julio 2023 / Inéditos

Rimbaud A/Z. Una entrada y una versión

En estos días comienza a circular el nuevo libro de Jorge Esquinca: Rimbaud A/Z (Bonobos-Secretaría de Cultura de Jalisco, 2023). Escritos en orden alfabético, a manera de diccionario, estos ensayos son —de acuerdo con María Negroni— un “asedio amoroso” a la vida y la obra del poeta francés. Aquí ofrecemos una de sus entradas (la “b” de “Barco”)  y una versión en prosa del poema “El barco ebrio”, contenido en el apéndice del volumen.

La Redacción

 

Barco

 

Tendrá que convertirse en ese Barco ebrio para llegar, como Baudelaire, a lo desconocido. Para sumergirse de una vez por todas en el Poema del Mar. La ebriedad es, entonces, indispensable. Se trata de una embriaguez absoluta, una embriaguez cósmica. Dejar atrás a los vigías, huir de los faros, de toda ruta previamente trazada. Es el Mar providente. Sí, para llegar a ver aquello que otros, menos ávidos, solamente han creído ver. El poema, escrito a sus 17 años, sin conocer el mar, va más allá de la acumulación de glosas y paráfrasis de Verne, Hugo y Baudelaire que han señalado los comentaristas. Hay mucho más: el mar de los libros leídos le proporciona la materia prima para nombrar los nuevos lugares de la poesía, donde los peces y la fosforescencia de las aguas cantan las visiones del poeta; donde los monstruos de las mitologías –el Leviatán, el Behemot– conviven con “los pies luminosos de las Marías”; donde un Nemo extático, pleno de “horrores místicos”, se entrega a la contemplación de un amanecer que se eleva “como un pueblo de palomas”. Y la singladura se va creando conforme el Barco avanza, las visiones, los sueños –que se sueñan con los ojos abiertos– se suceden. Apariciones que anticipan el monólogo del Replicante, el invencible antagonista del Blade Runner: He visto archipiélagos siderales e islas/ cuyos cielos delirantes se abren al viajero… I’ve seen things you people wouldn’t believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion… Rimbaud desborda, inaugura otras 20 mil leguas, un nuevo Álbum del Mar para sus estampas visionarias. ¿Un nuevo mapa sideral? Más bien, en todo caso, un descenso de la mano de Poe hacia el Maelstrom: el Barco perfora el cielo, arrojado por el huracán, en una suerte de angustiosa deriva. (Y, dentro, en la dársena del recuerdo, otro navío más frágil aún, “como mariposa de mayo”, se dispone, desde la mano de un niño a surcar el sombrío piélago de un charco.) Barcos en el Canal de Suez, admirados por el niño Arthur en revistas de la época. Y, no mucho después, vistos de verdad. Una hazaña en los límites de la voluntad, de la audacia, de la necesidad de perderse… El anuncio, quizás, de una fatiga extrema, que lo llevará a perder una pierna. Tendrá que dejar pasar ciento cincuenta años para ver tatuado ese poema en un muro de París, tendrá que someterse a la embriaguez de la absenta y del viento en altamar para olvidarse de ese poema. Y el Vigor del que nos habla –“millón de pájaros de oro”– se ha exiliado, es un futuro. ¿El que habrá de necesitar, convertido en desertor, para atravesar las selvas de Java y en plan de traficante el desierto Danakil? Casi podría decirse que en ese poema se encuentran escritas, en código visionario, señales de lo que vendrá. Antoine Adam: “Le bateau ivre suponía, no sólo para Rimbaud, no sólo para el poeta, perspectivas misteriosas de fuerza y de libertad, un mundo desconocido donde el espíritu sueña penetrar. No se trata, para nada, del mundo interior de los místicos, sino aquel que la humanidad busca alcanzar y donde habría de encontrar la felicidad”. Pero el Barco hace agua, es un “mártir cansado” que si bien ha visto –y nombrado– lo inefable, ha de pagar por ello. En la página final de la biografía escrita por Enid Starkie, este párrafo: “En Le bateau ivre, por otra parte, encontramos todas las nostalgias de la naturaleza humana, sus aspiraciones y su apasionado deseo de dejar atrás valores que han perdido su vigencia para navegar hacia esperanzas nuevas. La carga de Le bateau ivre son los sufrimientos de un mundo herido, con el infinito cansancio que le produce todo lo que le rodea; esa nave lleva a bordo el ardiente deseo del mundo de navegar por alta mar, librándose del asfixiante hedor del puerto, para purificarse allí de todo lo que le ha manchado”. Aunque me parece advertir que la libertad libre tan ansiada, tan afanosamente buscada por Rimbaud no encuentra aquí otro camino que la aniquilación: “que reviente mi quilla, que me hunda en el mar”, exclama desconsolado hacia el final de los cien versos que componen el poema. Es el precio a pagar por el navío que abandona la estela. Es la aduana de la realidad que le cobra impuestos al vidente. “Toda luna es atroz y todo sol amargo”.

 

El barco ebrio

 

Cuando descendía por ríos impasibles, ya no me sentí guiado por los remolcadores: los Pieles Rojas, aullando, los clavaron desnudos en postes de colores para usarlos como blanco.

 

Me tenía sin cuidado la tripulación, la carga de trigo flamenco o algodón inglés. Cuando mis remolcadores terminaron con sus manejos, los ríos me dejaron navegar a donde quise.

