abril 2024 / Inéditos

 
Inger Christensen dice en un poema de su libro Eso (traducido al español por Francisco J. Uriz) que todas las palabras que usa y usó, las tomó prestadas del mundo. Quise partir de esa idea en mis talleres de poesía: todo lo que escribimos o vamos a escribir son préstamos de los lenguajes que aprendimos en nuestro primer hogar, de las palabras que nos dijeron nuestra madre y nuestro padre, de las formas en que nos enseñaron a comunicarnos con los espacios, los animales, las personas y las cosas. Creo que hoy escribimos porque queremos volver a aprender a mirar y remirar, a transformar esos lenguajes que nos contienen. Reescribirlos desde quienes somos ahora. Esta es una muestra de algunxs de lxs poetas que asistieron a mis talleres de poesía y que recordaron, transcribieron y reescribieron sus miradas. Espero que encuentren algo de sus lenguajes en estos poemas.
 

—Iveth Luna Flores

 
 
C-I-N-T-U-R-A

I

Cintura no es cosa
no es definición anatómica
Cintura no es cuerpo
ni tronco humano
En cintura
las vísceras explotan
En cintura se esconde
lo estrecho
lo reducido
lo angosto

 
 
II

El espejo está roto
cayó al suelo
cuando descifraba
un par
de brazos
de piernas
de nalgas
re-gor-de-tas

Aquí cintura
no es amiga

Una
dos
casi tres décadas
cintura
ayuna 16 horas
toma pastillas
y escucha

La meta del mes es bajar 2 kilos
¿Le parece?
Claro que no me parece, doctora

Pero la observan
y la cuestionan
y tira a la basura su lonche
y guarda manzanas en su bolsa
chicles, cigarros y refrescos de dieta
corre kilómetros
hasta que los pies le sangran

cintura llora
cintura grita
no me apetece, ya no me apetece, doctora.

Al fin, cintura se encoge
ha perdido
un millón de litros de sangre
en estudios
Cintura ruge
por el malestar
por las náuseas
que le produce
la metformina
y por la falta de alimentos

Ahora
      es angosta
ahora
      es perfecta.

 
 
III

Curva peligrosa
cintura se estrella
abre los ojos
está sangrando
hay vidrios por todas partes.

El espejo está roto
Volvió a caer al suelo
cuando intentaba
descifrarse
durante
   una
dos
   casi tres décadas.

Mextli Moreno

 
 
 
 
Tiempo

En la casa se acumulan las grietas,
las manchas en el piso
que ya no pudieron quitarse,
la foto incómoda
que no debería estar ahí
pero que aparece en la bolsa
que estaba arriba del closet.

El tiempo es el pastel de cumpleaños
desbaratado en la mesa,
el libro de cuentos deshojado
que aparece en varios rincones de la casa,
el mantel de figura de gato
que aguardó acurrucado
más de cuarenta años en la alacena.

El tiempo son nuestros desechos:
la suma de nuestros fantasmas
y nuestras indiferencias.

Los niños corren por la casa
y ríen, entran en los cuartos,
vacían los cajones 
para reunir los pedazos del rompecabezas:
la pelota de goma,
la pistola de burbujas vacía, 
la tiara que perdió sus flores.

Los niños juegan en la casa,
ríen, revelan sombras,
a veces juntan sus manos
para proteger a un pájaro que ya no existe.

Si el tiempo
ya no es el río que fluye, 
sólo ellos pueden soñar
la corriente en su cauce.

