Elisa Díaz Castelo y Adalber Salas Hernández, Las fuerzas débiles, Vaso Roto, México, 2024, 94 pp.
Durante una amena comida en medio de la FIL Guadalajara del año pasado, Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) y Adalber Salas Hernández (Caracas, Venezuela, 1987) me mostraron la versión preliminar de su poemario escrito a cuatro manos a publicarse en Vaso Roto, editorial con una labor encomiable: desde hace casi dos décadas ha apostado por la poesía en español y en traducción. Elisa y Adalber compartieron algunos de los títulos pensados para la publicación y sobresalió Las fuerzas débiles, que me pareció sumamente adecuado para su emprendimiento creativo y muy singular. Y, haciendo honor a este adjetivo, comparto algunos versos de “[Singularidad]” antes de entrar de lleno a este libro:
las llaman singularidades ¿cuándo? ahí entonces
las cosas se desobedecen hacen caso omiso
de sus propias reglas son como no lo fueron nunca infinitas
y pesan tanto la gravedad la gravedad por ejemplo
es infinita escribo esto en mi cuaderno y mi letra se inclina
como siempre hacia abajo atraída por el peso
de mi propio ataúd
(EDC)
Pasan los años y la infancia
se va encogiendo. Los recuerdos
se hacen cada vez más
frágiles y uno ya no sabe
qué los sostiene; si los pisas demasiado duro,
abrirás en ellos un hueco. Y la infancia
se sigue haciendo minúscula,
órgano remoto flotando en la memoria.
Se dobla sobre sí y no es posible
volver a esa imagen nítida
de la primera vez que vimos
los dedos arrugados por la humedad
como campos arados por un río ahora seco.
(ASH)
Las fuerzas débiles es la compilación de un ejercicio conjunto que iniciaron Elisa y Adalber en la pandemia. Cada poema parte de una consigna que transmutan con su estilo y poética propias. En este caso, la singularidad puede ser el corazón de un agujero negro. La singularidad es donde el espacio-tiempo acaba siendo infinito como nuestro eterno temor por la muerte o la continua nostalgia por la infancia.
En esa línea de las ciencias puras y duras, una fuerza débil (contradicción que suena sumamente lírica) es, según la física, una de las cuatro fuerzas fundamentales que tenemos en la naturaleza. Su nombre completo, con apellido, es fuerza nuclear débil. Las otras tres fuerzas son la fuerza nuclear fuerte, la fuerza electromagnética y la gravedad. Las fuerzas débiles implican el intercambio de los bosones vectoriales intermedios, conocidos como el W y el Z. En la física elemental, los bosones vectoriales se consideran actualmente como unas partículas fundamentales. Los más usuales son los fotones o cuantos de luz. Entonces, el W y el Z son dos tipos de partículas fundamentales y masivas, que se encargan en general de cambiar el sabor de otras partículas como los quarks. El sabor es el atributo distintivo de cada quark, que puede ser “extraño” o “encantado”. Hasta aquí llego con este intento de explicación, que fuera de contexto parece más literaria que científica. Si bien la fuerza débil es indispensable para la estructura de un universo porque el sol no quemaría sin ella, en la ciencia impura de la poesía y en este libro conjunto la fuerza débil es crucial para el inicio de una vida compartida en familia, como el poema de Elisa que cierra el libro, sobre un embarazo: “[Fuerza débil]”:
que mi cuerpo interpreta poco a pocoY en mi boca el sabor del mundo cambia
(mi nombre se escinde) (mi carne en rodajas)
mi cúmulo de manos (Soy bestia mitológica:
cumplo dos corazones cuerpo adentro)
Y tú (espectro espiga, periodo de latencia)
no conoces los lunes ni el sabor de las castañas
Eres fermiones de espín semientero
Núcleo inestable del año (átomo roto
al centro de mi octubre)
En la ciencia, encontramos un uso del lenguaje con una función imaginativa (por no decir literaria) y también hay un pensamiento creativo. Una metáfora, por ejemplo, es una herramienta poderosa que nos puede ayudar a involucrarnos en comprender más nuestro mundo natural y, así, profundizar en él. Si mezclamos figuras literarias con la expresión de la ciencia, podemos lograr resultados novedosos como en este poemario. Para Robert Frost, por ejemplo, los pensamientos más profundos comienzan con el uso de metáforas, las cuales son una herramienta común del razonamiento científico. Elisa y Adalber no hacen uso de simples recursos lingüísticos, sino que más bien tienen, cada uno de los dos, una forma de estructurar nuestra comprensión de conceptos abstractos y complejos como la “[Radiación de fondo]” de microondas, una radiación electromagnética remanente del Big Bang que llena el universo por completo:
(EDC)
Caía nieve en la tele de mi infancia.
No se parecía a la nieve de las películas, ese
bostezo blando que abrazaba las cosas
prometiéndoles el suelo de los justos.
Era una nieve grumosa, más bien sucia,
un golpeteo áspero contra la pantalla […]
Algo de la primera nevada del universos
caía en la tele de mi infancia y allí
sigue cayendo, sin saber helar
las tardes de Caracas.
