Ningún guijarro
donde la ausencia grabara su nombre
rueda hacia la orilla
donde el sueño suyo
se ha sumado a la parvada mortuoria
que fuera su amable séquito.
Palomas o buitres, ruiseñores o cuervos,
juntos cacarean un idioma
desconocido de nosotros,
un esperanto
que sólo aprenden los muertos.
Taller de costura
Qué ángel de la misericordia
te cosiera a ti el alma al cuerpo
con un pespunte finísimo
—un hilo de plata y otro de seda—
para que no pudieras irte,
te quedaras encadenada
a la franela de la sábana de hospital,
hecha una suave pradera nevada
bajo las migajas rutilantes de tus huesos.
Y así, de costurero el ángel,
te concedieran un tiempo más,
una gota de pilón
que se deslizara por el cuello de la clepsidra
para permitirte decir y volver a decir
como un mantra de despedida
las palabras indulgentes
que no supo urdir tu garganta.
Eco triple
Tres repiques y el silencio
Oye tú el ulular de las aves de rapiña
en tu noche de hoy Oye bien ese aria lunar
Son las notas de tu violín espiritual Es el son
que bailaste
en el carnaval de los olvidados
Qué es eso, te preguntaron tus pretendientes
Nada, tuve un accidente, contestabas
Qué tipo de accidente, quisieron saber
Un accidente, contestabas de vuelta
Nosotros
(que sin embargo habíamos visto la cicatriz)
ignorábamos en qué circunstancias
te habías lastimado así
Quién para saber
qué descalabros en la piel
pueden afear el alma de alguien
de esta manera
Medusa celeste
Su alma latió como medusa en el color azul de la ruta suya el camino
terrestre
// que tal vez no pasó por el cielo sino que unió
como un cordón umbilical caduco pero necesario lo negro con lo blanco //
Ese gris
// lo negro y lo blanco mezclándose impolutos
cada quien en su polo
como flores solitarias antes del cruce de los difuntos //
ese gris entonces
¿lo habrá hollado ella en camino
viajando del dolor al suave regazo del ángel?
Quería yo que escogieras mi rostro, mamá, entre los objetos que amaste, te lo llevaras
como un pañuelo inicialado, un talismán de tu elección para el vado que irías a
atravesar a remo emplumado.
Pero no escogiste mi rostro, mamá, para bitácora de vuelo: preferiste el florero de cristal
de Daum, el broche de oro o el dije con el aguador vertiendo agua invisible que
te regalará papá, el camafeo de la abuela Caroline, aquella blusa color salmón
que te quedaba de maravilla.
Y mi rostro, mamá querida, una bandera transparente, izada a media asta en la
tempestad de tu alma.
Joyería materna
Tu corazón
debió haber sido mamá engastado
por un joyero profesional
para que no se te cayera así de bruces en la vida
peso muerto
de una hoy muerta
Pero no conocías a ningún joyero
experto
en alhajas exclusivas que fijara sólidamente
a las costillas de tu alma
el órgano ese exclusivo también que excluía a Fulano
a Fulana
a mí yo que no heredé tu aguador de oro
ni el diamante old cut de tus esponsales Veo con cariño tu corazón
intonso
cuya larga cabellera era la de Medusa
Mamá tan vanamente querida te lo digo con amor y no con reproche
(no me verás con los brazos en jarras):
lo de gemas y metales preciosos es arte para muy pocos
De mi ballesta,
mamá,
sale disparada
una rosa,
una flor sin espinas,
tan roja
como tu corazón.
Un blanco en las nubes,
mamá,
eres tú ahora.

Autor
Françoise Roy
/ Quebec, Canadá, 1959. Poeta, narradora y traductora radicada en Guadalajara, México, desde 1992. Cursó la licenciatura en Geografía en la Universidad de Maryland, Estados Unidos. En 1997, el Instituto Nacional de Bellas Artes le otorgó el Premio Nacional de Traducción Literaria en Poesía por su traducción al español de El libro de la hospitalidad, del poeta francés de origen egipcio Edmond Jabès. Ha traducido decenas de libros, particularmente de poesía, tanto del francés como del inglés. Ha obtenido diversos premios, como el Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal en 2007 con el libro Todo lo que está aquí, está en otra parte.