El Síndrome de Stendhal
v. Pablo Picasso: Arlequín (El pintor Jacinto Salvado)
… y entonces
tras cruzar las galerías
del siglo del bebop y de Hiroshima,
dejando atrás a casi todas las vanguardias,
llevado de la mano
de la ansiedad y del mareo,
topé de frente con toda la belleza
y toda la tristeza
de aquel hombre —como yo—
inacabado,
prisionero de las líneas de su trazo,
espejo y arlequín
entre el bufón y el santo
… y ahí en los corredores del verano,
ante esa estampa de resignada dignidad,
algo de mí,
dentro de mí,
profundamente
—una brizna del espíritu
inerte en la borrasca—
fue tocado
…y así,
fuera de mí,
mi alma elevose por el aire
mientras mi carne, anclada al suelo,
vibraba tensa sobre sus fundamentos
como la cuerda de un laúd
pulsada por el pastor de Judas
… y entonces
de mis ojos brotaron
rebaños de ternura y estupor,
de amor y compasión
por aquel príncipe de los inadaptados
… y ahí,
bajo mis pies,
por un instante
el tiempo se detuvo
y por mi mente
cruzó la nube de una idea
de dicha y plenitud
y un instante
después se disipó
ante esa efigie de lo bello y lo imperfecto
como la vida, el mundo,
y tantas otras cosas.
Disonancias
Las magnitudes importantes que medimos son discretas:
la fuerza con que un rostro se adhiere a su recuerdo,
la reverberación de un eco latente en la mirada,
la extensión que separa el deseo de su enunciado.
¿Quién en cambio pudiera describir
la masa y la materia
de lo que aun disgregado prevalece en su sustancia?
El fondo de la noche mercurial,
la dimensión desconocida del insomnio,
su poso espeso de sopor profuso.
Una idea del amor no es el Amor
aunque predique una noción aproximada.
Una partícula de Dios
—aun sin ser un dios—
plantea la hipótesis de un enigma múltiple.
Escalas, fuerzas,
gradientes, magnitudes.
Medidas y metáforas:
sistemas de referencia para trazar la progresión
de un orden emergente
hacia el colapso de todo lo creado.
Apuntes para una métrica de lo inconmensurable:
El universo mercurial.
Una idea de Dios aproximada.
El enunciado del amor,
su enigma múltiple.
La plenitud del éxtasis:
El deseo. Lo deseado.
Dos versiones
te acuchillan…
Ángel Ortuño
Mi sabotaje es reactivo,
expansivo,
notorio por lo burdo de sus bordes,
deshilvanado de recursos.
Es visible,
insostenible
como una granada que luego de explotar
enunciara las razones de su daño
sin detenerse a observar
su magnitud ni sus alcances.
Mi sabotaje se filtra
por las cornisas de un discurso balbuciente.
Hay otro, callado,
subterráneo,
que mina lento en lo profundo del deseo,
instaura en las planicies de la calma
una región de hielo y duda
y erige su noción de honestidad
entre brumas de sospecha.
Y medra y merma:
matiza su misterio.
Cada uno derruye a su manera
el muro de las posibilidades:
uno corroe desde adentro
mientras que el otro explota afuera.
En el centro, sus enunciados construyen un vacío.
Como el amor de los deshabitados,
que reparte a cada hambriento
su dádiva de hambre.
Goyira!
Bajo la piel del monstruo
hay otro monstruo
perfilándose en la desgarradura.
Debajo del disfraz del absoluto
el luto oficia demoradas ceremonias:
un millón de velas encendidas
naufragan frente a Cabo Zetsuboo…
un millar de banderas calcinadas.
La ilusión del reptil es amar con alas de paloma,
el vuelo es sólo un ideal del artificio.
—Entonces no reclames
a Dios haber creado al tigre,
agradécele haber sobrevivido a su rauda dentellada—.
Erguida ante la urbe abstracta,
la bestia es un tótem recurrente:
áspide del dolor, hiena de recelo,
potencia en su divisa el odio y la indulgencia:
“Anata ga aisuru mono o hakai suru”.
