Textos

Ulber Sánchez Ascencio, Oscura sal, Nueva York Poetry Press, col. Tránsito de Fuego, 2022, 112 pp.

 

 

Pierde el alma su sal, su levadura,
en concéntricos ecos sumergida,
en sus cenizas anegada, oscura.

Octavio Paz

Parto del título Oscura sal, el libro más reciente del poeta guerrerense Ulber Sánchez Ascencio (Tepetixtla, Guerrero, México, 1978), igual que se parte de la casa hacia algún destino incierto o como un relámpago que nace entre las nubes y va dejando en el camino una estela de sombra y de luz. Cuando leí el libro por primera vez me generó cierto destello, no sé si por la palabra “sal”, por la oscuridad contenida o por lo paradójico que resulta el nombre completo. Quizá fue el cambio semántico que el autor imprime al combinar los términos, donse busca y encuentra la esencia íntima y trascendente del título, representado metafóricamente por la sal y el adjetivo femenino “oscura”.

Dice Plinio: “Nada es más útil que la sal y el sol”. Si bien la sal es incolora, la sal que recuerdo de niño tenía un color rosado o blanquecino. Mi madre nos llevó algunas ocasiones a una comunidad de la Costa Chica que en el arco de acceso dice: “Bienvenidos: Ojo de Agua, Las Salinas, Guerrero”. Menciono el dato porque aquí vive mi familia materna pero, sobre todo, porque la infancia me viene a la memoria. La sal que vi (que olí, toqué y comí) en este lugar brillaba hasta de noche. Escribo sobre esta experiencia con la intención de que el lector, al igual que yo, ascienda y descienda en este mar afable que mora en las páginas del libro, y cuyos versos servirán de balsa y remo para anclar en el muelle de algún poema.

Es cierto que en la poesía, como en otros géneros o disciplinas artísticas, el título no necesariamente refleja el contenido. En este caso sí están tejidos uno con otro como la red en las manos del pescador. El poeta bebió agua de mar para dejarnos restos de ese naufragio: afinidades, gratitudes, dolores, libros atesorados. La voz lírica es consciente de los personajes que desembocan en torno a ella: el padre, la madre, el hijo, los ahogados, los migrantes. Cada uno influye en su fondo y forma, y muta en el poeta a lo largo del libro.

Regreso a la primera vez que abrí Oscura sal. Estaba frente al mar, ese monstruo que todo el tiempo parece que amenaza con levantarse de su cama de piedra, ahí donde reposa desde antes que asomara el ser humano. Pienso en el niño que se acerca a la playa con incertidumbre, en la mujer que sube a una lancha para arrojarse al agua una y otra vez, como quizá yo me arrojé a este libro en cuyas venas fluye el mar y su constante transformación.

Entonces lo entendí: el amor es volver a casa para
marcharse de nuevo.

Poemas de versos cortos, cadenciosos, prosa concisa y tratada con soltura. Poemas que abrigan al cambiar de página, con sensaciones térmicas y cálidas a la vez. Un libro que incorpora a la unidad e intimidad de su voz las voces de los demás, esos otros a quienes el poeta ha leído e imaginado desde la vida propia y la hoja en blanco. Por una parte, el poeta nombra la sal desde la memoria; por otra, deja que el lector camine y mire hacia atrás con la curiosidad de Edith, la mujer de Lot convertida en estatua de sal.

Más allá de la curiosidad, el poeta tiene como herramienta la generosidad de los buenos pescadores al momento de repartir la pesca, es decir, al momento de pescar cada palabra y ajustarla de manera que el lector encuentre en la orfandad, la migración y la madre, una fuente inagotable del libro. De esta forma el poema es una fuerza que trastoca la vida y la muerte sin miedo a evitarla, no por soberbia o pretensión sino porque está consciente de su facultad para evocar la muerte. ¿Será ésta la muerte la única forma real de migrar?

Los muertos migran como el olor del café a las cinco de la
mañana. El domingo sigue su camino en la memoria. Las
preguntas de mi hijo marchan a mi corazón. Afuera, cerca
del jardín, crecen más preguntas.

El libro está dividido en tres partes: “Luz paterna”, “Razones del migrante” y “Oscura sal”; cada una de ellas está compuesta por veinte poemas. En la primera sección, el poeta recrea un diálogo íntimo con el padre; se trata de una conversación horizontal en el presente pero que sucumbe en la infancia, desde la que el yo poético señala a su interlocutor.

No se escribe para regresar al padre que nos abandona sin dar ninguna explicaciones, ni para desterrarlo de nuestra vida porque hubiese sido mejor que nunca se quedara en casa. No es a través de la poesía que regresamos a la infancia sino que, a través de la conciencia de un adulto, la poesía nos pone en ese puente donde la vida y la muerte se encuentran ante nuestros ojos.

Mi padre es un mapa en lontananza:
hombre extraviado en una ventisca de relámpagos,
luz paterna que teme a la belleza del olvido.

Hay padres que se ahogan de tanto migrar y que sólo regresan para perturbar el corazón de sus hijos; padres ahogados en alcohol y padres que aparecen carcomidos por aves o peces carroñeros, con la ropa raída en la orilla de alguna playa. Quizás el personaje del padre sea para el poeta un migrante que se fue, no para convertirse en mejor padre sino en esclavo de su tiempo.

Te vi invocar relámpagos negros en tu ebriedad.
Sin embargo, el agua cubría tu soberbia.
Padre:
eres dios de sal y de rocas.
En vida fuiste el borracho del puerto.

El diálogo cambia en “Razones del migrante”, la segunda sección. Ahora es el padre quien asume la voz. El poeta traza un vaivén religioso y mitológico en el poema a través de su experiencia cotidiana y de su reflexión metalingüística. El libro no transcurre durante la noche sino a la luz del día. La oscuridad es una metáfora del alma en conflicto consigo misma. Se advierte un panorama de símbolos oscuros que nos recuerdan el mundo onírico y el tono melancólico.

A veces quisiera esconderme de tu mirada, por eso la
oscuridad es un invento en mis párpados. Quisiera que no
hubiera explicaciones. La tarde es el vuelo de las aves que
se marchan para no volver. La última vez que supe de
ustedes fue por la muerte del pez, en la quietud de sus ojos
brotaban ángeles ebrios. Toda nostalgia es un pez en su
morada de mar, todo pez migra para no volver.

“Oscura sal”, última y homónima parte del libro, se centra en la madre y su complicidad con el poeta; cuenta las cosas que ambos creían perdidas o, al menos, olvidadas. Ulber Sánchez Ascencio se somete a la reflexión para afrontar el desamparo y la enfermedad de la madre protectora, el carcinoma contra el que ella lucha. Los poemas, sin más arropamiento que unos corchetes, mezclan el pasado y el presente a través de marcas en un calendario personal.

