Renuncia
Ahora, que me ha llegado el tiempo de crecer,
que hago yunta con sueños y fantasmas
de un futuro que quise extraordinario, pero ardió en la catástrofe del fuego que alentaba;
que he mirado nevarse de herrumbre los tornillos, la reja de mi arado;
que en las breves yugadas de tierra que labré con ijares y pecho,
con músculo y tendones bajo el radiante sol o bajo las estrellas,
he visto madurar frutos de cera, árboles infestados de carcoma;
que no tengo otra cosa sino el regusto amargo de todas las palabras que se me atragantaron;
que me he vuelto un proscrito de mi oficio y por disimularlo
me he cargado de exvotos y fastos académicos;
que de tanto soñar con la elegancia de la desolación,
del talento flamante pero c[l]ínico,
he conquistado al fin esas insignias para hacer de mí mismo el rey de los bufones;
que he pagado el impuesto de hablar a la ligera,
de pedirle a este mundo algo más que el temblor de una vida que ocurre en línea recta;
que sé lo que es rogar por la inclemencia y arredrarse después frente a la tempestad;
que me despierto a medias de la noche a llorar por las cosas que no he perdido aún;
que recién caigo en cuenta de ese daño que hacemos al nombrar;
que cuento los augurios y los nombres que he dado
y me angustio pensando en su realización;
que todavía me digo que mi madre es eterna
(aunque esperé por ella al pie de ese quirófano);
que he entrado hasta las médulas en ríos de cuyas aguas me juré no beber;
que he abrazado la cruz del magisterio;
que brillo solamente bajo el sol;
que no sé relajarme;
que sigo aparentando la excelencia por miedo a que descubran lo pequeño que soy;
que me quemo a la espera de otra voz sin nunca haber tenido una primera;
que extravié en algún sitio la mano de escribir y no he vuelto a encontrarla;
que no voy con el siglo ni puedo descifrar los signos de mi tiempo;
que sé que por mis venas no corre (ni ha corrido) la originalidad;
que hasta para quejarme soy un taxidermista de la literatura,
renuncio a la pericia y a la vana ambición
de yacer a la sombra de mí mismo,
de sentarme a esperar a que las cosas pasen;
no para resurgir de mis cenizas
sino para cumplir lo que le corresponde al que nació descalzo
pero quiere volver sagrados los caminos.
Campus virtual
era feliz. Era libre… ahora estoy preocupado… y
tendré que aprender un lenguaje escolástico… es
fácil decir que pudiera no haber aceptado, pero no
he tenido el valor porque estoy muerto de miedo…
George Bernard Shaw
Igual somos anfibios.
Matamos si queremos.
Bajo la luz del sol
o bajo las estrellas. Óigalo bien:
el planeta se acaba,
se entumece o se incendia como alguna vez dijo Robert Frost,
y entre las llamaradas
y entre las glaciaciones,
se pierden cada día cuatro litros de genio,
diez hectáreas de campo
y otras diez de espesuras con sus árboles, sus plantas y animales.
¿Vale, acaso, la pena?
¿Son de veras valiosas sus palabras
o es mejor dar el salto de una vez?
¿Llegar a Júpiter,
dejar atrás la vida en los océanos,
trascender el escarnio del instinto,
del simio en los pulmones,
ser de veras especie,
sin latín ni universitas ni magistrorum?
No es tiempo de recelos:
para cambiar el mundo hay que moverse siempre,
ir un paso adelante,
matar todo vestigio de sentido
común,
no confiar
en las cosas sino en los tutoriales,
en la nube, en la red,
en la diapositiva que habla mejor que el hombre.
Y qué si es infructuoso:
trascendencia mata transparencia;
ya se acostumbrará, le crecerán
las branquias y las alas
porque somos anfibios,
anfibios de este ahora,
de este aquí que es usted con firma y todo.
Así que no ha lugar.
Mejor estarse quieto,
ser lo más parecido a los sepulcros,
beberse su cicuta hasta las heces,
pasar de vez en cuando por esos tres denarios por los que se vendió,
por los que pierde sangre cada vez
que al galope lo cruzan esas yeguas angélicas que pastan por allí todos los días.
Eso si es que no hay nada.
Eso si es que el censor no encuentra nada.
Una piedra vencida,
un muro a desnivel,
un cálculo incorrecto en la estructura de su campus virtual
y entonces sí que adiós.
Ni palomas, ni dracmas, ni muchachas descalzas.
Adiós con pena y todo.
Con doctorado y todo.
¿Quería excelencia?
La herida es del que sangra.

Autor
Mayco Osiris Ruiz
/ Xalapa, Veracruz, 1988. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Ha publicado en revistas nacionales (Letras Libres, Punto de partida, Luvina, Este País, La Palabra y el Hombre, Cuadrivio) e internacionales (Sibila, Paraíso. Revista de poesía, Palimpsesto. Revista de creación, Literal Magazine). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas (2014-2016). Es autor de El revés de esta luz (2014 y 2017), por el que obtuvo en 2014 el Premio Iberoamericano de Poesía Alejandro Aura. Sus poemas han sido traducidos al inglés y al italiano.