Zamir Corzo Aché

 
 
 
 
Esa casa nos persigue
escribió mi hermana
y como un destello
me lleva de regreso

cajas sobre muebles
muebles sobre libros
libros sobre ropa
ropa sobre el piso

y el polvo
siempre el polvo

no dejábamos espacio
para nosotras
porque pensábamos que
para nosotras
no había espacio ahí

puedo verlo
esa casa nos persigue

el desorden como una mancha
que no se quita
porque si algo no te pertenece
no lo cuidas

polvo sobre cajas
cajas sobre libros
libros sobre muebles
muebles sobre el piso

y la ropa
siempre la ropa

la miro crecer
y no la detengo

esa casa nos persigue
me escribió

con sus manchas
con sus muebles
con sus cajas
con sus libros

pero también, hermana
con el brillo de nuestra presencia

Tania Roque

 
 
 
 
Ahogamos a un niño chillón en Xochimilco 

Padre,
estos últimos días la vida me consume,
la rutina del asalariado se prensa de mis costillas,
me desgarra
y me aplasta.

No me quedan fuerzas, padre,
mi espíritu gangrenado apesta,
supura fragilidad
y los ojos, una vez más,
me delatan frente a los carroñeros.

Puedo escucharte, padre:
Nadie nunca resolvió nada llorando,
y mi palma azota mi cara
con la fuerza del que mira con desdén,
dos,
tres,
cuatro veces,
hasta encontrar el ego que cimenta mi voluntad.

Quisiera decirte que te equivocaste, padre,
que llorando logré algo más que humillarme,
que la vulnerabilidad
no fue una invitación a moler mis huesos,
y que nadie salpicó mi sangre,
pero no puedo
porque mi cuerpo está regado sobre tantos lugares
como un niño chillón merece.

Ciertamente padre,
tenías razón,
dejé de llorar
y me volví río,
degollé a los falsos
y colgué sus cabezas
ahí donde desembocan mis recuerdos.
Sus promesas plásticas flotan en la superficie,
son mis lirios,
mas no te confíes,
no son ningún salvavidas,
son trampas para el ingenuo,
el vulnerable que las sostiene pronto se ahoga
y se transforma en abono para mis chinampas
donde crecen mis aguacates
envueltos entre belladonas.

Tal como hacen los canallas al norte,
coloqué boyas,
expulsan al intruso,
le exilian,
asedian el recelo
y custodian mi júbilo
aquí,
en mis trajineras.

Papá,
súbete a la llorona, brindemos.
Burlémonos de mis muñecas,
míralas colgar,
tómate una foto
y dime que estás orgulloso,
pero cuidado con darte un clavado
que la sospecha en estas aguas abunda,
se mezcla con la espesa rabia heredada
y corroe.

Aquí, papá
en la pantanosa cólera en que navego,
tú y yo,
ahogamos a aquel niño chillón.

Leonardo Flores Ramírez

 
 
 
 
Retorno de Saturno

a Luis

Anoche me leyeron mi carta astral,
estoy transitando mi primer retorno de Saturno,
casi 30 años en el mundo de pronto cobrándome factura.
Foco en problemas con la figura paterna,
foco en problemas para expresarse,
indican las notas de la astróloga.

Desde que dijiste que querías vivir hasta los 120,
yo sólo pienso en llegar a ese cuarto retorno de Saturno.
Aunque antes de ti pensaba vivir hasta los 75,
aunque el aire esté tan pesado que no podamos respirar
y la contaminación lumínica nos borre las estrellas
y debamos racionar porque la comida no alcanza
y la artritis te invada los huesos y dejes de escribirme cartas.

Quiero atravesar mi cuarto retorno de Saturno contigo,
agarrar toda la mierda que se nos atraviese para usarla de abono,
regar ese jardín secreto a lenguetazos
y enfrentar El Niño con el corazón de desierto,
que venga La Niña a inundarnos con su mirada de huracán,
detener incendios forestales con cubetas,
tomar peces con las manos porque flotan panza arriba,
pagar con garrafones de agua y usar billetes de servilletas,
tener más conteo de microplásticos que de glóbulos rojos,
que nuestra única posesión sea un árbol de olivo
y aún así hayamos engendrado un Laberinto que nos llame “papás”.

