Faetón cae
Furia:
botón de nácar
para qué me sirves
el fuego ciñe
el cuerpo de la arena
es verdad el padre
es verdad el siglo
el hambre que supo
conjugar
mi cuerpo
el vértigo es solo
este vestigio
no mires
la nada es más valiente
quiero un tiempo
sin incendios
ni ruinas graves
la magia árida
de tener un sol
y frío
y estaciones
nada es más tibio
que el sudor abstemio
que la saliva
blanda
de mi viuda
mi papá me prestó su nave
soy ceniza
si el antebrazo febril
si el manto terrestre
seré tiempo
sin tumba
seré tumba
sin barro
mi primer
coeficiente
de deseo
quise
saber vivir
y conjugarme
con tenedor en mano
y hambre en boca
y no supe
hasta ahora
que el verbo
más explícito
del tiempo
es el pasado
Penélope
(Toma 1)
Lleva años así, dicen. Años
ya sin cáscara, enjutos.
Trabajando en la misma tela
demorada, sus manos
han aprendido a moverse
como peces sin ojos, sin
necesidad de que algo
las guíe. Años tejiendo
un larguísimo tapiz,
escena tras escena,
a puerta cerrada. Años,
demasiados,
hilando figuras con el escrúpulo
de quien ensarta venas
en un cuerpo, con el cariño
demacrado de quien trata
a un huérfano. Desteje
cada noche la tela, dicen.
Pero se equivocan.
La tela se alarga y se alarga
igual que todos estos
años flacos, sumando
nuevas figuras a su
historia sorda: hombres
echados que apenas
se alimentan de flores,
gigantes de un solo ojo
de madera, criaturas brutales,
mitad mujer, mitad pájaro,
boquiabiertas. Marineros
perdidos, ahogados, devorados,
convertidos en cerdos. Y,
en medio de todo, Odiseo
navegando preciso y cansado
hasta llegar a las costas
desmemoriadas de su isla,
disfrazándose de mendigo
para entrar a su propia casa,
traspasando la puerta justo ahora.
Penélope manda a Ulises a dormir al sillón
He escrito este poema antes lo he
borrado Ulises: no pensé que volverías
pasaron años y pretendientes y años
la noche me devuelve al principio
todos los días son días de resurrección
mi vista está cansada mi vida luego invertí
en una buena máquina de coser Ulises
nunca creí en ti solo creí en tu ausencia
cada día era una puntada con la aguja de oro
cada noche me rompo me retracto
tu distancia se tornó dócil como un perro viejo
aprendí tantas cosas con los ojos cerrados
antes que antes conjugué los verbos en plural
el principio está en alguna parte pero no
me reconoce solo humedecimos nuestros dedos
y empezamos Ulises no contaba
con tu regreso no contaba te mandé
a dormir al sillón no me arrepiento antes
el presente estaba hecho de materiales oscuros
oblicuos viejos automóviles en las afueras
azoteas como manos abiertas aquí
estamos señor que sea tu voluntad
después te fuiste todos los días
repetí la cicatriz cuánto me amaron
los que no me conocieron un día
comencé a sanar y a morir al mismo tiempo
fingí esperarte pero las palabras son puntadas
son sutura pero cada noche siete puntos ciegos
y un barco quise tejer un mapa quise
tejer un mar la ruta y la pérdida
el camino y la errancia
quise escribir un mapa para traerte a mi puerta
para mantenerte lejos quise escribir la brecha
para compensar la brecha pero
el amor: esta forma de neurastenia
patrocinada por la televisión abierta
Ulises mi tiempo compartido el nudo
elemental de la palabra la estela
y la estática de tu voz que atraviesa
largas distancias cuando llamas
la salvia rancia del árbol que
plantamos juntos nuestra sal nuestra saliva
nuestros veinte dedos pero Ulises
pusiste tierra y palabras de por medio
te curaste en salud pusiste
pies en polvorosa con una mano detrás
y otra adelante tocas la puerta del regreso
yo que pasé mi vida deshaciendo mi vida
puedo decirte esto: tal vez regresaste
pero volver volver es imposible
Cadmo
Ya sé qué hacer.
A veces solo basta una piedra.
Una piedra bien lanzada,
en el momento preciso, con
la fuerza justa. Tócala:
es rabia compacta, madrugada
que se adensa y cabe en la mano.
Con ella puedes desencajar
una mandíbula, quebrar una cabeza.
Después de todo, una cabeza es un fruto inútil.
Esto fue lo primero que aprendí
en la academia, cuando todavía era un cadete.
Todos los frutos tienen algo
que ofrecernos. Su carne es astuta:
nos nutre, ofrece su peso dulce a la lengua,
sabe seducirnos. Pero no la cabeza. No puedes
alimentarte de una cabeza. No puedes sembrar
una cabeza. Y los pensamientos que hay en ella
son semillas ásperas, solamente sirven
para perturbar el orden. Si intentas masticar
un pensamiento, te romperás las muelas.
Entonces, mejor reventarla con una
piedra. Hacer saltar la sangre como
un conejo asustado. Sostén la piedra.
Sopésala. Pasa tus dedos por su borde
andrajoso: es dentada la piedra, puro diente.
Es el colmillo sin remordimiento de la tierra.
Está erizada, tiene hambre. Con ella puedes
quebrar un fémur, una espalda. Ensillar
la muerte a una nuca. Me están buscando
para matarme. Me están buscando por todas
partes, desde hace días, desde que
falló el golpe. Y los otros generales
no saben en quién confiar, le temen
a las sombras de los árboles, al
sabor de los frutos. Puedo oler desde
aquí su miedo ácido, puedo escucharles
el pulso de presa esquinada. Bastará
que lance la piedra entre ellos.
Solo eso. Y esperar.
Una piedra es la infancia del sol.
Incandescente. Y no saben
que ahora mismo tengo una
en la mano.
* Poemas pertenecientes a El libro de las transformaciones, de próxima publicación en Pre-Textos.

Penélope manda a Ulises a dormir al sillón EN
PERIÓDICO DE POESÍA
Autores
Adalber Salas Hernández
Caracas, Venezuela, 1987. Entre otros, autor de los libros de poesía Salvoconducto (XXXVI Premio de Poesía Arcipreste de Hita 2015). Es autor de los libros La ciencia de las despedidas (2018; traducido al inglés por Robin Myers como The Science of Departures, publicado en 2021 y finalista del National Translation Award in Poetry) y Nuevas cartas náuticas (2022), así como los volúmenes de prosa Clarice Lispector: el lugar de la poesía (2019), 23 shots (2021) y Palabras sin dueño. Variaciones sobre la traducción literaria (Dirección de Literatura UNAM / Periódico de Poesía, 2019). Entre otras, ha publicado traducciones de Marguerite Duras, Antonin Artaud, Charles Wright, Mário de Andrade, Hart Crane, Pascal Quignard, Mark Strand y Louise Glück.
Elisa Díaz Castelo
Ciudad de México, 1986. Autora de Proyecto Manhattan (2021), ganadora del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020 por El reino de lo no lineal, del Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2017 por Principia y del Premio Bellas Artes de Traducción Literaria 2019 por Cielo nocturno con heridas de fuego, de Ocean Vuong, así como el premio Poetry International 2016. Con el apoyo de las becas Fulbright-COMEXUS y Goldwater, cursó una maestría en Escritura Creativa con especialidad en poesía en la Universidad de Nueva York (2013-2015). Ha sido becaria del programa Jóvenes Creadores del FONCA en tres ocasiones y de la Fundación para las Letras Mexicanas.