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Por Jorge Márquez |
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No. 54 / Noviembre 2012 |
Desde hace más de veinte años Víctor Toledo cultiva un espléndido jardín itinerante. Flores, enredaderas, especias, cactus, plantas medicinales, árboles frutales, entre otros, constituyen la vegetación que lo puebla. Las atenciones que Víctor le prodiga se ven recompensadas con una fidelidad y una obediencia poco comunes, más propias de los animales que de las plantas. Se trata, pues, de una fauna vegetal noble y agradecida cuyo dinamismo la mantiene siempre dispuesta a nuevas aventuras. Si el poeta se mueve, cambia de residencia en la tierra, allá va el jardín alegremente tras él. El resultado de esta intensa relación ofrece dividendos en dos planos. Por un lado, el terrenal, el de los sentidos; por otro, el espiritual, estético y creativo. El producto concreto en el primero son las jaleas, tés, aderezos, remedios, infusiones y compotas que tienen ya un lugar privilegiado en la memoria de muchos de nosotros. En el segundo, no me cabe la menor duda, se encuentra una buena parte de los motivos que conforman la obra poéticade Toledo, así como el germen de su reflexión estético -filosófica. Su relación con este jardín prodigioso es una metonimia que nos remite a los nexos entre palabra poética y cosmos. El orden por la palabra, laarmonía de fuerzas creadoras gracias al verbo. El reino vegetal es el espejo del equilibrio supremo, observarlo es decirlo, y decirlo de esta manera es callarlo, preservarlo en su ultimidad radical. En eso consiste aquello que abarca todas las cosas, lo que se crea pero no es creado, lo visto y lo que se ve a sí mismo, el absoluto. ¿Pero cómo decir lo indecible? Al respecto, el filósofo Alois M. Haas señala que: “Quien pretenda conversar sobre lo inefable tendrá que anular el principio de contradicción, y ciertamente en su significación más rigurosa (es decir, ontológica). Lo indecible se vuelve decible únicamente contradiciendo las reglas de la decibilidad.”1 ¿Cómo resolver lo que para Haas es un dilema místico que reaparece con gran fuerza en la posmodernidad? Ese es un asunto propio de la poesía. Desde esta perspectiva me parece que La poesía y las hadas: catábasis poética del reino vegetal de Víctor Toledo es una poética encubierta, la suya, y, al mismo tiempo, un intento por esclarecer la función de la poesía y replantear su carácter sagrado. Para llevar acabo esta empresa Toledo se vale de una hermenéutica analógica que tiene como objeto de análisis poesía, mitología y plantas sagradas. A lo largo del libro, con paso firme irá demostrando las tesis que propone en el primer capítulo, afirmaciones que no sólo corresponden a un discurso teórico sino que representan también el grueso de las líneas de su acción poética. De entre dichas tesis destacan: “La poesía es la lengua original”, “La poesía es el sentido del sinsentido del mundo”, “La poesía refleja en su estructura el viaje sagrado al inframundo”, “La poesía recobra a los dioses y sus antiguas lenguas perdidas”, “La poesía rompe la línea del tiempo, con su círculo sagrado realiza el encantamiento (de protección contra la muerte y el tiempo)”. Me gustaría detenerme en la tercera, pues considero que es a partir de ésta que el autor sienta la base relacional, significativa, de su interpretación tripartita: “La poesía refleja en su estructura el viaje sagrado al inframundo”. En principio, convengamos en que el viaje aquí simboliza renacimiento. Ahora bien, la palabra poética, el ejercicio poético, es producto de un conocimiento profundo, de un saber que apunta al renacimiento del lenguaje y por consiguiente, del mundo. Por otra parte, prácticamente en todas las mitologías, así como en las primeras religiones, el hongo sagrado (o algún otro enteógeno) es el vehículo que posibilita, en el marco de ciertas ceremonias, el renacer. Refiriéndose a los dioses supremos en el capítulo dos Toledo comenta que son:
