Alguna vez pensé que la obra de Juan Luis Martínez [Valparaíso, Chile, 1942 – Villa Alemana, Chile, 1993] clausuraba un camino y que por tanto estaba condenada a iluminarnos desde la soledad. Hoy vemos —en este mismo instante lo constatamos— cómo esta soledad ha retrocedido un poco, como se diluye cada vez que la obra se prodiga al entendimiento de la poesía, cada vez que en cualquier parte del mundo se produce una relectura feliz.
Con esta reflexión de Roberto Merino comienzo un intento de lectura, ojalá feliz, desde esa luz, desde la soledad de la obra de Juan Luis.
La soledad a nivel del mundo es una herida, dice Blanchot citando a Valéry:
que la obra sea infinita quiere decir [para el mismo Valéry] que el artista, incapaz de ponerle fin, es capaz, sin embargo, de hacer de ella el lugar cerrado de un trabajo sin fin, que al no concluir, desarrolla el dominio del espíritu, y lo expresa desarrollándolo bajo formas de poder […]. El infinito de la obra no es sino el infinito del espíritu.
¿Por qué llegué a la “soledad de la obra” si las señas que me había propuesto seguir en la lectura de La nueva novela [1977] eran el autor, así, sin tarjadura, el humor y el silencio? El autor, ese guiño, cómo y por qué sugerencia (o mandato) del propio autor, leemos el gesto de negación de su autoría, aproximándonos a una anonimia, como otro guiño: problematizar entonces ese gesto: la tarjadura del nombre, de los nombres —del autor y su(s) padre(s)—, pero eso, lo del nombre del padre, no lo trataré aquí pues ya fue hermosamente expuesto en un texto de Andrés Ajens:1 Juan de Dios, Jean Tardieu, dios tardío y sus demonios, los de la analogía. Analogía, entonces: soledad de los nombres, soledad del autor.
El escritor —dice Blanchot— escribe un libro, pero el libro todavía no es la obra; la obra sólo es obra cuando gracias a ella, la palabra SER se pronuncia en la violencia de un comienzo que le es propio; acontecimiento que se realiza cuando la obra es la intimidad de alguien que la escribe y alguien que la lee. Entonces podemos preguntarnos: si la soledad es el riesgo del escritor, ¿no expresaría que éste está vuelto, orientado hacia la violencia abierta de la obra, de la que sólo advierte el sustituto, la aproximación, la ilusión bajo la forma de libro?
Intimidad de alguien que la escribe y alguien que la lee. ¿Se produce esa intimidad en un solo momento, el mismo, para escribiente y lector?, ¿y es, acaso, la misma intimidad?, ¿cesaría en ese instante, y con ese acontecimiento íntimo —la lectura—, la soledad del mundo como herida (la de la obra, también la de la muerte/desaparición del autor)?
Volvamos al autor, sin tarjadura, Juan Luis, hijo de Juan de Dios, como lector solitario, erigiendo la lectura, sus lecturas, como cauce estructurante y a la vez desafiante del Libro, de La nueva novela prolongada más allá de sus páginas, más allá de la casa y del jardín. De la casa inclinada y sin puertas, ¿cómo entrar? Entrar por la ventana o irrumpir en la casa, pero ¿por cuál de todas las ventanas?, ¿los cuadrados, los círculos, los huecos?, ¿el hueco delineado del troquel que siluetea, y, sin embargo, es hueco, está vacío?
Para no resbalar por el vacío, seguir por las no huellas. Seguir por la pista del blanco y de la albura, del cisne y de los signos, volver a los demonios: analogar troquel con anonimia, analogarlo al blanco, autor como troquel de un cisne blanco: ausencia, pero ausencia delineada, en la sonrisa, en el silencio. Qué nos dice el silencio:
El silencio escucha el silencio y repite en silencio lo que escucha que no escucha. Qué nos dice el oído: El oído es un órgano al revés, sólo escucha el silencio.
¿Del hueco del troquel?, ¿del hueco del autor?, ¿de su presencia en la página doblada, meditando su blanco? El silencio como análogo del blanco se desplaza por el libro: quien escribe, dice Blanchot, al haberse privado de sí, al haber renunciado a sí, mantiene, sin embargo, en esa desaparición, la autoridad de un poder, la decisión de callarse del yo desaparecido, conserva la afirmación autoritaria aunque silenciosa.
A esa palabra, entonces, doblada en su blancura, agrega (el autor) la autoridad de su propio silencio: ruptura, carencia, hueco, he aquí la trama textual (lo de dentro, lo de fuera). Ruptura, carencia, hueco; he ahí la trama de lo real (la vida, la muerte: lo de dentro, lo de fuera), la cabeza disparando desde la página —(la fijación de la escritura)— hacia el vacío que la bordea —(el retardo de la lectura)—, destruyendo objetivamente la subjetividad: lo no textual. La cabeza convertida en objeto: el proyectil que destruyendo se destruye; el cañón roto: la muerte del poeta (su vida), vigilando el inmaculado color blanco de sí mismo, inhalando su blancura venenosa.
Entonces, la sonrisa. Gracias a esa imprevisible pero muy oportuna aparición del Gato de Cheshire con su proverbial sonrisa en Alicia en el País de las Maravillas, desvaneciéndose gradualmente hasta quedar reducida a una estereotipada mueca, (el autor) puede dejar sentada su actitud frente al mundo, semejante a la de Alicia: Maravilla, pero también Extrañeza y Temor.
Su voluntad de sonreír tiende al descubrimiento de su verdadera y trágica realidad más allá de todo dualismo. Intenta expresar la inexpresividad, y tal es la paradoja que por ende anima su sonrisa.
El Gato de Cheshire se aproxima con su sonrisa al contemplador, sustrayéndose al mismo tiempo hasta una inaccesible región distante y extraña… La ambigüedad de su sonrisa exterioriza el anhelo de superar el encadenamiento al ciclo de la vida y de la muerte.
¿Serán estas reflexiones, desde la ambigüedad de la sonrisa, lo que hizo pensar a Enrique Lihn que el norte de Martínez es el Oriente?
El trabajo de J. L. M. está animado por una noción de la “ciencia oriental” que redunda en su forma de hacer poesía occidental. La “nosimismidad” ensimismada del sujeto que habla, que proviene de la oposición “sí mismo/no sí mismo”. Buda opone la ilusión de la individualidad —el sí mismo, condenado a percibir ilusoriamente el mundo— al no sí mismo como una manera de acceder a la iluminación o a la verdadera sabiduría…
Sabiduría del gesto, del gasto, del gato que vigila su propia porcelana, sabiendo que bastaría la distracción más mínima para que desaparecieran la habitación, la repisa, el gato y la porcelana. Sabiduría del gato, de la cabeza del gato,
LA CABEZA DEL GATO DE CHESHIRE QUE A PESAR DE SU OSCURA MATERIALIDAD PARECE SUSPENDIDA SOBRE TODAS LAS COSAS, DESREALIZA EL MUNDO CON LA MISTERIOSA Y ENIGMÁTICA EXPRESIVIDAD DE SUS SONRISA, RECORDÁNDOLE AL HOMBRE EL CARÁCTER PRECARIO DE SU REALIDAD.
Como anclaje posible de alguna realidad llegamos otra vez a la huella del nombre (no al de los gatos, que sabemos que es un asunto difícil), los nombres ora como préstamo: Juan Luis o Juan de Dios, o Xuan de Dio, o simplemente Swan, y nuevamente al cisne, a la blancura, al préstamo del blanco en el vacío. “—¿Qué es un préstamo… una urgencia, ciertamente, como el anunciarse y presentarse y arreciar de una falta. Una suplencia como lo que se agrega a la falta, puesto que no la suprime…”— (Pablo Oyarzún sobre “el prestado nombre” de Patricio Marchant).
El préstamo —del nombre— no suprime la falta, la carencia, el hueco del troquel; no suprime la soledad del autor para que siga siendo posible la infinitud de la obra, desde su soledad, mitigada —un instante— por el diálogo imaginario de una lectora con el troquel del (autor) —con su sonrisa—:
—Soledad: cuando estoy solo, no soy quien está allí, y no es de ti, ni de los otros ni del mundo de quien permanezco alejado.
Fariña se refiere al texto «Lo que comienzo a leer ahora» de Andrés Ajens, el cual se puede consultar aquí. ↩︎
A sugerencia de Ezra Pound, la joven Hilda Doolittle (Bethlehem, Pensilvania, 1886 – Zúrich, Suiza, 1961) decidió firmar sus poemas solamente con sus iniciales: H. D. Así aparece en las sucesivas ediciones de los libros que confluyen en sus Collected Poems. 1912-1944. Con Pound compartió la fascinación por el mundo y la poesía de la Grecia clásica, y se inició en algunas corrientes de pensamiento esotérico que florecieron en el Egipto faraónico. Al paso de los años, esta curiosidad se convertiría para la poeta en una pasión, a cuyo estudio dedicó buena parte de sus empeños. Un libro suyo, sólo parcialmente traducido al español, da cuenta de tan singulares indagaciones: Notes on Thought and Vision es una intensa meditación donde la poeta expone un concepto más amplio de las capacidades de la mente, donde la conciencia, la imaginación y la creatividad juegan, en conjunto, un papel esencial en nuestra percepción del mundo y en la forma en que nos relacionamos con las diferentes dimensiones, visibles e invisibles, de la realidad.
“Las islas” es uno de los testimonios tempranos de su filiación helénica. Lo publicó por primera vez en enero de 1920, a sus 33 años, antes de emprender uno de sus viajes a Grecia. A lo largo de siete cantos escuchamos el lamento de una voz femenina, una nueva encarnación de Ariadna abandonada por un poder más vasto y difícil de entender; una mujer que, al lamentarse, interroga el significado profundo de este abandono. Los nombres griegos de las islas emergen en el agua del poema como talismanes. El amor por la tierra –Grecia como una patria espiritual– es el único amor que permanece inalterable frente a la naturaleza caprichosa del amor humano. A su manera, “Los misterios” hace explícito el amor por la tierra –su íntima parcela– que ya se anunciaba en los versos del poema anterior y evoca la antigua luz de la revelación que subyace en todo ciclo amoroso. Vuelven los nombres griegos: la Pitia, Delfos, Adonis, Deméter… Un canto de resurrección, como advierte la poeta, que se resuelve también en estos términos: respeto, contemplación, paz. “No destruir, santificar” es la consigna con la que H. D. encarna, a través de las palabras, a través de las épocas, un proceso de renovación que se equipara a los trabajos de la propia naturaleza. Hay una estrecha relación entre ambos poemas: la tradición helénica, como un limo nutricio, y el fraseo que le da cuerpo, arrojan luces de una semejanza cardinal.
San Antonio Tlayacapan, abril de 2024
Las islas
I
¿Qué son para mí las islas, qué es Grecia, qué son Rodas, Samos, Kíos, qué es Paros de cara al poniente, qué es Creta?
¿Qué es Samotracia, nave que se alza, qué es Imbros cuando calma en su pecho olas de tormenta?
¿Qué son las islas: Naxos, Paros, Milos, qué el círculo de Licia, qué el blanco collar de las Cícladas?
¿Qué es Grecia –Esparta, roca altiva–, Tebas, Atenas, qué es Corinto?
¿Qué es Euboia –sus violetas insulares–, qué es Euboia, cubierta de hierba, de veloces bancos de arena, qué es Creta?
¿Qué son para mí las islas, qué es Grecia?
II
¿Qué puede darme el amor por la tierra que no me has dado tú? ¿Qué saben los altos espartanos y las buenas gentes de Ática?
¿Qué más pueden tener Esparta y sus mujeres?
¿Qué son para mí las islas si yo te pierdo – qué son Naxos, Tinos, Andros, y Delos, broche de una pálida diadema?
III
¿Qué puede darme el amor por la tierra que no me hayas dado tú, qué puede abrir en mí el amor por la batalla que no hayas abierto tú?
Aunque Esparta tome Atenas, Tebas destruya Esparta, cada una cambia como agua, la sal se levanta para sembrar el terror y volver a derrumbarse.
IV
“¿Qué te ha dado el amor por la tierra que no te he dado yo?” He consultado a los tirios en sus asientos sobre las negras naves cargadas de riquezas, he preguntado a los griegos de las blancas naves, y a los griegos de rojos navíos y grandes espolones que tendían sus proas en la arena húmeda. He preguntado a los lúcidos tirios y a los altos griegos: “¿Qué te ha dado el amor por la tierra?” Y ellos respondieron: “Paz”.
V
Pero la belleza es otra cosa, la belleza, fraguada por el mar es una roca árida, la belleza comienza con un naufragio de barcos en nuestra costa, la muerte aguarda en los arrecifes –la muerte espera aferrándose a nosotros desde las profundidades.
La belleza es otra cosa: los vientos que azotan su playa levantan remolinos de tosca arena hacia las rocas.
