Pareciera que limitar la edad de los poetas de una selección a menores de 40 significara que se trata de poetas que comienzan. Y, aunque sí, lo cierto es que, para el caso colombiano, es también el momento en que muchos poetas han escrito su mejor obra. Hasta el punto de que puede hacerse una historia de textos de poetas colombianos escritos antes de esa edad ―que bien puede pasar que, de hecho, se confunden con la historia misma de la poesía colombiana.
El hoy considerado el gran poeta del pasado, José Asunción Silva, ya estaba muerto a la hora de cumplir 40. Durante toda la primera mitad del siglo XX se tuvo a Guillermo Valencia como el más importante poeta colombiano, todo gracias a Ritos, un libro publicado en 1899, cuando tenía 26 años. Y Aurelio Arturo, a quien hoy se valora como uno de los grandes, publicó su único libro, Morada al sur, en 1945, cuando tenía 39 años. Lo esencial de la obra de Álvaro Mutis está en Los elementos del desastre, libro publicado en 1953, cuando el poeta andaba por sus 30 años. Amantes, el principal libro de Jorge Gaitán Durán, data de 1959, cuando el poeta tenía 35 años. Y Jaime Jaramillo Escobar también tenía 35 cuando apareció Los poemas de la ofensa, su libro central. Podría seguir con más ejemplos.
En diciembre de 1975, hace medio siglo, la Revista de la Universidad de México publicó una selección de “poesía joven de Colombia” realizada por el escritor panameño Enrique Jaramillo Levi. Eran 15 poetas menores de 40 y, leída hoy, resulta muy acertada; sólo tres o cuatro nombre son desconocidos ahora. Pero están poetas que, en la actualidad, cuentan con gran reconocimiento; por ejemplo, Giovanni Quessep, Juan Manuel Roca, Elkin Restrepo, Jotamario Arbeláez o Juan Gustavo Cobo Borda, entre otros. Me enteré de esta publicación gracias a uno de los poetas que invité a la muestra que hoy traigo, muestra que, por eso, se convierte en una celebración de los 50 años de intervalo que se tomó la UNAM para hacer selecciones de poetas jóvenes colombianos en dos momentos tan distantes entre sí.
Deliberadamente he evitado la palabra antología para referirme a la selección que hoy traigo. Y no lo es: no hubo el examen de un número significativo de textos y, luego, una escogencia de “lo mejor” que es lo que denota la palabra antología. Como ocurre en los países hispanohablantes, la mayor parte de los libros que se publican se deben a menores de 40 y haría falta una lectura más extensa para hacer una verdadera antología.
Pero lo que considero destacable, es más, lo que me motivó a emprender esta muestra, es el admiración que me produjo la calidad de una buena cantidad de los textos de autores jóvenes que caían en mis manos, en algunos casos porque sus autores me los hacía llegar: me asombró que leyera uno y me gustara, y luego otro y lo mismo, y esto, varias veces hasta darme cuenta de que había un grupo asombrosamente extenso de menores de 40, colombianos, que mostraban una calidad, un talento y un dominio técnico que, de ordinario, son escasos y que estaban resultando en abundancia.
Como si fuera poco, otros indicios me confirmaron que no se trataba meramente de una sensación subjetiva. Me refiero a los premios que han ganado algunos de ellos; tengo presentes el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe a la Creación Joven, obtenido en 2015 por María Gómez Lara, el Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita que ganó Carlo Acevedo en 2018 y que también ganó Amalia Moreno Restrepo en 2019; el Premio de Poesía Joven Radio Nacional de España y la Fundación Montemadrid, obtenido por Sebastián Martínez en 2021; el Premio Nacional de Poesía, obra inédita, que favoreció a Tania Ganitsky en 2018.
Merece destacarse la pluralidad de tonos, de voces, de asuntos, de músicas que tienen estos poetas. No se trata, como ocurría hasta las épocas del modernismo, de una sola retórica interpretada por los poetas de cada generación. No. Aquí se encuentra desde el más depurado lirismo hasta el más desparpajado coloquialismo, desde una muy sofisticada imaginería hasta las voces más directas. Y lo mismo con los temas: vuelven al tema mismo de las palabras, tratan el amor, la naturaleza, la injusticia social, la confesión íntima, el sueño, la muerte, el pasado, el olvido…
Bogota, 1989. Doctoranda en Poesía Latinoamericana por la Universidad de Harvard y lectora visitante en la Universidad Complutense de Madrid. Estudió Literatura en la Universidad de los Andes en Bogotá. Es maestra en Escritura Creativa en Español por la Universidad de Nueva York y en Literaturas y Lenguas Romances por la Universidad de Harvard. Ha publicado los poemarios Después del horizonte (2012), Contratono (2015, Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe a la Creación Joven 2014) y El lugar de las palabras (2020).
