enero 2009 / Reseñas

No.026_Nombrar el Paraíso

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portada-paraiso.jpg Nombrar el Paraíso
Saúl Castro, Cultura San Luis Potosí, 2008

Por Jorge López Lara

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La palabra paraíso, que en su origen persa significa ‘parque de placer’, fue tomada por la tradición cristiana para aludir al Edén. Sin embargo, semánticamente no sólo nos refiere a la tierra prometida del cristianismo sino a una gran cantidad de lugares idóneos, de acuerdo al fin que se persiga. Paraísos hay de los más variados; uno de los más sonados es el fiscal, donde se puede lucrar sin tener que pagar impuestos; otro que ha cobrado popularidad es el utópico ‘paraíso político’ donde los gobernantes realmente velan por los intereses de sus gobernados. También cabría mencionar ‘el sueño americano’ (‘sueño estadounidense’) que representa la oportunidad de cumplir determinadas expectativas de vida en libertad e igualdad de oportunidades.

Sin embargo, no se puede nombrar el Paraíso sin nombrar a Dios, y Saúl Castro lo hace en buena medida y de manera coherente, con una idea que se aleja de las perfecciones ya que los suyos son más bien paraísos perdidos o destruidos: “Pobre Dios encerrado en su jaulita” “Aléjate de Dios / de su juego que es de niños”. A través de la poesía, Nombrar el Paraíso nos enfrenta a una realidad de expulsión, advertida en su contraportada, que nos potencia y distingue. La realidad es que la humanidad ha mostrado su lado más oscuro a lo largo de la historia; un lado oscuro que muchas veces ha estado disfrazado de belleza religiosa. 

Saúl Castro nombra el paraíso o los paraísos como algo que ha quedado relegado o destruido, “disperso en un pasado inmemorial.” Considerando un paraíso cristiano, la dedicatoria inicial bien podría ser una lista de pecadores sentenciados al exilio del infierno. “A los que portan un repulsivo maleficio entre sus piernas,” “a los que beben detrás de los altares.” La lista incluye una serie de referencias sociales reprobables ante la iglesia católica como puede ser la homosexualidad, el suicidio y el paganismo.

Dividido en tres partes, Nombrar el Paraíso evoca diversos pasajes y personajes de la historia en un contexto social, político y religioso determinado. Al poema inicial lo precede una oración que introduce al lector al tono de crudeza que predominará en la obra. “Seguimos estando en el lugar / donde parece haberse ido / todo cuanto amamos.” Enseguida el poeta contrasta el alegre canto de los pájaros con una serie de imágenes angustiantes. En esta primera parte convergen escenarios que evocan guerras, racismo y discriminación, además de la inminente decadencia a manos del tiempo que nunca perdona.

La segunda parte se llama Simmaco. Toma su nombre de un religioso pagano llamado Simmaco, que en el año 384 envió al emperador romano Valentiniano II, un documento llamado relatio (nombre de la tercera) en la que trata asuntos religiosos con el estado. Saúl Castro reúne a Simmaco con su contemporáneo y contraparte católico San Ambrosio en un diálogo donde, entre otras cosas, se debate sobre dios y el estado: “Raro es Dios ilustres senadores.” En la tercera y última parte encontramos a Lenin como voz poética ante una serie de poemas finales sobre el exilio.

En su poesía, Saúl Castro nombra el paraíso como el punto de referencia de un espectador que observa una realidad angustiante y deteriorada; una sociedad que funciona como una maquinaria miope que ha perdido el respeto por sí misma. El paraíso que añoraron nuestros ancestros no es el mismo que muchos contemporáneos añoran. La ambición de poder en todas sus formas es ahora el escenario idóneo.


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