La estructura de la poesía reproduce el viaje al inframundo, se ha dicho ya, y descender ahí implica una importante disyuntiva: conectarse con la memoria eterna o desactivar toda posibilidad óntica y dejarse llevar por la corriente del olvido. He ahí el peligro. ¿Leteo o Mnemosine? El renacer solo es posible a través de la memoria que recorre sin principio ni fin el cause del no-tiempo. Gran rigor y disciplina, no obstante, se requieren para sumarse, para fundirse, para anular el deseo de ser, vicio del existencialismo heredado por algunas vanguardias y adquirido por ciertas tendencias poéticas de nuestro tiempo. Pero aun la memoria tiene sus peligros, es deseable que el poeta trabaje desde una conciencia lúcida, pues:
El capítulo seis, Las musas transmiten la idea de dios, su sentido continúa con la idea anterior, pero el autor hace ahora una inteligente exploración del famoso ensayo de Shelley A defense poetry para concluir que el bardo inglés, a través de penetrantes y a veces duros planteamientos, expande el perfil del poeta, lo redimensiona. Tenemos entonces que en ese ser único las fuerzas dionisiacas y apolíneas concurren en feliz armonía a despecho de quienes se empeñan en separarlas. Para Shelley, dice Toledo:
En el capítulo nueve, al que ya aludimos en otro momento, y que se centra en la famosa comedia de Shakespeare, Toledo deja muy claro por qué la Noche de San Juan es el marco adecuado y esencial para el curso de los hechos, de los prodigios, ahí presentados. Así mismo, se señalan y explican las siete plantas propias de esa noche: salvia, aquilea milenrama, crisantemo de los prados, hiedra terrestre, rusco, Artemisa e hipérico, plantas que conectan, en su esencia y, muchas de ellas, en el nombre, con el mundo mítico. Una serie de intensos capítulos, del diez al diecisiete, son dedicados a la flor de cupido, la rosa silvestre y la amapola, el capullo de Diana,Moly, el asfódelo, la genciana. Resulta fascinante la manera en la que el autor va trabajando la mítica trayectoria de cada una de estas flores, su posología, su proyección espiritual, así como su lugar y su valor desde una perspectiva poética. En este último sentido sirva de ejemplo el tratamiento que Víctor hace, en el capítulo dieciséis, de la obra de Mandelshtam y Nervalen relación con el eléboro, y en el que concluye que “Nerval y Mandelshtam extrajeron de lo más profundo del tiempo y de la tierra, el potente eléboro para curar al mundo”. Algo similar sucede en el capítulo diecisiete pero con el asfódelo. Dice Toledo: “Sabia labia saturnina, el asfódelo le ha prestado su tenue, pálida, pero poderosa y honda voz a grandes poetas”, y se refiere concretamente a William Carlos Williams y al poema que lleva el título y expresa el espíritu de esta planta. Todavía en el capítulo dieciocho, como si lo anterior no hubiera sido suficiente, el autor presenta otro grupo de plantas, y llama la atención entre ellas el helecho (una planta, se podría decir, completamente inofensiva), redimensionado por los atributos que de él se señalan en un párrafo que no tiene desperdicio:
Por su parte el tirso, el cetro de Dionisio, es: “un bastón forrado de vid o hiedra, rematado por una piña de pino. Símbolo fálico de esa fuerza vital asociada [al dios]. Ya símbolo egipcio. Vara mágica de los conjuros […] relacionada con símbolos axiales verticales, que representan el eje del mundo o son análogos”. Ya hacia la conclusión del capítulo, todas estas posibilidades simbólicas se van sintetizando en una renovada dimensión poética que eleva mito y realidad a las alturas de un razonamiento extático, si se nos permite la paradoja:
Cuando lo que se dice es mucho más de lo que se dice, quien lo dice, con seguridad, es un poeta verdadero. Que quede claro. No estamos hablando aquí, como quería Mallarme, de sugerir, sino de revelar. Y cuando uno termina de leer La poesía y las hadas, cuando regresa de ese viaje, tiene la certeza de haber visitado otro mundo. Para Toledo la poesía es eso, en su ejercicio y, como lo demuestra en esta investigación, también desde el análisis, desde la reflexión, desde la crítica. Víctor es un hombre que, al igual que el personaje de Coleridge citado por Borges, atraviesa el paraíso en un sueño y recibe una flor como prueba de que estuvo ahí. En el caso que presenta Coleridge, como todos sabemos, queda abierta la pregunta respecto a qué haría ese sujeto si al despertar se viera realmente en posesión de aquella flor. En cuanto a Víctor, me parece que La poesía y las hadas es esa flor que aún permanece en su mano después del sueño y ahora, generosamente, nos regala.
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