alzan de humilde lecho.

No arde el hogar para ellos; ni a la tarde
Se afana la mujer; ni a su regreso
Los hijos balbuciendo hacen alarde
De trepar sus rodillas por un beso.

¡Cómo las mieses a su hoz cedían,
Y los duros terrones a su arado!
¡Cuán alegres sus yuntas dirigían!
¡Cuántos bosques sus golpes han doblado!

No mofe la ambición caseros bienes,
Y oscura suerte de fatigas tales;
Ni la grandeza escuche con desdenes,
Por humildes, del pobre los anales.

Boato del blasón, mando envidiable,
Y cuando existe de opulento y pulcro,
Lo mismo tiene su hora inevitable:
La senda de la gloria va al sepulcro.

No les culpéis, soberbios si en su tumba
La memoria trofeos no atesora,
Do en larga nave y bóveda retumba
De alto loor la antífona sonora.

¿Volverá una urna circunspecta, un busto airoso
El fugitivo aliento al pecho inerte?
¿Mueve el honor al polvo silencioso?
¿Cede a la adulación la sorda muerte?

Tal vez en este sitio, abandonados
Hay pechos donde ardió celestial pira,
Manos capaces de regir estados,
O de extasiar con la animada lira:

Mas su gran libro, donde el tiempo paga
Tributos, nunca les abrió la escuela;
Su noble ardor, fría pobreza apaga,
Y el torrente genial de su alma hiela.

¡Cuánta brillante asaz piedra preciosa
Encierra el hondo mar en negra estancia!
¡Cuánta flor, sin ser vista, ruborosa
En un desierto exhala su fragancia!

Tal vez un Hámden rústico aquí se halla,
Que al tiranuelo del solar, valiente
Resistió; un Milton que sin gloria calla;
De sangre patria un Cromwell inocente.

Oír su aplauso en el senado atento,
Ruinas y penas echar de su memoria,
La tierra henchir de frutos y contento,
Y en los ojos de un pueblo leer su historia,

Su suerte les vedó; mas en su encono,
Crímenes y virtudes dejó yertas;
Vedóles ir por la matanza a un trono,
Y a toda compasión cerrar las puertas; 

Callar de la conciencia el fiel murmullo,
Apagar del pudor la ingenua llama,
O el ara henchir del lujo y del orgullo
con el incienso que la musa inflama.  

Lejos del vil furor del vulgo insano
Nunca en vanos deseos se escindieron;
Y por el valle de un vivir lejano,
Su fresca senda sin rumor siguieron.

Mas protegiendo contra todo insulto
Estos huesos, aquel túmulo escaso,
De rústica escultura, en verso inculto,
Pide el tributo de un suspiro al paso.

Nombre y edad, por vulgar musa puestos,
Vez de elegía y fama desempañan,
Y esparcidos en torno sacros testos,
Que a bien morir al rústico le enseñan.

¿Pues quién cedió jamás esta existencia
Inquieta y grata, al sordo olvido eterno,
Y dejó de la luz la alma influencia,
Sin mirar hacia atrás, lánguido y tierno?

Al irse el alma, un caro pecho oprime,
Y llanto pío el ojo mustio aguarda;
Naturaleza aun de la tumba gime,
Y aun en cenizas nuestro fuego guarda.

Por ti, que al muerto abandonado honrando,
Su simple historia haces que en verso fluya,
Si acaso, solo y pensativo errando,
Un genio igual pregunta por la tuya;

Tal vez un cano labrador le diga–
“Del alba le hemos visto a la vislumbre,
Sacudiendo el rocío en su fatiga,
Ir a encontrar el sol en la alta cumbre.

“Allá al pie de aquel roble, que ballesta
Y hondas raíces tuerce caprichoso,
Molesto se tendía por la siesta,
Viendo al vecino arroyo bullicioso.

“Ya en ese bosque desdeñoso andaba
Sus temas murmurando, y sonriendo,
Ya solitario, pálido vagaba,
Como de amor y penas falleciendo.

Fáltame un día en la colina usada,
Junto a su árbol querido, y en la dehesa;
Al otro, no le hallé ni en la cascada, 
Ni en la alta loma, ni en la selva espesa.

“Con ceremonia lúgubre cargado,
En el siguiente, al cementerio vino.
Lee (pues sabes) lo que está grabado
En esa piedra, bajo aquel espino.”