El lugar de las palabras, II
por alguna razón
siempre pensé que las palabras
sólo sufrían de amenazas metafóricas
a diferencia del cuerpo o incluso el corazón
(porque ambos empezaban a romperse con el mundo)
y los oía quebrarse
sentía los huesos rotos
sentía la vida hecha polvo se anunciaba el dolor desde antes
cuando oía el golpe el estruendo el portazo la caída
por ejemplo
cuando llegaste tú
las palabras eran otra cosa
las palabras eran mías
y si se rompían yo podía repararlas
por ejemplo cuando no sabía
cómo nombrar la herida que dejaste
para empezar a cerrarla
escribí y escribí y escribí
tantos poemas
que no se parecían a tu nombre
que no eran suficientes
que no trazaban la forma de tu hueco
palabras y palabras y palabras que no bastaban para borrarte
pero ocupaban un espacio en la página
y al verlas dibujadas
comenzaba a sanar
al rodearte con ellas
empezaba a convertirte en cicatriz
Ese sonido
es el sonido de la piel cerrándose supongo
la cicatriz cosiéndose
los diecinueve puntos de metal
o tal vez algo más profundo
algo que craquea desde los huesos
las placas tectónicas de mi cráneo
juntándose otra vez
después del terremoto
reacomodándose
o tal vez algo más profundo aún
tal vez es mi cerebro lidiando con su hueco
haciendo su duelo
echando de menos el corazón que le quitaron
buscando a toda costa una materia
para cubrir la ausencia
creando
como puede
conexiones
de la nada
conexiones
nuevas
para el vacío
tapándolo con algo
tal vez
ese sonido
es mi cerebro
reinventándose
Buga, 1990. Escritor y profesor de literatura. Estudiante de la maestría en Escrituras Creativas de la Universidad EAFIT. Autor de Abro la noche (2011), Remanencia (2014) y La luna cambia de jardín (2020). Se ha desempeñado como docente de la Red de Escritores Ciudad de Medellín y la Universidad de Antioquia. Actualmente es catedrático de la Universidad Pontificia Bolivariana.
Remanencia
René Char
Entre los brazos se recogen y un rumor de hojas sin fin los arrastra. Ya están aquí las mareas de los signos húmedos y frescos. Nombran el peso de una boca y la duración en la que han sucedido los desgarros. Nombran las heridas por donde el deseo aventuró la desobediencia. Nombran las dos caras de un solo enigma y anuncian la perfección del silencio. Duermen los cuerpos. No se sabe aún si despertarán para el anhelo o el desdén.
*
Están cautivos en el éxtasis y se acarician en los resguardos de un invierno áspero. Reciben con fijeza la luz del blanco nocturno. Es bello enloquecer en el oro que la noche esplende. Aquí el silencio mana y se reconcilia con el abandono.
*
Fundirse en los rostros más bellos. No en los que surgen del rayo implacable de la máscara, sino en los más oscuros, en los rostros que se sustraen a la multiplicación errónea del simulacro. Fundirse en el ritmo de las noches, cuando los insectos proclaman su vertical suspenso, y abandonan su habitual forma de ir en estridencia, con alas de frágil interrogación. Y a la menor señal del deseo, en la mínima ceremonia de la carne enhiesta, abalanzarse en el cuerpo, escurrirse en su claridad, más alto cada vez y en desordenada obediencia. Y defender el ritual de los secretos en la corriente inmóvil de las posesiones, para que en un atajo subterráneo los cuerpos se proyecten sedientos, al dorado camino donde se acoplan los arroyos seminales, con la fuerza de las usurpaciones, con las mordeduras inscritas en el lomo, bajo el brillo desolado y la dura materia de las pesadillas.
*
Sin duración en las hojas, sin duración en las piedras, la luz avanza con adherencia torpe. Los lugares en los que esta luz reposa son los lugares de la desaparición. En las mañanas más claras, cuando todos los ríos descienden vírgenes, a esta luz apacible se le impone el error fatal de los condenados al desencuentro. Es la misma luz que tiene en contra no el deleite de las pieles sedientas, sino el muro descomunal de ese sueño todavía sin deglutir en la horas primarias. Es la luz que asiste en los placeres de la materia, justo antes de que en los cuerpos se hayan solidificado, al borde de las fauces y por entre los acoplamientos, cada uno de los torrentes que se mezclaron en el hervidero del yo. Es la luz que sopla de donde ha escapado la sustancia del deseo bajo el signo de la tortura, y su torpeza es la pérdida de la distracción.