Día 3 / Recordando

[El árbol de nísperos crece como los sueños de mi hijo. El
níspero es la edad del padre que fija la anchura del mundo.
Aquí, lo siento sombra, dolor de púas, tangible y gradual.]

 

 
Entrevista de Germán Carrasco a Hernán Miranda Casanova.

 
Una de las pulsiones de la poesía chilena es el inmensismo y la gravedad. Una de muchas, pero es particularmente negativa. Quien más sufre o ha sufrido obtendrá el trofeo de poeta único de la patria. Los adolescentes creían eso y en sus performances se veían, incluso, automutilaciones. Frente a lo inmenso y grave, hay otras pulsiones que me parecen más inteligentes y amigables: Hernán Miranda Casanova (Quillota, Chile, 1941) y su “Insectario”, Gonzalo Millán (Santiago, Chile, 1947-2006) y su Virus. (Otras pulsiones importantes son el sentido del humor del que se extrae una lección profunda en el caso de Elvira Hernández [Lebu, Chile, 1951], o el cuestionamiento de la materia verbal y la incorporación de una conciencia crítica en el caso de Enrique Lihn [Santiago, Chile, 1929-1988].) Pero nos centraremos en la mirada a lo pequeño, en el aspecto en vez de la totalidad: la metonimia. Aquí aparece Miranda Casanova.

Hernán tuvo que salir del país por razones obvias durante la dictadura; trabajó como periodista en Buenos Aires. Es curioso que el Zeitgeist sesentero no esté presente en su poesía y que ésta sea leve, no autoritaria, sin verdades escritas en hierro. Donna Haraway habla de critters, bichos, que pueden ser insectos, dispositivos informáticos o una mezcla de ambos; con ellos tendremos que convivir y morir en un mundo que colapsa por su sobre explotación. (Habrá que retomar la conveniencia con todas las especies en un mundo perforado por la sobreexplotación neoliberal, depredadora de la tierra.) Frente al inmensismo y el terriblismo, los critters, la anulación de las pretensiones wagnerianas, el adiós al superhéroe y a lo fálico. Frente a ello, el aspecto, la voz baja que permitirá escucharnos, la levedad y el oxígeno: elementos que encontramos en la poesía de Hernán Miranda Casanova.

Departamento del poeta Gustavo Barrera Calderón (Santiago, Chile, 1975). Uno de los más claros exponentes de aquella voz baja y templada, de la falta de énfasis, de la serenidad no escapista… Atributos todos que comparte con Miranda Casanova y una línea —no linaje, canon ni patota— de poetas opuestos a lo que se suele valorar en la poesía por estos lados del mundo: la queja estridente, el alarde que, creemos algunos, proviene de un catolicismo deformado, de años de explotación, de la orfandad constitutiva de Chile. Algo de razón tienen ambos en creer en la condena y en las desgracias personales que hacen extensivas al país. Resulta bastante desigual subirse al ring contra el poder del dinero y los medios de comunicación financiados, que son la muerte de todo nuestro sistema de valores culturales. Agréguese a esto grupos y minorías que compiten por ver quién sufre más, como en la película de Guy Maddin, La canción más triste de la tierra (2003). Estas competencias por ser el más amargo los hacen leer a Philip Larkin y Emil Cioran sin considerar sus contextos o, sintiéndose parte de una hermandad universal del dolor, se ponen a rezar y confunden el poema con la plegaria. Ello los exime de su acción social, de sus responsabilidades como profesionales, como hombres y mujeres de letras.

De cualquier manera, nadie escucha cuando uno quiere dar un punto de vista diferente: “Si no hacemos algo, nos van a masacrar; es absurdo que estemos aquí escuchando música de la nueva canción chilena: ‘El pueblo unido’ o ‘Venceremos’; es ridículo el uso de esa conjugación en futuro con tanta seguridad. No, no venceremos si seguimos cantando ‘Venceremos’ como si nada pasara allá afuera; si nuestras radicalidades, en vez de atraer amistades, asustan a la población”. El cliché del río revuelto donde ganan los malos y hacen lo que quieren con el país. Sin embargo, hay gente que reza en silencio y que no jode al de al lado porque le reza a un dios distinto. Quizás algo como eso es la poesía.  

La de Miranda Casanova y de los poetas que menciono es como un árbol: no acusa recibo de las agresiones o de los juegos poco limpios que se dan en el campo cultural. Lamentable, pero es así; no tenemos capacidad de unificación de fuerzas como gente de la palabra, las radicalidades académicas carecen de conocimiento territorial (o sea, de calle). Y asustaron a la gente. Cuando ya es difícil hacerse entender con ideas simples, las radicalidades tenían —un clásico de la izquierda— mil divisiones entre ellas, hasta formar grupos o partidos políticos compuestos por un solo integrante. La adoración del mártir reemplaza, en nuestro país, a la del quien trabaja silenciosamente sin lenguajes hímnicos que se arrogan la representación del dolor del pueblo. Creer que cada grupo o persona representa a toda la comunidad, fue una de las lecciones más fuertes de la derrota en el plebiscito de salida. La poesía de Hernán es la voz receptiva que hace y hará falta en tiempos de unificación de energías. Una voz por lo demás ocupada en momentos fundamentales: la trinchera, los ejercicios amatorios, los funerales.

En una ocasión, el poeta Carlos Henrickson (Santiago, Chile, 1974) defendía a brazo partido La nueva novela (1977) de Juan Luis Martínez (Valparaíso, Chile, 1942-Villa Alemana, Chile, 1993), un libro vanguardero, lleno de fotografías y materiales no verbales, donde es difícil encontrar un poema bien escrito que simplemente emocione. Le dije al poeta Henrickson que libros como el que defendía se habían escrito por docenas en Europa durante los siglos anteriores, que había que leer a Jlébnikov o a varios otros antes de creer en cualquier tipo de originalidad. Pero Henrickson se negaba a bajar su bandera. “Yo prefiero la poesía de Hernán Miranda”, dijo el poeta Sergio Muñoz (Valparaíso, Chile, 1968), más para güeviar a Henrickson que por convicción, sabiendo que éste picaría el anzuelo. (Son muy amigos y los amigos pueden tomarse el pelo. La poesía no se trata de un Boca-River ni un Neruda-De Rokha a muerte; por eso es absurdo comparar algunos lenguajes —el de Miranda Casanova con el de Martínez, por ejemplo—, aunque hacer perder la paciencia a quienes crean un culto de cualquier cosa, siempre es divertido.) Sin embargo, había algo en lo que coincidíamos con el poeta Muñoz y era en la honestidad, en la mencionada voz baja como balsa para polizontear intuiciones y reflexiones sociales.