La belleza se aparta de las islas y de Grecia.
VI
En mi jardín los vientos plegaron a los lirios en flor; en mi jardín, la sal marchitó los primeros brotes del joven narciso, y del más pequeño jacinto, y la sal se deslizó bajo las hojas del blanco jacinto.
En mi jardín, las anémonas yacen rotas por el viento, al final.
VII
¿Qué son para mí las islas si yo te pierdo, qué es Paros si tus ojos me evitan, qué es Milos si a ti te asusta la belleza, la terrible, la tortuosa, la aislada: una roca baldía?
¿Qué es Rodas, Creta, qué es Paros de cara al poniente, qué la blanca Imbros?
¿Qué son para mí las islas si tú no te decides, qué es Grecia si tú das la espalda al terrible, al frío esplendor del canto, y a su desolado sacrificio?
(De Hymen, 1921)
Los misterios
Coro de Renacimiento
I
Oscuros días han pasado y días más oscuros se avecinan; oscuridad aquí, oscuridad allá amenazan al espíritu un montón de huéspedes, un vivo puñado de tres veces funestos lanceros enemigo aquí, enemiga una porción de colina y cima de montaña y colina abajo; nada antes del misterio, nada antes, sólo el vacío, trampa de muerte, terror, el torrente, el temblor de tierra, tempestuoso mal; luego voz en el tumulto, el leve aliento que cuenta como lo haría una flor del pasado invierno (que mata con arco de Pitia, la peste délfica); una flor, menuda voz, revela toda santidad con una frase: “hágase la paz”.
II
Un cetro y un tallo de flor y una lanza, una flor puede matar al invierno, así este raro encantador y mago y arcipreste; una flor puede matar al invierno y encontrar la muerte; así esto va y viene y muere y vuelve a bendecir una vez más, una vez más; un cetro, una flor y un cercano protector de los perdidos e impotentes; sí, estoy perdida, mira la estrella más cercana; sí, soy débil, mira qué encantada armadura arropa la mente intrépida que despoja los ropajes del pensamiento marchito; mira la manifiesta sabiduría, qué sutileza qué gracia y qué luz; mira, estoy completa, sin amado, sin amante, una voz en el delirio, este menudo aliento desmiente nuestro miedo y nuestra desesperanza, “mira, estoy aquí”.
III
“No destruir, nunca, santificar la flor en que brota Adonis de entre los muertos; mira, mira los lirios cómo crecen, considera qué bondad, considera qué encarnada pureza (pues el amor ha muerto) mira a los lirios que sangran por amor; ni emperador ni soberano, nadie podría lucir tal esplendor; ningún rey podría nunca presumir un adorno tan hermoso como el huésped del campo y los lirios de la montaña”.
IV
“No destruir, nunca, santificar cada llama que brota en la frente de Amor; no destruir sino volver a invocar y dar de nuevo un nombre a cada flor, serpiente y abeja y pájaro; mira, mira qué astuta la taimada serpiente; mira a la paloma, al gorrión, nadie muere sin que el padre lo sepa; el hombre dispone la trampa y ordena el vuelo de la flecha, el hombre atrapa al ave madre mientras está en el nido y deja morir de hambre a las crías estremecidas; nadie, nadie, nadie puede nunca temer que ella, tamizadora del aire amoroso, sea abatida por un gavilán, destrozada en trampa de rústica madera, muerta en el cepo de rústica madera, mi padre y yo sabemos”.
V
“No destruir, nunca, santificar el fervor de todo antiguo misterio; mira cómo se deslíen los muertos, la hierba yace pisoteada y manchada y empapada; mira, mira, mira cómo la hierba desdeña al torrente de nieve y lodo y lluvia; la hierba, la hierba se alza llena de capullos; la semilla levanta su frente radiante de nuevo hacia el sol;
mira, mira cómo los muertos ya no mueren, la semilla es oro, hoja, tallo y simiente; los misterios están en la hierba y en la lluvia”.
VI
“Los misterios permanecen. Yo guardo el ciclo de la siembra, el ciclo del sol y de la lluvia; Deméter en los campos multiplico, renuevo y bendigo a Baco en la viña; yo sostengo la ley, conservo la verdad de los misterios. El primero de todos es nombrar a los vivos, muertos; soy el vino, soy el pan.
Yo guardo la ley, conservo la verdad de los misterios, soy la vid, las ramas, soy ustedes, soy tú”.
(De Red Roses for Bronze, 1931)
* Poemas pertenecientes a Desde Eleusis, volumen aparecido en la colección El Oro de los Tigres (UANL, Monterrey, 2024).
1.
Facilis descensus Averno
Amo las bibliotecas y los libros
quizá porque sus páginas recuerdan,
aunque si no tu voz, tu pensamiento que habla,
y es estar dentro de tu mente, abuelo,
tan pero tan cerca;
y aunque estés muerto caminar tu fuente.
Hoy tus palabras hablan
y puedo repetirlas;
me acercan al rigor que ancla tu fuego;
les doy mi comprensión y carne y fuerza
y en medio de tu alma me descienden.
En la hoja en blanco brota
con músculos tu esencia,
tu aliento que articula
y a símil de tu imagen me incorpora.
Extraño pan mental,
en que comulgo, la hoja,
donde pruebo el sabor de tu conciencia,
tu sangre también tan esforzada,
tu libertad que desde el alma enciende.
Las letras me heredaste,
que aunque no son las cosas,
son el ser por dentro que sostiene
cualquier mundo y rehace
desde el centro al camino,
y predice el avance,
también la madrugada.
Dan tus palabras alas
para un viaje de espuelas sin un muro,
para volvernos luz, ser del futuro.
2.
Quale per incertam lunam sub luce maligna Est iter in silvis
Los caminos de la tinta me gustan
porque allí te escucho, abuelo,
y porque son tu andar, aunque sin cuerpo,
alternando en otra forma de existencia.
Son caminos que abren las entrañas de los tiempos,
de ojos que aún ven muertos
y que la sibila conoce
y atreve el héroe que los sigue hasta su infierno
y en paso inmaterial al alma encienden;
De muertos está hecha la escritura,
que aún podemos ver,
pues su tierra de tinta los sostiene:
línea es en sí que sumerge y enhebra
entraña audible de memoria
o párpado de fe, reptante y honda,
desatando de sombra al laberinto.
Tu tinta es senda inversa
con que oficia, la sombra, luz
como promesa; impetuosa quizá
igual que una semilla,
que impulsa una hoja y su árbol
y lleva a su ala al mundo
y entrona en luz lo cierto.
Otórgame tu hilo de noche, abuelo,
para mi andar de Orfeo, perdida,
que aunque nunca te abrace, allá en tu sombra,
luz en tu ausencia acaso es mi camino.
3.
Guarda la tierra en noches su diamante,
como siembra de un sol que interna atrapa,
luz prometeica, devorada
para habitar en los abismos,
que sustenta lo invisible y mira
donde aún te retiene la muerte en sus encierros.
Allí desciendo, abuelo.
Metal con sed de crimen te sustrajo
y tus huesos de luz mordió la tierra.
¿En dónde hallar la mina de tu estrella,
la luz que te robaron de honda guardia?
¿Dónde tu amanecer que me atraviesa
la noche entera hacia otra orilla?
¿Dónde sangra aún tu sol en esta tierra?
Me quise de cristal para seguirte,
sumergirme en tu sangre y mil batallas,
y hallar, aún en la piedra,
la luz con que ordenaste a un mundo
aún con entraña,
tu voz de fuego y ala,
robando en otra ley amor primero.
4.
Sed revocare gradum superasque evadere ad auras, Hoc opus, hic labor est
Yo leo tus palabras y mastico tu luz
como un pan sin ritual, ni mediadores,
un pan sólo de ser y amasada experiencia,
ejercitándose en mirar:
el pan del héroe, abuelo,
el pan de la verdad;
su arquitectura de luz
forjó otro mundo,
alas para una nueva libertad,
un sueño que despierta
las noches sin errar.
Zarza ardiente, tus libros
porque te reconstruiste en libertad
y en ellos vuelas.
Saltas en llama, abuelo,
audaz en tu mirar
que al tirano en sus crímenes desnuda
y su dura noche entrega
en holocausto a la verdad.
Fue tu incendio una aurora,
de sol aún incompleto
y sueños por cobrar,
fue viento sin bandera,
y senda sin ondear.
En tierra de ancla espesa,
ardua cima es tu vela
para hombres que han dado
más firmeza a la luz.
Una de las relaciones más hondas y conmovedoras en la historia de la poesía mexicana, creemos, fue la de José Juan Tablada (1871 – 1945) y Ramón López Velarde (1888 – 1921), que tuvo el sello recíproco del hondo afecto y la más alta admiración. Desde 1914 a 1938, en artículos, crónicas, cartas o en su Diario, Tablada nunca dejó de expresarse sobre López Velarde en los más altos términos: “Astro que se manifiesta con sencillas músicas y fragancias encantadoras”, artista sabio y profundo, inmortalizador de las “beldades pueblerinas”, poeta de la lírica y de la epopeya auténticamente nacional, “serafín de Dios”, vidente, Trismegisto “en el puro sentido griego”, revelador ―como Lugones o Herrera y Reissig― de la magia ilógica y eficaz del adjetivo indirecto…
No fue la amistad de iguales en edad, la amistad inmediata y cómplice, como la que tuvo López Velarde con Saturnino Herrán, Pedro de Alba, Jesús B. González o Enrique Fernández Ledesma, sino más bien, como en los casos de Rafael López y Enrique González Martínez, una amistad intelectual y una afinidad de hermano menor.
No ocurrió siempre así. Al principio, el veinteañero López Velarde, quien vivía entonces en la ciudad de San Luis Potosí, sin conocerlo personalmente, malquería a Tablada. No le perdonaba un ataque, ignoro si real o supuesto, a Amado Nervo. En una carta del 13 de junio de 1908 desde la ciudad de San Luis Potosí a su tutor literario, Eduardo J. Correa, López Velarde arremete contra Tablada. En una extraña prosa suelta el dardo despectivo: “¿No hemos visto en nuestra patria al chaufeur (sic) de J. J. Tablada intentando deprimir con malévolas críticas a Amado Nervo?” Es decir, para el poeta jerezano, Tablada en literatura no llegaba ni a propietario del coche: apenas podía tomársele como un segundón envidioso en el despreciativo medio literario de la capital de la República.
Todavía en una nota sobre Enrique González Martínez (1871-1952), estricto contemporáneo de Tablada, aparecida el 30 de septiembre de 1909 en El Regional de Guadalajara, el joven López Velarde empieza por decir, a propósito de la entrada del propio González Martínez a la Academia de la Lengua, que se quedó viendo visiones “o como quien se comulga una hostia negra de José Juan Tablón, el de las envidias a Nervo”.1 De seguro Tablada no se enteró: ni de la publicación del artículo ni menos del articulista. Primero, porque la burla rabiosa quedó en un periódico de provincia, y luego, porque estaba firmado con seudónimo. Si el irónico y susceptible Tablada hubiera llegado a enterarse de los comentarios agresivos, quizá no se lo habría perdonado nunca.
En un artículo sobre el general huertista Aureliano Blanquet del 11 de noviembre de 1912, durante su tercer viaje y su primera residencia más o menos prolongada en la Ciudad de México, al discutir sobre las reyertas zapatistas, López Velarde recuerda la crónica de Tablada aparecida el día anterior: “La justicia, para obrar, necesita del advenimiento de la paz, sus campos tranquilos y su cielo sin nubes”. Al parecer, López Velarde ya pensaba aproximársele.
Cuando López Velarde decide ya radicar en la Ciudad de México, de lo primero que hace en 1914 es buscar a Tablada. En una carta le adjunta poemas. La respuesta de Tablada, anunciando un “nuevo poeta intenso y noble”, es de una generosidad laudable. El 7 de junio de 1914 escribe en El Mundo Ilustrado que tiene sobre la mesa dos libros (Poèmes de Amour, de Auguste Genin, y Caprichos, de Efrén Rebolledo) y una carta. Pasa prácticamente de largo sobre los dos primeros. A continuación abre la carta y hojea los poemas del poeta promisorio. Reproduce la pieza “Del pueblo natal”, y de inmediato añade: “Sigo leyendo otros versos manuscritos del mismo autor con la creciente emoción de encontrar un nuevo astro que se revela con sencillas músicas y fragancias encantadoras. Son los versos de López Velarde flores de prados campesinos, claveles de macetas que, abriéndose sobre los viejos tiestos de Talavera, arden entre la penumbra de nuestros hondos corredores coloniales. Su perfume recuerda el aroma que exhalan los herbarios del divino Francis Jammes”.
