Escenas hopperianas
| Inéditos
I. Morning Sun
Tomo el sol recostada,
mi cuerpo languidece.
El cielo azul radiante
y el edificio de ladrillo rojo
no impiden que me abstraiga.
Podría estar en Alepo,
un año antes de la guerra,
en una heladería atemporal del zoco.
Podría estar en Fez
junto a artesanos ciegos que palpan
cuarzo místico
y se detienen en la azora ocho.
Podría estar sentada en un café,
mientras vuelve tu imagen
a espejos centenarios
y se desliga de la simetría.
Respiro muy profundo y se hace leve
la negación, la voz de espacios míticos.
Se desvanece el canto del zorzal.
II. Hotel Room
Soy la mujer que lee
en un cuarto de hotel,
la maleta deshecha
por el viaje aplazado.
Posa el sombrero, inútil, sobre el aparador,
cuelga el vestido en la butaca
y el día se reduce a la lectura
de novelas distópicas.
Me encorvo sobre ellas
y el silencio inquietante de la urbe,
roto a intervalos por las ambulancias,
anida en la madera,
dibuja en los baúles avisperos.
Pero, no renunciamos a encender palosanto
y celebrar llanuras con volcanes al fondo,
impresas en postales de otro siglo.
Empieza a granizar,
la luz entreverada
nos revela que nada es prioritario.
También la soledad
puede ser fértil.
También la espera
desaprende y vibra.
III. Cape Cod Morning
Esa postura tensa del que espera noticias
de curación, códigos morse
que salen de cuidados intensivos
y traspasan los tubos.
La mujer ya presiente los espacios aislados,
el bosque de secuoyas
cada minuto más inaccesible.
La lámpara de noche
permanece encendida
como la evocación
de risas de otra época
en el río del pueblo.
La luz fría separa
interior y exterior,
hierba seca y alféizar,
recorta incertidumbres
en pequeños rectángulos.
IV. Automat
Con la mano sin guante
sostiene, con premura, la taza.
Tiene un rostro enigmático;
vive la soledad como el autómata.
No toma del frutero jugosas nectarinas
para pelarlas como si la noche
transcurriera pausada.
No aspira a inventariar
los pequeños fracasos cotidianos.
Sólo dos sorbos más de un café ácido
que nunca saborea.
Sólo dos sorbos más
y saldrá sujetándose el sombrero
hacia el viento ululante,
hacia el turno de noche,
semejante a los dogmas.
V. South Carolina Morning
Solamente la casa solitaria
en la vasta llanura.
El resto es todo hierba de mar tras el cemento.
Es un tiempo tan huérfano de circos
que la mujer de rojo
queda fuera de plano, se protege.
¿Se le fue la mañana
escuchando un foxtrot?
¿Colocándose el ala del sombrero?
La soledad es un cuerpo joven
con los senos hinchados
en el umbral a punto de borrarse.

Verónica Aranda / Madrid, España, 1982. Poeta, traductora y gestora cultural. Es Doctora en Estudios Literarios, Artísticos y de la Cultura por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha recibido los premios de poesía Joaquín Benito de Lucas, Antonio Carvajal de Poesía Joven, Antonio Oliver Belmás, Miguel Hernández, Ciudad de Salamanca, Luis Feria, Leonor, Ciudad de Pamplona y el accésit del Adonáis, entre otros. Entre la docena de poemarios que ha publicado, destacan: Tatuaje (2005), Cortes de luz (2010), Café Hafa (2015), Épica de raíles (2016), Dibujar una isla (2017), Cobalto oscuro (2020) y Humo de té (2021). Dentro del género de poesía infantil ha publicado Islas Galápagos (2019). Dirige una colección de poesía latinoamericana actual, Toda la Noche se Oyeron, en la Editorial Polibea.