Y recordamos algunos poemas de Hernán. Su constante alusión a los insectos o critters siempre amenazados por un poder mayor y la conciencia de esa amenaza; al amante que, cuando la amada lo deja, se convierte en una especie de insecto. La observación —o, más bien, la contemplación— casi como técnica meditativa, la fusión con el paisaje para ver lo que hay en él, son dos de las virtudes que se desprenden de la obra de Miranda Casanova; poemas planteados desde ciertos resquicios y espacios imperceptibles que se vuelven imagen pero nunca visión.

Hay un eco de la naturaleza desértica que sólo le quedaba bien a Juan Rulfo en México. Hay una grandilocuencia que sólo funciona en el Neruda de las “Alturas de Machu Picchu”, en el caso de los Andes y del Cono Sur. Hoy no son esas voces las que se necesitan, sino la baja que va a posibilitar nuestro trabajo de hormigas, en equipo, para poder sobrevivir un rato o morir juntos con cierta dignidad. Esa voz está presente en la poesía de Hernán Miranda Casanova. La imagen del maestro y la autoridad, tan valoradas en México, y la del vate sagrado que canta el dolor de los pueblos son una falacia. Autoritarismo patriarcal, estéril. No sirve. Ni para resistir ni para unificar fuerzas.

“Un librero me dijo que una persona compró el libro pensando que era un manual de magia para aprender a adivinar el futuro”, contó el poeta Hernán hace años al referirse a su primer libro, Arte de vaticinar (1970). Sin ser un oráculo, la poesía es capaz de presentar lo que está pasando en el territorio durante una época determinada.   

Comenté esta anécdota a Daniel Freidemberg (Buenos Aires, Argentina, 1945), amigo y colega de Hernán Miranda Casanova en Buenos Aires. Freidemberg se alegró cuando dejé clara mi admiración por el poeta chileno más quitado de bulla que conozco. Recordamos que Hernán había escrito el mejor poema sobre el golpe de estado o sobre la poesía misma. “Doralisa se lanzó bajo el tren de las 14” puede ser la muerte de un modo de expresión o la muerte de una forma de entender al país. Se trata de un poema que debería estudiarse, leerse y discutirse en todos los colegios, bares y universidades con sus cursos sospechosos de Escritura Creativa. La inmolación, el sacrificio, la belleza desperdigada que arrolla el tren. Quizás al poeta le sea dado reensamblar esos trozos de belleza desperdigados sobre los rieles. Quizá esos trozos sanguinolentos sean las llaves que abrirán la puerta a ese bello cuerpo voluptuoso cuya desnudez añoramos, aguantando el llanto.

Y Henrickson, Muñoz y yo bebimos en silencio, mirando cómo caía el sol desde un departamento en Playa Ancha, haciéndonos bajar la voz porque sólo de esa manera se puede decir algo.

Valparaíso, septiembre de 2022

 

Crítica literaria chilena en el Periódico de Poesía de la UNAM (México) y en Vallejo & Co. (Perú)”. Proyecto seleccionado por el Fondo del Libro y la Lectura del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio 2021.
Responsable: Rodrigo Landau.

 

 
Diurna

… y siempre me quedo
un poco más allá
o más acá del día.

Por la mañana,
su luz
me pierde en ensoñaciones.

Horas después,
la bisagra del mediodía
me muestra
el tiempo derramado
sin regreso.

Oh los días bellos,
ajenos y libres.
No saben nada
y todo lo conocen.
 
 
 
Barrer

Amo los actos más simples
por ejemplo, en la mañana,
barrer,
barrer la calle,
el patio.

El ruido de las hojas
me conecta con la tierra
y con el tiempo
(estas hojas son de ayer,
y cuando las dejo varios días
en ellas se forma un bosque).

Barro,
y cada pensamiento innecesario
se queda atrás.
Desaparecen
la ciudad, sus ruidos.

Vuelan las hojas, bailan,
alegres en el ritmo de mis brazos.
Mi escoba
me regala el placer
de mirar sin despojos ya
calle, patio y mente,

listos para recibir
las hojas que caerán hoy
y barreré mañana.
 
 
 
La alegría

                                                                                                        La más honda verdad es la alegría.
 
                                                                                                        Claudio Rodríguez
 
 
¿De qué oscuro latido,
en qué filamentos de luz
nace la alegría?

¿Por qué aún en medio de las sombras
surge, obstinada como flecha
que la tormenta no desvía
del blanco?

Recién nacida eterna,
sus manos ávidas
no se cansan de lo simple,
de la tierra y su olor elemental,
y ni el revés ni el golpe la destruyen.

No es necesario que llegue en medio
de la novedad o el fuego,
no desplaza mareas ni continentes
pero mírala aquí, en el pico
del gorrión que busca el pan de la mañana.

Hay alegría
en el vértigo del sueño
en las sombras de los árboles del patio
en la serenidad de los encuentros merecidos.

Es una principiante la alegría,
alzando en el aire sus pequeñas alas
antes de que la razón las corte.
 
 
 
Cóncavo, convexo

¿Qué dicen esos muros,
esas sombras sobrepuestas,
pasadizos donde objetos y cuerpos
huyen de la ley de gravedad?

Como hipnotizada miro
escaleras que suben o bajan
y suben y bajan a la vez,
luz y oscuridad como un arlequín
danzando entre el día y la noche:
ese mundo
es siempre otro, nada
es ahí dos veces ni es nunca
nada más lo que parece:

en un pasillo una mujer avanza
llevando una cesta hacia escaleras
que llevan a otras escaleras,
entre columnas y seres que tocan trompetas
celebrando… ¿ritos, anunciaciones?,
mientras, cerca y lejos,
dos salamandras se enfrentan
y hay un hombre doblado sobre sí mismo,
en el suelo, acaso perdido o soñando,

como yo, que después de mirar
largo rato los pliegues y claroscuros,
siento que avanzan
y toman posesión de mi mañana
que antes era simple,
y la transforman en tarde o noche;
mis ventanas en puertas,
a mí en alguien más,
tal vez esa mujer que lleva una cesta
a la orilla de ninguna parte…

soy un personaje más en una litografía
de Maurits Cornelis Escher,
y entonces despierto.
 
 
 
Destierro

Muy lejos,
no sé dónde,
en qué rincón
languidecen,
íngrimas,
solio, feraz, blandengue, expolio,
aburridas con tirria,
befa, mofa y descalabro.
Nadie se arredra para apartarlas,
como apestadas lucen
el polvo entre sus sílabas
canas, enmohecidas.