Es el primer elogio público de un poeta notable2 a la poesía de López Velarde. Resultó un gran espaldarazo, como los que el propio jerezano daría en su momento a Carlos Pellicer, José Gorostiza y Bernardo Ortiz de Montellano, quienes jamás olvidarían el gesto. Sin sospecha, la opinión de Tablada debe haber alegrado a López Velarde y haberle hecho pensar íntimamente que no iba mal a través de la vía dolorosa de la poesía y la literatura, en la que transitaba desde los años aguascalentenses. Como precisa José María González de Mendoza, amigo muy cercano de Tablada, en unas páginas de recuerdos escritas entre 1951 y 1952, “Tablada y López Velarde”, recogidas casi dos decenios más tarde (Ensayos selectos, FCE, 1970), la nota sobre el jerezano fue la última que Tablada publicó en El Mundo Ilustrado. “Pocos días después salió al destierro, que lo tuvo alejado tres años”.
Volvamos a 1914. Podemos colegir que por los días cuando apareció la nota en El Mundo Ilustrado, Tablada recibe a López Velarde y a Jesús Villalpando en su casa japonista del barrio de San Mateo, Churubusco. Las minucias del deslumbramiento de la visita las describe López Velarde dos años y medio después en su crónica-artículo “Poesía y estética” del 29 de junio de 1917. Tablada ―recuerda RLV― les leyó el prólogo y un capítulo de Hiroshigué, recitó poemas, les mostró cartas autógrafas de Leopoldo Lugones y de la señora de Lugones, y “pinturas, ídolos, rosas votivas, arcones del virreinato…” Un criado japonés hizo su aparición para avisar de la muerte de pájaros japoneses. Más: López Velarde no olvida hacer el panegírico del escritor diciendo que “por su cultura, por su temperamento, por su vida”, Tablada representa “el tipo del literato”.
¿Pero la visita la hizo López Velarde con Jesús Villalpando, según refiere en su crónica, o con Pedro de Alba, como rememora éste en unas páginas de recuerdos muchos años después?3 ¿O fueron dos visitas? Algunos detalles japoneses de la visita, contados por Pedro de Alba, se parecen a los que cuenta López Velarde en su crónica; los demás no.
Pedro de Alba escribe que Tablada había reproducido en la página literaria de El Imparcial el poema “A la gracia primitiva de las aldeanas”, presentando a López Velarde como uno de los nuevos poetas españoles. Párrafos después indica que él fue quien en una tarde clara llevó por primera vez a Ramón con Tablada. Se trasladaron en el tren eléctrico que corría a través de la Calzada de Tlalpan. La casa de Tablada en Churubusco estaba a unas decenas de metros de la calzada, sobre el Camino Real, que iba entonces desde Tlalpan al pueblo de Chimalistac, es decir, a través de lo que es ahora Héroes del 47, Hidalgo, Francisco Sosa y Arenal. A los lados de la Calzada de Tlalpan encontraba la vista de los jóvenes las arboledas y los campos cultivados.
Pedro de Alba cuenta que Tablada era despreciativo con lo que no respetaba. Odiaba la mediocridad. A muy pocos escritores de esos años les tenía consideración. Muchos servían de blanco a sus bromas sangrientas y sus epigramas afilados.
Le gustaba vivir bien. Era un ágil y hábil deportista y un afanoso coleccionista de objetos finos y exóticos. Gracias al patrocinio de un mecenas, se la pasó un año en Japón. “José Juan era fastuoso y decorativo, tenía una colección de kimonos de seda y preciosos grabados de artistas chinos y japoneses. Por ese tiempo se daba el lujo de tener un ayuda de cámara japonés”.
Recibió hospitalariamente a los jóvenes y los orientó por el jardín, donde iba indicándoles los nombres de flores raras, y los condujo luego a su estudio, donde vieron los espléndidos libros del bibliófilo y los objetos sorprendentes del coleccionista. Tablada se divirtió embaucándolos haciéndoles creer que conversaba en japonés con su ayuda de cámara (como si la lengua japonesa, imposible para un occidental ―comentaría luego Efrén Rebolledo a Pedro de Alba―, pudiera aprenderse en un año):
El poeta nos reconocía beligerancia literaria y nos invitaba a hablar; nos interrogó en forma delicada sobre nuestros planes y nuestros problemas. Con su gracia maliciosa y muy salpimentada hizo referencias a los escritores y poetas de su tiempo, algunos de ellos compañeros suyos en la secretaría de don Justo Sierra o en la redacción de El Imparcial y de El Mundo Ilustrado […] Antes de despedirme le llamé la atención sobre la hoja del suplemento literario arreglado por él, en donde presentaba a López Velarde como poeta español. Él no se atrojó por el escamoteo; con toda naturalidad nos dijo que había encontrado en el poema “A la gracia primitiva de las aldeanas” un sabor muy castizo y que, al no tener referencias precisas sobre el autor, lo creyó español: “Por supuesto ―agregó dirigiéndose a López Velarde―, que sus versos son mejores que los que escriben los poetas peninsulares de hoy…”
Pero vamos por partes. ¿Tablada copió alguna vez ese poema en su columna de El Imparcial? González de Mendoza buscó el poema en la doble columna, titulada “La Semana”, que escribía Tablada en el diario, y no encontró nada, pero dándole con delicadeza a Pedro de Alba una salida, añadió que “el vandalismo de ciertos lectores mutiló muchos de los ejemplares”. Adiciona cauteloso que tal vez el poema estuviera “en algunas de las hojas arrancadas o en cualquiera de los trozos recortados”.
En efecto, Tablada publicó, o más bien, reprodujo “A la gracia primitiva de las aldeanas”, pero no en el decurso de 1914, sino adjunto a un comentario que escribió sobre López Velarde (“La nueva poesía de México”) en El Nuevo Tiempo de Bogotá, el 31 de marzo de 1919. Reprodujo también “La bizarra capital de mi Estado” y “Transmútase mi alma…” En el comentario, Tablada nunca habla del sabor castizo de “A la gracia primitiva de las aldeanas” ni de que haya creído que López Velarde era un poeta español. En loor a Pedro de Alba, el poema, si se lee desde esta perspectiva, tiene ese sabor que puede hacer creer a un lector que su autor es un peninsular.
Tablada decía con gran orgullo en ese artículo de 1919 —como lo haría al promediar los años veinte en páginas de su segundo libro de memorias (Las sombras largas), como lo repitió en un apunte escrito el 14 de febrero de 1926 en su Diario (Obras, UNAM, IV), como lo volvería a repetir dos o tres veces en crónicas de los años treinta— que él escribió el primer comentario sobre López Velarde; jamás habló de haber reproducido el susodicho poema. Tengo la impresión de que Pedro de Alba confunde “Del pueblo natal”, adjunto al comentario de Tablada del 7 de junio de 1914, con “A la gracia primitiva de las aldeanas”, o surgió en una conversación incidental con Tablada o lo creó sólo la imaginación de Alba.
Pese a que Tablada avaló, como otros distinguidos artistas e intelectuales, a la canalla huertista y López Velarde nunca dejó de ser un maderista fiel, pese a la diferencia marcada de diecisiete años de edad, pese a las distancias geográficas que se dieron en periodos entre 1914 y 1921, primero por el exilio y luego por la actividad diplomática de Tablada, entre ambos se fortaleció día con día una hermandad basada en la admiración recíproca y hecha con lo mejor del corazón. A su manera cada uno fue guía y modelo del otro. José Luis Martínez refiere que se dio entre ambos un “intercambio de estímulos e influencias”, y aprecia perspicuamente que López Velarde “comprendió, uno de los primeros, la importancia de las innovaciones de Tablada, a pesar de que guardara reservas frente a algunas de sus experiencias”.
Dos años después de la visita a la casa de Churubusco aparece el primer libro de poesía de López Velarde (La sangre devota); el poema “Me despierta una alondra…” está dedicado a Tablada.
Quizá al regresar de su exilio en 1918, “llamado por el ‘primer jefe’ Venustiano Carranza”, es cuando Tablada suele frecuentar el bar Phalerno, propiedad de su amigo, “el apuesto y simpático” León Teruel. En sus remembranzas Tablada evoca el bullicioso ambiente, pero se entristece un momento al evocar a López Velarde y su grupo de amigos, asiduos al antro, ese grupo que solía llamar “los felibres”, al asociarlos con el grupo de poetas que escribían en la lengua provenzal a fines del siglo XIX en el mediodía francés, entre ellos, Frédéric Mistral y Clovis Huges (Las sombras largas, XLVIII, pp. 252-253):
¡Ilustre clientela! Como que entre ella se contaba el entonces misterioso y hoy magnífico en su apoteosis póstuma, el poeta Ramón López Velarde, que allí solía acudir lleno quizás de recónditas atriciones a beber moscateles y málagas… Y con él iban el maestro de la perfección lírica, el veronés de las opulencias verbales y el ennoblecedor del nacionalismo poético, Rafael López; en el mismo grupo figuraba el hermano lírico de López Velarde, el exquisito Enrique Fernández Ledesma, quien tan bellamente ha consagrado el mérito y la memoria del numen fraternal, el mismo grupo adonde a veces llegaba, siempre trágico, siempre con aire de náufrago, batido por las tempestades de su vida sin fortuna, otro querido amigo, el bueno y generoso Jesús Villalpando, cuya tumba sin flores, cuya memoria sin ofrenda ni ex votos, debe ser para nosotros un remordimiento y un reproche…
El sevillano González de Mendoza cuenta que Tablada, cuando estuvo como diplomático en Venezuela, solía enviarle en 1919 diarios y revistas con poesías y artículos suyos para repartirlos entre amigos cercanos. “Uno de ellos era López Velarde y tres o cuatro veces le llevé algunos de esos periódicos a su bufete, entonces en la avenida Madero 1”. Recuerda González de Mendoza que el bufete estaba en una casa; ahora se yergue allí, con su alucinante verticalidad, la Torre Latinoamericana.
Ya dijimos que en 1919 Tablada publicó el segundo comentario sobre López Velarde en Bogotá. Desde las primeras líneas Tablada encumbra la poesía del joven hermano: “Poeta encantador cuyo arte, que es sabio y profundo, comenzó a manifestarse hace pocos años, con caracteres de aparente simplicidad en fondo y forma, pues cantaba la gracia de las muchachas de pueblo y la poesía de las ciudades provincianas en versos sencillos y desmañados”. A diferencia de la mala fe de Reyes, quien llegó a ver a López Velarde como si fuera el burro que tocó la flauta al compararlo con un pintor ingenuo como el aduanero Rousseau, Tablada, desde ese 1919, advertía que en el arte de López Velarde existía una “ingenuidad ilusoria” (el subrayado es mío), pero que al igual que en pintores como Matisse y Vlaminck, existían detrás “hondos estudios de síntesis, de dinamismo, de cromatización…” Líneas más adelante, en el mismo comentario, parangona la poesía de López Velarde con las pastorales de Watteau o con “minúsculos jardines japoneses” que dejan entrever a un hombre torturado. Más: el 4 de noviembre de ese año, en el artículo elegiaco sobre Nervo, editado en Caracas, habla de López Velarde, “cuyo arte es una suprema cábala que hace arder y perfumar sobre el papel las simples rosas que madrigaliza”.
Sin embargo en esas semanas de noviembre de 1919 pudo haberse enfriado o inficionado la relación. En un arranque de franqueza, en una carta a Tablada, López Velarde marca sus distancias frente a la poesía ideográfica, principiando por la de Apollinaire, pero de alguna manera incluyendo también la que hizo el propio Tablada en su libro Los ojos de la máscara. Para él los poemas ideográficos de Apollinaire son sólo “algo convencional”, una mera “humorada capaz, es claro, de rendir excelentes frutos si la ejercita un hombre de la jerarquía estética de usted”.
Herido, o al menos enojado o molesto, Tablada no busca pleito pero sí poner los puntos sobre las íes. En una carta de respuesta a López Velarde, publicada el 13 de noviembre de 1919 en El Universal Ilustrado de la Ciudad de México, elabora una exposición inteligente para vindicar la poesía nueva, o con palabras de José Luis Martínez, “hace una defensa, no tanto de la innovación, sino más bien del espíritu de búsqueda o de ruptura en la poesía”.
Tablada ejemplifica su defensa con antecedentes griegos y chinos, pero no deja de incluir casos modernos. Señala que al principio estuvo cerca de Apollinaire pero ahora se dedica a hacer cosas del todo distintas. ¿Es convencional la ideografía? Exactamente lo contrario: lo convencional sería “seguir expresándose en odas pindáricas, y en sonetos, como Petrarca”. Para Tablada la preocupación es la síntesis: “La ideografía tiene, a mi modo de ver, la fuerza de una expresión ‘simultáneamente lírica y gráfica’, a reserva de conservar el secular carácter ideofónico”. Tablada se siente ahogado vistiéndose con el chamarilero en la ropavejería de la tradición. Es hora de salir de la casa oscura y tomar el sol y echar a andar bajo aires nuevos con pies de viento. El problema de López Velarde es simple y único: no ha profundizado lo suficiente en la nueva poesía.