*
Bordean el lago. Advierten que es el verano de los nacimientos. Una música de pájaros los conduce al interior de los frutos. Están presos en la locura de los hongos. Ni siquiera el aroma del rosal ocultará el detritus para el que están destinados. No saben que cosechan la traición.
*
¿Cómo pueden mirarse con indiferencia un par de animales sosegados? ¿Cómo pueden suponerse colmados dos cuerpos a los que se les impone la transparencia de unos labios expertos en vértigos y desapariciones? Han morado lo suficiente en el deseo como para olvidarse. Pueden escapar a la opacidad de una noche, y luego sobreponerse a la fugacidad. Pueden dejarlo todo, sumidos en el residuo de un cause blanco entre las manos. Que la humedad preserve esta serenidad de los cuerpos y que no se extinga la luz en la posterioridad de la eyaculación.
*
Han sido tragados otra vez por la oscuridad. Y son pacíficos ante las fieras nocturnas. Ya se reconocen en el nombre impuro de las traiciones. Los aromas en los que consultan la nostalgia es materia aborrecible. Se dejarán seducir por las palpitaciones del bosque como lobos que cohabitan la irritación. Indiferentes al oxido y al olvido, de la verdad solo conservan la lágrima.
*
La posibilidad es acechanza y pervive en la inclinación de unos párpados. ¿Después de la sombra, quién participará de los falsos instantes? Ya separados e imprecisos arribarán al ácido nombre de la desaparición.
*
Ante la ausencia y el olvido inminente la libertad es otra dádiva de la destrucción, como la luz y el perfume de un árbol simplificado.
La noche refractaria
Álvaro Mutis
I
Viene la noche. Anuncia la sed y la oscuridad e irrumpe con alas de insectos. La neblina ingresa hasta las residencias, al fondo de galerías donde descansa el deseo. Hay un silencio obsequioso que se levanta desde estos animales inexpertos.
II
Oyen el rumor del río. Una vez cubiertos por la saciedad, se adentran por espacios claros, por misterios que advierten la densidad de una semilla y su aliento.
VI
Esta es una escena de orfandad. Es una ráfaga de temblores cuya agitación devora figuras arrancadas a la insurrección del sueño. Visiones de materia líquida al interior de una negación que meditaba en silencio.
VIII
Advertir este plácido fluir de luminosidad: corre el viento entre el bambú y asciende la neblina del agua que se torna oscura en una concavidad del lecho. En el aire ya se anuncia la reanimación de los insectos, sucede la blancura matinal, asoman los pájaros extasiados y su articulación ya invade los intersticios entre una hoja y otra. El cuerpo depredador se retira al interior del verde transparente. A lo lejos cascos de caballos surcan la orilla del río.
Medellín, 1992. Poeta y ensayista. Autor de El amor y la eterna sinfonía del mar (2011), Movimientos (2018), Libro de la mirada (2020), Interior con luz solar (2021) y Estudio de las pérdidas (2022). Ha emprendido proyectos de formación y de lecturas en voz alta sobre literatura china y literatura japonesa en la Universidad de Antioquia y en la ciudad de Medellín.
Nocturno #2, op. 9 ―Frédéric Chopin―
El cuerpo quiere ser ola y espuma. Tras las ruinas de la tarde no queda más que el consuelo de una música callada. Los libros están ordenados. Las palabras por decir ya se han dicho. El aire es ligero, está tatuado de un aroma muy lejano, tal vez sea la presencia de algo perdido. Mientras camino por la habitación, de ida y vuelta, como transitando una ruta en el desierto que imponen las cosas, llevo a cuestas la tarea de descifrar el mundo en el sonido de una palabra. Entre las manos se diluye la forma como se aprendieron a unir los vocablos en la memoria. El corazón solo sabe de esa música recobrada en un tiempo y perdida al ser escuchada. No vale preguntarle al corazón, su respuesta es la misma, un ritmo secreto que alienta en el vivir y cuyo pálpito disminuye instante a instante. El poema: el mismo hilo, la herida de una palabra, la costumbre de borrar los trazos al mirarlos. El poema: si lo pensaba era una imagen verbal vívida; si lo transcribía era un acto doloroso, una exigencia apasionada que me enfrentaba directamente con el reverso de las cosas. Tal vez nunca sabremos cómo nace el poema o cómo surge el fuego del madero.
