enero 2009 / Reseñas

No.022_La poesía opaca

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la-poesia-opaca-kofman.jpgLa poesía opaca
Fernando Kofman, Ediciones Recovecos, Buenos Aires, 2008 

Por Ana Franco Ortuño 

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La poesía opaca de Kofman no se limita a una muestra de tres poetas a quienes inscribe bajo el calificativo; es una selección de retazos críticos en los que dialoga con poetas y filósofos que posibilitaron identificar la opacidad como un nuevo, necesario, carácter poético. El libro es una convergencia de lecturas que se estructura y se recarga en lo fragmentario del pensamiento actual, ilustrado mediante collage-carteles que enuncian también algunos rasgos de esta nueva dirección en la escritura: “realidad vacua y frívola”, “menosprecio por la elocuencia” o “Se prolonga una ausencia”.

A partir del negro predominante y la gama de sombreados con que diseñaron el volumen, encontramos los elementos que proponen o ejemplifican un carácter inusual, en posición contraria a lo que comúnmente reconoceríamos como poético. Entre la pedacería de notas de lectura de un crítico inteligente y los fragmentos de Andrea Gagliardi, Santiago Espel y David Birembaum, descubrimos el despojo reclamado por Adorno, lenguaje del que “Larkin extirpa todo tipo de destellos”. Y en una mirada que interesa más a Latinoamérica, la imposibilidad de seguir encontrando un alto lirismo en las desigualdades de nuestras sociedades. La poesía opaca reúne autores que buscan también la desacralización del mundo y la tendencia de cuestionar al arte como mercancía.

De Andrea Gagliardi (Ramos Mejía 1960) nos dice Kofman que se instala en el humor y la expresión seca durante los años 90; y que sus personajes patéticos anulan todo sentido de belleza, hacia el 2003. El libro en cuestión incluye los textos Profesora perfectil, El crimen de la camarera y Eva y sus ministros. Los tres poemas comparten la inmediatez del lenguaje y la presencia central de un personaje (la profesora, el traductor y Eva) que se encuentra rodeado, a su vez, de una multiplicidad de personajes que lo enmarcan en situaciones erráticas: la profesora viaja en un cajón de madera por más de seis meses para llegar a un congreso en la Argentina; el traductor busca en vano a la camarera que ha asesinado y en el ínter se tropieza con una serie de eventos nefastos; Eva, en un diálogo interior, se debate entre el ángel y el demonio, y mientras tanto, describe posición e intereses frente a su General. Efectivamente, la crítica al sistema del profesorado universitario, los referentes ideológicos de Nietszche o la ironía sobre la política del peronismo, se muestran sin problema en una casi narrativa (de tintes teatrales en El crimen de la camarera) que se aleja, acaso demasiado, de lo poético, si no fuera por el giro “me levantaron la tapa/ de los sesos. ¡Ah qué alivio…”, cuando sacan a la profesora de su cajón, y por el cuestionamiento que ella misma expondrá (sin hacerlo) en el congreso “¿Cuál es el camino que debe seguir la poesía?”

De Santiago Espel (Buenos Aires, 1960) podemos leer El espasmo, segunda parte de Vulgata, uno de los libros más inteligentes que he podido leer en los últimos años. De este libro Kofman sintetiza: “Vulgata plantea con ironía la ilusión de un país que está pendiente de un discurso presidencial y el mito instalado en el pueblo que a partir de este mensaje se inicia lo fundacional (…) pero el presidente sufre espasmos (…) y deja al ciudadano mascullando sus miserias económicas frente a la hornalla y el mate frío.” La suspensión del personaje a espera del discurso presidencial se desarrolla justamente frente a la llama azul de una estufa obrera de clase media argentina. El magnetismo que ejerce “la corona azul de la hornalla” “centro industrial del mundo” hacia el personaje, le permite hilar una serie de reflexiones por las que lo acompañamos; entre ellas, la espera del mensaje presidencial que tarda en llegar y las sirenas que pasan por la calle. Mientras tanto salta un pez en el kilómetro 120 del río Samborombón. El aparente aplanamiento de los objetos disímiles que ocupan el pensamiento del protagonista y la repetición que se va modificando a lo largo de toda la Vulgata, componen, sin duda, uno de los grandes aciertos en la contra-estética de Espel.

Por último, el volumen incluye a David Birembaum (Montevideo, 1964) de quien Kofman nos dice que “irrumpe con una energía poética centrada en el fastidio por el fascismo bienpensante que reluce en vastas zonas de la sociedad”. Poesía opaca contiene los poemas Zavaleta el del eclipse, Pierde, Caurenias comisaría y El saco alemán. Zavaleta “confiesa sentirse muy poca cosa./ Ignora que forma parte/ del poderosísimo lastre humano.” Y en un plumazo, Birembaum nos enumera los pocos placeres de Zavaleta: tirar trozos de bofe envenenado en el baldío, regar entre las siete y las siete veinte, excitarse con la idea de quien porta el emblema del fascismo, “emblema de la certeza,/ el orden o la sangre del cuchillo”. En Pierde, cruel,el listado de lo que el protagonista va perdiendo avanza hasta el despojo total del cotidiano propio; sin gigantismos ni pretensiones, se pierden las ganas de llamarla, la receta, la paciencia, o sangre por la nariz. Y con toda ironía, el personaje encuentra finalmente “su imagen plana/ irreconocible” en una vidriera. Entre la ropa usada y los letreritos de “ANIMAMOS TU FIESTITA”, el ser humano para Birembaum está asignado a ser cualquier ciudadano mediocre. La fortaleza de los versos radica en lo simple y en la composición acertada: la lista y los pedazos en la sociedad de consumo a la que pertenecemos, no puede menos que inquietarnos, como nos inquieta el irremediable reconocimiento de lo opaco en la búsqueda desesperada de brillantez que nos reclama el mundo en que vivimos.


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