Ya pocos sacan de su encierro
a ofidio, pórfido, lábaro,
Pocas veces cíngulo ciñe,
olvidados cántaro, alabastro, palio,
historia remota opalescente,
inmarcesible, desastrado.

Por las noches
se dan cita
en las páginas
de provectos diccionarios
que antes pródigos, altivos,
ahora caminan soturnos
al anaquel de lo inservible.

Abalorios moribundos
en el talud del tiempo;
afónicas y agónicas
pedrerías para nadie.

 

* Poemas pertenecientes al libro Lunática/Moonstroke, que será publicado este año por Darklight Publishing, Nueva York/México (con excepción de “La alegría”, que formará parte de un libro próximo).

 

 

Cuando la abraza su padre, usted siente:

a) temor

b) euforia inesperada

c) eso nunca pasaría

 
No es
desde su nacimiento
yo sabía que no
era normal
una niña muy rara
fueron las drogas
muy ensimismada
algo químico
no jugaba con nadie
pero el psicoanálisis
yo la quería mucho
siempre dirá
pero era muy difícil
que fuiste tú1

 
Despierta princesa que te tengo una sorpresa, pronto serás una mujercita y yo

 
 
 
 
la    tierra
       naturaleza
La
cura
no
es
circunstancial

 
¿Te acuerdas princesa de cuando naciste? Eras tan pequeña, tan frágil, me enamoré cuando te vi, me enamoré por primera vez, todo flotaba, todo, a mi alrededor, y tus ojitos, y manitas, y piecitos, y yo, eras una cosa preciosa2

 
 
 
 
Cien por ciento
natural
tómela tres veces al día
pero
no con alimentos
como su tía
si no
las malteadas
no le van a servir de nada
usted cree?
su desayuno y además
la malteada3
Clarita, tienes que comer bien
para ser grande y fuerte
y un día

 
 
 
 
A veces, las princesas salen de viaje
los súbditos saludan
deslumbrados

Clara no sabe qué decir
pero algo esperan de ella
palabras suaves
elocuencia elegante
un verso delicioso
y sin embargo
Clara no puede hablar
algo se le atora en la garganta
es un recuerdo
en un lugar inexistente

Clara balbucea
sus ojos perdidos
confunden un tiempo glorioso
con otro

Hay un lugar en algún lado
donde nadie le hace preguntas
mientras tanto, sonríe

 
* Poemas pertenecientes a Princesas para armar (Palíndroma Editorial, 2022).

 


1 El 47% de las madres viven con el pendiente de que sus hijos vayan al psicoanálisis y las culpen de todo.

2 Ser una cosa
es equivalente
a un tesoro o
a una bolsa de basura
pero no te preocupes
criatura
el coco no existe.

3 Herbalife esconde en sus entrañas una sociedad matricial que regresa a los orígenes.


The Three Greyhounds

Adentro el bullicio y las seis cuerdas rápidas.
Una mujer reparte caderas bajo una luz,
y en los destellos de su pulsera dorada
   o en la hebilla del cinturón,
me parece ver más, como varias en un banquete persa.
El músico suelta una vieja fábula
   y las lenguas y espumas se vuelcan en la canción

De afuera, donde las nieves caen,
la escena habrá cobrado cierto patetismo
      un guitarrero, un viejo, una gorda
   y un argentino forastero
Pero el viento blanco ha congelado el Támesis
y Londres no es más que el buque y el ballenero estacionados
      el puente y el reloj

Basta con caminar hasta The Three Greyhounds,
escuchar la balada y llevar un vaso a la boca
para degustar los siglos,
y cerciorarse
      This moment exists and is real.

                     The Three Greyhounds, Londres, 2019

 
 
 

Alojamiento por una noche

                     A Stevenson

En la negra noche nevada parisina
Villon hunde sus huellas entre la ciudad dormida
y sueña con quitarse las botas mojadas y secar
sus pies junto al fuego    y un vino sobre la mesa
y sosteniendo su sombrero contra el viento
escoge una calle al azar y recuerda que debe
terminar la balada que había comenzado en la taberna

 
 
 

Ara no vei luzir solelh

En los suburbios de la muerte he visto
un monte a cuyo borde a paso lento camino
En esa frontera de sueño y fuego
he recorrido la senda     La P,
que no se ha borrado, que me han impreso
a hierro caliente, me tiene aquí

bebiendo licores en negras horas,
aunque allí es de día y es primavera,
balbuceando, aunque dé líricas flores,
arando al sol en la cima del monte
para que el verde, que todo lo cubre,
no trabaje sobre los cuerpos

Me desvelan la pena y el futuro
en el mar que es la noche detenida
como un fiero puñal de sacrificio
Mientras, duermo a la sombra de una rama,
y sufro y no sufro, y subo cada día más ligero
con los buitres desgarrándome un costado

 
 
 

Pensamiento

                     Que le ver déjà dévore
                     Cette chair de notre chair!

                     Alphonse de Lamartine

La noche sale desde adentro
   Pájaro antena casa
        se pegan en una náusea
y cien perros ladran desde lejos

La mano abierta de un árbol de invierno
sale de su tumba a buscarme
como a una piedra en el desierto

Yo intento salvar una línea
   pluma caída del día que fue águila

 
 
 

En el viejo jardín, Buenos Aires

                     Lympha, tamen, cursus agit indefessa perennis,
                     Tectaque qua fluxit, nunc et aperta fluit. 

                     Samuel Johnson

El sauce pereció bajo el hacha de una tormenta
   una noche en que la casa estaba vacía

Se ha ido la rama en que se hamacaron seis hermanos,        
en que a la tarde se escondían las aguas claras
donde me enseñaron a nadar

Viejo  
gigante   
aventado
nadie lo vio caer

Hoy, en el prado de siempre, el nido y la hamaca
se han deshecho con la sombra,
y cada tarde agonizamos al sol 

 
 

 
1

Entre dos inexistencias ocurre todo o nada, Ciervo,
y ese absoluto tiene entrada y salida.

Puede empezar en un portal oscuro, entre mesas vacías,
mientras alguien dice adiós:
ves la figura caminando, pero ha de regresar.

¿Entre dos inexistencias sucede lo que ha de ser?
¿Se sabe sin saber?

Se entra en la narración porque se lanzan los mensajes.
No importa si en principio o para siempre.

Ese es en realidad el estado perpetuo de las cosas.

Así pues, hay entrada y salida.
En medio lo posible imposible.

Un avanzar en carreteras donde nadie transita
porque ciertos mundos se acaban para la turba,
gracias a Dios.

Se pierde el interés por algunos paisajes,
entonces el abandono nos concede el milagro:
el heno que cuelga de los árboles te habla del destierro.

Te invita a entrar en él.

