a
Ojalá podamos amarnos entre tornados.
Que se nos borren los cuerpos al tocarlos.
Y lo que era un faro, sea una estrella
una luciérnaga entre la niebla.
Que el silencio nos perdone amarlo tan profundamente.
Que el amor sea nuestra guía
allá, lejos entre las manos
cerquita, en la arena
que gotea nuestro corazón.
Que sea el vacío el aceite de nuestra lámpara
para que en la caverna de la ballena
sepamos no estamos solos.
Ay, bien dicta
ésa es la única condición de la libertad,
una soledad tan inmensa
como para que en ella el infinito arda
y cada ojo que nos mira
sea el espejo de nuestro amor.
Qué palabra tan bella “nosotros”
tan absoluta, en donde caben todos
aunque no haya nadie.
Qué paradójico es el amor
que es cada vez otro
por reconocer, reconocer por otro,
cada vez es el amor, paradójico,
donde aunque no haya nadie,
caben todos: “nosotros”
qué bella palabra.
Que nuestro amor sea el espejo en cada ojo que nos mira
que el infinito arda como para que en él
una soledad inmensa, la libertad
sea su única condición, ay, bien dicta
sabemos no estamos solos en la caverna de la ballena
porque nuestra lámpara es el aceite del vacío
que gotea nuestro corazón, cerquita, en la arena.
Allá lejos, entre las manos, sea nuestra guía, el amor.
Amarlo tan profunda mente que el silencio nos perdone.
Una luciérnaga entre la niebla sea una estrella
y lo que era faro, al tocarnos se nos borre en los cuerpos.
Entre tornados, ojalá podamos amarnos.
b
Hay quien guarda al sol en una ventana.
O quien olvida ver el amanecer,
aún teniéndolo enfrente:
a algunos les fue mutilado
y lo conocen sólo en sueños.
Otros más lo prefieren en una pantalla
para no sentir su ardor.
Dorar o chamuscarse bajo el astro
a estas alturas pareciera ser lo mismo.
Ya venden el agua, ya vendieron la tierra.
El viento ya lo metieron en una careta
y el sol, que pareciera no tiene precio
vale la mitad de una moneda.
Quizá la poesía sirva, para decir
que nada es de nadie.
O para decir, mira ahí, y mostrar algo
que alguien no había visto
aunque siempre hubiera ahí estado.
Eso es lo primero que llega a mi mente
cuando respondo a Borges en silencio
y ustedes recuerdan la cita exacta
con la que sacó un flor de la ceniza.
c
No tengo nada, es verdad, ni quiero tenerlo.
Por ello lucho cada día y me bato
contra la coraza de mis manos
contra la infección de mis pulmones
contra la dentadura de mis miedos
y sé, no hay otro camino que el de
la planta de mis pies, que se abre
en miradas, en danzarinas palmas.
Porque un día me fui a la guerra
y la guerra, se sabe, es la capacidad
de cercar al adversario –hacia dónde vas
cuando todos los caminos llevan a ti.
Y ahora cercados en la isla de nuestra insolación
cada quien canta su traviata para hilvanar la vida.
Si hay una corona que nos quiere cautivos
en la cárcel de nuestros huesos, podemos decirle
nosotros vivimos sin barreras o cautiverios.
No tememos la muerte, porque la vida salta
justo a tiempo.
