Juan Vadillo, Tu cuerpo es un jardín de mil instantes, Bonilla Artigas Editores, México, 2023, 64 pp.
Éste es un libro raro en estos tiempos: tiene ecos de poesía provenzal donde la amada, lo amado y extrañado se proyectan en una atmósfera metafórica y se recorren como un jardín de ensoñación. Me recuerda, por una parte, a Aurelia de Gérard de Nerval, donde una mujer se aparece en los sueños del autor transformada en un jardín y después él se entera de que ella ha muerto. Nerval reconoce haber escrito esta pequeña novela como una continuación del fervor suscitado por una pasión amorosa que sintió por una actriz. Hay, a la vez en este de libro de Juan Vadillo (Ciudad de México, 1970), una forma directa ―muy a la manera de Xavier Villaurrutia― de abordar la ausencia y el deseo como realidades, que el autor sopesa detalladamente y a las que da cuerpo con las palabras, al tiempo de reconocer su vacío y su calidad de espejismo.
Villaurrutia prologó la novela de Nerval en un texto donde considera que su romanticismo, el cual incorpora el sueño y el delirio como realidades poéticas, es más que el de Baudelaire, verdadero antecedente de la modernidad. Por tal razón, este libro de poemas de Vadillo me hizo pensar en que su poesía sigue otra posible modernidad poética: no la derivada de Baudelaire, sino una que, más que contemplar lo real, se sigue en el sueño con todos los riesgos que implica, dándole a los versos una trama emocional y racional difícil de sostener y de hacer coincidir, e incorpora en ella al surrealismo como también lo hizo Octavio Paz. Se trata de la modernidad que siguieron el propio Villaurrutia y Gilberto Owen, en la que la ensoñación es la guía. Dice un poema crucial en este libro:
si acaso en un reflejo se revela;
lo cierto es que su imagen delirante
le da sentido a todo lo que toco,
a todo aquello que respiro y siento.
Su imagen delirante y afilada
que rasga el velo de la desmesura
de toda la belleza que conmueve,
navaja entre los versos y los cantos,
del filo de la vida aprisionada
por la respiración que se consume.
En Tu cuerpo es un jardín… se despliega un erotismo que viaja con la luz por ausencias, sensaciones y recuerdos fugaces. Al ponerlo en palabras, éstas traen el instante de pensar y sentir lo deseado; lo hacen durable y lo convierten en espejo o en un reflejo que puede bañar la realidad y que duele como algo que se ausenta. Dice uno de los poemas:
un verso que cabe en una sílaba,
donde, a su vez, caben los años,
como una cajita china en otra cabe,
el gran misterio de los años.
Esta estrofa también me hizo pensar en el hecho de que Vadillo es, además, un músico para quien los versos pueden hacer lo mismo que las notas musicales: comprimir y abarcar el instante evocado para poder ejecutarlo en diferentes momentos, captarlo en notas, seguir su partitura. Estos poemas son partituras que leemos de oído. Y él les ha dado a muchos de sus versos la forma de endecasílabos, pero, en general, están escritos en verso libre sin ningún patrón ni rima predeterminada, como si los versos, al igual que la música flamenca o el jazz, fueran por sí mismos una búsqueda, un seguimiento de evocaciones y nostalgias, siempre como trabajo en proceso. Dice otro de los poemas:
que crecerá con su luz algún otoño,
perdiéndose en la memoria de los sauces,
como una nota que entraña una palabra
extendida sobre el azar del pentagrama,
en el compás que quiebra el movimiento,
de la música que mata en cada pulso.
Como en el “Soneto de la esperanza” de Villaurrutia, hay en los poemas de Tu cuerpo es un jardín… esta misma intención de capturar esos instantes del deseo en que el amado o la amada se transfiguran gracias al movimiento musical del pensamiento; pero, al contrario que Villaurrutia, Vadillo no quiere anular el movimiento del cambiante y fugitivo ser de la persona amada en su propio pensamiento. Más bien, quiere seguir el movimiento de una partitura que el ensueño le dicta al azar. Dice en uno de los últimos poemas:
Y la esperanza en vano se alimenta
de imágenes eternas y fugaces
bordadas sobre la tela
de la memoria herida por la luz.
El árbol del jardín ha florecido
de lágrimas que cuelgan como frutos
en las ramas más hondas del invierno.
Abro el abecedario de un jardín vacío,
la nieve cubre el dolor de su belleza,
y el agua helada del aljibe
dibuja su rostro en un espejo.
En el reflejo yo estoy prisionero,
las puertas del jardín están cerradas,
la sombra de su ausencia es ya mi sombra,
su piel que nunca siento malherido
resuena entre las bardas de cipreses
y en su fuente diáfana y nocturna
la gota de un instante ha congelado
el brillo de mi ardiente corazón.
Hay, en estos poemas, una negación a contenerse como la de Villaurrutia y una pasión de fluir que, como el agua en el invierno, se puede congelar y convertirse en espejo y cuchillo. Como si los versos fueran el agua que, en distintas oleadas, llega a la playa y forma la marea.
En Tu cuerpo es un jardín de mil instantes, la obra negra de su construcción literaria queda a la vista. Ello, sin embargo, no le quita la frescura existencial que toda poesía requiere para enfrentar los hechos sin temor al lugar común, proporcionando siempre nuevos matices tanto en las metáforas como en el abordaje de las emociones. Hay aquí una gran cultura literaria, sin erudición ni engolamientos; sólo la necesaria para poder seguir lo que persigue: cautivar al lector con una trama de ensueños y hallazgos.
Autor
Alicia García Bergua
/ Ciudad de México, 1954. Poeta y ensayista. Es una de las coordinadoras del portal-taller de escritura creativa en divulgación científica Cienciorama (Dirección General de Divulgación Científica de la UNAM). Autora de los libros de poesía Fatigarse entre fantasmas (1991), La anchura de la calle (1996), Una naranja en medio de la tarde (2005), Tramas (2007), El libro de Carlos (2007), Ser y seguir siendo (2013) y Canciones en voz baja (2021), así como de los libros de ensayos Inmersiones (2009) y La lucha con la zozobra (2022).