Los encinos cantan desde las raíces.

Ululan los espacios donde se esconde la distancia.
Entre más habitaciones más razones para encaminarse
hacia una posible desaparición.

¿Entre dos inexistencias se crea lo que se nombra?

Los seres, al escuchar, producen los sonidos.

Los ojos, al mirar, crean el color.

La lengua bebe del viento y se sabe viva, real.

En la medida del acontecer lo acontecido se manifiesta:
la hojarasca se troza bajo un peso constante.

Bajo la sombra del encino las lagartijas copulan.

Silba la luz.

Tras ese cordel se sigue penetrando, Ciervo,
sin ver aún el final.

Sigue siendo un entrar.

Un balanceo del zanate detenido largamente en la rama.

Un negarse del sol que intimida a las orquídeas.

Por ahora, sólo el heno, los árboles.

La sustancia de la historia de hoy.

Un mundo existe porque lo ves
y deja de existir sin que lo veas,
mientras alguien regresó
y se dirige a la salida.

 
 
9

En la cornamenta del Ciervo es de noche.
La oscuridad, poco intensa, nos rodea:
quizá salga la luna, quizá no.
Indecisa, como todo parece serlo ahora que el Ciervo trota
lentamente pues quiere descansar.

Nos echaremos a dormir en un paraje entre montañas.
Alcanzo a ver un par contándose cosas
mientras los árboles se agitan en sus cumbres
y se refugian en guaridas los gatos monteses
y las víboras.

Enciendo una lámpara que alumbre mi dedo herido.
Finge mi dedo. Por fuera es perfecto;
por dentro se ha descolocado, y duele.
Cualquier peso lo perturba. Es un dedo engañoso.
Anular sin anillo. Tuve para él un aro de plata
que nunca entró.
Tan delgado era como la hebra de un cabello.
Se partió y dejó a mi dedo solitario.
La luz de la lámpara que enciendo lo ilumina,
pero si la apagara, de cualquier forma, se vería.

Del centro de mi cuerpo brota la luz.
Hay una herida en él desde el esófago hasta el pubis,
donde el rayo me partió.

Es extraño andar así, con el ardor del rayo en las
entrañas. Voluntarioso es. Le da por encenderse
en las mañanas, sobre todo.
Lo despiertan los pájaros y no sabe decir No.

De madrugada aún, me levanto, pues,
con el rayo de mi cuerpo por delante.

Si quiero continuar mis rutinas, es necesario calmarlo
con lo que escurre de mí. Lo bebe y me deja descansar.

Pero esta noche el Ciervo parece más lento
que otras noches, y el rayo se adelanta.

Despierta antes de tiempo e ilumina el mundo.
Incluido mi dedo herido que, orgulloso,
finge ser feliz.

Enciende el olor del jazmín, cercano a donde
se escucha la oración del precipicio.
También ilumina el combate del volcán con la neblina
y el humo perdido de un cigarrillo.

Todo eso recorre el rayo intruso
desde mi entraña ahuecada.

Pero el Ciervo, con nobleza, se ha detenido
y promete que habremos de irnos lejos,
fuera de esos vendavales.
Lejos. Tal vez cerca del mar.

 
 
25

Recostada,
viendo las hojas del platanar.

Es la hora, la hora que vuelve.

Esa luz habla.

Su tibieza. Cierras los ojos.

En la alcoba: la misma hora, la misma
luz.

A un paso, la hierba, trinos de pájaros.

En otro país, donde te espera La concha verde,
alguien te cubre. Te ve descansar.

Has cerrado los ojos.

Afuera, cuatro pisos abajo,
la calle sin árboles,
la gente caminando hacia el bar de copas.

Adentro, calidez, primavera.

Por un instante
lo acontecido no sucedió.

A punto de abrir los ojos
alguien, ahí, mirándote, en la tarde de vencejos,
y aquella luz
un poco más oscura.

No habrás atravesado territorios, estancias,
monosílabos.

Vas.

Alguien espera en el sofá
bajo el resplandor de las pequeñas lámparas.

Te observa, otra vez. Vuelve a su lectura.
Sabes lo que piensa.

Eres ese silencio
antes de abrir los ojos y ser acariciada
por el abanico del platanar,
la luz del otoño.

El Ciervo yergue la casa. 

El tiempo, que ha estado quieto, se mueve.

 
 
33

Somos esculturas en la arena,
dibujos a la orilla del mar.

¿Me sigues todavía, Ciervo?

¿No te has cansado de mí?

Tu cornamenta se ha extendido
para albergarme, frondosa,
y ahora alguien ha dibujado nuestras siluetas
en la arena.

Les ha puesto colores.

Amanece en el puerto donde se atardece mejor.
Nos ha traído la ilusión de la primera vez.

Tus patas se hunden en la arena
antes del homenaje al sol.

He descendido de tu testa.

Quien nos tomó de modelo se retiró después de dejarnos
el tributo de nuestras esfinges que se llevará el agua
en muy poco tiempo.

Los primeros curiosos llegarán a mirar en pocas horas,
pero los pigmentos más brillantes se los habrá llevado el viento.

Así es lo que vemos, tributo que se va.

No nos lamentamos porque hemos llegado al río,
en la ladera de la montaña.

Los cocodrilos duermen, aunque nunca se sabe.
Hay leyendas que los recuerdan sosteniendo la tierra.

Las casas encimadas, construidas en los riscos, con sus tejas de pizarra,
son también parte de un principio que nos antecede.

No importa lo de atrás o de adelante, ¿eso aprendimos?

Importa que atardece en los encuentros, como el tuyo
y el mío, crepita el aire, una bombilla se enciende al fondo del jardín
y un gato vagabundo se asoma y nos olvida.

Sucede lo que ha de suceder sin preocuparse demasiado en los porqués.

Sólo admitimos en el cuenco de la mano la aparición del frío,
la decisión de la caricia.
El súbito vestigio de algo que llega y te invita a continuar.
Que te habita o le habitas.

Si subimos la montaña, más allá del caserío,
más allá de las vides, entraremos al pueblo
donde se detuvo a dar la vuelta una forma de cortejar.

Todavía huele al baño reciente de muchachas.
A picardía de jóvenes que aprenden a beber.
A mascotas que los siguen alrededor del quiosco.

Aparte de eso no hay más que viajantes migratorios,
recuerdos de la madera y rutinas de la niebla.

Pero con eso persiste suficiente un ir y venir.

Me he de subir de nuevo a tu cornamenta
para seguir ese camino, Ciervo, y por qué no,
quizá nos dé el gusto de borrarse siguiendo
nuestros pasos antes de convertirse
en un puñado de nubes.