Tablada deja los cargos diplomáticos y regresa a México el 26 de febrero de 1920. González de Mendoza lo visita en su cuarto del hotel Regis:
Allí encontré a Ramón, y los tres charlamos largo rato. José Juan le preguntó qué había escrito últimamente y él mencionó “El sueño de los guantes negros” […] Elogié el poema con entusiasmo, pues pocos días antes se lo había oído recitar; en Revista de Revistas (23-VI-1946) conté ya el episodio. A ruego de Tablada, Ramón recitó asimismo otro del que desde entonces grabóseme en la memoria este verso: “El niño iría de luto, pero la niña no”. Se titula “Mi villa” y está recogido en El son del corazón.
En ese momento la hermandad entre los poetas es sólida como una roca. En marzo de 1920, en Revista de Revistas, López Velarde escribe un artículo titulado con el nombre del poeta: “José Juan Tablada”. En él se queja del trato, o más bien del maltrato, dado a Tablada, autor de libros y piezas perfectos o notables. Cita como ejemplos los libros Li-Po y Un día… y poemas como “Ónix” y “Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida…” Exhala y defiende la capacidad del poeta para la indagación y la renovación, es decir, elogia lo que Tablada se elogiaba a sí mismo en su carta de respuesta de noviembre de 1919.
Un mes antes de la muerte del jerezano, en un artículo publicado el 22 de mayo de 1921 en el Excélsior, donde busca vindicar el mexicanismo auténtico sin contaminaciones folklóricas (“México sin pulque”), Tablada cita como casos ejemplares de ese mexicanismo a Jesús Núñez y Domínguez, a “la Terciopelo”, a Ramón López Velarde y a Ángel de Campo “Micrós”. De López Velarde realza un aspecto: la inmortalización en su lírica de las “beldades pueblerinas”.
López Velarde muere de neumonía y de pleuresía en su modesto departamento de la colonia Roma el 19 de junio de 1921, a la una y veinte de la madrugada, cuatro días después de cumplir treinta y tres años. Al recibir la noticia en Nueva York, profundamente desolado, Tablada escribe su célebre “Retablo a la memoria de Ramón López Velarde”, que fecha en el mes de agosto, es decir, dos meses después del deceso, pero que de seguro empezó a escribir poco antes. El “Retablo” serviría de entrada o prólogo a El minutero, el admirable libro misceláneo que preparó Enrique Fernández Ledesma y publicó en 1923. Aún más: los versos finales de la “Jaculatoria” se grabarían en la lápida de la tumba de López Velarde del Panteón Francés.
El 31 de agosto Rafael López responde la carta del 2 de agosto de Tablada y acusa recibo, a través de Genaro Estrada, del “Retablo”, y al comentar la edición equipara la impresión de los papeles con las de “aguinaldos de los serenos”. A su vez el abate González de Mendoza, al referirse a la edición y a lo dicho por Rafael López, explica: “El ex voto está impreso en papeles de colores. José Juan preparó cada pliego tiñéndolo de anilina. De ahí la alusión a ‘los aguinaldos de los serenos’”.
¿Pero qué quiso imitar exactamente como edición el propio Tablada? Más bien era otra cosa. En una crónica neoyorquina publicada en el diario mexicano El Universal el 18 de septiembre de 1932, Tablada detalla la visita a su casa del Bronx que efectúa el poeta y crítico español Enrique Díez-Canedo, visita que también cuenta, palabras más, palabras menos, en su Diario. Intercambian libros: Tablada le da varios suyos agotados, entre otros, su “In memoriam a López Velarde” (sic), o sea, el “Retablo a la memoria de López Velarde”, el cual imita ―dice― “las ediciones de nuestros ‘corridos’ populares”.
En el “Retablo”, lo ha repetido la crítica, conviven el estilo lopezvelardeano y el estilo tabladeano, sin que demeriten ni la autenticidad ni la emoción entrañable de los versos. En el primero de los estilos, Tablada habla de tú con el amigo recién fallecido y encomia con fervor la vida provinciana y las pequeñas cosas llenas de vida; en el segundo, más seco y directo, Tablada habla en tercera persona, y en él encontramos versos conmovedores, como cuando asocia deliberadamente al joven hermano con Jesús:
Leyenda del Retablo: “No se ha visto poeta de tan firme cristiandad. Murió a los treinta y tres años de Cristo y en poético olor de santidad”.
O éstos, que se oyen como una plegaria, y donde se fusionan, de una manera sencilla y concentrada, ética, estética y religión:
“La Belleza le dio un ala; la otra el Bien, viva así por los siglos de los siglos! Amén”.
O éstos, de la famosa «Jaculatoria», que parecen escritos más con lágrimas que con tinta:
Un gran cirio en la sombra llora y arde por él… y entre murmullos feligreses de suspiros, de llantos y de preces, dice una voz al ánimo cobarde: Qué triste será la tarde cuando a México regreses sin ver a López Velarde…!
Para acercarnos más a lo que Tablada y Rafael López sintieron como una tragedia íntima, volvamos al carteo de agosto de 1921. Quizá valga reproducir los párrafos donde hablan sobre López Velarde, y que, tengo entendido, el primero que los sacó a la luz pública fue González de Mendoza, merced a los buenos oficios de Nina Cabrera, la viuda de Tablada, quien le envió las misivas en copia. Tablada escribe el 2 de agosto desde Nueva York, en papel con membrete de su librería Latinos, en 118 East 28th Street:
Desde que leí hace días tus versos a Guadalajara iba a escribirte felicitándote y diciéndote mi admiración por ese poema definitivo, perfecto… Pero vino luego la muerte de nuestro querido Ramón, que me dejó atónito y me llenó de estupor. Por más que las hecatombes que han asolado a nuestra Patria y al mundo nos hayan familiarizado con la muerte, en este caso la desgracia sobrepasó toda previsión. Yo siempre imaginé a Ramón fuerte, longevo, patriarcal, lleno de sabiduría y de progenie en una casona de su provincia amada. Y su desaparición me ha consternado. Cuando vuelva a México y no lo vea, voy a sentir como si en el lugar de la Alameda encontrara un gran socavón. Me imaginé el golpe que tú habrás recibido. No he podido ver los versos que le hiciste. De lo que se dijo en su funeral lo que más me conmovió fue la oración de Fernández Ledesma, a quien te ruego des mi pésame… Su “suave Patria” no sólo me conmovió como obra maestra, sino como una reliquia que llevara el sudor de su agonía. ¡Qué manera de ahogar la retórica en el corazón de la epopeya! ¡Qué clarividencia doble, de moribundo y de gran poeta! Tiene el ritmo de sus últimos pasos sobre la tierra… Ese poema y tu “Guadalajara” son pedazos del alma Patria; son aerolitos arrancados de las minas siderales donde resplandece la nebulosa del espíritu de la raza. Él y tú sois de la estirpe de Ilhuicamina. Y eso es hacer Patria inmortal y eterna.
Rafael López contesta el 31 de agosto. Ya ha recibido el “Retablo”: primero, quizás, adjunto en la misma carta del 2 de agosto, y luego en la edición colorida hecha por el propio Tablada:
Antier recibí tus versos a Ramón y ayer me envió Genaro Estrada el ejemplar de lujo que me anunciabas en tu última carta. No tengo idea de haber conocido cosa tuya de tan altos quilates de belleza como ese poema; el temblor humano se enrosca en ellos como nervio vibrante y sangriento; la emoción cristiana, verdaderamente extraordinaria en la altanería de tu numen, lo llena de resplandores inefables. Mis amigos y yo hemos vuelto a ver a Ramón con las ingenuidades y virtudes que lo hacían incomparable; se conoce que al escribir esos versos no sólo mojaste la pluma en la tinta que te es privativa, sino también en la trémula, palpitante y diáfana tinta del cariño; casi en cada estrofa tienes un hallazgo y de cada renglón cae una perla. Los dioses te guardan por la forma en que sabes despedir de esta tierra lúgubre a los que queremos.
Esa idea de hacer la impresión en papeles que nos recuerdan los aguinaldos de los serenos, también nos conmovió hasta las lágrimas. Las lágrimas son los mejores diamantes que has cuajado en tu poema, y tienen más brillos que los astros que haces arrojar al padre Ilhuicamina en el duelo. Hacerme llorar a mí, que llevo en los ojos la obsidiana ancestral ennegrecida todavía con tantas cosas ateas, es prodigioso.
Hoy es justamente el día de San Ramón, y escribiéndote, me parece que al lado tuyo dejo un ramo de flores en el sepulcro de nuestro amigo muerto. Que su memoria nos sea favorable para comulgar, puro el corazón, en puras cosas de belleza.
En un buen número de sus crónicas y artículos desde Nueva York, aparecidos en los diarios mexicanos Excélsior y El Universal, Tablada no se fatigó de exaltar lo íntimamente vernáculo sin manchas exóticas ni pegas locales, de hacer conocer nuestras grandes figuras en el arte y la ciencia en Estados Unidos y de describir la vida de tristezas y penas del mexicano en aquel país. Desde su primera lectura en junio o julio de 1921, nada en poesía le pareció más entrañablemente nuestro que “La suave Patria”. No sólo ensalzó el poema (como otros poemas) en artículos y crónicas y conversaciones. El cosmopolita Tablada encontró la quintaesencia de México en los versos de un poeta que nunca salió del país.
Vayamos a los ejemplos.
En una crónica neoyorquina del 8 de septiembre de 1921, Tablada, luego de reproducir una serie de perspicaces observaciones del escritor estadounidense Waldo Frank sobre el mexicano, termina por citar los versos de López Velarde, donde contrapone el mundo del pretérito mexicano al mundo del progreso industrial estadounidense:
Patria, te doy de tu dicha la clave: sé siempre igual, fiel a tu espejo diario
El 10 de septiembre de 1922, en una carta a Rafael López, cuenta que, estimulado por éste, ha vuelto a leer “La última odalisca”, y exclama: “¡Qué poeta, qué pasmosa simultaneidad de cerebro y corazón, cómo supo hacer que convergieran el pasado y el futuro en los latidos de su corazón! Ése fue un arcángel, un serafín de Dios, que cayó un instante en la tierra y rebotó sobre nuestro barco con ímpetu tal que se nos fue”.
Tres años después, en la crónica del 1º de noviembre de 1925 cuenta la visita que hace a su casa del Bronx su amigo ―su alter ego― Tomi Reegal, quien se queja de la americanización de México: el beisbol y el box desplazan al jaripeo y a la charreada, el charleston humilla al jarabe tapatío, el sombrero tejano se vende más en México que en EU, la mujer mexicana se masculiniza copiando maneras y modas de las pálidas vecinas, las casas de adobe son sustituidas por estructuras metálicas… Atormentado por el México standarizado que dibuja su alter ego, Tablada tiene esa noche un sueño, o como él lo llama, “una pesadilla en inglés”: se ve hurgando en los estantes de librerías de la Ciudad de México y de pronto encuentra un libro llamado The Mellow Country. Al (h)ojearlo lee:
Your soul and your style would like to die, As your coupletists are dying now. [Quieren morir tu ánima y tu estilo, Cual muriéndose van las cantadoras.]
Furioso, Tablada reclama al librero, y exige el libro en español. El librero se disculpa: “Sorry. En español… ¡no hay quien lo pida!”
En su absurdo, en su exageración, el sueño tabladeano no sólo es una metáfora terrible de la estadounidización o ayankamiento que ya sufría México en el decenio de los veinte; en un símbolo doloroso estos versos de “La suave Patria” representan el México de la tradición colorida y proverbialmente habitable que se pierde lenta, irremisiblemente.
Tres meses y medio más tarde, el 14 de febrero de 1926, sin mencionarlo, en su Diario hace una recordación afligida de aquel “desterrado del Cielo en la Tierra”, dividido entre Cristo y la provincia y que musicalmente dibujaba a las niñas de barrio y vestía enlutadamente: “Oh buen poeta, tu alma era entonces la pizarra de un niño fosforescente por la noche con incógnitas de vertiginosas ecuaciones futuristas, escritas con estrellas del Nacimiento y pólvoras de la cohetería del Diablo”. Dos meses y medio después, el 2 de mayo, en una crónica neoyorquina, al hablar de los indios osages de Oklahoma, Tablada contrasta el drama que significa vivir la felicidad primitiva en la naturaleza, para luego, con el descubrimiento del petróleo en sus tierras, vivir la vida atroz en el capitalismo con la llegada de sus dos funestos mensajeros: el comercio y el vicio. Tablada señala que un poeta mexicano, “un verdadero poeta, un vidente ignorado por la crítica”, ya lo había intuido al escribir en “La suave Patria”:
El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo.