Expande en el silencio de la ciudad iluminada
un estupor de miedo y de vacío.
Lo razonable sería entonces el aniquilamiento,
pero no hay razón compatible con el deseo del fuego:
arder sin agotarse.
Tras el asedio
la eternidad resplandece con el pulso de una baratija:
skyline elemental de humo y de ceniza,
el horizonte es una sucesión de instantes ilusorios.
Mi corazón es una aldea devastada por Godzilla.
Dar
Jacques Lacan
Di
lo que pude
y en tal poder
está mi impedimento.
De mí
doy
lo que soy,
apenas lo que puedo:
Un poco
de lo poco
que no tengo.
Por no dar
algo de mí
jamás entrego
lo que pides
lo ideal
lo que se espera
de mí
doy siempre
lo que di:
enteramente todo
que es nada
por completo.
New Age
María Rivera
Estamos en la era del Mercurio retro:
vintage emocional,
communication breakdown.
Estábamos sacándonos la lengua,
lamiéndonos las llagas,
haciendo citas a destiempo
en un hotel de corazones rotos
—¿en tus daddy issues
o en mi complejo Edipo?—,
en el sofá de una terapia
remota de parejas disparejas:
tomándonos la selfie
en el estanque de Narciso.
Estábamos
—yo estaba—
dibujando hexagramas en el humo,
cazando vaticinios,
arcanos favorables:
buscando una respuesta en la basura metafísica.
Tú estabas
desnuda y distraída,
distante como Venus
en tu estela de símbolos ambiguos:
la sal, la sed,
lo diáfano y lo turbio.
Yo estaba
—estoy—
sentado frente al muro
—modo zen—,
tratando de aprender el viejo truco
del loto que florece entre las ruinas.
Tú estabas de otro modo,
a tu manera,
buscándole la cuadratura al triángulo,
la raíz a nuestro círculo
vicioso.
Yo estoy
—estaba—
haciéndome a la idea del desapego,
porque “en tal vínculo palpita
la raíz del sufrimiento”,
me dijo mi senséi espiritual.
Dice mi oráculo:
“Necesitas recobrar tu centro,
volver a tu balance”.
Mi analista recomienda
un mix de fluoxetina y broma-
zepam después de la merienda.
“Derrótate con amor”,
me sugiere mi padrino.
“No te hagas ilusiones”,
dice el Buda de la Risa.
Anoche, entre penumbras,
vino Jesús a recordarme:
“Cada resurrección
te hará más solitario”.
El Buda de la Risa me explica una noción del desapego
Slow and low/ That is the tempo
Beastie Boys
Todas las estrellas son ideas fijas
y cada idea es una estrella errante.
También el Sol es una esfera
inerte y recurrente en cuyo núcleo
se consumen recuerdos de una edad incombustible,
y en esa ley crepitan tus rescoldos.
Si arrojas un denario en el centro de la fuente
en llamas, con la mente,
verás un eco de círculos concéntricos.
Si, en cambio, pidieras un deseo
se te concedería una paradoja:
Si amas algo,
libérate de eso que amas.
27/04/2023
After Rush
A toda calamidad que te toca sin destruirte
le corresponde un signo ambivalente
de liberación y oprobio.
Si algo no te mata
se dice que te fortalece,
y en tu mirada, detrás del miedo y el recelo,
vislumbro la energía inusitada
de un Poder que en ti se alza
como el clamor de un millón de esclavos.
Cada caída…
En cada íntima catástrofe
percibo una señal intermitente
de caos y armonía.
Y en esta paradoja
se funda la idea de persistencia
que nos mantiene,
a ti y a mí,
un día a la vez,
de pie sobre esta tierra.
Autor
Víctor Cabrera
/ Arriaga, Chiapas, 1973. Poeta y editor. Autor de Signos de traslado (2007), Wide Screen (2009), Un jardín arrasado de cenizas (2014) y Mística del hastío (2017).