María Negroni, Exilium, Vaso Roto Ediciones, 2016, 64 pp.

“No hay poesía sin silencio”, dijo en una entrevista la poeta argentina María Negroni (1951). La autora de Exilium responde que el silencio y la poesía son las dos caras de una misma moneda. Entonces, para que suceda el poema, primero es necesario que haya una salida, una ruptura, una grieta, un exilio. Para Negroni la infancia es el paraíso, pues no hay lenguaje y por lo tanto no hay tiempo. Todo está suspendido y ocurriendo. Por medio del balbuceo se llega a la palabra, al lenguaje, a la idea y, después, al entierro. Para la poeta el lenguaje nos entierra, sepulta lo que alguna vez fue. Y para volver a lo primero es necesaria la poesía:
¿A mitad de la muerte?
¿A grandes pasos
de haber sabido?…
El oficio poético está en la interrupción de ese lenguaje convencional que se instala cuando aprendemos a hablar. Para la autora, la poesía es una epistemología del no-saber y con Exilium explora el desconocimiento desde un exilio colmado de lenguaje. Entre verso y verso —grieta y grieta—, Negroni hace un intento por volver a ese lugar sagrado. Entre las letras se cuelan resquicios de luz que nos señalan lo que pudo haber sido:
a esa lengua
donde alguna vez fuimos
niños
de aladas palabras.
Es bien sabido que la poesía es resistencia, una exploración violenta en ocasiones, un intento por devolvernos al paraíso del que hemos sido despojados. Negroni, como Eva ―culpable de la expulsión del paraíso, consciente de la necesidad de pérdida, de que la poesía será, bajo esta mirada, un duelo constante―, se aventura y se enorgullece de hacer ver que el lenguaje es la más grande herida, pero también una herramienta poderosa. La cruz de Negroni es la poesía porque sólo desde ahí se puede hablar de la pérdida, del entierro, de la ausencia. A través de las páginas de Exilium, la autora quiere recordar lo que se ha olvidado, busca volver a ese pensamiento primero, al balbuceo. El poemario es “una militancia a favor de las cicatrices” porque el regreso supone aceptar la pérdida, rendirse ante los pequeños retazos que quedan y buscar hacer algo con ellos. Una desarticulación del lenguaje que oprime el paraíso interior.
que no siga viviendo,
incluso
la muerte.
Negroni insiste y reafirma la necesidad de ruptura, de romper con lo establecido para encontrar los resquicios sagrados, las ruinas de un paraíso que se escondieron detrás de la formalidad de las palabras, la contención y el significado. La autora siente una necesidad de retorno hacia lo sagrado porque es éste el lenguaje universal. Dicho mundo se encuentra más allá de la sintaxis, de un solo significado, de una sola explicación. Volver a pesar del dolor de la derrota significaría tomarnos la mano como antes ―antes de la explosión, antes del mundo―. Reconectar para suprimir la ausencia, para volver cercano lo lejano, para comprender la belleza de la complejidad.
en lo humano
Insolvente el afán
de escribir y seguir
muriendo.
Tanta nerviosa insistencia
para una acústica
muda
Tanto renglón ingenioso
y ninguna caricia
La palabra exilium, según la entrada de “exilio” en el Diccionario de la Lengua Española, viene del latín tardío exiliāri que significa ‘vivir en el destierro’. ¿Quién no vive en él?, ¿quién no vive un destierro constante, todos los días a todas horas? Vamos al exilio con el destierro dentro. Nos movemos en todos los niveles de exilio posible. Sin ese exilio interior, sin esa pérdida de inocencia y de paraíso tal vez no existiría la poesía ni la vida; no habría, entonces, necesidad de resistencia. No encontraríamos la fuerza para querer pasar del otro lado, ver qué hay más allá del lenguaje, qué templos se esconden en los recovecos de nuestra memoria. Del exilio nace la poesía y Negroni busca ayudarnos a regresar a esa infancia perdida, a volver a ser dueños de nosotros y de nuestras palabras. A lo largo del libro queda implícita la insistencia de siempre tratar de ir de regreso para que, mediante la suspensión poética y las ruinas de la memoria, podamos rehacer un lenguaje y vivir a pesar de la insatisfacción, del vacío y la ausencia.
amueblar
una infancia
eso
que el lenguaje
entierra y sigue vivo
en el escándalo
del mundo.
Hay quienes rechazan la idea de que la infancia sea un lugar feliz; sería muy atrevido sentenciar de manera categórica que así es, pero la recuperación de esa infancia perdida, de ese lugar, nos pertenece. Nos pertenece a cada uno de nosotros revelar si fue feliz o infeliz. Dudar de lo que nos han contado, dudar de nuestro lenguaje. Saber que no alcanza y que el lenguaje es un artificio muy peligroso. Querer hacer poesía porque nunca nada es suficiente. Nos pertenece buscar el asombro del exilio porque “así comienza la biografía de las cosas: como una histeria luminosa, un error impecable de largo aliento”.

Autor
Lorenza García Hegewisch
/ Ciudad de México, 1997. Poeta. Tiene estudios en Letras por la Universidad Iberoamericana y actualmente cursa la Licenciatura en Comunicación por la misma casa de estudios. Su cuenta de Twitter es @garhegelorenza.