Anoche me leyeron mi carta astral.
Primero de cuatro, dije. Primero de cuatro.

Macy Espinosa

 
 
 
 
Empalme

No me acuerdo,
pero dicen que la magia
empezó en un espejo.
Me miré, y no me ladré.

Con una sonrisa imaginaria en los labios,
giré los ojos abiertos hacia mi madre
y desde el deseo
ella me dio su voz:
Ese eres, yo.

Mis primeros recuerdos brotaron 
en las palabras y las miradas de otres
como delgadas películas de plata
que refractaron las luces negras,
y un caleidoscopio de colores y sonidos
me inscribió
en el mundo simbólico
de estas letras.

Quién dijo yo,
tal vez fueron las caricias misteriosas
y la ternura curiosa de las narices
de mi hermana y mis hermanos,
la leche y los brazos
que me acunaron
a mitad del llanto de la madrugada,
asustado
por el estruendo de las telarañas de lluvia
que golpeaban implacablemente
los cristales de la casa,
como si anunciaran
la tragedia
de una novela familiar.

Tal vez entonces dijo yo,
como el espejo,
la barba espesa de mi padre,
su olor dulzón a ron
mezclado con el humo y el frío de los hielos.

En los espejos me nombraron
los ollares de una yegua
que transpiraba caliente
y era gigante,
y me recuerdo
cruzando por debajo entre sus patas
para mirar sus heridas
cubiertas de violeta de genciana.

Dijeron yo sin duda los animales,
las orugas en frascos transparentes,
los trineos de caracoles de jardín,
el pichón de paloma
que llevé al hombro a todas partes,
o la culebra
cuya cabeza aplastamos con una piedra
también gigante.

Quise acompañarles
para estar afuera del juego del espejo,
de esta letra,
que es mi deseo
y me sujeta.
Yo les amaba en silencio,
y fui feliz.

Ése es el mundo en el que yo me sé:
miré el sol hundiéndose en el horizonte de agua
sin saber pronunciar
ni deletrear
atardecer.

Nunca voy a volver
a mirarme sin palabras.
Quisiera al menos limpiar el espejo
con espuma y tiempo,
cambiar de zapatos y ataúd,
y morirme por un instante eterno
en esta letra
que aquí en tus ojos
se escucha
y se hace
piedra.

Diego Puig Saval

 
 
 
 
La familia que fuimos

la casa en la que crecí
ha sido muchas casas
se ha transformado
según el ingreso económico
pero siempre ha sido fría

alguna vez tuvo mucha madera
y una cocina amarilla
ahora es grande y luminosa
pero la luz es artificial
los rayos del sol no la tocan
   a mi familia tampoco

es una casa blanca
y amplia
le cabe mucha gente
amigos, tíos, medios hermanos
pero la pareja
mamá y papá
hace mucho que no entra

mi madre se fue
y se llevó poco con ella
pero pareciera que
vació la casa
los platos que contenían
la comida caliente
ahora acumulan polvo
el refri se convirtió
exclusivamente
en un dispensador de hielo
las plantas
se fueron muriendo

mi padre duerme en esa casa
la habita
pero no vive ahí
vive en sus viajes y oficina
y a mí me da tristeza
¿cómo se atrevieron
   los dos
a destruir mi hogar?
una se lo llevó
y el otro no lo construye

yo me fui de casa
con una historia feliz
   no por trabajo
   ni por estudios
un día pensé quiero vivir en la ciudad
y ellos lo hicieron posible
con su amor
pero también con sus pleitos
          gritos
          violencia
con las madrugadas frías caminando
hasta la casa de la abuela
   una madre con sus dos hijos pequeños de la mano
mientras un padre va a su lado en el carro
pidiendo perdón y que regrese a la casa

me fui de casa
para no escuchar las peleas diarias
para no notar la tensión
para no escuchar a mi madre quejarse
   y preguntarme qué hacer:
      yo, la hija, no era hija
      era amiga, confidente
      r e s p o n s a b l e    

mamá se fue
tres semanas después
de mi escape
   yo huí
   y ella se liberó
   el ocho de marzo
   vaya coincidencia

nuestra casa dejó de ser nuestra
ahora digo
voy a casa de mi hermano
  a casa de mi mamá
  a casa de mi papá
pero la casa de mi papá era de todos
y ya no se siente de nadie
ni siquiera de él
es un cascarón vacío
y frío
siempre reluciente
habitado nada más por los fantasmas
de la familia que fuimos
y no volveremos a ser