 

El epitafio

Aquí el regazo de la tierra oculta
Un joven sin renombre y sin riqueza,
Su humilde cuna vio la ciencia culta,
Y marcóle por suyo la tristeza.

Fue generoso y sincero, y el cielo
Pagóle: dio (cuanto tenía consigo)
Una lágrima al pobre, por consuelo;
Tuvo de Dios (cuanto pidió) un amigo.

Su flaqueza y virtud, bajo esta losa
No más indagues de la Tierra-madre
Con esperanza tímida reposa
Allá en el seno de su Dios y Padre.

J. A. M.

(El Mosaico Mexicano, o Colección de amenidades curiosas e instructivas, tomo III, impreso por Ignacio Cumplido, México, 1840, pp. 427-28.)

 

*

 

La versión a que me atrevo aquí no es sino el eco dejado a través de los años en mi corazón de habla española por sus palabras inglesas. Aquello que uno aprende a amar en otro idioma, ¿no se vuelve, de algún modo, nuestro, y no susurra acaso dentro de la entraña con el rumor del ser propio?
[…]
Gracias, querido Thomas Gray, te digo alzando mi voz por esos humildes que tú amaste y no tuvieron, como yo, el consuelo de escucharte.

—Eliseo Diego

 

Elegía escrita en un cementerio de campo

Doblan a queda por el fin del día,
muge el rebaño que ya se columbra,
y el labrador cansado en su alquería
nos deja el mundo a mí y a la penumbra.

Ahora se oculta el campo a la mirada
y todo la quietud solemne aúna,
salvo el zumbar del grillo y la tonada
remota de la esquila que lo acuna;

salvo el huraño búho que lamenta
en la hiedra lunar del campanario
el paso que al azar oscuro atenta
contra su antiguo reino solitario.

Bajos esos recios olmos, donde nacen
las sombras sobre túmulos henchidos,
cada cual en su estrecha celda, yacen
los rudos padres de la aldea dormidos.

La fresca voz del alba ni su aroma,
la avecilla gorjeando en la alta rama,
el toque agudo con que el gallo asoma,
no turbarán ya más su pobre cama.

No más por ellos el hogar crepita
ni la mujer extrema su cuidado;
ya el corazón del niño no palpita
por estrecharse ansioso a su costado.

¡Cuántas veces su hoz rindió a la espiga,
cuántas la terquedad de los terrones
sapiente doblegó su mano amiga!
¡Cómo el bosque vibró con sus canciones!

No frunza la Ambición el ceño necio
para mirar el cántaro de cobre,
ni escuche la Grandeza con desprecio
la breve, simple crónica del pobre.

La pompa del escudo y cuanto es dable
de riqueza y poder, con su victoria
no alejarán la hora inevitable:
la tumba será el precio de la gloria.

Ni el Orgullo a estos culpe si el Trofeo
jamás los honra de la Remembranza,
mientras en la oquedad del mausoleo
los altos himnos hinchan su alabanza.

¿Hallará en urna o animado busto
el aliento fugaz refugio fuerte?
¿Quién puede conmover al polvo adusto,
halagar la sordera de la muerte?

Quizás un corazón aquí olvidado
yace que ardió con fuego esclarecido,
la mano que un imperio hubiese alzado
o la viviente lira estremecido.

Pero el Saber no abrió su libro vasto,
no le mostró el botín de las edades,
y la Miseria heló el venero casto
del alma entre sus secas soledades.

Cuánta joya de pura luz serena
oculta el mar en secuestrado puerto,
y cuánta flor la llama de su vena
dio con dulzura al aire del desierto.

Algún rústico Hampden que enfrentara
del campo al tiranuelo impertinente,
un Milton mudo aquí el olvido ampara,
un Cromwell de terrores inocente.

Gobernar el aplauso del Senado,
la desdicha tener por irrisoria,
darlo todo al país idolatrado
y en sus ojos leer la propia historia,

la suerte les vedó; si bien sus faltas
hizo también más leves; la violencia
no les fue escala hacia las cumbres altas
ni les cerró la puerta a la clemencia;

ni les tocó esconder bajo agonías
a la verdad que en el rubor acusa,
ni del lujo adornar las letanías
con el ardiente incienso de la Musa.

Lejos de la demente, innoble brega,
siempre el sobrio deseo a buen resguardo,
su vida fue como secreta vega
de la que nunca errara el paso tardo.

