enero 2025 / Inéditos

Soy de esas personas que evitan las líneas divisoras

 
Balada de un hombre a lo lejos

Algunos nacen con la gracia
de los suicidas: ni el más experto
equilibrista de la muerte
evitaría el hambriento abismo

del amor.

Aunque lográramos saber
ciertas cosas
importantes, algo
que valiera en las manos

de los que esperan;

algo —dardo de fuego—
con certeza divina.
Las cosas
que el ojo conserva
suelen ser más
dolorosas
con el tiempo.  

Nadie es tanto amor.

 
 
Teorema de la tristeza

De niño me levantaba
por las noches
a revisar que las llaves del gas
estuvieran cerradas.
Vigilaba la calle desde la ventana
de mi cuarto; salía a la zotehuela
a alborotar con ruidos
a los perros
de los vecinos.

Soy de esas personas
que evitan las líneas divisoras
en los pasos peatonales;

que se lavan las manos
más de tres veces
cuando van al baño;

que dicen la palabra cerrar
cuando están
por apartarse
de alguna puerta.

Mi siquiatra sabía cómo llamarle
a todo esto.
No me interesa recordar
sus palabras.

Conté 65 azulejos
en aquel baño público.

Yo le llamo tristeza.

 
 
Concilio del insomnio (o los ojos abiertos que son mi padre enfermo)

Déjame descansar de ti. Déjame cerrar los ojos
del corazón.   

Cuando el abuelo y las tías te despreciaron, 
no hice nada por defenderte.
Consentí todos los rencores de mamá:
así la consolé
cuando te alejaste. Con mis hermanos
jugué a los resentidos.

Nunca quise hacerte daño.
Tú encendiste la luz cuando los monstruos
acechaban; tú sujetaste la bicicleta
para que no hubiera heridas.
Yo no sé cómo protegerte de todas las cosas
que te angustian.

Es cierto.
Tú ya no puedes ser aquel hombre   
que daría todo por su familia.   
Nosotros ya no somos aquellos niños  
que jugaban a tu alrededor.  

Esta enfermedad nos hace escuchar la voz de la muerte.     
Ya no queremos esperar por más doctores,
descifrar nombres de medicamentos,
adivinar direcciones de hospitales.
El silencio pesimista de los consultorios
nos divide.

Me da tristeza pensar que terminarás tus días
complaciendo a personas
que ya no te aman:
no dejes que las mentiras afilen sus uñas
en tus huesos;
no dejes que los fracasos reiteren su golpe
en tu mente.

¿La soledad es un espejo
con el que podemos perdonar
nuestras culpas?

Tu más grande sueño es recuperar el amor
de los que te olvidan.
Yo sé muy bien por qué a ellos no les gusta 
soñar contigo;
sueñan que los necesitas.

 
 
Breathing Around

No quiero para mí tantas desgracias.

Pablo Neruda

Sucede que me canso de estar enfermo.
Sucede que entro en las farmacias y en los consultorios
estropeado, insoluble, como una oferta milagrosa
mintiendo en la fila de un sol sin dinero.

El olor de las salas de espera me hace volver la bilis.
Sólo quiero un descanso de aire, sin cubrebocas,
sólo quiero no ver nebulizadores ni sueros,
ni medicamentos, ni agujas, ni inyecciones.

Sucede que me canso de mi pecho y mis sesos 
y mis huesos y mis miedos.
Sucede que me canso de estar enfermo.

Sin embargo, sería agradable
asustar a un doctor con un estornudo sin cubrebocas
o dar muerte a una enfermera con una plática a veinte centímetros.
Sería bello
ir por las calles con un catéter sin vena
y respirando hondo hasta reír de asintomático.

No quiero seguir siendo análisis en espera,
cobarde, agotado, agitado de delirios,
bocabajo, en los pulmones hinchados de los días,
sobreviviendo y reposando, vomitando cada alimento.

No quiero para mí tantas pandemias.
No quiero continuar de pastilla y de sueño,
de camilla sola, de diagnóstico incierto,
amarillo, contagiándome de todo.

Por eso cualquier día se asfixia como el aire
cuando me escucha hablar con mi boca de remedio,
y persevera en su evolución como un latido solitario,
y da pasos de fiebre trémula hacia la madrugada.

Y me empuja a ciertos tubérculos, a ciertas semillas mágicas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertos laboratorios con olor a nausea,
a plazas insalubres como reuniones familiares. 

Hay palomas de color de cloro y fúnebres cantos
colgando de las puertas de los consultorios que ya deliro,
hay un respire hondo olvidado en las horas,
hay termómetros
que deberían haber sudado de confusión y espanto,
hay cubrebocas en todas partes, y alcohol, y
manos.

Yo deambulo con inercia, con miradas, con sábanas,
con pijamas, con soledad,
carraspeo, cruzo mi cuarto y la estancia cerrada,
y los brazos; donde hay recetas colgadas de un horario:
azitromicina, ivermectina y menjurjes que tosen
lentos verbos de insomnio.

 

 


Autor

Alkaíd Marino

/ Ciudad de México, 1980. Autor de los libros de poesía Tatuajes (2014), Mal de espejo (2016), Deixis (2018), Desencanto del héroe (2021) y La delgada costumbre de lo vulnerable (o breve compendio de lo habitual) (2022).

enero 2025