1
En 1912 (Hart Crane sería un adolescente que
comenzaba a entrever su canteo por los chicos),
el empresario Clarence Arthur Crane, de Cleveland,
inventó los caramelos Life Savers, futura
metonimia sublime del pop americano.
[¿Es un espóiler
parodiar en un poema
lo sublime?]
Según cierta leyenda, la
(inexistente) hija de Clarence se atragantó una vez
con un dulce. Esto habría inspirado el orificio
de las pastillas. La realidad es más vitriólica,
como el olor a pudrición de los mercados: 1912
es el año del hundimiento del Titanic. Los salvavidas
habrán estado en el anhelo de cualquiera
que amase la tragedia o los barcos
transatlánticos. Si lo miras desde ahí,
no hay un salto demencial (la diferencia
es de τέχνη) entre el invento de Clarence
y los poemas de su vástago,
cultor de los oscuros calendarios de los reyes muertos
y de la ingeniería civil: puentes y grúas pastoreando nubes.
No quiero demorarme demasiado
en la icónica ironía que traza el hijo
del inventor del caramelo Salvavidas
arrojándose al mar para morir:
Hart Crane, pontífice, homosexual, alcohólico,
neoyorquino del midwest, rival de Eliot, heredero
de Emerson y Whitman, órfico clown
que saltó a las aguas del Golfo de México
desde el buque Orizaba tras recibir una paliza
el 27 de abril de 1932: veinte años y doce días
después del hundimiento del Titanic.
Hart Crane es el Titanic, Váruna abotargado
por su propio talento. Pienso en él,
fríos los pies al salir del infierno,
en esta noche helada
y las estrellas cintilan como náufragos.
2
Los primeros Life Savers eran blancos, de menta.
No dudo imaginarlos como una quemadura
subliminal en el pietaje del Titanic.
Las cosas que perdimos en el mar:
manos cortadas sobre la mesa de Monopoly
un parpadeo entre dos gaviotas
una mujer con una invocación en griego tatuada en la cadera
jardines japoneses de arsénico de cuarzo
los ojos sin alfanje del ahogado /
El pietaje que existe del Titanic:
la muralla cubista que zarpó de Belfast
durante un minuto justo
el capitán Smith en un puente de mando que
—dicen los enterados— es más bien el del Olympic
un panning de icebergs y un letrero de help!
que sólo pueden ser un reciclaje: docuficción avant la lettre
y los barcos de rescate llenos de periodistas / todo
trucado o alusivo: caída angélica en estado de remake /
Hart Crane es el Titanic.
Recuerdo sus últimas palabras,
no las que dijo a Peggy Cowley
antes de abandonar el camarote (I´m not
going to make it, dear, I´m
utterly disgraced), sino su dístico elegíaco
imaginario tras el salto,
a pie enjuto un segundo encima de las olas:
“La oscuridad empuña todo el Golfo de México.
“Yo soy ese caballo al final de la rienda.”
O, como observó Blackadder, capitán del SS Orizaba:
“Si las propelas no lo hicieron picadillo,
los tiburones no habrán tardado tanto.”
El pop es un espectro de la épica.
Intermedio
[Las Bodas del Cielo y el Puente de Brooklyn]
América, tú eres el continente sumergido,
Te Deum Laudamus,
eres la Atlántida, la Montaña de Hielo y el Titanic
(la cajita musical que continúa sonando partida en dos),
Suave Patria que se fractura el peroné en calles como espejos,
Erzulie que cambió su primogenitura por un plato de reguetón,
América, ésta es tu canción, I bring you back Cathay,
te lo he dado todo:
el poema concreto de la interrogación en un cuello de cisne,
la insurrección solitaria,
el establo y los veneros de petróleo,
el primer animal visible de lo invisible,
la mejilla en el cielo estrellado, la maestra rural,
la mar en su ola de salmuera, la tahona estuosa,
la vidriera irrespetuosa de los cambalaches,
la cadenita que quitaste de mi cuello,
el gato volador.
Joven abuela América,
Laudamus te, I bring you back Cathay,
te traigo el aullido en clave Morse de la decolonización
en escuelas de paga a donde van becadas
por una vieja Estatua hordas ilesas.
Qué solo voy a estar en este cementerio.
5
Te encontré en un burlesque vestida de Quetzalcóatl,
cantabas Did but a snake bisect the brake
My life had forfit been.
Te encontré en un burlesque vestida de Pocahontas,
clamabas “Baila, Macquokeeta, taxista salvaje del Bronx,
que los estudios culturales son sólo pop con culpa.”
Te encontré en un burlesque vestida de marinero borracho,
Los ojos VERDES, la testosterona volcada
en un estigma hipernasal, un espiráculo espumeante de rayas blancas.
Te encontré en un burlesque sin camisa, posabas
como el gigante de Certain-teed en los afiches de Herbert Paus y
empujabas el Titanic contra la quilla del Puente de Brooklyn y
bajo tu clara sombra queer la llama al aire
del acero transformaba en luz de plata
los rayos dorados del sol.
Te encontré en un burlesque vestida de Dios: eras voz de motor en una nube,
y tomabas a Walt Whitman de la mano,
y caminabas por la playa recitando: “Ah, Love, let us be true / To one another!”,
y la portada de The Velvet Underground & Nico cintilaba en tus ojos de anime.
Te encontré en un burlesque vestida
con mi uniforme de sexto de primaria:
apedreabas el muro de adobe
de la fábrica de harina donde vive
un alicante colorado/
Te encontré en un burlesque.
Oh tu Mano de Fuego, un baile de serpientes
bajo la luz artificial del National Winter Garden.
6
En “Cape Hatteras”, Hart Crane llama
a la energía de una planta eléctrica
harnessed jelly of the stars. Ahí abajo
se asoma Jules Laforgue: Ríe el viento en los pinos
con que harán ataúdes.
Cinco estrofas más tarde,
se invoca la mirada de un piloto aviador:
Thine eyes bicarbonated white by speed.
Una década antes, Ramón López Velarde había escrito
ojos inusitados de sulfato de cobre.
Más allá de las efigies están las herramientas.
La desinencia.
La covalencia:
mefistofélica amistad
de los poetas
que conversan sonámbulos
entre los pliegues de las cosas.
7
Hart Crane es el Titanic, arcano que se abre
al tañer su relámpago en praderas acuáticas
de hierro y tiburón: aspas, torre excavada
en la idea salvavidas: terso infierno de piel en fosas congeladas.
Como si todo lo que pudiera suceder
sucediera en otro mundo: “Coronados de fauces,
Los-Que-Entran-Huyendo; casi todos beben sólo
agua de animal mimado.”1
El usuario escucha a los vecinos cantar toda la noche.
Ni dormido
ni en llamas.
Porque el pop es para siempre.
La experiencia de la muerte del ojo del tigre.
La idea de que la oscuridad posee un rostro, pero la luz no.
* Poemas pertenecientes al libro La parte quemada, Universidad Autónoma de Zacatecas, 2023.
Autor
Julián Herbert
/ Acapulco, Guerrero, 1971. Es poeta, novelista, cuentista y ensayista. Ha recibido el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen, el Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola, el Premio Jaén de Novela y el Premio de Novela Elena Poniatowska, entre otros. Es autor de una decena de libros de poesía, entre los que se cuentan Kubla Khan (2005), Pastilla camaleón (2009) y Las azules baladas (vienen del sueño) (2014). Su libro más reciente es Suerte de principiante. Once ideas sobre el oficio (2024).