Es decir, de haber sido México “un país ganadero o agrícola habría sido una Arcadia”, pero el petróleo, con el engañoso progreso que crea en el imaginario moderno, lo condena a los círculos infernales.
Un año después, el 21 de abril de 1927, narra en una crónica una noche mexicana en Nueva York en la que se bailó el jarabe y la zandunga, se cantaron canciones de Esparza Oteo, Ponce y Esperón, se expusieron pinturas murales de Miguel Covarrubias y de Rufino Tamayo y se modelaron vestidos de charro y chinas poblanas… Como poeta, dice, tuvo la satisfacción de exponer en público los ideales éticos y estéticos de “La suave Patria”. Si bien con esto Tablada deja entender que para él “La suave Patria” sigue representando el poema mexicano por excelencia, para nuestro vacío intelectual no pormenoriza cuáles eran esos ideales.
Uno de los grandes orgullos, como crítico, de Tablada ―anotamos páginas atrás― fueron los descubrimientos o primeros comentarios que hizo de figuras de la ciencia y el arte. En las crónicas de agosto de 1930 y de mayo de 1931 glorifica su don profético que le ayudó a revelar la genialidad como médico de Aureliano Urrutia, el poderío pictórico de Rufino Tamayo, la capacidad mágica para la deformación caricaturesca de Miguel Covarrubias, la penetración y agudeza sociológicas de Salvador Mendoza, la inventiva armónica del músico Augusto Novaro, así como haber sido el primero en publicar un artículo en inglés sobre la obra de Diego Rivera y también el primer artículo en 1914 sobre Ramón López Velarde, “cuando era totalmente desconocido”.
Quizá valga terminar este comentario con unas líneas sobre López Velarde que Tablada escribió en su crónica del 11 de septiembre de 1932.
Tablada ha plantado en su casa una pequeña milpa donde siembra maíz y frijoles. Aquejado de un riñón, recuerda que en sus días López Velarde se asombró de verlo “rehusar un aromoso curry bengalí y apencar con una ración de legumbres, sin especias ni condimentos”. Y exclama, llevando a los cielos al poeta y haciendo un encomio histórico de los alimentos mexicanos: “Tú, amado poeta, que hoy gustas maná y ambrosía en los festines devacánicos del Veronés glorificado, sábelo, en estos menús rurales asoman milenarios y matizados como en la ‹Matrícula de Tributos› los mantenimientos ancestrales”.
En esas dos palabras, amado poeta, está para nosotros implícito todo: la añoranza y la afección por el hermano ido y el deslumbramiento por el artista impar que supo dar en poesía sabor a lo mexicano como nadie lo hizo antes, y como nadie, añadimos nosotros, lo ha hecho después.
* Discurso pronunciado con motivo de la recepción de la Presea al Mérito Poético José Juan Tablada en el marco de la FILCO 2025.
1 ¿Cuál era la malévola crítica? ¿Por qué la envidia? Guillermo Sheridan dice en un pie de página de la Correspondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos juveniles: “Como se vio en la carta número quince, López Velarde estaba furioso por un ataque que Tablada dirigió a Nervo y que me ha sido imposible documentar. En este momento, el jerezano ve a Tablada como un decadente capitalino y de ahí su burla. ‘Hostias negras’ fue una serie de poemas publicados en la Revista Moderna (I, 1º de julio de 1898)”. Al parecer no existe un ataque documentado hasta entonces; sólo una década después, en enero de 1919, cuando Tablada llega a Colombia, a una pregunta de Eduardo Castillo, periodista de El Espectador, responde: “La filosofía de Nervo ―como poeta― es una filosofía de cocineras”. Nervo laboraba entonces en la misión diplomática mexicana de Argentina y Uruguay. Las opiniones de Tablada causaron malestar en la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Cuando Nervo muere en mayo de ese año, en un artículo del 2 de junio, impreso en el Diario Nacional de Bogotá, Tablada celebra al hombre sosegado de bondad alegre, de mirada extática y vida interior profunda y al gran poeta que admiraron Darío y Unamuno y analizó Alfonso Reyes. En noviembre de ese 1919, en otro artículo publicado en El Universal de Caracas, vuelve a enaltecerlo, pero aclarando que prefiere de su obra la primera época: el Nervo enamorado y aun faunesco.
2 Así lo reconocería, por ejemplo, José de Jesús Núñez y Domínguez (Poetas jóvenes de México y otros estudios literarios, 1918). Atinadamente Octavio Paz observó al promediar los años sesenta en “Los caminos de la pasión” (Cuadrivio): “No creo que nadie, en su tiempo, se haya dado cuenta enteramente del sentido de su tentativa, excepto José Juan Tablada”.
3Ensayos, UNAM, 1958.
La mayor parte de su vida, el poeta peruano Jorge Eduardo Eielson la pasó en distintas ciudades europeas, tal vez para sentirse más cerca de sus orígenes nórdicos. Nació el 13 de abril de 1924, en Lima, donde hizo sus estudios básicos, y en 1948, con apenas 24 años, se instaló en París gracias a una beca del gobierno francés. A lo largo de las siguientes décadas vivió en Ginebra, Roma, Cerdeña y, finalmente, Milán, donde murió el 8 de marzo de 2006. A pesar de ese largo autoexilio, Eielson nunca abandonó su lengua materna y escribió toda su obra en español. Como otros escritores que migran, no cayó en la tentación de adoptar otra lengua para escribir pues, creo, él sabía que la nuestra tiene un caudal casi inagotable que explotar. Para comprobarlo, se dedicó a hacer una obra literaria que se encuentra entre las más ricas de la lengua española moderna.
Antes de partir a Europa, Eielson ya era un poeta reconocido en Perú pues había ganado el Premio Nacional de Poesía en 1945 por el libro Reinos. Además, salía al mundo con los mejores rasgos tomados de su país: gracias al escritor José María Arguedas, quien fue su maestro de secundaria, Eielson quedó maravillado por el arte prehispánico peruano (en especial, los tejidos precolombinos) que será fundamental en su obra artística, principalmente en los nudos que, en homenaje a la cultura inca, llamó “quipus”. Luego de su paso por París y Ginebra, Eielson llegó a Roma a principios de los años cincuenta, a una ciudad devastada y empobrecida por la Segunda Guerra Mundial y retratada por cineastas del neorrealismo italiano como Rossellini (Roma, cittá aperta), Fellini (La strada), De Sica (El ladrón de bicicletas), Pasolini (Acatonne), et al.
Al inicio de Habitación en Roma (1952), Eielson puso como epígrafe un verso de Virgilio: “et quae tanta fuit Romam tibi causa videndi?” El verso proviene de una égloga en la que Virgilio hace dialogar a los pastores Melibeo y Títiro: el primero ha tenido que dejar sus tierras, mientras que al otro le ha ido muy bien en Roma con sus tierras y ganado, es entonces cuando Melibeo le pregunta qué es eso tan grande que lo ha llevado a Roma y Títiro le contesta: “libertarme”. Aunque tarde y encanecido, ha conocido la libertad. Tal vez al leer a Virgilio Eielson se haya identificado con Melibeo: un joven poeta extranjero llega a Roma y se enfrenta a una ciudad arrasada por la guerra pero a la vez con su grandeza milenaria intacta. Entonces él mismo pudo haberse preguntado: “¿Y cual fue la causa tan grande que te llevó a Roma?” Y se lo preguntó quizá porque su estado de ánimo coincidía con ese panorama desolador de la ciudad, o tal vez aquella vista le detonó sentimientos que se hicieron urgente plasmarlos en estos poemas de Habitación en Roma. Y como Títiro, en Roma Eielson encontró la libertad, sobre todo, una nueva especie de libertad creativa o, en todo caso, una nueva inspiración. En una de sus últimas conversaciones con Martha L. Canfield, Eielson recordaba aquella Roma a la que llegó de joven:
En Roma me pareció casi vivir mis propios versos, mis propias imágenes, mis propias visiones. Roma se me presentaba como un fastuoso poema sin tiempo, en ruinas, pero vivo y rebosante de humanidad. Algo así como la suma de todo el esplendor y toda la locura de Occidente, pero también de toda la humanidad. La fascinación que ejerció sobre mí fue total.
Eielson se consideraba, ante todo “Poeta”, así, en mayúscula y en toda la extensión de la palabra. Y es que sus demás vertientes creativas manaban de esa cualidad de Poeta. No por otra cosa hacía énfasis para diferenciar su “poesía escrita” del resto de sus actividades. La redundancia, pues, no era arbitraria. A Eielson le interesaba, primordialmente, el lenguaje y éste fue la materia prima de toda su obra: instalaciones, intervenciones, performances, nudos, escultura, además de la poesía, claro está, pero también de sus novelas y demás textos literarios. Un creador en toda la extensión de la palabra, en suma: un Poeta. Explica Jorge Fernández Granados que a la obra de Eielson “la distingue justamente su integridad, es decir, la preexistencia de un todo expresivo del que ella [su poesía] se desprende y al cual es imposible transcribir con un solo lenguaje”. De tal manera que hablar de su “poesía escrita” es hablar apenas de una parte de su vasta obra.
De sus deslumbrantes trabajos con el lenguaje dan muy bien cuenta los que me parecen sus libros de poesía más importantes: Habitación en Roma (1952), mutatis mutandis (1954), Noche oscura del cuerpo (1955), De materia verbalis (1958) y Ceremonia solitaria (1964). Estos cinco libros se escribieron casi uno después de otro, con pocos años de diferencia, aunque fueron publicándose a lo largo de las siguientes décadas.
La estancia de Eielson en Roma fue muy productiva y, creo, es su etapa más interesante pues durante ella, además de estos cinco libros de poemas y otros más, también escribió sus novelas El cuerpo de Guilia-no (Joaquin Mortiz, 1971) y Primera muerte de María (Fondo de Cultura Económica, 1988), que se publicarán varios años después en México. Todo eso llevado a cabo en la más discreta actitud y sin haber recibido, nunca, ningún premio de importancia de los que ahora se dan al por mayor en Hispanoamérica. En el mundo de habla hispana la obra poética de Eielson sólo pertenece a unos cuantos lectores que la admiramos fervientemente.
Heredera directa de las vanguardias europeas e hispanoamericanas (desde el surrealismo hasta la antipoesía, pasando por el neobarroco, el construccionismo y la poesía visual), la poesía de Eielson siempre fue un paso adelante en las exploraciones que otros poetas indagarían años después y, además, fue la más moderna que se escribía en lengua española mientras vivió: el poeta Rafael Vargas cree que Habitación en Roma de Eielson prefiguró los Antipoemas de Nicanor Parra, aparecidos un par de años después. A diferencia de sus contemporáneos (Blanca Varela, Javier Sologuren, Carlos Germán Belli y Sebastián Salazar Bondy), Eielson no exploró sólo en una misma corriente literaria (el surrealismo, en particular), pues se empeñó en indagar en varias más, y es así como la extrema curiosidad de un espíritu inquieto creó una obra deslumbrante.
Los libros aquí reunidos mantienen cierta unidad temática, literaria y de lenguaje. Es por eso que he colocado aquí, por un lado, De materia verbalis y mutatis mutandis y, por otro, Noche oscura del cuerpo y Ceremonia solitaria, aunque los años de escritura hayan sido distintos; es decir, no se publican cronológicamente. Para preparar este libro me he basado en la edición establecida por Canfield, en la cual corrige algunos detalles de cada libro y establece la secuencia de los poemas de Noche oscura del cuerpo tal y como la había pensado el propio Eielson.
En el caso de los dos primeros, hay que decir que Eielson entendía el lenguaje como una materia (una materia verbal pero materia al fin), es decir, como algo que se puede manipular, amoldar, como la plastilina o el barro. Depende de quién lo use y qué métodos utilice para conseguirlo, el lenguaje es una materia verbal puede llegar a trocarse en un auténtico y deslumbrante lenguaje poético. En Eielson esto es posible gracias a su experimentalismo formal, a su compromiso con su lengua y a todo un despliegue de las posibilidades sonoras pero también visuales de la palabra, y así lo dejan muy en claro mutatis mutandis y De materia verbalis. Esa búsqueda es algo propio sólo de esos espíritus inquietos que surgen de forma aislada, como fue el caso de Eielson.
Además, en De materia verbalis ya están presentes las imágenes que predominarán a lo largo de toda su obra: los objetos coloridos, centelleantes o en llamas, la bóveda celeste, las estrellas y la galaxia; sillas, mesas y sombreros, y la oposición de objetos… La poesía es una imposibilidad de escribir o, mejor dicho, todos pueden escribir poesía, todo es poesía; la imposibilidad radica en que la palabra diga algo, que su significante revele otro significado o que sólo un poeta como Eielson pueda dotarlo de otro significado. En ese sentido, puede ser posible que el juego lingüístico transforme una cosa en otra y al volverla a oponer la convierte en nada. Todo es y no al mismo tiempo, nada está. El lenguaje nombra las cosas, les da existencia, pero también puede borrarlas, desaparecerlas, esfumarlas de la página, es decir, de la lectura, de la mente que las materializa. Por eso no debe parecer extraño que las palabras más usadas en estos poemas sean “nada”, “silencio” y “vacío”.
