De pieles
Si me entregara al deseo pospuesto
verse a la brevedad
sería la única cita
entre esta luna y la próxima lluvia.
Subamos al ala de la abeja
o del mosquito que nos ronda las pestañas
mientras acordamos el lugar.
Debe ser nostalgia. Brecha abierta
en el cajón de los recuerdos almacenados.
Otra vez el olor a miel te habla.
Todo se repite y la ola nos alcanza.
Bracear hacia el sol, respirando hondo.
Vienen o iremos…
es el dilema que incendia.
Forjemos otras pieles, entretanto.
La presencia exige los abrazos.
Alíferas estaciones, cuando sus orillas
hospeden nuestros nombres.
Campanada de lo frágil
A veces, al despertar, sentimos no haber soñado
pero, quien no sueña, enloquece.
Los sueños que no se recuerdan cuelgan de la nube
en la voz alterada de alguien.
Quien cree no soñar (ni dormido ni despierto)
va al día siguiente con el pellejo cubierto de sales
tatuado con premoniciones de la asfixia.
Los sueños regresan, sin que puedas impedirlo.
Son la válvula de escape en la testera que hierve.
Le evitan el colapso a la máquina oscura o
se convierten en la guarida de cuerpos fértiles
(también infértiles) trajeados con miedos o anhelos
erigidas historias con rostros sin nombres propios,
a veces en primer plano. Otros anónimos enfilan
pintados al fondo. La grafía mutante interroga
y bullen las imágenes en la pizarra cinestésica
de la inquieta. Al despertarnos casi todo se borra.
De vez en vez, despiertas a mitad del sueño
y aunque grises, asoman señuelos enganche
de ilusiones, pesadillas y turbaciones.
Las deformaciones confrontan. Lo extraño surge.
Debilidad enquistada. Algo se asoma revelación.
La voz del padre, ido hace ya tiempo.
La mano de la madre, calma desvelos.
Campanada de lo frágil, replicante.
Su tic-tac audible surge del lado velado.
No aparece, quien debiera revelarse
—dice la voz— que alojas.
Máscaras danzantes te ofrecen,
pero te niegas a ponérselas a tu rostro.
El barro después del milagro de la lluvia
en la pizarra cenicienta deja al descubierto
toda la fauna desgarrada
y en la fragilidad del cuerpo
los latidos aceleran el corazón
allí y en ti,
donde mueven
sables las utopías.
Por el ojo de la nube
Asomada al jardín flotas en lo alto.
Sola, contigo.
Muerde tus fisuras la andadura
del frío estacional.
Vuelves a la inmensidad del agua
sumergida en las arcillas
de tu naturaleza eclipsada.
Flotas arriba donde abajo yo.
Flor del cactus que te pincha
apresada en el vértigo fucsia.
Desnudo viaje al canto lírico
con inusitada entonación
de un cuerpo flotante de nervios
en todo aquello incomprendido
—inerme, soterrado, quitado—
si calzas la llave en su orificio
por el ojo de la nube
adentras al paraíso perdido.

Autor
Edda Armas
/ Caracas, Venezuela, 1955. Poeta y editora. Psicóloga social egresada de la Universidad Central de Venezuela. Dirige la colección de poesía venezolana Decir Ediciones. Entre su obra más reciente, cabe mencionar Talismanes para la fuga (2022), Fruta hendida (2019), Manos (2019), A la hora del grillo (2018) y Alas de navío (2018). En 2019, el sello español Pre-Textos editó Nubes. Poesía hispanoamericana, una antología suya compuesta por 291 autores de 17 países. Recibió el Premio Municipal de Poesía Alcaldía de Caracas en 1995, el Premio XIV Bienal Internacional de Poesía J.A. Ramos Sucre en 2002 y la Orden Alejo Zuloaga de la Universidad de Carabobo en reconocimiento a su obra literaria y a su aporte como gestora cultural.