enero 2025 / Reseñas

La épica de la derrota

 
Félix Suárez, ¿Hubo esta vida o la inventé?, Ediciones del Lirio, México, 2024, 64 pp.

 

 
 
Las primeras dos cosas que noté con profunda conmoción en la poesía de Félix Suárez (Ixtlahuaca, Estado de México, 1961), al leer sus preciosos Jardines abandonados (FOEM, 2022), fue el ejercicio del desprendimiento, la continua despedida y la sabiduría que hay en ello. Luego vino el asombro por la forma, la elegancia y la sutileza, la transparencia y la sencillez con que hilvana sus ideas. Un discurso melancólico, sí, pero también dulce, no exento de ternura, como en una conversación entre amigos: una en la que se dice algo verdaderamente importante y con las palabras justas.

 

Una delicada forma de adulterio

En un buen libro, un libro hondo y rico, uno siempre termina encontrando una gran cantidad de conexiones con otros que hemos leído. En este sentido, Ezequiel Martínez Estrada escribió alguna vez lo siguiente: “Hay aquellos que, mientras leen un libro, recuerdan, comparan y reviven emociones de lecturas anteriores. Esa es una de las más delicadas formas de adulterio”. Un lector, por supuesto, no puede evitarlo: relacionar este libro que tiene en las manos con todos los demás que han venido antes.

Un buen lector lee el libro presente como si estuviese leyendo todos los libros juntos, y en este caso esa lectura me llevó en un viaje por la tradición de esta clase de exploraciones sobre la fatalidad de todo. Recordé de inmediato a los antiguos poetas chinos, quienes se retiraban hacia el final de sus vidas a las aldeas, a despedirse en calma de un mundo siempre extremadamente gravoso para el alma sensible; a los griegos, quienes aceptaban en todo momento la fatalidad del destino, inquebrantable hasta para los mismos dioses, pero contra la que había que luchar, aunque no se pudiera lograr triunfo alguno; a Séneca, quien nos recomendaba de continuo ensayar la despedida, meditar continuamente sobre la muerte y que nos dice cosas como éstas: “Para esto fuiste engendrado: para perder, para perecer, para tener esperanza y temores, inquietar a otros y a ti mismo, para tener miedo a la muerte y a la vez desearla y, lo peor de todo, no saber nunca en qué situación te hallas” (Consolación a Marcia); recordé a Ennio, quien en voz de Telamón, al perder a su hijo Áyax, dice: “Yo, cuando lo engendré, sabía que tenía que morir. Y para eso lo crié”; llegué al Willy Loman de Arthur Miller, que aseveraba que “La vida se trata de ir perdiendo cosas” y que muere un día antes de pagar la última letra de su casa. Al leer esa dura sección del libro que es “Luz de quirófano”, arribé a la primera página de las Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, y recordé cómo el emperador se siente vulnerable, desnudo frente al médico y escribe: “Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre”, y poco más adelante: “he llegado a la edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada. Decir que mis días están contados no tiene sentido; así fue siempre; así es para todos”; luego llego a Jim Moore, el gran poeta estadounidense que se ha estado despidiendo de la vida desde que tenía cerca de 30 años y no obstante sigue entre nosotros; a Philip Larkin, paralizado de terror al vacío al despertar una madrugada y recordar que ha de morir…

¿Hubo esta vida o la inventé? es un libro estoico, un eco de aquel tema frecuente en la poesía china y japonesa: “¿Qué es la vida del hombre en la tierra? Es como un ganso en la nieve. En un momento el ganso desaparece, luego sus huellas, y nadie sabe qué fue de ellos”. Es un libro que evoca a Ozymandias, al budismo, al Eclesiastés, pero también es un libro que no provoca sólo desasosiego, sino una actitud meditativa, serena, una que nos pide pensar nosotros mismos sobre estos asuntos esenciales de la experiencia humana, en nuestros propios términos.

 

La épica de la derrota

Quisiera abordar algo que me parece de suma importancia sobre esto último, es decir, sobre la contribución de este poeta contemporáneo al cúmulo de la experiencia humana. En la p. 69 de Los jardines abandonados, Suárez habla de la “épica de la derrota”:

Me pregunto cómo, de qué retorcido modo, la conciencia de la derrota se convierte, por un efecto contrario, en una de las formas espurias del heroísmo, a tal punto que puede provocarnos un inocultable orgullo. ¿No será acaso que la derrota es en sí misma también una de las formas menos exploradas de la épica: la épica de la derrota? Cómo explicar, si no es así, nuestra ancestral admiración por Héctor, el domador de caballos, y el secreto repudio que sentimos hacia las victoriosas armas de Aquiles.

Aun cuando en cierto momento de este libro el autor escribe: “Me he puesto viejo, no entiendo nada”, en realidad ha estado labrando, junto a muchos otros a lo largo de la historia, esa épica de la pérdida en la que no hay oprobio alguno: una sabiduría de la aceptación de nuestro destino, de esa certeza de que todo lo que llamamos nuestro está perdido de antemano. Una sabiduría que, aunque pareciera dura, es en realidad una invitación a celebrar no sólo nuestro tesoro presente: el presente, sino también nuestros tesoros pasados, en los cuales, por qué no, se han de incluir las pérdidas convertidas en recuerdos: esas imágenes que vamos transformando según nuestros propios anhelos, esperanzas y nostalgias, y que constituyen las piezas de una vida que quizá nos hemos ido inventando. Ante esta certeza, o duda razonable al menos, llega un momento en el que tenemos que preguntarnos también, junto con Adélia Prado, quien aporta el epígrafe del libro de Félix Suárez: ¿Hubo esta vida o la inventé?

 


Autor

Edgar Trevizo

/ Chihuahua, Chihuahua. Poeta, traductor, editor y promotor de la lectura y escritura de poesía. Es autor de La vida espiritual de las hormigas (2021) y Country Music (2023), así como coordinador y traductor de varias antologías de poesía. En 2004 obtuvo el Premio Chihuahua de Literatura. Es director y fundador de Medusa Editores.

enero 2025