¿Qué puedo yo agregar
A tanto silencio
Sino silencio
Más silencio
Sólo silencio?
Otra de las preocupaciones centrales en su poesía es el cuerpo humano, que es el tema de sus otros dos libros reunidos aquí, Noche oscura del cuerpo y Ceremonia solitaria. Dicho interés se extiende a su novela El cuerpo de Guilia-no que, como ya mencioné, también la escribió durante esos años romanos. Digo que es una de sus preocupaciones porque, según lo preveía él, “la sociedad post-industrial avanza ahora hacia una realidad cibernética en la que el cuerpo humano tendrá cada vez menos espacio”, como se lo dijo a Canfield en las conversaciones reunidas en su libro El diálogo infinito. ¿Qué pensaría ahora de nuestra sociedad y de nuestro mundo tan digitalizados, con la IA ya dando muestras tangibles de su alcance, cuando se hace más inminente la anulación del cuerpo humano? Sin duda, la opinión de un creador visionario como él sería muy esclarecedora, algo para tomarse en cuenta.
Es por eso que ante un panorama que le parecía tan desolador, Eielson se avocó a la reivindicación del cuerpo a través de su lenguaje “múltiple, visceral e insondable” en clara oposición “a los estériles lenguajes binarios de las computadoras y la inteligencia artificial”. Al igual que en sus exploraciones con la materia verbal, Eielson dota al cuerpo de otros significantes, el cuerpo enamorado, el cuerpo melancólico, el cuerpo mutilado, el cuerpo vestido de Noche oscura del cuerpo y Ceremonia solitaria no es el mismo: cada uno está descrito de manera tal que expresa su esencia mutable ad infinitum. Y sin embargo, Eielson los enumera de la misma manera: ojos, dedos, intestinos, testículos, corazón, mejillas… Todos contienen lo mismo pero quieren significar (decir) algo totalmente distinto de su otro, de su semejante.
Cuando Eielson escribe sobre el cuerpo generalmente habla del suyo. En cambio, el cuerpo del amante aparece muy poco o casi nunca en estos poemas. A diferencia de otros poetas homosexuales, no cayó en el tópico de la poesía erótica o amorosa, es decir, ensalzar el cuerpo o al amante de manera sensual. Pero eso hace que, cuando aparece un poema de ese tipo, éste sobresalga dentro del conjunto justamente por su elevado erotismo, como resulta evidente en el poema “Ceremonia solitaria acompañada de tu cuerpo”:
Penetro tu cuerpo tu cuerpo
De carne penetro me hundo
Entre tu lengua y tu mirada pura
Primero con mis ojos
Con mi corazón con mis labios
Luego con mi soledad
Con mis huesos con mi glande
Entro y salgo de tu cuerpo
Como si fuera un espejo
Atravieso pelos y quejidos
No sé cuál es tu piel y cuál la mía
Cuál mi esqueleto y cuál el tuyo
Tu sangre brilla en mis arterias
Semejante a un lucero
Mis brazos y tus brazos son los brazos
De una estrella que se multiplica
Y que nos llena de ternura
Somos un animal que se enamora
Mitad ceniza mitad latido
Un puñado de tierra que respira
De incandescentes materias
Que jadean y que gozan
Y que jamás reposan
Luego, a principios de los setenta, conocerá y se adentrará en el budismo zen. A partir de entonces la visión de Eielson sobre el cuerpo, en particular, y del ser humano, en general, se reafirmará en una armonía en la que ese mismo ser humano está en perfecta comunión con todos los elementos de la naturaleza: ambos serán exaltados en la misma medida en su obra. Por ejemplo, un elemento fundamental en su poesía son los colores. En lugar de ponerles un adjetivo, las cosas son celestes o violetas o amarillas… Por ello, aunque nunca he estado en Roma, gracias a Eielson tengo la certeza de que sus calles son doradas, no sólo por luminosas, sino por la piedra con que fueron construidas y, sobre todo, por el valor legendario de sus monumentos, el valor del oro.
Cuando en 1969 el hombre pisó por primera vez la luna, Eielson todavía vivía en Roma y era un joven escritor prácticamente desconocido, pero dio una muestra contundente de su genialidad: envío una carta a la NASA en la que le proponía colocar una escultura en la luna; la idea podría parecer descabellada pero no viniendo de una mente creadora como la de Eielson. Con esa propuesta quería hacer una operación a la inversa al conocido problema filosófico de si un árbol cae en el bosque pero nadie lo escucha, ¿realmente cayó? En su caso el propósito era hacer invisible lo visible, llevar una creación a un lugar inhóspito donde no pudiera verse pero de la que se tiene la certeza de que existe; sin embargo, al decir de Fernández Granados, “nada es invisible finalmente. Lo realizado es para siempre real, aunque desaparezca o aunque nadie lo conozca todavía”; aunque nadie pudiera ir a apreciarla como en un museo, la escultura siempre estaría allí.
Fue en Roma y a principios de los años cincuenta, cuando Eielson conoció a Michele Mulas, un entonces joven artista visual al que estaría unido el resto de su vida. Después juntos habrán de vivir por temporadas en Cerdeña y finalmente en Milán. En sus conversaciones con Canfield, Eielson relató su relación amistosa, afectiva y artística con Mulas:
Diría que los nudos de mis composiciones y los lazos que nos unen son una sola y la misma cosa. Sin Michele probablemente no habría realizado los nudos y sin los nudos quizás nuestra amistad no sería tan sólida y duradera. Los nudos son pues, literalmente, la imagen visual de nuestra amistad. Tanto mi trabajo, con o sin nudos, como el suyo —que considero de una limpieza ejemplar, reflejo de su limpieza de ánimo— necesitan de un espacio físico, mental y afectivo que, paradójicamente, sólo dos personas estrechamente unidas pueden conquistar. Un espacio muy vasto, por lo demás: Michele me ha abierto las puertas del Mediterráneo, yo le he abierto las puertas de mundo precolombino, que ha sido para él una revelación.
La debacle de Eielson, de la persona, del ser humano pero igualmente del poeta, fue definitiva al morir Michele Mulas a finales de 2002. Con la muerte de Mulas, Eielson perdió la mitad complementaria del artista que hasta entonces había sido; así, la ferviente actitud por ser artista en todo momento quedó anulada. Eso aceleró la enfermedad que lo llevó, a su vez, a la muerte. Luego de aquella primera carta a la NASA, Eielson envió otra más en la que pedía que, cuando él muriera, esparcieran sus cenizas en la luna para ir por todo el sistema solar, la Vía Láctea y constelaciones circundantes. Sin embargo, esa genial idea lamentablemente tampoco se llevo a cabo cuando falleció en marzo de 2006. Sus restos fueron depositados junto con los de Michele Mulas en la isla de Cerdeña: las dos partes volvieron a estar en armonía para la posteridad. Por desgracia no aquí sobre este plano terrenal donde siempre faltará ese entero, paradigma del arte moderno.
* Prólogo a Jorge Eduardo Eielson, Poeta en Roma, México, Mangos de Hacha/Universidad Iberoamericana, 2024.
no es un buen clima este
me digo a mí misma
debajo de un sol pletórico
de pie detrás de ti
te acaricio la cabeza
el pelo corto me pincha la mano
es una sensación un poco extraña
no tuve tiempo de decirte una palabra
te has convertido en un personaje periodístico
admirarte junto a tanta gente
me resulta muy cansado
tuve que esquivar la multitud
fumar un cigarrillo
mirando al cielo
tal vez justo en ese momento nacía un mito
pero la luz del sol deslumbraba mucho
hacía que no pudiera verlo
la oreja de Van Gogh me dio noticias
tan tensas como que la tierra va a colapsar
ten cuidado con esas noches de cielo lavado
flores en plenitud sobre la mesa del comedor
frases bien ordenadas en el libro
datos acerca del clima en la televisión
la locura en los ojos de Kafka
protege la última brasa de la estufa
como tras el desastre natural protege el campesino
una a una en la tierra las solitarias espigas de sorgo
yo soy el veneno de este mundo
veo cubierto de nieve blanca
el cadáver podrido de la tierra
y sobre el cadáver los gusanos se retuercen
no quieras engañarme con la pureza
no ocultes la muerte
no creas que un paraíso artificial
la mirada ardiente de los falsos ángeles
es mejor que el amarillo marchito de la paja
el esplendor de un cigarro consumiéndose
sillas vacías sillas vacías
qué cantidad de sillas vacías
en todos los rincones del mundo
la más tentadora la del cuadro de Van Gogh
me siento tranquilamente
trato de balancear las piernas
lo que alienta en las sillas
las ha congelado
es imposible moverse
Van Gogh está empuñando su pincel
marcharse marcharse marcharse
esta noche no hay funeral
Van Gogh me mira de cerca muy directo
me hace bajar los ojos
sentada entre las llamas de sus girasoles
como una pieza de cerámica lista para ser cocida
8 / 1998
空椅子
空椅子空椅子 如此之多的空椅子 在世界各处 梵高画中的空椅子格外诱人
我悄然坐上去 试图摇晃一下双腿 椅子里渗出的气息 冻僵了它们 一动也不能动
梵高挥舞着手中的画笔 离开离开离开 今夜没有葬礼
梵高直直逼视我的目光 让我垂下眼帘 如一只有待烧制的陶器 坐在向日葵的烈焰之中
mediodía
una mujer que ha empezado a envejecer
empuja un cochecito de niño
andando por el parque lleno de sol y polvo
en el coche se sientan muy rectos los muñecos
los niños sueltan las manos de los mayores
vienen corriendo de todas partes
son suaves los pasos de la mujer
los muñecos están en silencio
pero los niños oyeron misteriosamente
que el mediodía los llamaba
trastabillando seguían al lado del cochecito
miraban y miraban a los muñecos en él
o volvían la cabeza hacia la mujer
que lo empujaba
de lejos los mayores con atención
observan el grupo
gritando llama cada uno a sus hijos
pero todas las voces
se pierden entre el polvo y el sol
esa mujer
de paso resuelto y sereno
nadie sabe
quién es
adónde quiere ir
día y noche
copiar el sutra
del diamante el sutra de la perfecta sabiduría
apresurarme antes de que llegue el invierno
apresurarme antes de que las hojas
terminen de caer
copiar con cuidado cada carácter
para el amigo que da calor a mi corazón
día y noche
copiar el sutra
del diamante el sutra de la perfecta sabiduría
pero el invierno llega demasiado rápido
el viento hizo volar la ropa de los árboles
no sé por qué
los amigos se alejaron en silencio
día y noche
copiar el sutra
del diamante el sutra de la perfecta sabiduría
mi escritura se va haciendo más regular
prueba que aún no estoy completamente loca
pero al árbol que dibujé
siguen sin salirle hojas
¿es esto un árbol?
soy yo sola
¿esto es un árbol en invierno?
es así en las cuatro estaciones
¿y las hojas?
las hojas no están al alcance de la vista
¿por qué dibujas árboles?
me gusta su forma de estar en pie
¿es muy cansado ser como un árbol toda la vida?
aunque cansada tienes que estar en pie
¿no hay nadie que venga a acompañarte?
hay pájaros
pero no se ven pájaros
escucha el sonido de las alas en la brisa
¿no sería bonito dibujar pájaros en el árbol?
estoy demasiado vieja y ciega no veo
no sabes dibujar pájaros ¿verdad?
así es no sé
eres un árbol demasiado viejo y tonto
lo soy
* Poemas pertenecientes a Sillas vacías (trad. y epílogo de Miguel Casado), Madrid, libros de la resistencia, 2024.
Versión al español y nota de Ernesto Hernández Busto.
Un poema veneciano de Joseph Brodsky
"El ridículo de escribir sobre Venecia", lo llamó Paul Morand, quien sin embargo dedicó a la ciudad todo un libro, quizás para probar que valía la pena incurrir en esa conspiración de ecos. A la ciudad lacustre debe también Joseph Brodsky (1940 – 1996) algunas de sus mejores páginas, las de Watermark (Marca de agua), libro mosaico que se tradujo sabiamente al italiano como Fondamenta degli Incurabili (“Fondeadero de los Incurables”), su título original. Pero los lectores de Brodsky que no lo descubrimos con ese libro sabemos que sus bien pregonadas virtudes existen también en verso, en el puñado de poemas que también dedicó a la ciudad. Me gusta especialmente éste: “Laguna”, incluido en Часть речи (Parte del discurso).
Es un poema navideño (a Brodsky le gustaba más la Venecia invernal que la veraniega) y, por tanto, nos recuerda el desarraigo esencial del viajero, que aquí se muestra más sólo y vulnerable que de costumbre.
