enero 2009 / Reseñas

No.016_El frágil latido del corazón de un hombre

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portada-fragil-ruvalcaba.jpgEl frágil latido del corazón de un hombre
Eusebio Ruvalcaba
Editorial Nula, México, 2006

Por Luis Alfredo Gastélum

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Dios da bebida a esos borrachos que se despiertan
[al amanecer
Farfullando sobre las rodillas de Belcebú,
[totalmente destrozados
Cuando una vez más espían a través de las ventanas
Acechando, el terrible puente cortado del día.

Malcolm Lowry

 

A Charles Bukowski una puta le robó sus poemas, a Eusebio Ruvalcaba, otra, se los arrojó al rostro, impregnados con su olor. El frágil latido del corazón de un hombre es una caldera en la que se funden la presunta masculinidad y la otredad del ser veleidoso que gime en nuestro interior. Ese carácter intrínseco y la relación de la palabra Hombre con fortaleza y convicción, dan pie a la vulnerabilidad, una palabra invisible en los textos de Ruvalcaba que va reptando de verso en verso como un camaleón.

El libro es un canto a la fragilidad. Dotado con una entonación aguda, procaz, melancólicamente inquieta, donde lo sanguíneo prevalece y simboliza lo pasional trasladado a lo trivial, a la precocidad y a un sin número de posibilidades de quebrarse.

José Gorostiza en sus Notas sobre poesía menciona que en el género, como sucede con el milagro, lo que importa es la intensidad, que la poesía no es un suceso que ocurra dentro del hombre sino como algo que tiene vida propia en el mundo exterior. En los textos de Ruvalcaba se manifiesta el Yo poético y su contemplación un tanto confesional, la contante degeneración del ser, un arrepentimiento que no llega a serlo, una moralidad diluida en el trago y la celebración del Phatos erótico como materia de expresividad. La intensidad es inherente al autor y la encarna al recrudecer lo humano; se abren las páginas y se descubre la oralidad del hombre frágil, el derrumbado por los avatares del tiempo, el que se sienta solitario en una barra cenicienta, el que ve espejos en la transparencia de la copa, el que escruta el rostro de un amigo lejano en las volutas del cigarro y el que le arranca un cabello a una prostituta en señal de triunfo.

El frágil latido del corazón de un hombre, más que una apuesta poética comprometida a las formas y a la escritura condicionada, es una invitación al vértigo, al vómito de lo sensorial. Con indudable intimismo emocional, no gusta de grandilocuencias, discurre en el vértice de lo solemne y lo conscupiscente, su palabra recupera la desnudez del hombre y lo expone a la luz, al andamiaje de su pobredumbre.

Ruvalcaba entra desahogado a la escritura de esta obra, y se ahoga en el sentido alcohólico de la palabra; penetra irónico, se planta en el rincón del despojo donde la retórica y el lenguaje poético tradicional son menudos sincretismos. Eusebio es el hombre que en el bar observa a los parroquianos como perros reclamando su alimento, el que muestra a sus amigos el endiablado y bendito sexo de su mujer para que se les antoje o simplemente el perro que olfatea hoyos sin distinguir putrefacciones.

Con innegable visión existencial, el autor de Un hilito de sangre (1991) convierte al hombre en un costal cargado de conmiseraciones propias, al alcohol en efecto y causa de su devenir, y al texto, en una oración para borrachos que al terminar de leer, hará ver al lector su cruda realidad: lo frágil que es.


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