Leida Castellanos

 
 
 
 
Lo prohibido

El delicado movimiento de mi mano,
la decepción en su mirada elevada
que apunta como un francotirador que aguarda
desde lo alto de su autoridad.

El andar femenino me convierte en forajido,
el canto surge sorpresivo,
por un flanco las piruetas me defienden
y por el otro los versos proclaman lo temido.

Bailo para mí ante ti en la sala de la casa,
floto sobre las fibras de la alfombra naranja
donde alguna vez me sentí protegido,
ahora me protejo de las balas de tu mirada. 

Canto porque puedo y compongo lo que quiero,
pero un balón detiene mis labios.
Le pego mal, rompo el cristal,
su filo desgarra las cuerdas de mi garganta.

     Desafino.
La pausa, la nada, el vacío.
  Un escondite.
     Silencio los gritos.

Me entretengo con la muñeca,
le pongo un vestido.
Suelta putazos y sácale sangre,
defiende el honor del apellido.

El rosa es mi color favorito.
Una clase de karate para hacerlo hombrecito.
Penes largos y cortos, todos circuncidados
pasean campantes a un metro de altura sobre el piso mojado.

No los mires. No los pienses, mucho menos los desees.
Cierro los ojos, me tapo los oídos.
Explota líquido blanco, sal de este cuerpo maldito.

David Jasqui

 
 
 
 
Sonidos superpuestos

Ojalá pudiera decirte, abuela,
que dejé la manía de desvelarme
viendo series o haciendo collages,
que las lombrices del patio y yo
seguimos siendo amigas
o que todavía busco moneditas
perdidas entre macetas o dispersas por la tierra.

Ojalá pudiera decirte que aprendí
a lidiar con los sonidos superpuestos,
las conversaciones, los balones
la tv, el bajo sexto,
todo al mismo tiempo.
Que puedo poner atención a lo que siento
más que a lo que pienso,  
que dejé de escuchar conversaciones ajenas
o que ya no hago preguntas.

Ojalá pudiera decirte que dejé de amar el silencio,
pero me hice amiga de la soledad
y de los gatos
místicos compañeros.
Sigo patinando,
aún escucho a Selena Quintanilla,
pero cambié la grabadora por una alexa
y el hielo por el concreto.

Los golpes duelen más en el calor,
en el frío casi no se sienten.
Las caídas me abrieron heridas
y me dedico a curarlas.

Aprendí de ti los cuidados
de abrazos cálidos y suaves,
en tu patio las plantas florecieron
y yo me hacía bolita con las cochinillas.

Los postes que rodean la carretera
ya no me parecen tan grandes,
el vértigo al ver el vacío llega y desaparece.
Sigo siendo seria y curiosa,
le hago cuestionamientos a la gente
y aún me da miedo señalar la luna,
aún me cuesta dormir,
pero papá ya no me pasea en su coche
hasta caer rendida.

Ya nadie me pone música de fondo
ni se sientan conmigo a hacer la tarea.
Ya no me preocupa mi ombligo saltado
ni olvido apagar las luces.
Ya no tengo estrellitas fluorescentes en el techo,
mamá ya no pinta mis paredes
ni repara lo descompuesto.

Me dejo sentirlo todo,
en la dualidad encuentro un eje estable
y en la superposición de ondas sonoras
creé mi propio sonido.

