Mientras realizaba la investigación para realizar el prólogo, en conjunto con Alejandro Palma, de Las palabras y el tiempo (Malpaís Ediciones, 2018), me encontré con un cuadernillo tamaño carta con dos tonos de azul: el del lomo, turquesa y las pastas, pastel. Está mecanografiado en hojas de papel cebolla y tiene una dedicatoria a Antonio Castro Leal, en cuya biblioteca se encuentra. Tiene anotaciones en tinta azul de las que, hasta ahora, no es posible saber si fueron hechas por Castro Leal o por la poeta. En la carátula se lee: “Alaíde Foppa, Memorias y transfiguraciones, México, 1965”. De acuerdo con la bibliografía de la autora, este poemario habría sido escrito en la misma época en que publicó Guirnalda de primavera (1965), antes de Elogio de mi cuerpo (1970) y de Las palabras y el tiempo (1979), último libro publicado por Foppa. Los poemas aquí seleccionados no presentan ninguna anotación en el cuadernillo.
El 19 de diciembre de 1980, Romeo Lucas García, dictador de Guatemala, envió a un grupo de policías de G2, Ejército de Guatemala, quienes interceptaron el auto donde viajaba Alaíde Foppa, mataron a su chofer y la desaparecieron. Solo hasta 1982 se supo que la poeta y activista murió al tercer día de su detención en los separos militares: la tortura le provocó un paro cardiaco. Su cuerpo no ha sido encontrado, pero su palabra sigue viva; muestra de ello son estos tres poemas de su libro inédito Memorias y transfiguraciones.
Ella y el tiempo
Medido
en el ritmo presuroso o calmo
de su suspiro,
en el fluir de su sangre perenne,
en su parpadear silencioso,
en el orden de su sueño,
en su desvelo,
en su larga espera,
en sus vagos recuerdos,
el tiempo
invisible río,
la arrastra sin defensa
a un mar desconocido.
Para verse un instante
en el claro lago de la felicidad,
quiso detener su curso,
mas la corriente se llevaba
la desvanecida imagen.
Y no hay para ella
un agua quieta
donde hallar de nuevo
el candor de su rostro infantil,
el esplendor de su mirada joven,
reflejados un día
en espejos empañados.
Turbia corriente,
el tiempo
lo confundió todo.
¿Quién dijo
que es breve la vida?
Si nunca acaba,
si cada hora
es apenas una lenta gota,
y es tan largo el día
que hasta le cabe la muerte.
¿Quién dijo que es larga la vida?
Si es tan breve,
tan estrecha,
tan incompleta y fugitiva,
que no le cabe casi nada
de todo lo esperado.
Era tan extraño su tiempo,
que ella vivía sin presente,
adormilada
en confusas memorias,
o perdida
en vagos ensueños,
en hábiles y acariciantes fantasías
en las que no creía.
Sólo sobre su piel pasaba
ese presente vacío.
Como un animalito paciente,
se anidaba
cerca de sus ojos,
en la comisura
levemente amarga
de sus labios,
consumiéndola
sin que se diera cuenta.
Pero alguna vez
se vistió de esperanza
el tiempo.
Levantada entonces
sobre su incierto presente,
ella vivió en la aurora
por un momento.
Ella y su cuerpo
Rara vez le pareció
que le quedara bien
su cuerpo.
De niña,
era un cuerpo tan breve
que la obligaba
a mirar siempre desde abajo,
a esperar que sus padres
la tomaran en brazos
para verles
el rostro de cerca,
para tocarles los cabellos,
a esperar el abrazo
de su madre
para recostarse
en su pecho suave.
Ella, desde su estatura,
sólo podía abrazarle
las rodillas duras.
Luego,
fue un cuerpo inquieto,
a menudo doliente,
castigado
por persistentes fiebres,
un cuerpecillo insignificante
del que surgía un rostro pálido.
Y cuando un día
pareció vestirse de fiesta
de la adolescencia
ella creyó que se lo reprochaban.
Apenas asomaba la alegría
en el ritmo ligero de su paso
en el sonido claro de su voz,
en el brillo de sus ojos,
oscuros peligros acechaban
ese florecer extraño.
¿Tenía derecho a vestirse de fiesta
en un mundo enlutado?
¿Podía llevar su pie danzante
por un camino de espinas?
Quizás
su mismo cuerpo
era un vestido ajeno.
Por eso tuvo extrañas aventuras
el joven cuerpo lastimado:
iba al abrazo
como a un naufragio
y volvía como un sobreviviente
milagrosamente salvado.
En la fuga
se encontraban de nuevo
ella y su cuerpo
sin saber de qué huían.
No sabía entonces
que era
una tierna parte de sí misma,
tierra pródiga
donde su vida florecía;
y qué tan dulce
como el viento de primavera
era su aliento misterioso
tan ricas como las ramas
del árbol verdecido,
sus manos,
y más luminosos
que los astros del firmamento
sus grandes ojos abiertos.
Ella y el miedo
Creció con ella
subrepticio
recóndito
con apariencias tan cambiantes
que nadie lo reconocía.
Ni ella misma
que se creía valiente.
No iba acompañado
de monstruos o fantasmas,
no surgía
de cuartos oscuros
ni de abismos.
Invisible temblaba
en su palabra tímida,
se volvía un velo
ante el paisaje luminoso,
una barrera
ante el fruto apetecido,
una sonrisa
ante la decepción.
Paralizaba la mano
que iba a tenderse
hacía una mano amiga.
Bajaba por los párpados
sobre la mirada
en que por un instante
brillaría la dicha.
Aunque era una niña quieta,
tenía miedo
de hacer ruido
porque alguien dormía a su lado.
Tenía miedo
de correr por la casa solitaria
donde sus pasos despertaban
resonancias extrañas.
como era una niña silenciosa
tenía miedo de cantar,
porque su voz despertaría
resonancias extrañas
en su alma solitaria.
Y temía las palabras,
las duras palabras que hacen daño
y las dulces palabras
que querían anidarse
en su corazón erizado.
Las palabras de los otros
y las suyas.
Miedo de lastimar
y miedo
de ser lastimada.
y si la asustaban
las puertas cerradas
a las que no osaba tocar,
ay, cuánta desazón,
ante una puerta abierta…
Vivía
como en un retrato de juventud:
vestida de baile
adornada de rosas,
fina, dulce y sonriente,
pero inmóvil
en el umbral iluminado
de esa fiesta
donde el miedo
la dejó para siempre detenida.
Autor
Alaíde Foppa
/ Barcelona, 1914 – Ciudad de Guatemala, 1980. Poeta, ensayista, traductora y feminista guatemalteca. Vivió como exiliada en México durante varios años y escribió ahí buena parte de su obra. Entre sus libros de poesía cabe destacar La sin ventura (1955), Los dedos de mi mano (1958) y Elogio de mi cuerpo (1970). Tradujo a autoras clave del feminismo, como Simone de Beauvoir y Gisèle Halimi, y colaboró de cerca en la revista Fem. Fue secuestrada, desaparecida, torturada y asesinada por el gobierno del dictador Romero Lucas García.