14 diciembre, 2020

El “hecho sonoro” en la poesía de Idea Vilariño (2)

de Julia Santibáñez | Ensayos

Esta es la segunda parte del ensayo. Puedes leer aquí la primera parte.

 

 

III. Poemas de amor

Publicado en 1957, es uno de los títulos más logrados de la creadora; siempre fue inestable, distinto de sí mismo, pues ella no dejó de modificarlo. Baste un dato: en la primera edición tuvo diez poemas; en la Poesía completa (2008) ya sumaba 67, según hace ver la crítica Rosario Peyrou.1

Está dedicado a Juan Carlos Onetti —el amor más publicitado de la mujer de letras, dada la estatura creativa de ambos—. A pesar de la dedicatoria, el volumen incluye poemas dedicados al autor de Juntacadáveres, pero igualmente inspirados por otros hombres, según dijo ella misma. Vilariño señaló en entrevista que cuando tuvo momentos de amor luminoso no escribió sobre ellos porque los estaba viviendo. Quizá hubiera sido más preciso titular el libro Poemas de desamor, pues transpira una desesperanza total; aborda el desgarro, la tristeza más desoladora, el abandono aborrascado, aunque el plano ya no es prioritariamente existencial, sino de pareja, como en “El encuentro” (de 1959):

Todo es tuyo
por ti
va a tu mano tu oído tu mirada
iba
fue
siempre fue
te busca te buscaba
te buscó antes
siempre
desde la misma noche
en que fui concebida.
Te lloraba al nacer
te aprendía en la escuela
te amaba en los amores de entonces
y en los otros.
Después
todas las cosas
los amigos los libros los fracasos
la angustia los veranos las tareas
enfermedades ocios confidencias
todo estaba marcado
todo iba
encaminado
ciego
rendido
hacia el lugar
por donde pasarías
para que lo encontraras
para que lo pisaras.2
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Si bien se conserva la ausencia intencional de signos de puntuación, aquí la forma es más compacta y los cortes entre versos resultan más significativos. Consta de veintinueve versos, que fluctúan entre dos y once sílabas, con fuerte predominio del heptasílabo y, en segundo lugar, del endecasílabo. Aquí la rima tiene un peso menor, con pocas asonantes en a-a, pero figuran varias anáforas (v. 3 a 8).

Las enumeraciones y amplificaciones funcionan a nivel temático y acentual, como en los versos 18 a 20, cuyo juego de acentos cae en sílabas 3-6-10, 2-6-10, 4-6-10; y en los versos 27 a 29, heptasílabos con acento en la sexta. A diferencia de los dos poemas analizados antes, aquí no hay metáforas ni símiles. El discurso es directo, sin adornos. “La poesía genuina puede comunicar incluso antes de ser comprendida”, escribió T. S. Eliot sobre la Comedia de Dante. La sentencia cobra una honda dimensión en este caso: la reiteración de verbos en distintos tiempos y la falta de puntuación remiten a la urgencia de expresar, al atropello de quien no tiene tiempo de ordenar su discurso. Al eliminar la jerarquía lingüística de oraciones principales y subordinadas, el propio compás y la insistencia descubren el asunto del poema.

El notable giro final nos obliga a ver bajo otra luz lo antes señalado:

todo estaba marcado
todo iba
encaminado
ciego
rendido
hacia el lugar
por donde pasarías
para que lo encontraras
para que lo pisaras.

[Las cursivas son mías.]

Es manifiesto que la autora posee mayor dominio de sus herramientas técnicas. Señala Ana Inés Larre Borges, investigadora de la Biblioteca Nacional de Uruguay, editora de Vilariño en vida de la creadora y a quien ella legó la administración de su obra: “En la material sonoridad de los versos, en sus ritmos, sus simetrías sonoras y acentuales, guiada por el estudio y por su ‘oído absoluto’, Idea dedicó un sostenido esfuerzo al estudio de lo que domésticamente llamó ‘mis ritmos’, sintiendo que era ‘lo único que tal vez sé hacer mejor que nadie’”.3 Sí, es inequívoca su obsesión por la cadencia.

 

IV. Comentarios finales

La maestría y la lucidez del trabajo rítmico de Vilariño se explican tanto por su conocimiento musical como por su frecuentación del estudio poético. Destaca, entre otros, su análisis de “Blasón”, de Rubén Darío, “Lo inefable”, de Delmira Agustini, y “La plaza tiene una torre”, de Antonio Machado. En este último caso comenta que los versos pares tienen rima asonante y, más aún, que el poema se estructura en lo que llama “asonancia vertical”, que corresponde a un ciclo simétrico donde el primer acento de cada verso cae en las vocales a-o-o-a a-a a-o-o-a.4 El análisis es fascinante por sí mismo y por lo que revela sobre la autora, para quien la poesía es, primeramente y de forma definitiva, un entramado de sonidos. Lo dijo en alguna entrevista: “Un poema es un franco hecho sonoro —sonidos, timbres, estructuras, ritmos—. O no es”.5

