Habrá que bailar de nuevo/
y ver si esta vez sí nos suena el ritmo./
Habrá que contemplar la luz/
y ser sombra del otro
México
El Paso. Postales oníricas
No es sencillo enviar una postal desde el paraje de los sueños. La tinta se abrasa, roja como el incendio vegetal de un ocotillo; los carteros detienen su marcha, transformados en greñudos árboles de sotol. Esa noche, en mi insomnio alucinado, vagaba por una montaña en busca de una amiga, que decía encontrarse en el mismo punto del desierto.
Un nuevo lenguaje entre flores de algodón
Olí a mi hija recién nacida y quise engullirle la frente./
Pensé en el micro hornito, en el mundo de mi polly pocket,/
y la amé como amé a mi primer tamagotchi./
Metí mi pezón en su boca y lo escupió./
No sabe comer, no sabe respirar,/
soy yo disuelta en los ojos adentro de un huevo.
Teresa de Jesús: un cristal de mil facetas
Teresa de Jesús. Construida por ella misma como un cristal de mil facetas, no está casi nunca allí donde se la nombra. Desde cierta perspectiva, la figura que una autobiografía dibuja tiene algo de espejismo. Personaje, narradora y autora coinciden, presentando ante quien lee la aparente coherencia y solidez de un yo real; y, sin embargo, ese yo sabemos que es fruto de una selección —de momentos, de perspectivas, de niveles lingüísticos— dentro del múltiple y denso flujo del yo que vive.
Las luciérnagas llegaron a morir
te conocí semi-robótica/
corazón fragmentado/
arrastrabas el mito/
de la cirugía/
a cielo abierto/
cuando en las noches/
yo niña no encontraba el silencio/
insistía en quedarme dormida junto a ti
Como los míos son los ojos de mi madre
Como los míos/
son los ojos de mi madre,/
buscan curar la herida/
de un abandono prematuro./
Vertida de lágrimas la pócima/
en el río absoluto de rencores
Sobre la vida que no nos cuentan de los árboles
Anduve entre matorrales y arbustos /
buscando las luces artificiales de las casitas /
cuando escuché el resquebrajamiento de hojas /
secas en el suelo cerquita de mí //
Sentí miedo /
y entre el ramaje vi unos ojos /
(sus ojos de terciopelo negro) //
Era ella, la cierva madre mirándome tranquila /
y llevándose lentamente mi miedo detrás de su cría
Mi hermano Manuel
Todo poeta auténtico es para su lector un hermano. Yo ahora estoy viejo y sólo las palabras pueden consolarme. Por eso leo, o, mejor dicho, releo a los poetas; no me importa tanto saber de qué tiempo o de qué país han sido. Yo el tiempo y el día y el país ignoro. Me basta lo que han escrito, si es bueno, si me deja un poco de música en el oído o en el alma.
Pareciera que todo es un gran cablerío
A las cuatro quizás, más bien las cuatro y cinco.
Era de madrugada cuando el insecto vino
a adherirse al telar de la memoria,
que habíase dispuesto por sí solo
entre una columna y otra de este enorme balcón.
La perpetua excitación mercurial
Reunir una obra poética y preparar una antología personal implica un ejercicio de desdoblamiento para el autor. Aunque la escritura contenga en sí misma la lectura y relectura como etapas integrales de su proceso, son la distancia y la perspectiva que otorga el tiempo transcurrido, así como las exploraciones y desarrollos literarios posteriores, las condiciones necesarias para que un autor pueda ser, a su vez, un lector privilegiado de su propia obra. La selección que resulte a partir de este corpus, aquello que el autor decida volver a publicar, reescrito o no, llevará el valor agregado de su aquiescencia, de las palabras e imágenes que, como lector, rescata del silencio y el olvido para ponerlas de nuevo, como escritor, sobre las páginas de un libro.