Para aquellos interesados en el turismo literario, ahí va un secreto que he guardado celosamente durante años: la pensión Accademia aún existe (Dorsoduro 1058) y tiene un precio razonable. En su entrada, no demasiado glamorosa, están todavía esas lámparas-pulpo y los butacones desde los que tres ancianas que remedan a las Parcas recibieron al poeta en gabardina. Quizá por culpa de ellas Brodsky está enterrado en San Michele, el cementerio de la laguna.
Laguna
A Brooke y Strobe Talbott
I
Tres viejas hacen punto en sendos butacones,
discutiendo en el hall la Pasión del Señor;
la pensión “Accademia” y el universo entero,
van navegando juntos hacia la Navidad
mientras la tele atruena; desde el libro de cuentas
es el recepcionista el que lleva el timón.
II
Cargando una botella de grappa en el bolsillo,
un huésped sube a bordo; un perfecto don nadie,
un hombre en gabardina que lo ha perdido todo,
memoria, patria, hijo; un álamo del bosque
llora por su ataúd: nadie más lo recuerda.
III
En su caja de vidas a granel, las campanas
de iglesias venecianas como un juego de té.
El pulpo de la luz, candelabro de bronce,
se triplica en espejos cubiertos por las algas
y parece lamerlos. La cama está empapada
de lágrimas, caricias y mil sueños lascivos.
IV
El Adriático inunda con sus vientos nocturnos
los canales: bañera llena hasta rebosar,
mece las barcas como si fueran unas cunas;
es un pez, y no un buey, el que les monta guardia,
y una estrella de mar agita con sus rayos
las cortinas del cuarto mientras estás dormido.
V
Viviremos así: mezclando el agua muerta
de esta jarra de vidrio con el húmedo fuego
de la grappa, trinchando un besugo y no un pavo:
que nos sacie tu ancestro vertebrado, Señor,
en la costa mojada de esta noche invernal.
VI
Navidad sin el árbol, las bolas ni la nieve,
a la orilla de un mar que los mapas comprimen,
Habiendo sepultado la concha del molusco,
escondiendo la cara y enseñando la espalda
brota el Tiempo del agua. Pero sólo consigue
cambiar las manecillas del viejo campanario.
VII
Una ciudad que se hunde, en donde la razón
de pronto se convierte en la humedad del ojo;
meridional hermano de la esfinge del norte,
este león ilustrado no llamará a la lucha
cuando cierre su libro, más bien disfrutará
al contemplar su imagen ahogándose en espejos.
VIII
La góndola golpea contra el pilón podrido.
El sonido se niega a si mísmo, naufragan
la palabra y la escucha. Al igual que el Estado,
donde las manos se alzan como un bosque de pinos
adulando a un demonio tan ruin como insaciable
mientras en nuestra boca se hiela la saliva.
IX
Si montamos la zarpa izquierda en la derecha,
con las uñas ocultas, doblándonos el codo,
obtendremos un gesto bastante parecido
a la hoz y el martillo: un buen corte de mangas
que sirva de saludo, valiente y bien dispuesto,
a estos tiempos que tienen aire de pesadilla.
X
El cuerpo en gabardina habita en las esferas
donde Sofía y Amor, o la Fe y la Esperanza
carecen de futuro. Pero siempre nos queda
el Presente, aunque sepan igual de amargos todos
los besos —de las bocas judías o gentiles,
y la ciudad en donde no han dejado sus marcas
XI
las pisadas, igual que barcas en el agua.
El espacio que queda detrás nuestro, medido
en cifras, se reduce a cero, nunca deja
una huella profunda en las inmensas plazas,
como cualquier "adiós", ni tampoco en angostos
callejones que fueron testigos de un "te quiero".
XII
Capiteles, columnas, grabados y molduras
en arcos, en palacios, en puentes. Allá arriba
un león sonriente, trepado en su columna
que el viento cubre como si fuera su vestido,
enhiesta como un tallo en la linde del campo,
ceñida por el tiempo en lugar de algún foso.
XIII
Noche en Plaza San Marcos. El rostro del paseante
por la falta de luz parece un anular
desprovisto de anillo, con un surco más claro,
y arrugado. Se muerde la uña mientras observa
en paz ese vacío, donde a veces la mente
se atreve a demorarse, pero la vista no.
XIV
Allende los confines del no ser o la nada
—negros quizás, o blancos, o tal vez incoloros—
hay algo, algún objeto. Es posible que un cuerpo.
En era de fricciones, toda luz se desplaza
con la velocidad que lleva la mirada.
Incluso en los momentos en que falta la luz.
Лагуна
I Три старухи с вязаньем в глубоких креслах
толкуют в холле о муках крестных;
пансион “Аккадемиа” вместе со
всей Вселенной плывет к Рождеству под рокот
телевизора; сунув гроссбух под локоть,
клерк поворачивает колесо.
II И восходит в свой номер на борт по трапу
постоялец, несущий в кармане граппу,
совершенный никто, человек в плаще,
потерявший память, отчизну, сына;
по горбу его плачет в лесах осина,
если кто-то плачет о нем вообще.
III Венецийских церквей, как сервизов чайных,
слышен звон в коробке из-под случайных
жизней. Бронзовый осьминог
люстры в трельяже, заросшем ряской,
лижет набрякший слезами, лаской,
грязными снами сырой станок.
IV Адриатика ночью восточным ветром
канал наполняет, как ванну, с верхом,
лодки качает, как люльки; фиш,
а не вол в изголовьи встает ночами,
и звезда морская в окне лучами
штору шевелит, покуда спишь.
V Так и будем жить, заливая мертвой
водой стеклянной графина мокрый
пламень граппы, кромсая леща, а не
птицу-гуся, чтобы нас насытил
предок хордовый Твой, Спаситель,
зимней ночью в сырой стране.
VI Рождество без снега, шаров и ели,
у моря, стесненного картой в теле;
створку моллюска пустив ко дну,
пряча лицо, но спиной пленяя,
Время выходит из волн, меняя
стрелку на башне — ее одну.
VII Тонущий город, где твердый разум
внезапно становится мокрым глазом,
где сфинксов северных южный брат,
знающий грамоте лев крылатый,
книгу захлопнув, не крикнет «ратуй!»,
в плеске зеркал захлебнуться рад.
VIII Гондолу бьет о гнилые сваи.
Звук отрицает себя, слова и
слух; а также державу ту,
где руки тянутся хвойным лесом
перед мелким, но хищным бесом
и слюну леденит во рту.
IX Скрестим же с левой, вобравшей когти,
правую лапу, согнувши в локте;
жест получим, похожий на
молот в серпе, — и, как чорт Солохе,
храбро покажем его эпохе,
принявшей образ дурного сна.
X Тело в плаще обживает сферы,
где у Софии, Надежды, Веры
и Любви нет грядущего, но всегда
есть настоящее, сколь бы горек
не был вкус поцелуев эбре’ и гоек,
и города, где стопа следа
XI не оставляет — как челн на глади
водной, любое пространство сзади,
взятое в цифрах, сводя к нулю —
не оставляет следов глубоких
на площадях, как «прощай» широких,
в улицах узких, как звук «люблю».
XII Шпили, колонны, резьба, лепнина
арок, мостов и дворцов; взгляни на-
верх: увидишь улыбку льва
на охваченной ветров, как платьем, башне,
несокрушимой, как злак вне пашни,
с поясом времени вместо рва.
XIII Ночь на Сан-Марко. Прохожий с мятым
лицом, сравнимым во тьме со снятым
с безымянного пальца кольцом, грызя
ноготь, смотрит, объят покоем,
в то «никуда», задержаться в коем
мысли можно, зрачку — нельзя.
XIV Там, за нигде, за его пределом
— черным, бесцветным, возможно, белым —
есть какая-то вещь, предмет.
Может быть, тело. В эпоху тренья
скорость света есть скорость зренья;
даже тогда, когда света нет.
[1973]
* Texto perteneciente a Poemas escogidos 1962-1996 (ed. de Ernesto Hernández Busto), Madrid, Ediciones Siruela, 2025.
Por fin sucedió: hoy fui a una lectura seria de poesía y un chico leyó fragmentos de su diario con el argumento de que lo importante es expresar lo que sientes, no escribir literatura. Y no, no fue en una prepa.
@julián_herbert, Twitter, 16 de junio de 2022
En los gloriosos años setenta, Carlos Monsiváis retrató las playeras Fonky para los lectores de Piedra Rodante, a sabiendas de que “el último alarido de la moda es el que uno mismo da por sus pistolas”. En “La naturaleza de la Onda” (Amor perdido, 1977), nos hizo saber que la forma de estar in en ese tiempo incluía “vestirse como Mick Jagger, monje budista, vampiresa del cine mudo, guerrero azteca, sor Juana […] zapatista. Fonky les puso las carrilleras”. La frase final seguiría vigente hasta la primera década del siglo XXI, salvo por los giros setenteros: “Sólo es cuestión de que le llegues, de que tú mismo por tus carrilleras grites: ¡Moda y Libertad!”
Así alguna poesía de hace apenas unos cuantos años, cuando estaba en su cúspide la generación Caníbal, así bautizada por mí debido a la importancia de un libro homónimo, de Julián Herbert —Caníbal. Apuntes de poesía mexicana reciente (2010)—, el poeta más destacado de esa generación que le dio una patada a la mía, como se debe y se hace desde hace siglos, asunto que ya Paz reseñó al hablar de la “tradición de la ruptura”. Sé que ahora mismo, si esto tuviera algún lector, provocaría una sonrisa condescendiente o, de plano, el más lindo ninguneo, asunto que ya Paz clarificó en… blablabla. ¡Fuera Paz!, gritaba alguna parte de esa generación “postemporánea”1 que creyó que iba a ser joven para siempre. (Desde ahora advierto que no incluyo a Julián en nada de eso, pero ¡qué se le va a hacer!, el nombre de su libro me vino como anillo al dedo de la desesperación).
Eran tantas las señales que dictaban la hegemonía de los entonces jóvenes poetas (aunque muchos de ellos ya tenían más de 35 años, fecha oficial para dejar de ser joven, según el Fonca) que uno no tenía más remedio que rendirse a la propaganda. Los medios se sumaron a la campaña y anunciaban poetas “que marcan tendencia”. El deseo de no ser margen (aunque desde allí se escribiera, aseguraban) triunfó en la poesía por algún tiempo y el producto que nos vendían tenía escrita en su etiqueta una leyenda simbólica —reapropiación, repensamiento, reconfiguración— que se exhibía como una forma de la libertad frente a los falsos poderes de la poesía que cantaba y contaba. Moda y Libertad. Hoy cuenta, no como Homero, sino como El Censor o, si se prefiere, como el Inspector de la Oficina de las Buenas Conciencias (bisnieta dilecta del Comité de Salut Public, que hizo las delicias de la gente durante El Terror en Francia).
Frente al patético esfuerzo de la “poesía de la experiencia”, que desde España nos inundó a principios de los noventa, los poetas se rebelaron al dictado que exigía una “poesía para los seres normales”, según propuso Luis García Montero: esa piedra donde el bardo cantaba su sentida experiencia, cotidiana e individual. Lo colectivo, lo social, en ella no existía. La arremetida contra quienes propusieron escribir “con abundancia de corazón” y glorificaron el “humilde laboreo artesanal de la literatura destinada a gustar” incluyó la crítica a su carácter reaccionario, apolítico y su alejamiento de lo público.
Aún hay secuelas de aquella historia, pero en este lado del Atlántico no faltó quien echara en un mismo saco a los poetas representantes de su tradición y a los de “la experiencia”, como si fueran lo mismo. Son varias las razones de este fenómeno y explicarlas excede el espacio de estos apuntes, pero igual que en los alegres setenta, cuando se creyó que todos eran artistas, los poetas se sintieron libres al fin de la pesada losa de su tradición y dispuestos no a crear otra, sino a encontrar otras gracias a la lectura veloz de múltiples obras y a la posibilidad de establecer rápidos contactos con poetas de otras regiones.
Los poetas actuales no sólo son hijos de internet. A diferencia de sus predecesores, los poetas que siguieron a la generación Caníbal son vástagos de la academia o de las escuelas de “creación”. Allí se les da forma: son poetas universitarios que descreen de la vieja idea que suponía que filósofos y teóricos tomaban como ejemplo a los poetas para entender el mundo.
