Cuando encontraron los pliegues/
de mi vestido flotando/
en el lago como un abanico,/
los cisnes dejaron caer en el /
agua sus plumas negras./
No sé durante cuántos años/
estuve muerta…
Portugal
Los sueños más desvalidos
Los navíos existen, y existe tu rostro/
superpuesto al rostro de los navíos./
Sin ningún destino flotan en las ciudades,/
parten con el viento, regresan en los ríos.
No puedo posponer el amor para otro siglo
El tiempo duro/
con estas uñas de piedra/
este hálito pobre/
de órganos hambrientos/
estas cuatro paredes de alcohol y ceniza/
este río negro corriendo en las noches como una cloaca
La dirección del equívoco
Garabateo en la penumbra que compartimos.
Duermes y me tocas con los gestos
de cuando estaba embarazada.
Mis ojos se entrecierran.
Seremos intrauterinas
dentro de nada.
Ese corazón en donde nada brilla. Tres poemas franceses
Eres bella: y te quieren./
Eres joven: te sonríen./
Si algún amor pudiera abrirse /
en ese corazón en donde nada brilla./
Esta sonrisa de mi tristeza/
se volvería, reflejo lejano,/
hacia el oro cenizo de tu trenza,/
hacia el pálido mástil de tu mano.
El comienzo de un libro es precioso
El comienzo de un libro es precioso. Muchos comienzos son preciosísimos.
Pero es breve el comienzo de un libro — mantiene al comienzo prosiguiendo.
Cuando este se prolonga, un siguiente libro se inicia.
Basta esperar que la decisión de la intimidad se manifieste.
Como una tregua secreta, como un regreso a casa
Abraza esta claridad, es un hálito que/
recorre nuestras venas. Hace un tiempo/
escribí: cuando me cansé de mentirme/
a mí mismo, comencé a escribir/
un libro de poesía. Hoy de nuevo /
aprendí esa lección y por eso/
estoy aquí, estamos aquí.
La vida, que también es una palabra
Es verdad que Lisboa, en el invierno, no tiene la/
dureza de una ciudad del norte. El aire/
es húmedo, el frío no entra en el alma, y no/
tiene esos blancos puros, ni los grises que/
perduran, ni siquiera el sentimiento inquietante/
de que el mundo se detuvo bajo la mortaja celeste.
No importa si Londres o nosotros
Claro que todos mis prejuicios
de mujer se me vinieron encima, porque en el merendero
sólo había hombres que comían tocino y huevos y jitomate
(si estuviera en Portugal, serían sándwiches de queso),
pero pensé: Estoy en Londres, estoy
solita, a mí qué me importan los hombres, los ingleses
ni se meten tanto con una como los nuestros,
y así…
El instinto que nos dice
El corazón de la madre ilumina/
el territorio de la mano./
Con impulsos rápidos /
sube el dedo más largo/
para agarrar al pájaro salvaje./
El dedo que indica el silencio/
está coronado de estrellas./
Por la ladera derecha/
se desliza el pez rojo…