Métodos
1
Vuelvo a casa desde Videla surcando el frío tolerable,
corto camino, pienso: hermoso y tribulado es el gesto
de los rostros que conozco. He asistido a un par de fiestas, ahí,
con y sin mesura, pudo península la isla. Parte del botín es eso.
—Escribí, Negro, ese dolor— dije, tratando de calzarme otros zapatos.
Quise jugar a bailar, sí, pero música blanda no puede recomponerse.
Sé que soy torpe pero eludo con gracia, corrijo el rubor con valentía,
salgo y entro de los radares para apaciguar la expectativa.
Subo a casa y me recibe la tibieza tolerable, la gata, la mancha
de humedad del baño, el crotón que se me muere. La persiana del living
fue reparada y aunque volutas algo logré. Hace tiempo ya, el suficiente,
la calamidad se hizo motor y látigo. Vi de lejos al proyecto del amor
y resolví: la intuición es caprichosa. En efecto, sé que me frustro adrede.
Sopeso los hechos y distingo lo que flota de lo que se hunde.
Qué trabajo importante y misterioso.
2
Siento la urgencia clásica de trasladarme de un cuarto a otro. Salgo
de un adentro para otro igual de replegado. Sospecho oír los corredores antes de la ilusión
hay un afuera, después de la ilusión también. Sé que la luz es diurna porque distingo
la caída austral de las bellotas, esta, su balística inútil. Los cráteres juntan rocío
y algún pedacito de papel celofán típico del otoño.
Desde el centro exacto del corredor distingo el lugar más adecuado: se puede
ver el cielo pero el lugar sigue siendo adentro. El roble del patio creció, a pesar y gracias a,
perforado por la verja. Nadie intervino su angustia o corrió el límite de la propiedad.
Me siento a su sombra adecuadísima y le ruego me haga parte.
3
El proyecto del amor tiene los ojos grandes como fósforos encendidos, manos ilimitadas
que conocen bien el método de la tibieza, el pelo como las brasas de un domingo por la noche.
Siempre está afuera. En lo que a mí respecta, siempre está afuera.
Hoy, después de fracasar mis menesteres, del ombligo para adentro, la pulsión se trunca.
Sé que me frustro adrede. Quiero hablarle de cuando, niña, jugaba a la bisagra y contemplaba,
sin juzgar, el patio y los corredores. No encuentro el valor ni los motivos suficientes.
Confirmo, después de intuir, nunca voy dar un abrazo que no me deje más sola. Insisto
en que es de noche, en que me urge bautizar la membrana que nos distingue,
la nata que emerge cuando intento apoderarme de las cosas.
Es trillado el amor porque la muerte
¿Qué mayor ferocidad? Estallan, silenciosas, las caléndulas del patio. Delicada es
su pirotecnia, sostenida en el tiempo del ámbar. Delicada su turgencia,
su promesa de Mayo para insectos, su géiser, su versión del poema.
En mi familia somos todos, del otro, la mascota: nos procuramos el nombre,
la ración, el lecho y, por piedad, fingimos que lo trágico es privilegio de los amos.
Roberto, un hecho, más amarga es la tragedia de la flor que muere, aún, con raíz.
Nos miramos, con amor, por turnos, nos decimos te quiero más porque te vas
a morir y, un día, ya muerto, todos vamos a quererte el doble.
Tal vez no hoy que es Junio y blando no muere nadie, no. Tal vez no hoy
que es jueves, que, intransigente, nos colorea el festejo las mejillas, nos ablanda
la gratitud. No, hoy no.
Se explica la imagen del poema:
Una botella, antes de vermut, en la que ahora, como peces, cinco caléndulas maduran.
Recibo la urgencia de los muertos
A José Villa
Si pierdo de vista las esquirlas: la botella (lo que era la botella) ahora escarcha,
podría desaparecer en las inmediaciones de mi mano, viajar tren bala y tapar una arteria
y de ahí no, el túnel y la luz, de ahí no se regresa.
Hoy encontramos la manera de Irene Gruss en un poema viejo y fue
el silver lining de esta niebla de entreguerras. José me dice se parecen
pero el de ella depende del contexto. Mi poema, sin mérito, sufre
su abolengo de cubo blanco, de árbol inane.
….
Ahora es la noche y pienso en el contexto.
Enciendo una vela roja para suplicar su dependencia. A mí,
que me pasó de todo (pero nada más que un susto) no se me adhiere el mundo
y por eso elijo mal las palabras. Levanto las piedras a los costados del sendero y ahí están,
vermiformes: esquirla, arteria, abolengo.
Decido:
Cuando todos crean que ya no, y sea no más que anécdota y foto recuperada, voy a merodear
los párpados de los que queden. Voy a salir de noche, demagógica, cada septiembre siete,
voy a aparecer después de la calamidad doméstica…
¿No se parece ese a un poema de Geraldine Acevedo?
Pierdo la botella. Gano en filtros y ectoplasma. Recibo la urgencia de los muertos
de las manos cariñosas y certeras de los vivos.
Imaginar un hobby
1
En el patio, un Renault 12, tres veces parido por la misma gata, se pudre. Perdió el piso
pero la carcasa, el iglú, la yurta, protege a mis crías y a su don oracular. Es un trofeo el momento,
la abundancia de la nafta: el olor que remite al movimiento y te convence
de extinguir el cigarrillo. Los amigos, orondos, suben la apuesta nos llevó y nos trajo y ahora se lo traga,
del fondo, la mala jardinería… y vos, que además perdonaste al pino, el que te rompió, con las raíces,
los caños y la vereda, vos ¿no le perdonás la vida?
2
Flores largas, blancas y húmedas para los polinizadores. En primavera, el contorno de los neumáticos
se reviste de anzuelos. Lácteas, hormonales, las flores crecen lejos de las bocas dentadas. Una obrera
no es una presa lleva y trae y permite la danza de la estirpe. Hija de Dione, vidente voluptuosa,
con todas sus bocas aguarda el pan que, seducido, caerá del cielo.
3
Una visión:
Ya no quiero viajar y viajar, esta noche… Hemos envejecido para bien. Es el futuro y restauramos
una casa pequeña en Wolfeboro. Al piano del living no le anda el C4 pero a los vecinos no les importa,
se aprietan en el porche como moscas, nos piden la historia completa.
…
Ahora es mañana y estamos junto al lago. Sé que sos feliz, que tu padre ha sido perdonado, que podés
mirar el lago sin desear el fondo. Tenemos un Renault 12 verde aceituna, subimos, incrédulos: Algún día,
todo lo que ves será nuestro… Dos perros, sin pedigrí, nos esperan, asomados a la verja. Los amamos,
nos recuerdan que solo somos al servicio de lo pequeño. Sabés que soy feliz, que siempre quise
remediar, sacarte los guantes y colgarlos en la pared como trofeo, resanar el paso de la escopeta.
…
Ahora es el último día. Sé que nos bastó la música dividida.

Autor
Geraldine A. Ruiz
/ Barranquilla, Colombia, 1993. Poeta, artista interdisciplinaria y docente. Estudió composición en la Universidad Nacional de Quilmes. Publicó Arbolito (2018) y Matar al mensajero (2019). Reside en Buenos Aires desde 2014.