Melodía en do menor, op. 4, N. 2 ―Fanny Mendelssohn―
Una gota en la ventana hilando, al verla, los tejidos de un Recuerdo: el rostro de una mujer joven cuya condición de sombra hoy se revela presente, algo palpable. El lenguaje se hace cuerpo, gesto, palabra. Los tiempos se superponen. La memoria ordena entre la niebla una pocas imágenes y un único instante es una piadosa inquietud.
Contemplar en ese silencio de la gota de agua, aferrada aún al vidrio, sus lágrimas abundantes, su ajustado cabello el eco de su voz. Su recuerdo persistirá mientras la gota se deslice sobre la ventana. Todo pasado en su mayor claridad es irrecuperable, todo intento de atesorarlo es un vano estímulo; siempre se recae en la deformación o en la transformación. Tal vez toda presencia sea la memoria de aquello que no podremos recuperar.
Ha caído la gota de agua. Qué admirable su deslizarse sobre el cristal. Ha dejado una recta humedad en la que he creído recobrar la tersura de sus manos o la razón de la tristeza que hizo de su sueño la trama de una larga vigilia.
Distancia imposible
Pero acá estamos los dos,
cuerpo a cuerpo,
inventando el tiempo
que habitan nuestros ojos.
Y nos pasamos la vida mirándonos
como si el mundo
sólo fuera un río de pausada corriente.
Y nos dejamos ir sobre el agua,
ágiles, con las palabras en la boca.
El tiempo, entonces,
es esa pequeña palabra
que siempre nos asalta desde el borde.
Pero acá estamos los dos,
cuerpo a cuerpo,
habitantes del poema
que nos mira al escribirlo.
Estamos en la orilla,
desnudos frente a la luz.
Alguien nos viste, nos abriga.
Somos la lejana memoria
de alguien que nos lee.
Medellín, 1990. Poeta y artista plástica. Autora de Los 16 motivos del Lobo (2015) y Tal vez hoy sobre mañana (2020, Premio Internacional Arcipreste de Hita 2019). Estudió Literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá. Actualmente vive en Rionegro, donde trabaja en su próximo libro y en proyectos plásticos.
Canción del rendido
Por aquel otro
que no está cuando en presente
responde por su nombre por supuesto
domicilio y dos apellidos
a duras penas o de buena gana
medio vivo medio muerto
se levanta de su puesto se sienta
revive al timbre de la campana
porque no ha muerto
no oye porque no quiere
se tropieza sin querer y sin ganas
se levanta al timbre de la orden
obedecen las rodillas a los pasos
subordinado cansancio
madruga por el pan o por el hambre
yace sin lecho porque no tiene donde dormir,
por aquel otro que
sin embargo sin orden sin agente
perdió algo una noche
perdió la casa
perdió la cosa
quedó de rodillas y perdió la vida sin encontrar nada,
por aquel otro
que se sienta
y lee un poema como si nada.
El mal concreto
El mal empieza
en el mal concreto
en el mal principio
en los malos materiales
en el cemento malo
en la línea mal trazada
en las malas paredes
corroídas de corrupción
se levanta mal el techo
se levantan mal los hijos
duermen mal
comen mal
sirven mal la mesa
mala leche mal de estómago
desarrollo malo padres malos
mala confianza mal civil
mala persona malo el juicio
malo el juez mal bandido
mal honrado mal disfrazado
el policía malo el obrero malo
el electricista malo el transformador malo el sistema malo la luz mala
el mal de ojo mal de intención
el mal de adentro
el mal del alma
mal de instinto
malo con el perro
malo con la vida
el mal principio
el mal concreto.
Bogotá, 1986. Doctora en Filosofía y Literatura, profesora del departamento de Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana y coeditora del fanzine La Trenza. Autora de los poemarios Dos cuerpos menos (2018, Premio Nacional de Poesía de Colombia para Obra Inédita) La suspensión de los objetos flotantes (2021), Rara (2022), Desastre lento (2023) y de los ensayos El fuego que quería recordar (2022) y Emily Dickinson y lo incompleto (2023).
Las velas tiemblan antes
de apagarse
como ojos antes de llorar
no hay diferencia
entre el fuego y el agua
en óvalos pequeños
Deberle los poemas no escritos al tiempo
en que no se escribieron
a la imaginación que todavía no los imagina
a la memoria suplantada
por el olvido
al olvido suplantado por el dolor, etcétera.
El sapo convaleciente dijo:
amé el sonido de la lluvia
la noche de la lluvia
la taquicardia de la lluvia
la bilis negra de la lluvia
los charcos.