Los poetas caníbales aceptaban, gustosos, la inversión de los papeles y deseaban gustar, ser moda, tráfico. En consecuencia, la poesía no debía ser aburrida sino irreverente e interactuar con múltiples dispositivos. Debía también ser social, política: una irreverencia light, vestida de posvanguardia. Para evitar el aburrimiento, los caníbales pusieron en práctica estrategias novedosas: con frecuencia el motor del poema era la escritura de un verso que se repetía, con algunas variantes, en tres ocasiones, entre estrofa y estrofa. Animados por el carácter lúdico, oral, de la poesía, la diferencia de esos versos dependía de la intensidad de la lectura, no de la tensión del lenguaje. Triunfo de la colectividad contra el individuo, todo sonaba o se leía igual; uno o diez poetas, daba lo mismo: eran uno mismo —hijos de Timbiriche— y entonaban una misma canción. El vocabulario se había restringido notoriamente, pero debían incluir voces en otra lengua, inglés, de preferencia (esto es notable en la construcción de los actuales “ensayos creativos”, pero ésa es otra historia). Para “desestabilizar” otro sistema, la puntuación, se adosaron al poema signos y rayas que no pretendían sustituir a las comas o los puntos, sino intervenir el cuerpo del lenguaje. Muchos poemas eran hermosos pastiches ilustrados o listas de números, palabras o motivos que se querían “escandalosos”, prosaicos en sus dos acepciones. Las pasiones se intelectualizaban o, mejor, se ridiculizaban, no fuera a ser que aflorara el sentimiento ramplón.
La abrumadora conciencia de que la originalidad era ya imposible, cuando no una aspiración reaccionaria, condujo a la poesía, de la mano de los profesores, al re-re-re infinito. El antiguo yo lírico se proscribió y lo que “rifaba” en los poemas era la deambulación de estereotipos. Pero no cualquiera: la lista de Monsiváis fue su antecedente.
De pronto, todo cambió (¿cambió?). Llegó con rifles y pistolas la generación Woke (ni siquiera tengo un nombre nativo para ella, porque son un producto orgullosamente allende las fronteras, aunque defiendan con pulseritas coloridas sus muy lejanas raíces o cualquiera de sus ya innumerables preferencias). Ya no le daban una patada a sus predecesores, los ahora ya viejos caníbales: simplemente los cancelaron, los humillaron, los exhibieron. Y todos a correr. Los caníbales y los ancianos nos encerramos a ver cómo pasan los defensores de las identidades, cómo los más jóvenes no buscan quién se las hizo sino quién se las pague y cómo la literatura es lo que menos importa: lo que vale es si fuiste víctima y de quién lo fuiste. Lo que importa son tus sentimientos.
No diré más, porque tengo miedo y no es sarcasmo. Sólo citaré a Marina Tsvietáieva, quien dijo: “¡Dios, no juzgues! Tú no has sido una mujer en la tierra”. El 31 de agosto de 1941 se ahorcó en Yelébuga, Rusia y a veces olvidamos cuánto de esa muerte se debe a los censores.
* Texto perteneciente a Manual para el crítico literario en emergencia, México, UV/DGE Equilibrista, 2024.
1 En la primera página de Caníbal, Herbert explica que “La expresión postemporáneos no busca definir la naturaleza de un tiempo histórico ni explicar una nueva realidad social. Para nosotros la palabra evoca sólo una mirada: un querer descubrir lo apenas perceptible que parece suceder en nuestra época y que tiene que ver con un deslinde más allá de actitudes rupturistas” (p. 7).
En el décimo aniversario luctuoso del premio nobel alemán Günter Grass (1927-2015), presentamos una breve selección del volumen De la finitud (2016) —reunión de prosas, poemas y dibujos—, considerado su testamento literario, en versión del reconocido traductor español Miguel Sáenz. Agradecemos a Alfaguara y a Penguin Random House Grupo Editorial su reproducción para esta entrada.
—La Redacción
Correo caracol
Escribir largas cartas a amigos muertos
y breves y quejumbrosas a la amada
que hace tiempo se quedó en los huesos,
también legibles y sin florituras,
con frases que serpentean por lo aproximado,
no, afiladas como taladros
que agujerean el tiempo,
como si no hubiera pasado un minuto.
Sin embargo, también del ahora que se desvanece,
de la prisa y del hastío
quiero narrar, obseso de la palabra, como testigo,
las cotizaciones de Bolsa, la epilepsia en general,
qué ha sido de mis hijos, y es, cuántos nietos
me han regalado entretanto,
qué palabras nuevas están recientemente de moda,
cuáles, veteranas, desaparecieron hace mucho.
Ay, cómo echo en falta a mis amigos muertos
y a mi amada, cuyo nombre
ha quedado fresco e infinitamente repetible
en un cajón secreto.
Quiero esperar respuesta
hasta que por las mañanas el viento sople
las hojas del otoño, llenas de escritura,
hasta mi puerta, multicolores.
También veo caracoles
esforzarse en el correo,
vienen de lejos,
llevan años en camino;
y me veo todas las tardes,
descifrando con paciencia su rastro
y leyendo lo que el amigo muerto
o mi amada me escriben.
Como pasatiempo
Volver a leer lo leído hasta el final,
pronunciar audazmente discursos irritados,
fechar la Historia en retrospectiva,
revivir de nuevo palabras borradas,
plantar árboles jóvenes donde la tormenta
derribó una vez los viejos,
ver mariposas con los ojos cerrados,
contar con paciencia moscas muertas
caídas de los cristales de la ventana,
masticar recuerdos como chicle
en el que queda un resto de sabor,
con adivinanzas y dando vueltas a los pulgares
pasar el exceso de tiempo,
buscar un lugarcito en el cementerio
y de vez en cuando engañar al reloj.
De niño junto al borde de las olas
del mar Báltico, rico en playas,
chapoteaba con arena, empapado,
haciéndome castillos de altas torres;
apenas listos, rodeados de agua
y secados por el viento, se desmoronaban rápidamente,
todos se desmoronaban muy rápidamente.
Antes de que sea demasiado tarde
Que nadie diga, como con tanta frecuencia,
que eso no lo sabíamos.
Ni uno de los justos mudos
debe quedar después sin mancha.
Que nadie guarde silencio toda la semana
y hable libremente el domingo.
No queremos levantar nunca más monumentos
a víctimas en que antes no se pensó.
En el espejo nadie podrá reflejarse
sin culpa ante sí mismo.
Ya en el Antes arraiga en los tiestos de flores
la Vergüenza del después.
La amante del abuelito
Lo que queda tengo que hacerlo sentado.
Uno de los pupitres para escribir de pie está huérfano,
solo sirve para dejar objetos encima,
en el otro pasa hambre la Olivetti,
a no ser que nietos adolescentes
que estén de visita admiren
a mi compañera de juego desde hace mucho,
cuando aún había gallinas de viento.
Ha seguido siendo hermosa
y exige —siempre dispuesta—
nuevas cintas de color, de las que
todavía me quedan siete rollos.
Para los niños, sin embargo, es nueva,
ayer mismo inventada.
A veces meten una hoja
y teclean con un dedo: clac, clac.
Leo: Ésa fue un día la amante del abuelo.
Hasta en vacaciones se la llevaba.
La acariciaba a veces.
Hizo muchos hijos con ella,
que son mayores desde hace mucho.
Ahora está triste, porque a él,
dice, guiñando un ojo,
no se le ocurre ya nada.
Cuando a la adicción acompaña el celo
Una palabra compacta ocupa
cama, mesa y silla,
los terapeutas ganan en vano demasiado,
la pregunta qué tiene él o ella
que no tenga pueda sepa yo
devora alimentos exóticos de platos ajenos,
se enfurruña la sensatez, dejada de lado,
y todo sueño está preventivamente bajo sospecha,
el envidioso amarillo devalúa todos los demás colores,
los nudillos insisten en posesiones que se creían perdidas,
la rabia derriba puertas abiertas,
una corbata o un chal huelen
a carne prohibida,
las películas brindan palabras clave,
las hormonas enloquecen,
los espejos se quedan ciegos,
la leche se coagula en el café,
la mano de uno siente la tentación
de abrir la carta del otro,
se exigen juramentos a docenas,
el alma padece dolor de muelas,
el odio agarra objetos punzantes,
el cristal tintinea, pide auxilio
y amenaza la reserva de amor
—conservada en frío en el sótano—
con desaparecer, desaparecer cucharada a cucharada.
* Poemas pertenecientes a De la finitud (trad. de Miguel Sáenz), México, Alfaguara, 2016.
A diez años de la muerte de Isabel Fraire (1934-2015), presentamos, a modo de homenaje, tres poemas emblemáticos de la poeta y traductora nacida en Monterrey, Nuevo León. Los poemas provienen de Kaleidoscopio insomne. Poesía reunida (2004). Agradecemos al Fondo de Cultura Económica su reproducción para esta entrada.
—La Redacción
Isabel Fraire es Viento. No el que perfora la roca, sino el que disemina las semillas, no el ventarrón que multiplica el Trueno, sino el aire que aviva la llama. Su poesía es un continuo volar de imágenes que se disipan, reaparecen y vuelven a desaparecer. No imagen en el aire: imágenes de aire. Su claridad es la diafanidad de la atmósfera en la altura…
—Octavio Paz, “Prólogo” a Poesía en movimiento (1966)
Esta poesía es extremadamente peligrosa. Aun cuando es triste o melancólico o meramente malhumorado, todo resulta bajo la mirada de Isabel Fraire fácil, risueño y ligero, con una ironía apenas tangible, nunca intelectual y siempre profundamente natural. Pero al final el puñado de palabras esparcidas como negros signos en la virginal blancura del papel crean un murmullo continuo, ininterrumpido, del que es imposible apartarse y que no deja de ser el exacto equivalente de ese silencio original, idéntico al de la blancura del papel antes de ser asaltado por la alegre libertad de las palabras del poema.
No es cuestión de hacer un esfuerzo y de ir en contra de la corriente…
con lo cual NO SÉ lo que quiero decir
con lo cual no sé
con lo cual…
no es cuestión
de hacer más
no es cuestión
tampoco
de dejar brillar la luna y contemplarla
a solas
a secas
no es cuestión
no
de danzar una ronda interminable de caretas y gestos dirigidos
ni de inventar el pétalo en que tiemble
de nuevo
la primera gota
de rocío
sí
no
sí
abrirse ¡pero cómo! como una flor tocada por la luz
la luz desentrañar gritar buscar abrir cerrar
buscar
unos labios y en los labios
lo que ya sabemos
y se pierde
no es cuestión de
esperar
la aparición de un dios
en el lugar insólito
en Gomorra incendiada
en Sodoma
en el centro mismo de un corazón que ignora
en el nuevo relámpago
de luces mercuriales
o de ojos que brillan
que buscan
que prometen
ojos que son tal vez quién sabe
el reflejo de una nada que se busca
se excede
y se proyecta
en una sombra inmensa
en su contrario absurdo
en un total
un todo
un Todo
tan inalcanzable e incomprensible
como la nada misma
el Absoluto
reverso de sí mismo
y un andar y un andar
de hormigas cacareando
de huestes siempre infieles
de torturas y goces
incompletos
y un andar
un
andar andar andar
ya veo
qué veo
me veo
y veo lo mismo
y
nada
no era
después de todo
lo que yo quería decir
sino
“la marquesa salió a las cinco”
sólo que para poder salir a las cinco
la marquesa
tuvo que regresar al vientre
de su madre
y volver a salir
pero sin esfuerzo
sí
sin esfuerzo
porque yo y tú
somos la luna
y por eso brillamos
sin esfuerzo
y si no lo crees mírate brillando sin saberlo
Sentido del arte o también aquí hay un círculo
Y ése es Miguel Ángel
ese viejo
que sostiene
a la Virgen
que sostiene
a Cristo
y Cristo Cristo somos nosotros
tú y yo todos
y también somos los ojos
que sostienen con su mirada
(que es la de Miguel Ángel)
a Miguel Ángel
que sostiene
a la Virgen
que sostiene
a Cristo
que somos
nosotros
Informe sobre el clima de Inglaterra, 1982
Aquel año el verano fue apenas la esperanza del verano
tardes de sol después de lluvias grises
viento a veces
de pronto un largo día veraniego
un alivio de olanes y de hombros desnudos
brisas tibias
que pasó pronto
en un país en donde el clima es la principal preocupación del hombre
ni siquiera los motines de jóvenes desempleados
con sus gritos fascistas
sus cabezas rapadas
y saludos nazis
ni el resentimiento que rezuman tantos ojos brillantes
transformado de pronto en una guerra
contra la policía
rompe por mucho tiempo la superficie de la complacencia
la boda real llegó más hondo
conmoviendo
las fibras íntimas de innumerables
corazones femeninos
esa espina dorsal conservadora
amante de erigir altares
y comprar chucherías
los viejos de ambos sexos y todas las edades se encontraron de nuevo
en un mundo largo tiempo perdido
al cual intentaban regresar desde hacía tantos años
en que los príncipes
eran altos y apuestos
y se enamoraban perdidamente
de una bella Cenicienta
y todo terminaba en matrimonio
pero antes y después el clima
ése sí importa
lo tenemos siempre con nosotros
no como las bodas reales
o motines
tal vez los pobres estén siempre con nosotros