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Dos furias, dos silencios. René Char y Samuel Beckett
Traducción y nota de Eduardo Uribe |
René Char Argumento
¿Cómo vivir sin enigma frente a sí?
¡Hiciste bien en irte, Arthur Rimbaud! Tus dieciocho años refractarios a la amistad, a la malevolencia, a la estupidez de los poetas de París, así como al ronroneo de abeja estéril de tu familia provinciana algo loca, hiciste bien en dispersarlos en los vientos de alta mar, en echarlos bajo el cuchillo de su precoz guillotina. Tuviste razón en cambiar el bulevar de los perezosos, los cafesuchos de los mea-liras, por el infierno de los tontos, por el trato de los mañosos y el saludo de los simples. Este arrebato absurdo del cuerpo y el alma, esta bala de cañón que alcanza su objetivo haciéndolo estallar, ¡sí, es, en realidad, la vida de un hombre! No podemos, al salir de la infancia, estrangular indefinidamente a nuestro prójimo. Si los volcanes cambian poco de lugar, su lava recorre el gran vacío del mundo y le entrega virtudes que cantan en sus llagas. ¡Hiciste bien en irte, Arthur Rimbaud! Somos unos cuantos los que creen sin pruebas en la felicidad posible contigo. Samuel Beckett “qué haría sin este mundo sin rostro sin inquietudes…”
qué haría sin este mundo sin rostro sin inquietudes
qué haría haría como ayer como hoy
Allá
ir allá donde nunca antes para James Knowlson
Nota: Los dos primeros poemas son de René Char: “Argumento” es una especie de nota introductoria a El poema pulverizado; “¡Hiciste bien en irte, Arthur Rimbaud!” pertenece a La fuente narrativa. Ambas colecciones son de 1947. En cuanto a los textos de Beckett debo hacer una confesión: al leer la minuciosa Guía crítica de la poesía de Samuel Beckett (1929-1989), de Pablo Sigg, quedé fascinado por las versiones, las divergencias y los aciertos que el irlandés provocaba en sus textos al pasarlos del inglés al francés, o viceversa. Así, tomé un poema de 1948 y una tonada de 1987 dedicada a su biógrafo, para ver si en español podía arriesgar, apostar por un decir. No está demás aventurar que, aunque completamente distintos, los cuatro poemas se corresponden de una manera íntima, por sus búsquedas, sus anhelos, su furia y su asombro. En su conjunto, los textos tienen ecos y reverberaciones insospechados. Hacer aquí esta pretensiosa labor de ensamblaje, este acomodo de teselas que no se ajustan, es, sin duda, una queja por algo que nunca podré leer —y menos aún, escribir.
Eduardo Uribe
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