Mas para proteger sus sepulturas
de orgulloso desdén, en tosco giro
de rimas y en informes esculturas
imploran el tributo de un suspiro.

Nombre y edad la inculta Musa graba
donde estuvieran fama y elegía:
del moralista rústico recaba,
con mucha cita sacra, valentía.

Pues quien al duro Olvido se resigna,
deja este amable, ansioso ser, sin duelo,
la tibia estancia de la luz benigna,
y atrás no mira con moroso anhelo.

Un pecho amigo el alma que se aleja
y una lágrima pide el ojo ciego;
no se apaga en la tumba nuestra queja
ni en sus cenizas el antiguo fuego.

Por ti, que en estos versos has contado
las crónicas oscuras de la muerte,
si en estas soledades apartado
alguien, afín, pregunta por tu suerte,

quizás le diga un níveo campesino:
“con el alba partir fue su costumbre,
veloz la escarcha hollando del camino
por saludar al sol desde la cumbre.

“Del haya al pie que allá mece sombría
su fantástica fronda contra el cielo,
muchas veces tendióse al mediodía
para escuchar la voz del arroyuelo.

“Y junto al bosque aquel, bien sonriendo
con desdén de sus sueños, o abrumado
los vimos ir, como el que va muriendo
de pesar o un amor desesperado.

“Una mañana sobre la colina
ni al pie del árbol favorito estaba,
ni al día siguiente el agua cristalina
su pensativo rostro reflejaba.

“Al otro en andas, fúnebre el arreo,
de nuestra iglesia recorrió el camino.
Lee (pues puedes) la inscripción que veo
grabada en piedra bajo aquel espino”.

 

El epitafio

Un joven yace aquí por la Fortuna
y la Fama olvidado con presteza.
No desdeñó el Saber su pobre cuna,
y lo marcó por suyo la Tristeza.

Sincera el alma y más que generoso,
envióle el cielo un don como testigo:
dio al pobre cuanto tuvo, y fue un sollozo,
y Dios (no quiso más) le halló un amigo.

Ni sus faltas ni méritos pudiera
en lo profundo conmover tu voz:
tienen de abrigo en la terrible espera
el pecho de su Padre y de su Dios.

E. D.

(De Eliseo Diego, Conversación con los difuntos. México: El Equilibrista, 1991, pp. 18-31.)

 

*

 

Elegy Written in a Country Churchyard

The curfew tolls the knell of parting day,
         The lowing herd wind slowly o’er the lea,
The plowman homeward plods his weary way,
         And leaves the world to darkness and to me.

Now fades the glimm’ring landscape on the sight,
         And all the air a solemn stillness holds,
Save where the beetle wheels his droning flight,
         And drowsy tinklings lull the distant folds;

Save that from yonder ivy-mantled tow’r
         The moping owl does to the moon complain
Of such, as wand’ring near her secret bow’r,
         Molest her ancient solitary reign.

Beneath those rugged elms, that yew-tree’s shade,
         Where heaves the turf in many a mould’ring heap,
Each in his narrow cell for ever laid,
         The rude forefathers of the hamlet sleep.

The breezy call of incense-breathing Morn,
         The swallow twitt’ring from the straw-built shed,
The cock’s shrill clarion, or the echoing horn,
         No more shall rouse them from their lowly bed.

For them no more the blazing hearth shall burn,
         Or busy housewife ply her evening care:
No children run to lisp their sire’s return,
         Or climb his knees the envied kiss to share.

Oft did the harvest to their sickle yield,
         Their furrow oft the stubborn glebe has broke;
How jocund did they drive their team afield!
         How bow’d the woods beneath their sturdy stroke!

Let not Ambition mock their useful toil,
         Their homely joys, and destiny obscure;
Nor Grandeur hear with a disdainful smile
         The short and simple annals of the poor.

The boast of heraldry, the pomp of pow’r,
         And all that beauty, all that wealth e’er gave,
Awaits alike th’ inevitable hour.
         The paths of glory lead but to the grave.

Nor you, ye proud, impute to these the fault,
         If Mem’ry o’er their tomb no trophies raise,
Where thro’ the long-drawn aisle and fretted vault
         The pealing anthem swells the note of praise.

Can storied urn or animated bust
         Back to its mansion call the fleeting breath?
Can Honour’s voice provoke the silent dust,
         Or Flatt’ry soothe the dull cold ear of Death?