 

El invierno pasado, más sordo que el cerebro de los niños, corrí entre los furiosos chapoteos de las mareas, y las penínsulas desamarradas nunca supieron de un alboroto más triunfal.

 

La tempestad bendijo mis despertares marítimos. Ligero como un corcho bailé sobre las olas, a las que llaman eternas rotadoras de víctimas. ¡Diez noches!, sin añorar el ojo bobo de las farolas.

 

Más dulce que para los niños la carne de las manzanas agrias, el agua verde penetró mi casco de abeto, me lavó las manchas de vino azul y vomitadas, dispersó el ancla y el timón.

 

Y desde entonces me bañé en el Poema del Mar, infundido de astros, lactescente, devorando el verde azul donde a veces flota y desciende un ahogado pensativo, pálido y radiante,

 

donde, tiñendo de un trazo las azulaciones, los delirios y los lentos ritmos bajo el centelleo del día, fermentan las amargas rojeces del amor: más fuertes que el alcohol, más vastas que nuestras liras.

 

Conozco los cielos que estallan en relámpagos, y las trombas y las resacas y las corrientes; conozco la noche, el alba exaltada como un pueblo de palomas, y he visto algunas veces lo que el hombre creyó ver.

 

He visto el sol poniente, manchado de horrores místicos, iluminando largas coagulaciones violetas; las olas, semejantes a los actores de dramas antiquísimos, enrollando a lo lejos su temblor de persianas.

 

He soñado la noche verde con nieves deslumbradas, un beso que lentamente asciende a los ojos del mar, la circulación de savias inauditas, y el despertar amarillo y azul de fósforos cantores.

 

He seguido durante meses al oleaje que, semejante a una manada histérica, se lanzaba al asalto de los arrecifes, sin pensar que los pies luminosos de las Marías pudiesen encajarles el bozal a los océanos asmáticos.

 

He descubierto increíbles Floridas, donde las flores se mezclan con los ojos de las panteras de piel humana. Y los arco iris, tendidos como bridas para los glaucos rebaños bajo el horizonte de los mares.

 

He visto fermentar los enormes pantanos, trampas entre juncos donde se pudre todo un Leviatán. Y el derrumbe de las aguas en plena bonanza, y las lejanías cayendo en catarata hacia los abismos.

 

Glaciares, soles de plata, olas de nácar, cielos de brasa. Horribles varaderos en el fondo de golfos sombríos, donde serpientes gigantes devoradas por las chinches caen de los árboles torcidos entre negros perfumes.

 

Me hubiera gustado enseñar a los niños esas doradas en la ola azul, esos peces de oro, esos peces cantores; espumas de flores me acunaban al levantar el ancla y vientos inefables me dieron, por instantes, sus alas.

 

A veces, mártir cansado de polos y de zonas, el sollozo del mar suavizaba mi balanceo, me traía sus flores de sombra con ventosas amarillas, y yo me quedaba como una mujer arrodillada.

 

Casi una isla, sacudiendo de mi borda las quejas y el excremento de los pájaros chillones de ojos rubios, navegaba; mientras los ahogados bajaban a dormir por mis frágiles cordajes, retrocediendo.

 

Entonces yo, barco perdido en la cabellera de las ensenadas, arrojado por el huracán al éter sin pájaro, yo, de quien ni los veleros ni los guardacostas hubieran rescatado mi casco ebrio de agua;

 

libre, humeante, cubierto de brumas violetas; yo que perforaba el cielo rojo como un muro que ofrece -confitura exquisita para los buenos poetas-, líquenes de sol y mocos de azur;

 

yo que corría salpicado de lúnulas eléctricas, tabla loca, escoltado por hipocampos negros, cuando los meses de julio tiraban a garrotazos los cielos ultramarinos en ardientes embudos;

 

yo —que temblaba al oír a cincuenta leguas el gemido del Behemot en celo y el espesor del Maelstrom—, eterno hilandero de las inmovilidades azules, ¡añoro la Europa de las antiguas murallas!

 

He visto archipiélagos siderales y las islas cuyos cielos delirantes se abren al que navega: ¿Es durante esas noches sin fondo que duermes y te exilias, millón de pájaros de oro, futuro Vigor?

 

Pero, en verdad, he llorado demasiado. Las albas son lamentables. El acre amor me colmó de letargos enervantes. Toda luna es atroz y todo sol amargo. ¡Que reviente mi quilla! ¡Que me hunda en el mar!

 

Si deseo agua de Europa es la del charco negro y frío donde, hacia el crepúsculo embalsamado, un niño en cuclillas suelta con enorme tristeza un barquito frágil, como una mariposa de mayo.

 

Ya no puedo, olas, bañado en sus languideces, seguir la estela de los barcos cargueros de algodón, ni atravesar el orgullo de las banderas y los gallardetes, ni nadar bajo los horribles ojos de los pontones.

 


Autor

Jorge Esquinca

Ciudad de México, 1957. Poeta, ensayista, traductor y editor. Autor de una veintena de libros, entre los que destacan El huso de Andrómeda (poesía) y Rimbaud A/Z (ensayo), publicados ambos en 2023. Traductor de poetas de lengua inglesa y francesa, dirige el sello Mano Santa Editores, especializado en pequeños libros de poesía. Vive en San Antonio Tlayacapan, en la ribera del lago de Chapala, Jalisco.

julio 2023