Por otro lado, aunque los alcances de estas líneas evitan profundizar en el resto de la producción de Vilariño, valgan mis breves apuntes. En Pobre mundo (1966), su tercer libro, la uruguaya se desplaza temáticamente: escribe de la naturaleza —una estrella, el mar, un río— y sobre su militancia política de izquierda —en defensa de Guatemala, contra Vietnam, una loa al Che Guevara, entre otros—. En lo formal, el volumen comprende los poemas más largos de la autora: “Digo que no murió” tiene 64 versos y “Agradecimiento” consta de 101, más nueve líneas de presentación. En cambio, en No (1980), su última publicación, la austeridad es ya absoluta: ha despojado su trabajo de anécdota y desarrollo, incluso de referencias que orienten al lector. Se trata, claro, de una postura consciente: “Cada vez me prohíbo más desarrollar o explicar, y por tanto los poemas son mínimos”.6 El mismo nombre, No, consta de dos letras que se desdicen, mientras números del 1 al 58 nombran los poemas. Están presentes la enumeración, la anáfora, la amplificación, pero constreñidas a la mínima talla. Se trata de composiciones sin alhajas, sin accesorios ni prendas, descarnadas: huesos expresivos, silencios duros. El último poema, de dos versos, es rotundo: “Inútil decir más./ Nombrar alcanza.”

*

Es fascinante seguir el trabajo de la nacida en Montevideo desde sus primeros escritos y hasta sus dos libros iniciales:7 el uso privilegiado de repeticiones y desdoblamientos, la relevancia que da a la métrica, así como el empleo riguroso de rimas asonantes tanto como de tempos vertiginosos, hablan de su intención de subrayar el ritmo como elemento central de su trabajo. Este, y la cuidada belleza fónica de sus versos, subrayan la carga de contenido de cada poema. De ese modo, el conjunto opera como un engranaje atemperado para crear un hecho sonoro y conceptual mayúsculo.

No quiero dejar de sugerir la lectura paralela de la escritora con otro autor imbuido de música: el mexicano José Gorostiza (1901-1973). (Me interesa enriquecer el estudio comparativo de las poéticas de ambos, desde el punto de vista rítmico, acentual, de rima. Tengo la certeza de que ahí se esconde más de una sorpresa.) El tabasqueño escribió en “Notas sobre poesía”: “[…] yo me atrevería a decir aún (en estos tiempos) que la poesía es música […] el poeta, a fuerza de trabajar el idioma, lo ha adaptado ya a la condición musical de la poesía, sometiéndolo a medida, acentuación, periodicidad, correspondencias […] La diferencia entre prosa y poesía consiste en que, mientras una no pide al lector sino que le preste sus ojos, la otra necesita de toda necesidad que le entregue la voz”.8 Vilariño, sin duda, lo habría suscrito. En algún momento, Jaime Torres Bodet hizo notar que Gorostiza tuvo una producción escasa no por “‘esterilidad’ sino por el deseo de una perfección casi geométrica”.9 Otro tanto aplica para la uruguaya.


1 Rosario Peyrou, “Decir no”, Idea. Revista de la Biblioteca Nacional de Uruguay, 2014, número 9, p. 32.
2 Idea Vilariño, Poesía completa, op. cit., p. 136.
3 Ana Inés Larre Borges, “Idea después de Idea”, Idea. Revista de la Biblioteca Nacional, op. cit., p. 12.
4 Adicionalmente, en El tango analiza recursos de letristas como Celedonio Esteban Flores, quien tomó de Darío los dodecasílabos y alejandrinos. Además apunta que “tal vez se han leído mal los que parecen largos versos de “Margot”, de “Mano a mano” […] que no hacen más que disimular los sencillos octosílabos que, a su vez, están organizados casi siempre en dos tetrasílabos”, El tango, op. cit., p. 58.
5 Carina Blixen, “Delmira, el ‘sensitivo espejo’”, Idea. Revista de la Biblioteca Nacional, op. cit., p.184.
6 Idea, documental de Mario Jacob, op. cit., 31’’.
7 Continuaré el análisis de poemas significativos de sus últimos dos libros.
8 José Gorostiza, “Notas sobre poesía”, Poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 1964, pp. 13-14 y 16.
9 Citado en Susana González Aktories, Muerte sin fin: poema en fuga, JGH Editores, México, 1997, p. 36.


Julia Santibáñez / Ciudad de México. Cursó la licenciatura en Letras Hispánicas y la maestría en Literatura Comparada, ambas en la UNAM. Es autora, entre otros, de los títulos de poesía Rabia de vida (Resistencia, 2015), Ser azar (Abismos, 2016), Eros una vez (Seix Barral, 2017), Sonetos y son quince (Parentalia, 2018) y Eros una vez —y otra vez— (Textofilia/UANL, 2020). Desde hace varios años ha realizado difusión cultural en medios radiofónicos y televisivos; es editora del suplemento El Cultural, del periódico La Razón.