(ASH)
Hace ya casi diez años, en 2015, platicaba en Iowa con la escritora Andrea Chapela sobre poesía y ciencia a partir de su tesis (un poemario sobre química). Le compartí un texto que escribí en 2006 llamado “El poeta y el científico o la poesía como vocación”, que fue rechazado por una incipiente revista digital. Comparto algunos fragmentos que encajan para esta ocasión: “La relación entre ciencia y poesía se caracteriza por la distinción necesaria entre ambas; la ciencia nos descubre la verdad en tanto que la poesía nos inventa la verdad de la historia. Pero la tarea de la poesía es recuperarlo. El poeta y el científico le dan sentido al mundo. La ciencia está encaminada a construir sentido desde la acción y la poesía a la pasión. La ciencia puede despojar al mundo de su encanto y la poesía reencontrarnos con él”.
Las fuerzas débiles es un claro ejemplo de ello. La ciencia se esfuerza por ayudarnos a comprender el mundo que nos rodea; la poesía busca comprender cómo nos sentimos al respecto. Para lograr lo primero, los científicos intentan crear una experiencia replicable utilizando el método científico para probar una hipótesis; los poetas intentan recrear experiencias utilizando el lenguaje para forjar nuevas conexiones.
Este libro volvió a llevarme a preguntar cuáles son las diferencias y las semejanzas entre la poesía y la ciencia. Aquí, Elisa y Adalber ofrecen algunas respuestas. Parecen diametralmente opuestas pues la poesía, a veces, parte de la ambigüedad. (Lo específico surge en el proceso de lectura: hay un pacto entre la persona que escribe poesía y quien la lee.) La ciencia, en cambio, intenta alejarse de toda imprecisión y así se llega a una misma conclusión: única, unívoca. En este esfuerzo compartido, Elisa y Adalber se siguen asombrando ante lo que parece que ya fue explicado por la ciencia y tratan de volver responder a preguntas como: ¿Quiénes somos?, ¿dónde estamos?, ¿cuáles son nuestros límites?, ¿qué significa ser humano?, ¿qué es lo que me rodea? Cuestionar es parte de escribir poesía. Elisa y Adalber diseccionan ciencia y poesía como estas dos grandes maneras de entendernos a nosotros mismos, a los demás y a los mundos que nos rodean, los cuales necesitan imaginación. Tanto la ciencia como la poesía se nutren de lo sorprendente, lo complejo e incluso lo inimaginable. Y si usamos la perspectiva científica, en este libro hay una metodología (observación participante y escritura a posteriori), hay experimentación (juegan con formas, conceptos, el mismo lenguaje). El mayor hallazgo es que, en medio de la objetividad del lenguaje científico, Elisa y Adalber crean, cada uno a su manera, una cercanía psicológica a ciertos temas donde también encontramos una manifestación poderosa de sentimientos. Tanto en la ciencia como en la poesía hay invención, y en Las fuerzas débiles nos topamos con el encuentro de dos mundos maravillosos de conocimiento con mucho potencial, donde Eli y Adalber hacen conexiones inesperadas porque éste es un laboratorio donde se encontró una futura pareja (en ese entonces, dupla encerrada durante la pandemia). Decidieron asombrarse y decepcionarse tomados de la mano. Se trata, entonces, de una ciencia más, la del amor. De la química que existe entre dos personas y de cómo se da la formación de vínculos afectivos. Éste también es un libro con una teoría científica del amor y el testimonio de una relación que brinda calma y seguridad.
Pienso que esta “poesía científica” observa lo que nos rodea y trata de interpretarlo, tanto en sentido literal como figurado. Hay experiencias y emociones. Hay mitología y lógica. Hay dudas y objetividad. Hay sueños y definiciones. Hay información que se detalla y, por lo tanto, adquiere un nuevo sentido porque se vuelve personal e íntima. Lo observable le habla a nuestro sentidos, los cuales no son precisos. Y me parece también que estos lenguajes, tanto el poético como el científico, son construcciones nuestras, humanas, que pueden tener fallas y aciertos. Elisa y Adalber nos ofrecen estas exploraciones y no hay una conclusión contundente. Las fuerzas débiles es un experimento con extraordinarios resultados a través de las variaciones sobre un mismo tema en el que, a simple vista, parece que existe una interdependencia (por la dinámica misma); sin embargo, tanto Elisa como Adalber presentan visiones independientes y esplendorosas. Lo que sí comparten es su minucioso trabajo y brillante talento. Ambos nos convocan a la creación de un mundo nuevo, donde la debilidad es poderosa porque la fuerza más débil tiene la capacidad para iluminar lo más oscuro.
Autor
Karen Villeda
/ Tlaxcala, 1985. Poeta y ensayista. En 2017 obtuvo el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas. Sus libros más recientes de poesía son Teoría de cuerdas (2023), que obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en 2019, y Anna y Hans (2021), galardonado con el XV Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano. Actualmente es Coordinadora de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).