Perhaps in this neglected spot is laid
         Some heart once pregnant with celestial fire;
Hands, that the rod of empire might have sway’d,
         Or wak’d to ecstasy the living lyre.

But Knowledge to their eyes her ample page
         Rich with the spoils of time did ne’er unroll;
Chill Penury repress’d their noble rage,
         And froze the genial current of the soul.

Full many a gem of purest ray serene,
         The dark unfathom’d caves of ocean bear:
Full many a flow’r is born to blush unseen,
         And waste its sweetness on the desert air.

Some village-Hampden, that with dauntless breast
         The little tyrant of his fields withstood;
Some mute inglorious Milton here may rest,
         Some Cromwell guiltless of his country’s blood.

Th’ applause of list’ning senates to command,
         The threats of pain and ruin to despise,
To scatter plenty o’er a smiling land,
         And read their hist’ry in a nation’s eyes,

Their lot forbade: nor circumscrib’d alone
         Their growing virtues, but their crimes confin’d;
Forbade to wade through slaughter to a throne,
         And shut the gates of mercy on mankind,

The struggling pangs of conscious truth to hide,
         To quench the blushes of ingenuous shame,
Or heap the shrine of Luxury and Pride
         With incense kindled at the Muse’s flame.

Far from the madding crowd’s ignoble strife,
         Their sober wishes never learn’d to stray;
Along the cool sequester’d vale of life
         They kept the noiseless tenor of their way.

Yet ev’n these bones from insult to protect,
         Some frail memorial still erected nigh,
With uncouth rhymes and shapeless sculpture deck’d,
         Implores the passing tribute of a sigh.

Their name, their years, spelt by th’ unletter’d muse,
         The place of fame and elegy supply:
And many a holy text around she strews,
         That teach the rustic moralist to die.

For who to dumb Forgetfulness a prey,
         This pleasing anxious being e’er resign’d,
Left the warm precincts of the cheerful day,
         Nor cast one longing, ling’ring look behind?

On some fond breast the parting soul relies,
         Some pious drops the closing eye requires;
Ev’n from the tomb the voice of Nature cries,
         Ev’n in our ashes live their wonted fires.

For thee, who mindful of th’ unhonour’d Dead
         Dost in these lines their artless tale relate;
If chance, by lonely contemplation led,
         Some kindred spirit shall inquire thy fate,

Haply some hoary-headed swain may say,
         "Oft have we seen him at the peep of dawn
Brushing with hasty steps the dews away
         To meet the sun upon the upland lawn.

"There at the foot of yonder nodding beech
         That wreathes its old fantastic roots so high,
His listless length at noontide would he stretch,
         And pore upon the brook that babbles by.

"Hard by yon wood, now smiling as in scorn,
         Mutt’ring his wayward fancies he would rove,
Now drooping, woeful wan, like one forlorn,
         Or craz’d with care, or cross’d in hopeless love.

"One morn I miss’d him on the custom’d hill,
         Along the heath and near his fav’rite tree;
Another came; nor yet beside the rill,
         Nor up the lawn, nor at the wood was he;

"The next with dirges due in sad array
         Slow thro’ the church-way path we saw him borne.
Approach and read (for thou canst read) the lay,
         Grav’d on the stone beneath yon aged thorn."


 

The Epitaph

Here rests his head upon the lap of Earth
       A youth to Fortune and to Fame unknown
Fair Science frown’d not on his humble birth,
       And Melancholy mark’d him for her own.

Large was his bounty, and his soul sincere,
       Heav’n did a recompense as largely send:
He gave to Mis’ry all he had, a tear,
       He gain’d from Heav’n (‘twas all he wish’d) a friend.

No farther seek his merits to disclose,
       Or draw his frailties from their dread abode,
(There they alike in trembling hope repose)
       The bosom of his Father and his God.


Thomas Gray / Londres, Inglaterra, 1716 – Cambridge, Inglaterra, 1771. Poeta prerromántico inglés, fue profesor de Historia en la Universidad de Cambridge, lugar donde falleció. De entre su breve obra poética destaca la “Elegía”, presuntamente escrita en un cementerio del condado de Buckinghamshire.


Antonio Saborit

Torreón, Coahuila, 1957. Doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, es autor de un sinnúmero de ediciones, antologías, estudios introductorios, monografías críticas y traducciones literarias. Desde 2013 se desempeña como director del Museo Nadional de Antropología. Entre sus títulos destacan Diario de las cigarras (2012) y El virrey y el capellán (2019).