José Pulido, Escenas de vacas interminables, Malpaís Ediciones, México, 2021, 71 pp.
Este acercamiento al nuevo libro de José Pulido (Orizaba, México, 1985) no se escribe ni se piensa desde cualquier lugar sino desde la ciudad argentina de Rosario, es decir, en el corazón de la pampa húmeda de un país ganadero. Más allá de que el cultivo de la soja avanza cada vez más, hay aquí una identidad muy fuerte relacionada con lo vacuno. Durante años, la alimentación argentina se basó en la carne porque así había sido planificado; incluso el asado resulta toda una ceremonia familiar y social porque no se hace para uno solo. Desde esa ventana que me encuadra como argentina contemplo este conjunto de escenas (de vacas interminables). De inmediato, la obra abre un diálogo entre culturas, realidades y temporalidades a través de una yuxtaposición de imágenes y planos que, echando mano a la técnica cinematográfica, el autor ha compuesto.
Atahualpa Yupanqui decía en su poema-canción «El arriero»: “Las penas son de nosotros,/ las vaquitas son ajenas” —y, por tanto, de los terratenientes, de las clases dominantes, de los que tienen el poder y no de los trabajadores, del pueblo—. ¿Y de quiénes son estas vaquitas que aparecen en el título, que se convierten en el verso de un poema y enseguida empiezan a repetirse de tal modo que, a la postre, resultan una letanía inquietante? Se transforman en el nombre de una de las secciones del libro y luego de un poema, que, en un rictus de circularidad, nos restituye al principio. Digo “al principio” porque, previa a la cita inicial del cineasta Serguei Eiseinstein que oficia como epígrafe, hay un dato clave: la dedicatoria a otro hombre de cine, el mexicano Sergio Tinoco Solar (1921-1990), oriundo de Orizaba, Veracruz.
Entonces, más allá de que las vacas en loop representan una figura muy fuerte que nos interpela y resuena, incluso con autonomía de su procedencia (el final de la película La huelga, de Eiseinstein), hay otro eje nodal en el libro como tópico y procedimiento poético: la cuestión del montaje, los efectos del intercalado, la escena en tanto sinónimo de unidad mínima y, a la vez, de potencial creadora de continuidad o de quiebre para que una historia se constituya. El libro es atravesado por lo fragmentario, por lo que se crea y también se descompone. Aquí la práctica de la edición no solo deviene tema y asunto sino también forma, hecho estético, construcción de significados. En suma, una poética.
En rigor, la memoria opera con una mecánica no lineal por fragmentos advenedizos, como manchas que caen en una tela blanca de forma desordenada y única. Sobre todo, la memoria es colectiva (antes dijimos que el asado no se prepara para uno solo): recordamos en relación con los otros o son los otros quienes nos obligan, nos habilitan, a recordar. Y a veces precisamos oír a quienes ya no pueden hablar; precisamos tomar o canalizar su voz. Si Escenas de vacas interminables reúne a dos directores de cine —Eiseinstein y Tinoco Solar—, que no solo tienen en común el nombre Sergio (al que se suma otro, Prokófiev) sino la pasión por el séptimo arte, es importante e ineludible señalar que el autor es nieto de uno de ellos. Hay aquí, entonces, mucho de restitución de una historia familiar, de un legado, de una inclinación por el hecho creativo, además de una provocación a pensar lo ilusorio, casi lo ficcional, de toda biografía e incluso de toda autobiografía. Esto se torna más evidente en la primera parte del libro, constituida por breves prosas poéticas, que remite a las entradas de un diario íntimo o personal. La poesía de Pulido nos enfrenta a preguntas cruciales: ¿Quién es yo? ¿Quiénes son o somos nosotros? ¿De qué somos protagonistas y de qué montajistas? ¿Cuál es la verdad íntima que elegimos mostrar y a quién, desde qué perspectiva? ¿En qué nos parecemos a los demás al punto que podríamos intercambiar momentos o etapas de la vida? ¿Qué secuencias decidimos olvidar y cuáles estamos condenados a repetir, a ver de nuevo una y otra vez?
Estos ejercicios poéticos de la memoria permiten asimismo iluminar, a partir de figuras o situaciones arquetípicas —la infancia, los padres, la enfermedad, la muerte, el arte—, aspectos de nuestras propias vidas, aun aquellos que habían quedado por acción u omisión “afuera de la edición, del discurso”. En ese tenor, los poemas logran su cometido (consciente o inconscientemente en términos psicoanalíticos, sin querer queriendo en el lenguaje más coloquial y cotidiano) de hacer suceder un más allá, de promover una apertura, de inaugurar un mundo. Y ese más allá, ese mundo nuevo, esa revelación, tienen que ver con lo existencial profundo, aunque haya sido necesario hacer hablar a los fantasmas y más: sentir su presencia, casi tocar su aura.
Los lectores crearán su propia película, su experiencia particular, a partir de las escenas que monta José Pulido; capaces de hacernos bucear y conectar con algo genuino de nosotros mismos, incluso con la sombra, y aunque las vaquitas sean ajenas.
Autores
Alicia Salinas
/ Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, 1976. Trabaja como periodista, comunicadora social y docente. Ha publicado cuatro libros de poesía: La sumergida, 2003 (segunda edición virtual en 2016), Gallina Ciega (2009), Tierra (2017) y Teoría de la niebla (2019). Poemas suyos han sido incluidos en publicaciones literarias y antologías nacionales y extranjeras.
Lucía Rueda
Ciudad de México, 1996. Poeta trans no binario, lesbiana y zurdo. Autor de Esta batalla que fue (Ediciones de Punto de Partida, 2025). Su obra también se ha publicado en Reunión de poetas mexicanas (1989-1999) (2020). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía y es licenciado en Escritura Creativa y Literatura por la Universidad del Claustro de Sor Juana.