 
* Poemas pertenecientes al libro La casa del Ciervo (Universidad Autónoma Metropolitana, Ciudad de México, 2022).
 

 
¿Qué flota en un recuerdo?
¿Fragmentos de otro ser?
¿Su laxo nervio giratorio?
¿Lo que deja el hábito?
¿Lo incapaz de avanzar?
Son objetos de olvido.
¿Cómo saber lo que esconden?
Pregunta: sumerge tu aletazo
ballena oscura de existencia
suceso extrarrogante
ni sustancia ni fuente
donde lo posible alaba
lo postergable repara y reina
cáliz de ninguna parte
como vigilante sin turno
la presencia es pared convaleciente.
Donde el ayer pregunta: ¿Estás ahí?
El mañana responde grietas.

 
 
Una lenta autodestrucción antecede al suicidio.
Como la luna que se refleja en todos los líquidos
no se moja, el agua no es perturbada
reposa sumergida de cuerpo entero
es invisible el espacio y la densidad de la tortura.
A veces se encuentra gracia en caminos inadvertidos
un día se escucha la explosión de tejidos magnéticos
una noche se reúne a los pecados y se les pone nombre.
La autodestrucción rompe el ego hasta hacerlo hilachas
al igual que la luna perfora el agua hasta hacerla flor de loto
pero el ego es el reflejo de la autodestrucción en su sirviente
al igual que la flor de loto es el reflejo del agua en su luna abierta.

 
 
A falta de color quemar números
Para que arda o pregunte: ¿Eso es Dios?
¿Esa pantera?
¿Esa aceituna?
¿Esa pluma de cuervo?
Todo pregunta Reverdy en su campo angosto.
También Pascal en su cono lacio.
Preguntas en círculos sobre el aura tiñosa.
Pregunta si el sol no se da cuenta.

*

¿Y el tiempo? La víscera azul
si ha caído del estante ya no da la hora.
Hacen falta delirios
hace falta un entero ambivalente
contar al amar como amar el cuento
armar el ajuar del revés de los arados
donde siembra en segundos esta ausencia.

*

En vano las estrellas innumerables.
En vano el círculo lácteo,
los dioses, los siervos.
Si la vida es un golpe de bordado
si las cosidas nunca coinciden
si la fuente de beber no es piedad
sólo zarza y arena.

 

 
Mara Pastor, Poemas para fomentar el turismo [edición del 10mo. aniversario], Ediciones del Flamboyán, San Juan, 2022, 110 pp.
 

 

Dondequiera que vayamos habrá algo que sentir y, por ende, algo que contar una vez de regreso a la normalidad: prueba irrefutable de nuestro rasgo genético en tanto seres narrativos. Un rasgo que debe apuntalarse con algunos pases de ficción. Los detalles no están de más; aportan ese no sé qué extra, esa pizca de sazón secreto. Lo mismo ocurre con algunos productos de la ciencia-ficción, en especial las series, películas y videojuegos desarrollados a partir de Ghost in the Shell (1990), el manga de Masamune Shirow: la memoria, los recuerdos y su veracidad.

Entre los personajes de Shirow aparecen los tachikomas, unidades robóticas y cibernéticas de apoyo, inteligencias artificiales en forma de tanques-araña con blindaje antibalas, capaces de llevar armamento y personal autorizado. Al final de cada misión, cuando recargan baterías o simplemente por mera curiosidad, los tachikomas se interconectan y comparten los datos que han obtenido, nutriendo así su conciencia única a fin de ser más eficientes en sus tareas. Ello no difiere mucho de lo que ocurre a diario entre nosotros, donde un simple ir y venir dentro de la ciudad, en el transporte público, da para horas y hojas de relatos. Más todavía cuando se sale de viaje a otro estado, país o continente. ¿Cuáles serán las historias de los viajes comerciales a la Luna, a Marte u otra galaxia? ¿Con qué suvenires volveremos?

Muchas anécdotas comienzan con un recordatorio (“¿Te acuerdas que te conté…?”) Más que un hechizo de necromancia, dicho recordatorio parece una suerte de apostilla. Hay libros a los que volvemos porque la realidad de donde fueron extraídos está lejos de agotarse, porque en cada visita tienen algo nuevo que mostrar. Después de diez años, Poemas para fomentar el turismo vuelve a editarse y no hay mejor pretexto para hablar sobre lo que Mara Pastor (San Juan, Puerto Rico, 1980) contó en su momento: el indicio de su pertinencia pasada y actual.

Nos contamos el día, el chisme de la semana o los problemas que nos acongojan: los gastos y los gustos. Se narra no sólo para saber lo mismo y pertenecer a la unidad, sino también para buscar soluciones en conjunto a los problemas. Encontramos en la narración una forma de sobrevivir, prevenir, sobrellevar la realidad a través de su ironización. Sobra decir que narrar no se refiere únicamente a la novela o al cuento, sino a todos los formatos y objetivos de la escritura. La poesía, la crónica e incluso esta pequeña reseña buscan entablar un diálogo entre el lector y la obra de Pastor —poeta, editora, profesora universitaria, Premio Luis Alberto Ambroggio 2020— en su debut: Poemas para fomentar el turismo (2011), publicado inicialmente por La Secta de los Perros gracias a una conexión editorial entre Puerto Rico y México, y diez años después, en 2022, gracias a Ediciones del Flamboyán.

En 53 poemas divididos en dos secciones (“¡Jíbaro platanero en la ciudad es un peligro para fomentar el turismo!”, y “Llámame Láctea Ecopoesis”), la autora retoma tres años de viajes por América, África y Europa, y los comprime, igual que el contenido de las maletas antes de viajar. Como avatares cruciales para el viaje, las maletas guardan suvenires de la memoria. Una memoria individual que, conforme es narrada, se vuelve colectiva.

Era verano.
El tope de un volcán
me recordó superficies lunares.

En la cima, un letrero que dice
prohibido predecir

nombres que nos descarnan.

                                                      (Pastor, 2022: 56)

Emprendido el trayecto, aflora una de las más constantes disputas: la pertenencia a un lugar. En especial ahora que, de pronto, el paisaje cambia sin previo aviso; lo conocido desaparece y es difícil quitarse la condición de extranjero: estar fuera de, incluso ahí donde pasamos la mayor parte de nuestra vida. Tal sensación pone en tela de juicio qué hemos hecho, dónde hemos estado; nos pone asimismo en alerta, como si cargáramos una diana de objetivo en la espalda o un gafete con nuestro nombre en el pecho, mientras intentamos presentarnos en una lengua recién aprendida.

Es tu cumpleaños
y en El Cairo te dicen
“we like Americans”
y tú me dices
“nunca vengas a Egipto”
porque hay varios
nombres para el asalto.

