El invierno en el animal
Si soy la parte blanda en la espesura
blanda de una montaña, si mi mano
alisa, entre toda esta frescura,
la base de la carpa, ¿dónde aplano
y dónde cedo? El pasto y su finura,
la roca y su firmeza. Es en vano
partir la parte blanda de la dura:
somos esta mixtura, este arcano
movimiento entre ser y ya no ser.
Toco mi cuerpo, toco la montaña,
y en lo que toco me hago aparecer:
un animal de invierno en la maraña,
un hombre solo al atardecer.
Soy lo blando, lo duro, lo que daña.
Un arte más febril
quien cuidó a la poeta cuando tuvo una grave reacción alérgica
por comer una castaña de cajú.
Una castaña de cajú en Brasil
te atrapa un día con su carne tersa
y dice éste es el arte más febril.
El arte de perder no es hostil,
es un dominio lento que lo siembra
una castaña de cajú en Brasil,
como el agua en la fiebre se deja ir,
como el verde se pierde en las ciruelas.
Y dice éste es el arte más febril
una nuez breve, lisa como un film,
que en la alergia se aferra sin reversa:
una castaña de cajú en Brasil
te deja sin la soga en un redil
pero enseña a perder. Lota se acuesta
y dice ¿éste es el arte más febril,
con paños fríos en tu frente huís
hacia un nuevo país? Acá se enfrenta
a una castaña de cajú —¡es Brasil!—
si dice éste es el arte más febril.
El ansia
Tenés una sextina con mi nombre, Mirta,
y mi nombre fue apenas dicho, tu mirada
fugaz sobre una lista algún día de otoño.
¿O es pura ansia? Sé que el nombre del padre es
el padre, ¿en seis letras de hijo cabe el hijo?
Después descubro que Manuel no es tu hijo, qué
parecido es Miguel, mi nombre suavizado
por una G, ¿tu padre era suave? Es parco
el mío, he dicho; qué desesperada es
siempre mi ansia de maestras, de mesura,
una lista de ajena certeza, una lista
de seres que me arropan como un hijo, guías
espirituales para mi ansia, cuánta hambre
por caber en un nombre, ¡querer ser, y basta!
Quién me habrá dicho “en la vida se anda con sed
de padre”. Mirta, y todo para hablar del padre,
te reirías con mi amplia lista de excusas,
sobre lo mismo he dicho cien veces lo mismo,
el canto de un hijo que busca entre cenizas
su nombre, que en el error mantiene intacta
el ansia. ¿Qué hacer para que no nos trague
el ansia? Pregunta típica a un maestro,
al padre nuestro que inventamos. A ese nombre
que besamos sin pausa, siempre lista nuestra
sed. Somos un cuenco de hijo. ¿Qué es eso?
Un barril pinchado, ha dicho Platón. El agua
entra y sale, ha dicho, y nunca alcanza. Para
mí, el ansia, Mirta, es un barril gastado, hijo
de otro barril gastado que fue padre. Un día
vemos que es larga la lista de huecos. Y todos
tienen un nombre. Mirta: he dicho en tu nombre
mi lista de obsesiones: el padre, el hijo,
una sed. El ansia que se muerde la cola.
El rezo en la trinchera
Diego Muzzio
En la segunda línea de trincheras
de los bosques de Bazentin, había
sobre el frío y el barro dos maneras
de abandonarse: la melancolía
y el rezo. Un joven oficial británico
que en su tierra estudiaba teología
alternaba los modos, un mecánico
anclaje entre lo previo y lo sagrado:
el rezo o el recuerdo, sino el pánico.
Cada cráter de obús ya era un vado
y el agua de la lluvia reflejaba
el cielo, los aviones, el puñado
de bombas que caían. Le temblaba
el pulso al oficial cuando alzó
el dedo hacia una nube: ¿qué brillaba
en ese punto, lejos? Señaló
un cuerpo que caía por el aire,
un piloto de avión que derribó
algún cohete alemán, arrojo de alce.
“Hemos asesinado al Señor”,
dijo y se disparó recto en las fauces,
la bala, el rezo, el eco en su interior.

Autor
Manuel Tacconi
/ Buenos Aires, Argentina, 1993. Poeta. Estudió Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes. Docente de las materias Taller de Escritura I y II en la misma casa de estudios. Autor del libro Lejos en el mapa (2021).