diciembre 2024 / Inéditos

Técnicas para matar un huracán

 
El río que matamos

Se oía como el llanto de un trueno.
Llegamos a pensar que tal vez era el alma en pena de un volcán con ira.
Pronto supimos que un lagarto de hambre le había roto la garganta al río.

Corrimos con vendas de urgencia a coserle los ronquidos.
Pero no hubo forma de atajar el murmullo
y menos los rumores del agua ya sin aire.

Tenía la cola alicaída como un árbol cuando pierde el equilibrio.
Alguien dijo que lo mejor era matarlo de un balazo.
No había caso que sufriera más.

Lo amarramos del hocico y a rastras lo llevamos a un barranco. 
Sonó el balazo.
Se oyó el resuello.

El río cayó sin habla a la orilla de su cuerpo.
Ni una gota de sí quedó en el aire que dolía.
Ahora el resoplo que se oye es un insecto,
un animal de monte que tal vez escapó con vida
o quizá esto que desagua la tristeza es un fantasma
               un río sonámbulo
               que va de pueblo en pueblo
               sin saber que lo matamos.


 
Abuela cierra con rosarios las puertas de la noche

Mi abuela cierra con rosarios las ventanas del demonio.
Afuera gruñe el miedo en su guarida
y no hay modo de taparle la boca al viento.

El río tiene albergues en el bosque
donde esconde el humo de sus vicios.

Mi abuela golpea los santos
que lleva ocultos en el pecho.
Aúlla letanías en la cueva de su insomnio.

Exorciza los coyotes que la llaman desde lejos.


 
Técnicas para matar un huracán

Cada vez que el viento le arrancaba el techo a la casa
el abuelo
   furioso
afilaba puñales para desollarlo vivo.

Pero el viento era un borracho más en la cantina
otro más que se golpeaba la cabeza en la pared del baño.

Quizá por eso abuelo nunca le cortó la yugular.
Pero dejaba cuchillos en el patio
con el filo abierto
como si fueran tigres entrenados
   tigres que le arrancan
   el pulmón a los fantasmas.

Desde luego los huracanes
no volvieron a patear la casa.


 
Asma

Yo nací con un gato adentro que maullaba noche a noche.
Dormido en mi pecho hablaba de los truenos
en una lengua de fantasmas.
Mi madre lo alimentaba con aceite de tomillo
pero el gato quería conocer el aire
   quería conocer el aire
y me aruñaba los pulmones
como si ahí estuviera la puerta de una cárcel.

A veces tapaba mi faringe con orugas
y no había otro remedio que matarlas
con el ruido de un caballo.

No servía el humo de los grillos
ni el agua de la piedra virgen.
El gato quería conocer el aire
   quería conocer el aire
y yo escuchaba sus rosarios
y las uñas del insomnio
y un pequeño colibrí encerrado
en el fondo de su pobre pecho.

Tal vez lo asustó la yerba de mascar recuerdos
que tenía mi padre
o quizá la aguja de tejer hechizos
con que hilaba abuela
las palabras de cada día.
El caso es que una tarde       
   no sé cómo
el gato abrió mi boca
y saltó por la ventana.


 
La congoja

A mediados de noviembre algún dios borracho vomitaba el cielo.
Lo recuerdo bien porque los perros se convertían en pozas de agua
y el río
   atragantado de lluvia
corría a guarecerse en la cocina de mi abuela.

Se nos mojaba el hambre
y el agua de lavar el miedo.

Un ratón a punto de morir era el sol de aquellos días.
Entraba por las rendijas
y pedía
   casi a oscuras
un poco de alcanfor para sus huesos.

Las ánimas benditas del Santo Purgatorio
oían por las noches nuestros ruegos
   y a pesar de los barriales
venían a calentar el humo y la ceniza
pero la santa voluntad de Dios es así
   dice abuela
y nadie seca
   sin su mano
la humedad de la pobreza.

 
* Poemas pertenecientes a Un río sonámbulo (2023), publicado por Editorial DALYA.
 
 

 


Autor

Carlos Manuel Villalobos

/ San Ramón, Costa Rica, 1968. Ha recibido, entre otros, los premios de Cuento Ciudad de Coria, el Internacional Diario Jaén de Novela Corta, el Internacional de Poesía Vicente Rodríguez Nietzsche y el Internacional de Poesía Dolors Alberola. Es autor de Un río sonámbulo (2023), Cambio de Dios (2023), Fosario (2022), Altares de ceniza (2019) y El cantar de los oficios (2015).

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