                                                      (Ibid.: p. 14)

Viajar nos hace ser y ver todo nuevo. En el caso de Mara, su sensibilidad se eleva casi premonitoriamente sobre aquello que, para bien o mal, terminó por concretarse años después.

Se vuela sobre y entre la pandemia.
Se aprenden tantos sinónimos para lechón
en estos días.
Los mercaderes pueden
bostezar sin taparse el sueño.

(Extraditar es el purgatorio de los vivos)

Yo he aterrizado tantas veces
Y nunca pensé en traficar conmigo
una crisis mundial.

                                                      (Ibid.: 23-24)

El viajero puede hacerse fácilmente de la vista gorda e ignorarlo todo sobre el sitio al que llega. Hay quienes viajan para nutrir su ser virtual (publico ergo existo), pero la mayoría rechaza la oferta de vivir en carne propia la realidad de los otros. Un asunto complejo pues, como bien dice Mara, “Palpo un pasado que me resiste” (Ibid.: 28). Esta vida de vis a vis no parece estar hecha para emitir juicios. ¿Cómo podríamos juzgar lo que pasa en casa ajena sin antes hablar de la nuestra? Viajar, sin embargo, nos vuelve mensajeros de otras experiencias:

Neda

Una joven músico
murió interceptada
por una bala cuando decidió
bajarse del coche en que viajaba
durante una protesta en Irán.
Se llamaba “voz” en persa.

                                                      (Ibid.: 23-24)

Desde que Heidegger definió al ser humano como un ser-para-la-muerte, la oportunidad de viajar se presenta como un placebo, un contrapeso al inevitable pensamiento de morir. Quien viaja se permite el consuelo momentáneo de dejar el mundo.

Tengo una abuela que muere
y tampoco me refiero a eso,
pero entro en la ducha
y me imagino el poema fúnebre
que le he escrito desde siempre.
Sé que la belleza muere
y que mientras muere se deshace
como el error de un pájaro que cae.

                                                      (Ibid., p. 39)

Por su mismo título, Poemas para fomentar el turismo puede ser visto como un tipo de guía; pero, si bien no gira instrucción alguna o no da recomendaciones puntuales, sí fomenta preguntas sobre los viajes que llevamos a cabo y acumula historias con pequeños detalles cambiados que, a su vez, también caerán en el olvido. Ahora, a diez años del primer viaje a la poesía hecho por Mara Pastor, aquellas posibilidades abren aún más su espectro.

Ya sea en las estaciones de autobús, en los aeropuertos o hasta en el celular, hay un humilde exhibidor de libros para aquellos viajeros bendecidos con la fortuna de no marearse mientras leen. Siempre y cuando el trayecto lo permita, viajar leyendo se reafirma como un binomio recurrente: el texto en las manos y el paisaje en movimiento; se relee lo escrito sobre el viaje en los mensajes enviados y en las fotos que se suben a las redes sociales. Algo de ello termina en algún texto publicado que, diez años después, se reedita. Hay una doble vida en de la experiencia del viaje: mientras nosotros nos encontramos en otro lugar y tiempo, lo escrito recupera lo ocurrido.

Leer es un viaje que da cuerda a la vida, que nos rescata en momentos de quietud y, también, nos frena y salva de tantísimo ajetreo; de ahí que nos acerque tanto la vocación tan propiamente humana de contar y atender lo que sucede al otro. A pesar de las apariencias, no somos islas separadas por el océano sino las que componen un archipiélago que el viento entrelaza. En Poemas para fomentar el turismo, cualquier hecho puede ocurrir en cualquier parte del mundo. Las cosas familiares nunca son tan distintas; para comprobarlo, basta cruzar un par de cuadras y tocar la puerta de algún vecino que nos reciba así, medio en serio y medio en broma: “Qué bueno que volviste. Bienvenido. ¿Cómo estuvo tu viaje?”

 
Traducciones del francés de Maximiliano Sauza Durán
 
 
Hospes comesque

Cuerpo, portador del alma, en quien quizá creer
sería más vano, caro cuerpo, que el no amarte;
corazón sin fin transmutado en esta viva crátera;
a los alicientes novedosos boca siempre abierta.

Mares donde se puede navegar, fuentes donde es lícito beber;
trigo y vino mezclados en ritual vianda;
cuartada del sueño, dulce cavidad ennegrecida;
inseparable tierra entregada a todos nuestros pasos.

Aire que me llena de espacio y me hincha de equilibrio,
a lo largo de los nervios (espasmo de fibra en fibra) escalofrío;
ojos al inmenso vacío por un poco de tiempo abiertos.

Cuerpo, pereceremos juntos, viejo compañero mío.
Cómo no voy a amarte, forma a la que me parezco,
si son tus brazos con los que estrecho al universo.
 
 
Hospes comesque

Corps, porte-faix de l’âme, en qui peut-être croire
Serait plus vains, cher corps, que de ne t’aimer pas ;
Cœur, sans fin transmué dans ce vivant ciboire ;
Bouche toujours tendre aux plus récents appâts.

Mers où peut voguer, sources où l’on peut boire ;
Froment et vin mêlés du rituel repas ;
Inséparable terre offerte à tous nos pas.

Air qui m’emplit d’espace et m’emplit d’équilibre,
Frissons au long des nerfs ; spasmes de fibre en fibre ;
Yeux sur l’immense vide un peau de temps ouverts.

Corps, mon vieux compagnon, nous périrons ensemble.
Comment ne pas t’aimer, forme à qui je ressemble,
Puisque c’est dans tes bras que j’étreins l’univers.
 
 
 
 
Macrocosmos

Soles, exvotos de tinieblas,
corazones palpitantes, corazones en traspaso,
lágrimas plateadas de fúnebres cobijos.
Soles, yo paso y ustedes pasan conmigo.

Miradas al fondo de mi pupila,
como yo, ustedes se consumen,
ruedan en la sombra eterna
sin saber que la iluminan.

Yo sé, pues sé que ignoro.
En este caracol sonoro,
en esta esponja donde mi corazón late

en las entrañas de mi vientre,
la misma fuerza se concentra
y es mi pena su combate.
 
 
Macrocosme 

Soleils, ex-voto des ténèbres,
cœurs palpitants, cœurs transpercés,
larmes d’argent des draps funèbres
soleils, je passe et vous passez.

Mirés au fond de ma prunelle,
comme moi, vous consumez,
vous roulez dans l’ombre éternelle,
sans savoir que vous l’allumez.

Je sais, car je sais que j’ignore.
Dans ce coquillage sonore,
dans cette éponge où mon cœur bat,

dans les entrailles de mon ventre,
la même force se concentre
et ma peine est votre combat.
 
