octubre 2023 / Inéditos

Políticas del nombre

 
Al principio el ojo de la cámara
intenta capturar el balanceo de las ramas.
El objetivo
quiere grabar el bosque de caldenes,
las hojas del algarrobo que se mueven
casi imperceptibles.

Hay poco viento.

Son las diez de la mañana
y ya hace más de treinta grados.
Como si el campo
con tan solo mirarlo pudiera ser quemado.

 
 
Leemos en los cronistas
que los antiguos eran grandes caminantes.

Eso, en otro tiempo.
Eso, antes de que llegaran los caballos.

Eso, antes de que empezara
la guerra de las vacas.

Mientras sus propios cuerpos
servían de alimento a los perros y los pájaros.

 
 
El tío de Acha tiene algo que contar. El tío
de Toay tiene algo que contar. El tío de Victorica
tiene algo que contar.
El tío de Trenke Lauken tiene algo que contar.

 
 

Chateaubriand

Atala, espesuras de América.
Los grandes lagos.
Palabras en una lengua muerta
cantadas en las cimas de los árboles
(ver Barthes, Preparación,
clase del 16 de febrero de 1980).

Llegará un día
en que los únicos
que van a hablar el idioma de los viejos
van a ser los pájaros.

 
 

Políticas del nombre

“Denominé a estos parajes”, escribe Moreno
en una de las revistas del Museo que compramos
ayer desde casa con unos pocos pesos, “por sus bellezas naturales
y por su aire cristalino,
la Suiza argentina”.

 
 

Don de llanto

Después, de ahí a un rato, andando y acordándome de lo pasado,
una nueva moción interior a devoción y lacrimar.
 
Ignacio de Loyola, Diario espiritual, 1544

 
Cuando la combi pasó por la orilla del lago
y volví a ver después de muchos años
el follaje, las piedras, el agua,
me vino el don de llanto.

Lo que me pone así, dije,
son los árboles, las plantas.

Podemos bajar hasta el agua siguiendo el sendero
que atraviesa el bosque. Un camino
que se interna entre los pinos,
con algunos árboles caídos que trepamos
y un suelo que, por la acumulación de restos vegetales
sutilísimos, parece cubierto
por una alfombra verde.
El camino
cruza una propiedad de los jesuitas
y llega hasta una playa
donde hay una larga cruz de madera,
una cruz que se alza sobre el suelo de la costa
unos dos metros.
Recuerda tal vez al primer europeo
que tocó estas mismas aguas en la colonia
y que hoy le da su nombre al lago.

Ya hace un poco de calor. Vemos unos caballos.
Algunos animales
pastan tranquilos como en la décima elegía.
Vemos el camping,
vemos la gente que se baña en el lago.

Todo el tiempo
el agua del Mascardi, el color más hermoso
que vimos en la vida; todo el tiempo
las montañas celestes;
todo el tiempo el aire.

 


Autor

Diego Bentivegna

/ Buenos Aires, Argentina, 1973. Publicó los libros de poemas Las reliquias (2013) y Geometría o angustia (2016) y El pozo y la pirámide (2022). Administra el blog diegobenti.blogspot.com, donde pueden leerse sus versiones de poesía italiana contemporánea.

octubre 2023