agosto 2024 / Inéditos

Junto a la luz cenital

 
Anas platyrhynchos domesticus

La primera vez que vi morir tenía cinco años.
Jugaba, perseguía patitos.

Una tabla cayó sobre uno de ellos.

Me acerqué.
El pato echaba aire por el pico
y algo latía en su garganta.

Pensé que iba a escupir su corazón.

Lo tomé con suavidad,
entrelazando mis dedos con sus alas,
hasta que se quedó vacío de sí mismo.

Darle un sitio a su cuerpo
fue lo único que supe hacer por él.

Lo cargué hasta la casa
y mi padre no entendió
que llevaba la muerte entre mis manos.

También me costó entenderlo:
sólo estábamos jugando.

 
 
Tamandua mexicana

Un cachorro entra en el cuerpo de su madre
para cubrirse del frío.

Lleva muchos días haciendo lo mismo.

No sabe la muerte, pero la intuye
en la rigidez, la temperatura, los ojos abiertos.

Mientras, la descomposición trabaja:
las enzimas van rompiendo los tejidos
y la vida se fragmenta
en formas más pequeñas y más fuertes.

Porque no es cierto lo que dicen:
la muerte no se lo lleva todo.

Los cuerpos sólo se traducen,
vuelven a sitios en los que no recuerdan haber estado.

Ajeno a cualquier explicación,
un cachorro se cobija
en el recuerdo de un pulso;
habita en lo putrefacto, pero vivo.

No es cierto que la muerte se lo lleva todo.

Un cuerpo vacío
puede ser, también,
una casa.

 
 
Tyto alba

I

Como dentro de un aparador,
vemos caer la tarde a través de la ventana del hospital.
Una herida en el cielo,
el corte en alguna de sus venas principales,
trajo sus matices 
hasta nuestros ojos. 

No son venas, sino arterias
dice mi madre, mientras sonríe
y presume el conocimiento adquirido
luego de tantos médicos, catéteres 
y términos difíciles de repetir.

No son venas, sino arterias:
el conducto más rápido hacia el vacío.

El sueño emerge de su boca
y se lleva las palabras hacia adentro.

Me deja con el ansia 
de no recordar cómo suena su voz
bajo el frío. 

 
II

A veces, en medio de la noche,
se oye un grito ahogado, como de recién nacido.

Recuerdo, entonces, a mi abuela: 
No te espantes, hija.
Es el xooch’ dando su ronda.
Y ponía unas tijeras, o los machetes
en forma de cruz bajo las hamacas,
para protegernos del mal. 

Me quedaré despierta hasta que te duermas.

Aún con miedo, yo hundía mi cabeza
en su cuerpo para no escuchar el mal presagio.
Me dormía, al fin, mientras ella rezaba. 

Los vecinos, poco a poco, murieron todos
de diferentes formas o afecciones. 
Las noticias llegaban a la mañana siguiente. 

La ciencia dice que, a pesar de su mala fama,
las lechuzas blancas son inofensivas.
No me confío. 

Es difícil acostumbrarse a los cantos de la muerte. 

 
III

Mi madre duerme o dormita
bajo la luz cenital en la cama 237.
Las huellas de un eco se secan en el corredor.

Junto a la luz cenital
mi voz también duerme o dormita. 
Mi lengua se cobija a sí misma 
como un gato que busca, en medio de la noche,
algo de calor en el marco de una puerta. 

Observo un hábitat ajeno. 
Animales blancos van por los pasillos
y persiguen la muerte. 
Su quejido nocturno
se mete en los sueños de los enfermos. 

Es el xoo’ch dando su ronda.

Entonces me mantengo en alarma quieta. 
Cuido que el presagio
no se pose a los pies de su cama
mientras ella no pueda defenderse. 
 


* Poemas pertenecientes a Lugar de taxidermia (Esdrújula, 2023).

 


Autor

Irma Torregrosa

/ Mérida, Yucatán, 1993. Poeta. Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Autónoma de Yucatán. Autora de Piélago, libro ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía San Román 2017. Su segundo libro, Lugar de taxidermia, fue finalista del XXXVI Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, en España, en 2023.

agosto 2024