Medellín, 1990. Publicista, filósofo, ilustrador, muralista y profesor universitario. Autor de Gestual (2014), Trampas tropicales (2015), Plantas de sombra (2018), Materias inestables (2021) y Érase una vez un poeta (2022). Editor en Atarraya Editores y miembro del comité editorial del periódico Universo Centro. Mantiene el blog Poesía innecesaria.
El secreto
Lo hacíamos en la manga
detrás del solar de Tere,
una manga que ya no existe,
donde ahora hay una casa de dos
pisos con terraza.
Yo le decía o ella me decía
vamos allí, vamos allí
y nos metíamos entre la yerba alta
y nos fijábamos que no viniera nadie
y cuando nadie venía
cerrábamos los ojos,
apretábamos las manos,
y nos acercábamos hasta darnos un beso,
un pico, porque era solo con los labios,
pero se sentía tan peligroso
que era más que un beso
por lo prohibido,
por lo animal,
porque luego
cuando jugábamos escondidijo
y todos nos veían,
sólo nosotros sabíamos el secreto
y más aún
sabíamos que compartíamos la misma sensación
de tener un secreto
ocultos ante la vista de todos,
y esa era una mejor sensación
que la que nos dejaba el beso,
o quién sabe.
Lo más probable es que
no sintiéramos nada
y fingiéramos sentir cosas
todo por serle fieles al secreto compartido.
No recuerdo por qué dejó de pasar,
sólo sé que ahora ella es una cajera en un banco
y hace años perdí su rastro.
Seguramente besa otras bocas
de deportistas o de ingenieros informáticos,
y yo beso bocas de poetas inéditas
y de escritoras promesas.
Espero que algún día, quizá en una fila de un banco
nos reconozcamos
y luego no miremos a los ojos
y no digamos absolutamente nada.
Érase una vez un poeta
al que se le apareció el espíritu
de María Mercedes Carranza.
El poeta, al principio, brincó del susto,
pero después de que la poeta
le dijera que tranquilo, que ella no hacía nada,
se fueron a tomar aromática
en el barrio La Macarena
en un negocio de unos hípsters.
Y hablaron de poesía
y se rieron de los textos
de los piedracielistas
ente otros temas.
El poeta le confesó el amor por la obra de la suicida
y después se quedaron en silencio.
Caminaron por las calles gélidas
de la capital hasta que se hizo de noche.
Érase una vez un poeta
combatiendo la reproductibilidad de la
Thumbergia Alata
conocida como Ojo de poeta
o Susanita de ojos negros.
El poeta macheteó la fronda fulgurante,
quemó los bordes de su terreno,
aplicó toda clase de venenos a la flora,
sin embargo, la obstinada plaga aparecía de nuevo
una y otra vez, sin cejar.
Como último recurso
el poeta vencido y achispado
decidió hablarle al forraje invasor,
lo increpó con el arsenal de palabras
que aprendió de los libros y de las calles
hasta que después de unos días
del performance palabroso
en uno de los brotes en flor
el poeta escuchó un susurro incomprensible
que con el pasar del tiempo
se fue volviendo lenguaje vegetal.
El poeta, después de descifrarlo,
procedió a anotar una ominosa línea en su libreta
y se prometió no volver a escribir
una palabra más
en su vida.
Barranquilla, 1988. Es economista por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y máster en Escritura Creativa en Español de la Universidad de Iowa. Autor de Fortuna del día (2019, Premio de Poesía Arcipreste de Hita 2018). Actualmente es profesor universitario y dirige Punto y Seguido, un taller de escritura creativa en Barranquilla.
Ha desaparecido la ventana:
las ramas de otoño,
el azul que moría en el cielo,
el cartel que anunciaba,
en el errático baile de la brisa,
la más reciente exposición
del Museo de Historia Natural
de Iowa City.
Simplemente sentarse:
el canto del grillo
es el canto del grillo
cuando la luz del día
y las ramas de los árboles
se reúnen en dos convicciones:
quietud y silencio.
Claudio Rodríguez
No quiero nombrar al álamo.
Quiero decir al álamo:
que mi palabra sea el rumor
de su frondosidad.

Autor
Darío Jaramillo Agudelo
/ Santa Rosa de Osos, Antioquia, Colombia, 1947. Poeta, novelista y ensayista. Autor de más de 10 libros de poemas y siete novelas. Fue becario de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation en 2008. Entre sus múltiples reconocimientos, destacan el Premio Nacional de Poesía de Colombia 2017 y el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca 2018 por el conjunto de su obra. Es miembro honorario de la Academia Colombiana de la Lengua y miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.