Ya no paro los oídos
ni rezo
ni canto
ni recibes
lo que escribo.

Ana Lucía Aldrete Arrieta

 
 
 
 
La casa grande

I

Las puertas, siempre bien cerradas. Las ventanas, no se diga.
Cortinas pegadas como ojos con lagañas.
Afuera parece que duerme, pero adentro, todos estamos despiertos.
Nadie puede ver qué pasa dentro de la casa grande.

Unos pensaban que no estaba habitada,
que estaba embrujada y que la mantenían limpia unos fantasmas.
Fantasmas en sábanas blanquísimas en constante lamento,
llorando porque todos los días lavan la ropa de cama.

Un chisme era que ahí era la prisión de un monstruo que comía lo que cinco,
que bebía lo que cinco y que sentía lo que nadie.

Podías saber qué casa era la del monstruo,
sus desesperantes gruñidos iracundos se oían todas las noches.
Yo vivía ahí y eso último es mentira.

Los sonidos de noche son los ronquidos del tabique desviado de mi papá.
Que mientras él soñaba con atrapar peces y salir de la deuda en la Bancomer,
se convertía en el dragón Smaug
y nosotros en un tesoro somnoliento. 

 
II

En esta casa no se prenden las luces en la noche
porque lo que se puede ver de noche, se gasta,
y lo que se ve, se desea,
lo que se ve, se puede recordar mejor.

 
III

Yo salí de la casa grande a una casa chica.
Una casa que por fuera está rallada y dentro no cabe nada.
En esta casa no hay cuarto para niños.
En esta casa no hay espacio ni para fantasmas.

En esta casa, por demás ajustada,
se prenden los focos a todas horas
por que como luciérnaga que prende sus adentros:
busca, busca, busca quien se meta.

Algunos vecinos creen que en la casa chica vive un monstruo.
Está bien, no los culpo,
porque cuando decidí traerme un recuerdo de la casa grande
también me traje los ronquidos de mi papá.

Guillermo Callahan

 
 


Autores

Mextli Moreno

Ciudad de México, 1996. Es licenciada en Comunicación y Periodismo. Actualmente es reportera de prensa escrita y estudia la Maestría en Estudios de Género en la Universidad Autónoma de Querétaro.

Zamir Corzo Aché

Veracruz, 1975. Egresado de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación del Tecnológico de Monterrey. Se ha desempeñado como gestor cultural y profesor en las áreas de arte y literatura. Actualmente estudia la Maestría en Humanidades con especialidad en enseñanza de la literatura en la Universidad Autónoma de Zacatecas.

Tania Roque

Monterrey, Nuevo León, 1991. Licenciada en Literatura Mexicana por la UANL, redactora publicitaria y creadora de poesía en voz alta.

Leonardo Flores Ramírez

Ciudad de México, 2002. Es estudiante de primer semestre de ingeniería en energía en el IPN.

Macy Espinosa

Monterrey, Nuevo León, 1995. Es Licenciada en Letras Mexicanas por la UANL y líder climática por Climate Reality Project América Latina. Actualmente es wordsmith y copywriter digital.

Diego Puig Saval

Estudia sociología política y está escribiendo sus primeros poemas. Vive en la Ciudad de México.

Leida Castellanos

1995. Es aprendiz de psicoanálisis.

David Jasqui

Guionista de cine y televisión, entrelaza sus experiencias personales con ficción para crear una perspectiva atravesada por su identidad homosexual.

Ana Lucía Aldrete Arrieta

Monterrey, Nuevo León, 2000. Licenciada en Psicología y estudiante de posgrado en Psicología de la Salud.

Guillermo Callahan

La Paz, Baja California Sur, 1984. Ingeniero en Sistemas, Standopero y Teatrero. Su mentira favorita es decir que alguna vez fue rankeado top 10 en México, en el juego Starcraft.

abril 2024