d
Desde las raíces del lóbulo izquierdo, entre la constante de Euler, o el triángulo de fuego, siempre a la mitad de todos los caminos, corazón elástico a la velocidad del pensamiento, o del sonido que nos alma, astillero de las esphiras que acaricia el sol. Crines de luz, te miro, arco, atravesarme, iris, abrirme abanico al color, al dolor. Porque construí un día una flor y me estalló en la pupila. Y era mi madre el rojo, y era mi padre la espina. Y entre las columnas me tambaleé para levantar del suelo un barco de polvo, una hoja seca en la que giraba una palabra, un caracol que me indicó el camino en la oscuridad de su párpado cerrado. Diluvia esta voz una tormenta de arena, un rostro de infinitos sépalos. Sostengo una sonrisa al palpar en la oscuridad el tubérculo de nuestra lengua. Enramada estría, porque vengo naciendo, en la inscripción de las infinitas criptas del olvido, ahí donde las estrellas son tangibles, como el as que un día desprendieron, como la materia de la que un día estuvieron hechas, y ahora, sumo, lodo, arcilla, suave y profunda es la densidad de Sidérea. Carne o pulpa, pulpo o mano, medusa, pura mente, erizo, aleteo o diente de león, nebulosa que parte de una rama, ceiba que detenida se fragmenta en algodones de semillas labradas, ovas negras, nada ahí sucede, porque de ahí viene todo. Nudo que nos abres los brazos, corazón que nos dejas hundir en tu horizonte. Grieta o relámpago, escalera o túnel, puente o abismo, henos cayendo lentamente entre tus dedos, Sphira, siempre al centro de tu trazo, hilandera cósmica, e infinitamente repetidos, sombra de nuestra sombra, te cantamos, porque somos el esqueleto de tu canto, te cargamos en cada poro porque en cada poro nos sostiene tu vacío. Y algo se está quebrando, algo que se abre, algo brota de lo concreto. Es la vida que radia en nosotros, para nosotros, desde nosotros, por nosotros, con nosotros, hacia nosotros, de nosotros.
Señora de la putrefacción, gracias por la composta que nutre los pétalos de nuestros labios.
Telescopio para leernos en una página en blanco
Alguien que lee es un ser
que se queda congelado
al mirar una hoja:
su esqueleto, su carne
su color o textura, los espacios
entre las espinas, la secuencia
de los movimientos, la distancia
entre los puntos: el blanco
entre sus pixeles
lee la corteza de las iguanas
obsesiva mente mira el cielo
y encuentra letras en la sopa
aunque sea de habas
estrellas en el horizonte
aunque sea de espejos
es una esfera
o alma de una
cierra los ojos
y halla en la oscuridad
mundos imposibles
o posibles estratagemas
para resolver un problema
que aún no existe
quien lee a veces habla como si
vislumbrara el futuro
la gente a su alrededor le pregunta
sobre lo que contiene
en su bolsa de pensamientos
y le graban en madera o papel
con la memoria veloz
o en un celuloide
alguien que lee incluso, a veces
escudriña libros o los escribe
o dicta secreta mente a otros
que escriben lo que otras mentes
leen en el silencio
y sus infinitas tachaduras
son personas habitadas por personas
una especie de hervidero que vibra
y a veces se desborda en palabras
que dan mensajes confusos y directos
casi no hablan ni estudian
leen lo marchito de las flores
son como una mujer que entiende
en su cuerpo el funcionamiento del cosmos
o las sibilas que tejen el manto sidéreo
] en donde nadie oye mas que ellas [
y comprenden todo por un instante
y luego ante la dicha del amanecer
comienzan a deshilvanar la luz
en hilos de extraños colores
cada día es un lienzo
que sirve a otro de chal
toga o vestido de noche
las lectoras son niñas
pupilas que danzan entrecruzadas
y traducen como las piedras
cada flujo en cada cosa que pasa
y las anudan al hábito de su cuenco
en donde reciben la luz del día
parecen vestidas aunque caminan desnudas
son un libro que flota en el agua, un lirio
que baila, ese ojo que miraba
y se hunde en la nada
manos que palpan el papiro del atardecer son
y las deltas que dejan los barcos leen
igual que las grietas sobre la arena
o las arrugas de una sonrisa
o la espina dorsal del navío
que se hunde en el horizonte
les cautiva la vela en el lomo de un pez
o el asta más alta al fondo en un vaso
leen las sombras
y entienden la sinfonía de los grillos
cultivan el caos del ruido
y lo silencian
he ahí su página en blanco

Autor
Andrés Cisnegro
/ Ciudad de México, 1979. Poeta. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM y Comunicación Social en la UAM. Camisa de once varas (2022) es un recuento de sus primeros veinte libros. Recientemente fue realizada por Artepoética Press, en Nueva York, la edición bilingüe de Llegada del Malnacido, con traducción de Christopher Perkins. Poemas suyos han sido traducidos al náhuatl, francés, inglés, árabe, portugués y griego. Su más reciente libro es Nuestro derecho a la locura (2024).