 
 
 
Epitafio. Tiempo de guerra

El cielo de fierro se ha abatido
sobre esta tierna estatua.
 
 
Épitaphe. Temps de guerre

Le ciel de fer s’est abattu 
sur cette tendre statue.
 
 
 
 
El visionario

Vi en la nieve
un ciervo en la trampa herido.

Vi en el estanque
un ahogado flotante.

Vi en la playa
un caracol ensordecido.

Vi en las aguas
a las trémulas aves.

Vi en las ciudades
a los condenados serviles.

Vi en las planicies
la humareda de los odios.

Vi en la mar
del sol la amargura.

Vi en los cielos
insondables ojos.

Vi en el espacio
este siglo pasando.

Vi en mi alma
la ceniza y la flama.

Vi en mi corazón
a un negro dios invicto.
                                                                                                                            (Hacia 1965)
 
 
Le visionnaire

J’ai vu sur la neige
un cerf pris au piège.

J’ai vu sur l’étang
un noyé flottant.

J’ai vu sur la plage
un sec coquillage.

J’ai vu sur les eaux
les tremblants oiseaux.

J’ai vu dans les villes
des damnés serviles.

J’ai vu sur les plaines
la fumée des haines.

J’ai vu sur la mer
le soleil amer.

J’ai vu dans les cieux
d’insondables yeux.

J’ai vu dans l’espace
ce siècle qui passe.

J’ai vu dans mon âme
la cendre et la flamme.

J’ai vu dans mon cœur
un noir dieu vainqueur.
                                                                                                                            (Vers 1965)
 
 
 
 
Claroscuro
                                                                                                                            Para Jean Cocteau
 

Claroscuro, sombra insidiosa
donde mueven las estatuas sin ruido
una voz melodiosa,
allí callan las cosas su murmullo.

Enigmas que el corazón resuelve,
secretos muy caramente comprados,
todo sabio es alumno de un enloquecido,
toda alma es instruida por la carne.
 
 
Clair-obscur
                                                                                                                            Pour Jean Cocteau

Clair-obscur, ombre insidieuse
où bougent sans bruit des statues,
une voix mélodieuse
y murmure des choses tues.

Énigmes que le cœur résout,
secrets achetés fort cher ;
tout sage est l’élève d’un fou,
toute âme s’instruit par la chair.
 
 
 
 
Poema para una muñeca rusa

Yo
soy
azul rey
y negro hollín.

Soy el gran Moro
(rival de Petrushka).
La noche me sirvió de troika;
y tuve al sol por balón de oro.

Casi tan vasto como las tinieblas.
Pero todo tan frágil como algún viviente,
el menor soplido mueve mi cuerpo invertebrado.

Estoy demasiado resignado, pues soy demasiado sabio.
No se burlen de mi tez negra ni de mis labios entreabiertos:
Yo no soy, como ustedes, sino un juguete entre gigantes manos.

 
 
Poëme pour une poupée russe 

Je suis
Bleu de roi
Et noir de suie.

Je suis le grand Maure
(Rival de Petrouchka).
La nuit me sert de troïka;
J’ai le soleil pour ballon d’or.

Presque aussi vaste que les ténèbres,
Mais tout aussi fragile qu’un vivant,
Le moindre souffle émeut mon corps sans vertèbres.

Je suis très résigné, car je suis très savant :
Ne raillez pas mon teint noir, ni mes lèvres béantes,
Je suis, comme vous, un pantin entre des mains géantes.

 
 
 
 
Erótico

Tú el abejorro y yo la rosa,
tú la espuma y yo el peñasco;
en la extraña metamorfosis,
tú el Fénix y yo la hoguera.

Tú el Narciso y yo la fuente,
mis ojos reflejando tu emoción;
yo el cofre y tú el tesoro,
yo la onda y el nadador en mí.

Y tú, labio sobre labio,
tú la frescura que mece la fiebre,
la ola entremezclada con las olas.

Que yo algo sea del tierno juego,
siempre con el alma envuelta en fuego:
bello pájaro de oro cruzando el cielo.
                                                                                                                            (1925-1945, 1950-1954)
 
 
Erotique

Toi le frelon et moi la rose ,
toi l’écume et moi le rocher ;
dans l’étrange métamorphose,
toi le Phénix, moi le bûcher.

Toi le Narcisse et moi la source,
mes yeux reflétant ton émoi ;
toi le trésor et moi la bourse ;
moi l’onde et le nageur en moi.

Et toi, la lèvre sur la lèvre,
toi la fraîcheur berçant la fièvre,
la vague aux vagues mêlant.

Moi quelque soit le tendre jeu
toujours l’âme en feu s’envolant
bel oiseau d’or, en plein ciel bleu.
                                                                                                                            (1925-1945, 1950-1954)
 

 

Versiones del danés al español de Belangela Tarazona

 
Es
   una                                  crecido
        verdadera           pasto
              caída           el                            rozarlo con los dedos
                          sobre

 
                          r
                            r
              d       e
Yo te                   i                   sobre el pasto crecido
                         b
                             o

 

                                                                  rozarlo con los dedos

 

 
Det
     er
          virkelig             græs
                  et         høje
                   fald     det            at stryge sine fingre igennem det
                           i

 
                                          m
                                            l
                              o       k
Jeg vælter dig                 u                   i det høje græs

                                            

                                              at stryge sine fingre igennem det

 

 
 

 
Yo puedo ser una grúa, si tú quieres
                     yo
                     puedo
                     alzarte

 
Jeg kan godt være en kran hvis du vil have det
                  jeg
                  kan
                  godt
                  løfte
                  dig
                  op

 

                                    l
                               a       t

Los grillos     s           a
                                           n
            a mi paso

 
                                              l     s
tus cejas destellan    o        a      doradas

                                                                       desde el centro

hacia                                                                             los extremos

tomaron sus movimientos prestados                 del maizal

 

 
                                i
                            r     n
                         p         g
Græshopper s             e
                                     r             hvor jeg sætter min fod

                                                    ø   g
dine øjenbryn slår gyldne     b   l   e
                                                                r
                                                                  fra midteraksen

mod                                                                    fløjene

de har lånt deres bevægelse         fra kornmarken    derover

 

 
 

 
Me observaste desde el maizal

Mi      f
           r
           a
           n
           e
           l
           a   blanca aleteaba al
                                              v
                                                i
                                                  e
                                                    n
                                                      t
                                                        o
                                                              como una bandera de capitulación

 
 

 
Fra kornmarken, derover
så du mig an

min hvide t-
                  s
                  h
                  i
                  r
                  t   blafrede i
                                     v
                                      i
                                        n
                                          d
                                              e
                                                n

                                                     som et kapitulationens flag